domingo, 4 de septiembre de 2016

La técnica nos aniquila. Ortega y Gasset


ENCUENTROS

ORTEGA Y GASSET. La técnica nos arropa y ¿aniquila?



Los tecnócratas… son demagogos y, por tanto, gente sin exactitud, poco escrupulosa y atropellada. Pero lo que tenga ese cuadro de caricatura y exageración, no hace sino poner de manifiesto un fondo verdadero de incuestionable: la casi ilimitación de posibilidades en la técnica material contemporánea

La vida humana no es solo lucha con la materia, sino también lucha del hombre con su alma. ¿Qué cuadro puede Euroamérica a ese como repertorio de técnicas del alma?  José Ortega y Gasset, Meditaciones sobre la técnica.

La tecnología acabará con la humanidad si no colonizamos antes otros planetas… Stephen Hawking



Nosotros, los nacidos a mitad del siglo XX, hemos sido testigos del avance acelerado, casi inimaginable, de la tecnología.  Fui de las que escribió su tesis doctoral, hace 35 años, en una “avanzada” máquina eléctrica de IBM. Utilicé la computadora en mi tercer libro, “Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX.”, por los “lejanos años 90”.  Después con el tiempo, me he vuelto una cibernética total. Utilizo la computadora como si hubiese nacido en esta era.  Soy asidua de mi IPad y de mi IPhone que se sincronizan automáticamente.  En mi tableta electrónica, tengo guardados más de 5,000 libros. Mi estantería está vacía. Doné mi biblioteca a la PUCMM.  Soy usuaria del Facebook, Twitter e Instagram. Y sin embargo… estoy consciente que ahora lo que más interesa a la humanidad es el avance tecnológico, y no el de las ideas.  ¿Será que es más importante la forma que el fondo?

Cuando inicié esta serie de trabajos sobre José Ortega y Gasset, mi esposo Rafael me reiteró varias veces: “No dejes de trabajar el ensayo “Meditaciones sobre la técnica” que es fabuloso”.  Lo busqué por el profundo, amplio e intocable nube cibernética y lo encontré. ¡Qué paradoja!

Estos seis ensayos, escritos en 1933, producto de un curso para la inauguración de la Universidad de Verano de Santander, plantean que la técnica es necesaria para hacer mejor la vida del ser humano: “Sin la técnica el hombre no existiría ni habría existido nunca.”  Así comienza en el primero de los discursos.  Luego, señala algo muy interesante, dice:

 “Supongamos que la afirmación con que he comenzado no fuera cierta en su extremo sentido, supongamos que la técnica no fuese consustancial al hombre, sino un añadido sobre su existencia…supongamos que el hombre haya podido existir sin técnica…Lo que nadie puede dudar es que la técnica se ha insertado entre las condiciones ineludibles de la vida humana de suerte tal que el hombre actual no podría, aunque quisiera, existir sin ella. Es, pues, hoy una de las máximas dimensiones de nuestra vida, uno de los mayores ingredientes que integran nuestro destino. Hoy el hombre no vive en la naturaleza, sino que está alojado en la sobrenaturaleza que ha creado, en un nuevo día del génesis, la técnica.”

Así comienza su primer discurso el gran Ortega Y Gasset.  Después comienza a plantear los problemas que existen.  Sostiene que la sociedad vive nuevos conflictos producto de la sobreabundancia de su propia eficiencia gracias a la técnica. ¡Dios eso lo escribió Ortega hace 83 años! Cuando no podía imaginarse que poco tiempo después la tecnología avanzaría exponencialmente.  Dice que la técnica y su desarrollo han provocado la ceguera colectiva en la raza humana.

 Es duro, crítico mordaz con los profesionales.  Por ejemplo, los ingenieros inmersos en sus aparatos de nueva tecnología han olvidado, peor aún, ni se lo plantean, el problema que la técnica ha generado a la humanidad. “En suma, la separación radical entre la universidad y la ingeniería es una de las grandes calamidades que ha acarreado la increíble torpeza que el hombre de hoy está revelando en el tratamiento de sus grandes angustias presentes.”

De los economistas tiene la peor de las opiniones.  Ellos, son, dice, el ejemplo del fracaso más grande que ha tenido la universidad, mejor dicho, la humanidad.  ¿Por qué? Ortega se responde diciendo: porque “los conflictos los han cogido de sorpresa, entre otras razones, porque no tenían contacto verdadero con la técnica y no incluían en sus previsiones y cálculos los resultados de esta, no hablemos de sus resultados sociales.”

La técnica ha hecho perder el sentido humano y problematizador que deberían tener las universidades. Esto no sucedía en la Edad Media, porque las universidades no tenían las exigencias del poder productivo. En la modernidad es diferente. Sin embargo, la situación cambió en el siglo XIX, con la revolución industrial y el desarrollo de las industrias.  El proceso productivo demandaba un desarrollo tecnológico acelerado e innovador. Este hecho es criticado por Ortega cuando dice:

“Es penoso observar a lo largo de la historia la incapacidad de las sociedades humanas para reformarse. Triunfa en ellas o la terquedad conservadora o la irresponsabilidad y ligereza revolucionarias.  Muy pocas veces se impone el sentido de la reforma a punto que corrige la tradición sin desarticularla, poniendo al día los instrumentos y las instituciones…”

Sorprendido por el desarrollo tecnológico de su tiempo, Ortega plantea que la aceleración con que se producen estos cambios, impide e impedirá (¿sería adivino el gran intelectual?) que se reflexione sobre los daños que produciría a la humanidad como especie el desarrollo de la técnica. No niega el intelectual que la técnica ha ayudado a la supervivencia de los seres humanos. Nos ha ayudado a sobrevivir del frío, del calor, de la lluvia.  Sin embargo, dice, el deber de todo escritor es advertir de los peligros.  Ahora bien, asegura, la comodidad nos ha llevado a crearnos nuevas necesidades, que nos ha convertido en prisioneros de nuestras ambiciones.

Ortega escribió estas palabras sin pensar que sus reflexiones, predicciones, serían no solo visionarias, sino dolorosas verdades que hoy, en el siglo XXI, otro de los grandes pensadores, esta vez un físico, Stephen Hawking, ha advertido que si seguimos así estamos condenados a la auto destrucción, y que la única solución, quizás para distraernos, es lograr la conquista de otros planetas. 

Estas discusiones, me recuerdan una vieja polémica que sostuve con Carlos Dore en el año 2000.  Decía, evaluando nuestra entrada al siglo XXI, que la humanidad a diferencia del siglo XIX que había sido prolífera en pensamiento, se había quedado en el avance tecnológico, sin proponer nuevas ideas, pues el neoliberalismo tan en moda en los 90 no era más que una radicalización del liberalismo decimonónico.  Carlos me respondía que no.  Sus argumentos nunca me convencieron. Hoy, después de leer a Ortega, ratifico mi convicción. ¿Ustedes qué piensan?


Ortega y Gasset: La misión de la Universidad


ENCUENTROS

ORTEGA Y GASSET: LA MISION DE LA UNIVERSIDAD



Uno de los mayores méritos de José Ortega y Gasset es la actualidad de su pensamiento, entre otras muchas cosas por su habilidad por no necesitar razonar sobre personas o cosas que lo asocien a un período dado y solamente a él, es obvio que distintas personas con distintas circunstancias propias –lugar, edad, formación, propósitos, proyectos- tendrán lecturas distintas del mismo texto.  En un libro de matemática, distintos lectores subrayarán casi lo mismo: enunciados, fórmulas. En los libros que filosofan, no cabe esperar lo mismo. Raúl J. A. Palma, Buenos Aires.



De mis casi 61 años de vida, he estado vinculada al mundo universitario por casi 40 años; primer como estudiante de pedagogía; después en mi condición de alumna de un post grado en educación de adultos en el CREFAL, México. Finalmente, joven adulta ya, aspirante a doctora en historia, seguí mis estudios en París.  Al regresar al país, en el año 1985, solo he laborado, con una pequeña excepción de dos años, en el mundo universitario. He sido docente de unas cuatro universidades en nuestro país.

En mis diferentes posiciones, me he preocupado y ocupado de entender qué es, para qué sirve y cuáles deberían o deben ser los retos de la universidad.  Me preocupa en nuestro país, que existen muchos centros de estudios universitarios (fíjense que no he dicho UNIVERSIDAD) que están destinadas a otorgar títulos universitarios (fíjense que no he dicho FORMAN NI EDUCAN).  Nuestro mercado está saturado de universidades, de profesionales, en su mayoría mediocres, que no tienen muchas posibilidades en el mercado laboral. Peor aún, la mayoría de nuestras universidades solo se han ocupado de titular. Han  olvidado la importante labor de la investigación, de la creación de conocimientos, así como de servir de espacio de discusión; de ser una verdadera ágora de las ideas.

Desde que inicié esta serie sobre Ortega y Gasset, me propuse buscar este ensayo. Gracias al profesor argentino Raúl J.A. Palma de Buenos Aires, especialista en el filósofo español, que lo publicó en la red con sus notas de docente. El filósofo español plantea que una reforma universitaria no debe ser concebida para resolver problemas cotidianos, sino para aspectos fundamentales. Sostiene que la universidad de las primeras décadas del siglo XX estaba en crisis, ¿saben por qué? “Por contentarse por imitar y eludir el imperativo de pensar o repensar por sí mismo las cuestiones, nuestros profesores mejores viven en todo con un espíritu quince o veinte años retrasado, aunque el detalle de sus ciencias estén al día. Es el retraso trágico de todo el que quiere evitarse el esfuerzo de ser auténtico, de crear sus propias convicciones.” [1]

Se pregunta el pensador sobre cuál debía ser la misión de la universidad.  Afirma que las instituciones de educación superior tienen el deber de formar a los profesionales que necesita una nación, pero además de universalizar el conocimiento y cultivar la ciencia misma.  Deberíamos, como universidad, investigar, enseñar a investigar y educar a los futuros profesionales a buscar el conocimiento. Sintetiza la misión diciendo: “La enseñanza superior consiste, pues, en profesionalismo e investigación.”[2] Lo peor, sigue diciendo Ortega, es que ambas misiones están muy desiguales. “Sorprende, pues, que aparezcan fundidas la enseñanza profesional que es para todos, y la investigación, que es para poquísimos.” [3]

Afirma, además, que la universidad debería también ser promotora de la cultura, del pensamiento crítico, para lo cual, se necesita auxiliarse de la enseñanza de la filosofía y de la historia.  Rescata la función cultural que tenían las instituciones de educación superior en la Edad Media; ya que “la cultura es el sistema vital de las ideas en cada tiempo.”  [4]  Plantea que la modernidad ha creado bárbaros-instruidos: “Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional más sabio que nunca, pero más inculto también…”[5]

Reconoce que la sociedad necesita buenos profesionales: jueces, médicos, ingenieros…; sin embargo, dice no es suficiente: “Por eso es ineludible crear de nuevo en la universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee… Esa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes que ninguna otra cosa, la universidad.” [6]

Ortega plantea que si la universidad quisiera realmente enseñar la ciencia, debería auspiciar la investigación ¿saben por qué? porque, la “ciencia es solo investigación”[7]; es decir, plantearnos problemas, trabajar en resolverlos.  Afirma tajantemente que conocer no es hacer ciencia, ni tampoco investigar es aprender acerca de ella.  “Investigar es descubrir una verdad o su inverso: demostrar un error. Saber es simplemente enterarse bien de esa verdad, poseerla una vez hecha, lograda”.

Las universidades de su época, y lamentablemente las de nosotros también, casi 100 años después, no han tenido como prioridad, ni han desarrollado la función de ser foros de discusión y difusión de la cultura. No enseñamos a pensar.  No hemos desarrollado la ciencia. Nos conformamos con enseñar lo poco o mucho que sabemos. La universidad perdió, su impronta de ser luz que ilumina a la sociedad, que plantea soluciones a los graves problemas que enfrenta la humanidad. Al respecto concluye diciendo:

Es, pues, cuestión de vida o muerte para Europa rectificar tan ridícula situación. Para ello tiene la universidad que intervenir en la actualidad como tal universidad, tratando los grandes temas del día desde su punto de vista propio –cultural, profesional o científico-. De este modo no será una institución solo para estudiantes, un recinto ad usum pelphinis, sino que, metida en medio de la vida, de sus urgencias, de sus pasiones, ha de imponerse como un “poder espiritual” superior frente a la prensa, representando la serenidad frente al frenesí, la seria agudeza frente a la frivolidad y la franca estupidez. Entonces volverá a ser la universidad lo que fue en su hora mejor: un principio promotor de la historia europea.[8]

Es impresionante, espeluznante a veces, saber que este hombre, ha descrito la realidad de hoy en la universidad del mundo occidental.  Nuestras universidades se han convertido en empresas eficientes, que en vez de pensar, ayudar a pensar y proponer nuevas formas de pensar, fabrican profesionales que estudian, aprenden, memorizan, y casi nunca, por no decir nunca, descubren lo que deben aprender.  Hemos sido víctimas del robotismo de occidente. Pensar no es necesario. Lo importante es, como bien dijo este gran pensador, provocar el mimetismo y nada más. Muy triste.



[1] José Ortega y Gasset, Misión de la Universidad,  Buenos Aires, 2001. Notas del Profesor Raúl J.A. Palma, p. 3.
[2][2] Ibidem, p. 3
[3] Ibidem.
[4] Ibidem, p.4.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem, p.5.
[7] Ibidem, p. 12.
[8] Ibidem, p. 22.

Ortega y Gasset: ¿ Por qué las masas han ganado espacio?


ENCUENTROS

ORTEGA Y GASSET: LA REBELIÓN DE LAS MASAS. ¿Por qué han llenado el escenario histórico?



¿Cómo es este hombre-masa que domina hoy la vida pública? –la política y la no política- ¿Por qué es como es?... ¿Cómo se ha producido? Conviene responder conjuntamente a las cuestiones, porque se prestan mutuo esclarecimiento. El hombre que ahora intenta ponerse al frente de la existencia europea es muy distinto del que dirigió al siglo XIX, pero fue producido y preparado en el siglo XIX… Y en efecto, nada nuevo acontece que no haya sido previsto cien años hace. “Las masas avanzan” decía apocalíptico Hegel. “Sin un nuevo poder espiritual, nuestra época, que es una época revolucionaria, producirá una catástrofe”, anunciaba Augusto Comte…

¿Qué aspecto ofrece la vida de ese hombre multitudinario, que con progresiva abundancia va engendrando el siglo XIX? Por lo pronto un aspecto omnímoda facilidad material…. Desde 1900 comienza también el obrero a ampliar y asegurar su vida. Sin embargo, tiene que luchar para conseguirlo… [1]

Continuamos con el interesante, impresionante y desconcertante libro de José Ortega y Gasset “La Rebelión de las Masas”, en el que hace una crítica mordaz a la homogenización de la sociedad.  Basándose en su amplia cultura, Ortega critica la corriente que se impuso en occidente de dar poder a las masas, provocando el mimetismo. Aboga por el respeto a la diferencia, por la disidencia y la crítica, pero sobre todo, al poder de los que saben, como lo hizo Platón en la Antigüedad, muchos siglos atrás.

Reconoce Ortega que en el siglo XIX el hecho de otorgar a los sin nombre y sin poder el derecho de la ciudadanía constituyó un elemento revolucionario, que no significaba la sublevación del orden, sino la implantación de uno nuevo.  En el siglo XX, el hombre que emergió de ese proceso, es un ser con ambiciones egoístas, que intenta imitar a las minorías en su estilo de vida.  Su ambición es llegar a ser uno de ellos. Tener los carros, la vestimenta y el modo de vida de los que tienen más. Y como dice Ortega:

Esto nos lleva a apuntar en el diagrama psicológico del hombre-masa actual dos primeros rasgos: la libre expansión de sus deseos vitales –por lo tanto, de su persona y la radical ingratitud hacia cuando ha hecho posible la facilidad de su existencia.  Uno y otro rasgo componen la conocida psicología del niño mimado. Y en efecto, no erraría quien utilice esta como una cuadrícula para mirar a su través el alma de las masas actuales. Heredero de un pasado larguísimo y genial –genial de inspiraciones y esfuerzos-, el nuevo vulgo ha sido mimado por el mundo en torno, Mimar es no limitar los deseos, dar la impresión de un ser de que todo le está permitido y nada obligado. [2]

El resultado, dice Ortega, y ahí su tesis fundamental en el tema, es que la perfección establecida en el siglo XIX ha dado en ciertos órdenes de la vida, ha originado que las masas beneficiarias no la consideren como una forma de organización, sino como un derecho natural. Esto explica, sigue diciendo, el absurdo estado anímico de las masas, ha provocado que se conviertan en seres insolidarios y egoístas,   preocupados por su propio bienestar. A este grupo Ortega los llama como el “hombre-masa”, y dice de él, que no tiene conciencia de que en realidad es un ser de segunda clase, limitado  e incapaz de crear ni conservar la organización.

No quiere decir que el hombre-masa sea tonto, al contrario, está mejor dotado intelectualmente. El problema, dice Ortega, es que no le sirve de mucho porque no sabe o no quiere usarlo.  La democratización, sigue planteando el autor,  lo que ha hecho es vulgarizarlo todo, pues lo característico de la modernidad es que “el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad o la vulgaridad como derecho. El imperio que sobre la vida pública ejerce hoy la vulgaridad intelectual es acaso el factor de la presente situación más nuevo, menos asimilable a nada del pretérito…”[3]

Se preguntaba de manera incisiva ¿No representa un progreso enorme que las masas tengan ideas, es decir, que sean cultas?  Se responde diciendo que las ideas de estos seres, los hombres-masa, no son “auténticamente ideas”, como tampoco sus posesiones sean culturas. ¿Saben por qué? Porque no puede existir cultura donde no hay principios, “donde no hay acatamiento de ciertas últimas posiciones intelectuales a que referirse en la disputa”, o “donde las polémicas estéticas no reconocen la necesidad de justificar la obra de arte”[4]

Leyendo esta pequeña obra, me recuerda las lecturas de los filósofos de la Grecia antigua.  Platón, como decía defendía el gobierno de los que saben, ojo, no de los que tenían el poder económico o político.  Aristóteles fue uno de los primeros que habló sobre el Derecho Natural, algo que a juzgar por lo que he podido leer de Ortega, el español está en desacuerdo con el concepto.  No significa que el filósofo español sea un esclavista o deshumano.  Para él el hombre-masa, debe disfrutar del bienestar, pero nunca otorgarle el poder que no puede manejar, por esta razón no cree ni defiende el concepto moderno de soberanía, que recae en el pueblo. En palabras del intelectual:

La mayor parte de los hombres no tiene opinión, y es preciso que ésta venga de fuera a presión, como entra el lubricante en las máquinas. Por eso es preciso que el espíritu…tenga poder y lo ejerza, para que la gente que no opina –y es la mayoría- opine.  Sin opiniones la convivencia humana sería el caos; menos aún:  la nada histórica. Sin opiniones la vida de los hombres carecería de arquitectura, de organicidad. Por eso, sin un poder espiritual, sin alguien que mande, y en la medida que ello falte, reina en la humanidad el caos. Y parejamente, todo desplazamiento del poder, todo cambio de imperantes, es a la vez un cambio de opiniones y, consecuentemente, nada menos que un cambio de gravitación histórica. [5]

Ya no tengo espacio para seguir escribiendo. Aquí finalizo este libro desconcertante, crítico, y brillante. Ortega nos deja el sabor de cuestionarnos si ha valido la pena la experiencia democrática de dar poder a las masas.  Un punto para seguir reflexionando. ¿Habrán tenido razón Platón primero y Ortega y Gasset después? Nos vemos en la próxima entrega



[1] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Edición francesa, Psikolibro, PDF, p. 48
[2] Ibidem, p. 50.
[3] Ibidem, p. 57
[4] Ibidem, p. 58
[5] Ibidem, p. 91

Ortega y Gasset. La razón histórica


ENCUENTROS

ORTEGA Y GASSET: La razón histórica´



La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido en que a ella que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntos, tienen de uno u de otro modo que aparecer en ella.

La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia. La vida no es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo….José Ortega y Gasset, La Historia como sistema.



¿Que amo la historia? ¿Que la historia es mi pasión? ¿Que defiendo con bríos la idea de Don Claudio Sánchez Albornoz cuando dijo que todo es historia y nada más que historia? La respuesta es obvia: ¡Claro! Cuando escribía sobre el pensamiento complejo de Edgar Morín, me encantó su posición de que la base del nuevo pensamiento educativo debía ser la historia. Y ahora, leyendo y aprendiendo sobre Ortega y Gasset me encuentro con una reflexión profunda, interesante y sopesada sobre lo que él llama la razón histórica, con la que enfrenta también a los seudo científicos de las mal llamadas ciencias exactas.

Demuestra el filósofo una formación acabada y un nivel cultural impresionante.  Inicia su reflexión planteando que la humanidad ha demostrado con el paso del tiempo que transita por su vida bajo el manto de un sistema de creencias:

“De aquí que el hombre tenga que estar siempre en alguna creencia y que la estructura de su vida dependa primordialmente de las creencias en qué esté y que los cambios más decisivos en la humanidad sean los cambios de creencias, la intensificación o debilitación de las creencias.  El diagnóstico de una existencia humana –de un hombre, de un pueblo, de una época- tiene que comenzar filiando el repertorio de sus convicciones. Son estas el suelo de nuestra vida…Las creencias son lo que verdaderamente constituye el estado del hombre…” [1]

Dicha esta afirmación, señala la existencia de dos mundos.  El mundo del pensamiento y el mundo de la realidad son dos cosmos que se complementan.  Uno depende del otro.  A partir de entonces inicia una reflexión acerca de estos dos planos del universo.  Es interesante cuando Ortega plantea que las creencias humanas pueden ser asimilaciones inertes, que se heredan y muchos humanos viven con ellas porque no tienen más remedio.  Otros, asumen sus creencias con pasión, y se refleja en todo lo que hacemos.  Durante la Edad Media el sistema de creencias obligaba a la adopción inerte de las ideas.  Con el tiempo, un grupo de hombres y pocas mujeres asumieron que las ideas no son estáticas, sino dinámicas y cambiantes.  Un ejemplo de esta revolución en el plano de las ideas y la cultura fue el Renacimiento. Ahí comenzó la era de la razón.  El universo de la ciencia se hace presente y dominante en el mundo occidental:

La fe en la ciencia a que me refiero no era solo…una opinión individual, sino al revés una opinión colectiva, y cuando algo es opinión colectiva o social es una realidad independiente de los individuos, que está fuera de estos como las piedras del paisaje, y con la cual los individuos tienen que contar quieran o no… Nuestra opinión personal podrá ser contraria a la opinión social…Desde la perspectiva de cada vida individual aparece la creencia pública como si fuese una cosa física. La realidad, por decirlo así, tangible de la creencia colectiva no consiste en que yo o tú la aceptemos, sino, al contrario, es ella quien con nuestro beneplácito o sin él, nos impone su realidad y nos obliga a contar con ella….[2]

Finalizado el preámbulo, pasa entonces Gasset a plantear la crisis de la ciencia. ¿Saben por qué? Porque ha dejado de ser fe viva, para convertirse en fe inerte. El científico, el ser humano que asume la verdad científica como algo cambiante, en constante evolución, no puede, no debe, dejarse envolver por la rutina, la adecuación y la conformidad.  No ha fracasado la ciencia per sé, aclara, sino la retórica y la “orla de petulancia, de irracionales y arbitrarios añadidos que suscitó, lo que hace muchos años llamaba yo “el terrorismo de los laboratorios”. ¡Qué bueno otro que piensa así!

Ahí entra entonces el tema de la crisis de la ciencia llamada “exacta”, aquella que se desarrolla en los laboratorios.  A estos defensores de las ciencias de experimentación, Ortega los denomina como los utopistas científicos.  Coloca en esta estirpe a todos los científicos, con la gran excepción de Albert Einstein, a quien denominó como “el fresco viento de la mañana”, pues era diferente a los científicos tradicionales: “Con ademán de joven atleta le vemos avanzar recto a los problemas y, usando del medio más a mano, cogerlos por los cuernos. De lo que parecía defecto y limitación en la ciencia hace él una virtud y una táctica eficaz.”[3]

Se autocritica Ortega diciendo que él pecó del mismo error, pues defendía la llamada razón pura, la razón física, pero al “hacerse urgente su verdad sobre los problemas más humanos, no ha sabido qué decir. Y estos pueblos de occidente han experimentado de súbito la impresión de que perdían pie, que carecían de punto de apoyo y han sentido terror, pánico y les parece que se hunden, que naufragan en el vacío.”[4]

A partir de ese momento, plantea que la ciencia tiene la obligación de aclarar los problemas humanos. Por esta razón es preciso pensarla con categorías y con conceptos totalmente distintos. La ciencia debería estar al servicio de la humanidad. No tiene valor por sí misma. En suma, sigue diciendo Ortega, “el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. O lo que es igual: lo que la naturaleza es, a las cosas, es la historia… al hombre. Una vez más tropezamos con la posible aplicación de conceptos teológicos a la realidad humana…” [5]

A partir de ese momento, inicia su planteamiento de la razón histórica. Todo lo humano tiene relación con la historia. ¿Saben por qué? Porque la historia es un sistema, que no es más que el sistema de las experiencias humanas, que constituyen una larga, única e inexorable cadena.  Afirma que no es posible asumir una determinada posición, sin antes conocer la historia: “Es imposible entender bien lo que es ese hombre “racionalista” europeo, si no sabe bien lo que fue ser cristiano, ni lo que fue ser cristiano sin saber lo que fue ser estoico, y así sucesivamente”[6].

Define la historia como la “ciencia sistemática de la realidad radical que es mi vida.”[7]  Es una ciencia, en el riguroso y completo sentido del término (¿Me entienden los llamados defensores de la ciencia pura y dura?).  Y defiende que la historia ayudará al ser humano a buscar su nueva revelación, algo que necesitamos con urgencia.

La razón histórica es mucho más racional y más rigurosa que la física o la matemática; peor aún, “la física renuncia a entender aquello de que ella habla.”  La razón histórica, por el contrario, no acepta como mero hecho, sino que busca entender cómo se produjo el hecho, analizando sus diferentes aristas.

“No cree aclarar los fenómenos humanos reduciéndolos a un repertorio de instintos y facultades que serían, en efecto, hechos brutos, como el choque y la atracción, sino que muestra lo que el hombre hace con esos instintos y facultades, e inclusive nos declara cómo han venido a ser esos hechos, los instintos y las facultades, que no son, claro está, más que ideas –interpretaciones- que el hombre ha fabricado en una cierta coyuntura de su vivir.”[8]

Feliz de terminar este artículo, pues Ortega me ha dado de nuevo la razón sobre la historia como ciencia, en contraposición a aquellos que afirman que las ciencias físicas y matemáticas son las únicas válidas y peor aún, mal llamadas exactas. ¡Qué falsa ecuación! ¡Qué unidimensionalidad del saber!



[1] José Ortega y Gasset, Historia como sistema, p. 2
[2] Ibidem, p.5
[3] Ibidem, p.7.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem, p.17
[6] Ibidem, p.19.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem, p.22

Ortega y Gasset y la España invertebrada


ENCUENTROS



José Ortega y Gasset . Continuamos con la España invertebrada,



Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben



Tal vez no haya cosa que califique más que certeramente a un pueblo y a cada época de su historia como el estado de las relaciones entre la masa y la minoría directora. La acción  -política, intelectual y educativa- es, según su nombre indica, de tal carácter que el individuo por sí solo, cualquiera que sea el grado de su genialidad, no puede ejercerla eficazmente. La influencia pública o, si se prefiere llamarla así, la influencia social, emana de energías muy diferentes de las que actúan en la influencia privada que cada persona puede ejercer sobre la vecina. Un hombre no es nunca eficaz por sus cualidades individuales, sino por la energía social que la masa ha depositado en él…

Así, un político irradiará tanto de influjo público cuanto sea el entusiasmo y confianza que su partido haya concentrado en él. Un escritor logrará saturar la conciencia colectiva en la medida que el pueblo sienta hacia él devoción…. La razón es clara: cuanto más hondo, sabio y agudo sea un escritor, mayor distancia habrá entre sus ideas y las del vulgo, y más difícil su asimilación por el público [1]

Con esta entrega pasamos a la segunda parte del polémico y emblemático libro del gran Ortega y Gasset: La España invertebrada”. Inicia con una interesantísima reflexión sobre el papel de los intelectuales en la sociedad y la diferencia con los dirigentes políticos. Mientras el político trabaja para adecuar su discurso al pueblo, el intelectual piensa, reflexiona y expone sus ideas sin importarle que podría quedarse solo.

Señala, para referirse a los políticos, que el entusiasmo de las masas no depende del valor de los dirigentes.  Es, asegura, todo lo contrario. Para Ortega el valor social de los hombres directores, como denomina a los políticos, depende sobre todo de la capacidad de entusiasmo que tenga el pueblo llano.  Coincido con este pensamiento del filósofo, pues los pueblos son los únicos verdaderamente capaces de mover gobierno y destruir símbolos únicos. 

Esto así, porque como dice Ortega en el apartado “Imperio de las Masas”, una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de personas selectas.  A pesar de que la dirección esté en manos de unos pocos, son las masas las que imponen, mueven o apoyan a aquellos que ellos quieren que los dirijan, pero muchos analistas y dirigentes padecen de una terrible miopía política:

Esa miopía consiste en creer que los fenómenos sociales, históricos, son los fenómenos políticos, y que las enfermedades de un cuerpo nacional son enfermedades políticas… Y hay en efecto, enfermedades nacionales que son meramente perturbaciones políticas, erupciones o infecciones de la piel social… Cuando lo que está mal en un país es la política, puede decirse que nada está muy mal. Ligero y transitorio el malestar, es seguro que el cuerpo social regulará a sí mismo un día u otro. [2]

Lamentablemente, dice Ortega, en España la situación era inversa.  El daño, dice, no radica en la política, sino en la misma sociedad, en el corazón de todos y cada uno de los españoles.  Esta conclusión tan terrible fue escrita, como ya hemos dicho, en el año 1922; quizás al día de hoy haya cambiado, la democracia se ha afianzado, aunque la monarquía, el modelo obsoleto que atacaba  Ortega, se ha afianzado, a pesar de sus crisis.

Guardando las distancias, pero a veces tengo la tentación de pensar como Ortega y concluir que en nuestro país, el pueblo padece de una aguda enfermedad: la del oportunismo individualista que es agudizada con las medicinas adormecedoras de los detentores de los poderes públicos.  A pesar de la corrupción vigente, del irrespeto a la ley, del caos cotidiano, el pueblo sigue tranquilo, sin señales de buscar una solución colectiva a sus males.

Volvamos a Ortega. El peor error, dice, es que la miopía le hace creer a los españoles que los fenómenos sociales, históricos son políticos. Lo político, afirma, es lo superficial de lo social.  Asegura que cuando lo que está mal en un país es lo político, no pasa nada, es una enfermedad temporal.  No ocurre así si el problema estuviera en la sociedad el daño es muy severo.  Y era lo que para la época sucedía en España, según el intelectual.

Combate la posición de los intelectuales que afirman que la situación de España es resultado del fenómeno histórico propio: la inexistencia de un feudalismo como el que se desarrolló en el resto del centro europeo.  Ortega combate la posición diciendo que esa afirmación es incorrecta. Tres elementos sostienen su posición. Afirma que España tiene elementos comunes al desarrollo histórico de Italia, Inglaterra y Francia: el sedimento civilizatoria romano idéntico, la raza relativamente autóctona y la inmigración germánica. Reconoce, sin embargo, una diferencia: en Francia la influencia de los galos tuvo una impronta diferente a los ibéricos en España. A pesar de esta realidad, afirma que las naciones europeas tienen una anatomía y una fisiología diferente a la de los pueblos orientales. 

El tema no es el cargar una cadena histórica pesada, sino la incapacidad que ha tenido España de resucitar de su inercia, porque le ha faltado voluntad libre y soberana para terminar sus males.  Aboga  por cambios. Cree que las nuevas generaciones tienen una gran responsabilidad de transformar su herencia.  La única forma, dice, de que España se recupere es trabajando arduamente por recuperar el verdadero sentido del alma española:

Si España quiere resucitar es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de todas las perfecciones. La gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas. Por lo mismo, de hoy en adelante, un imperativo debiera gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de la selección.  Porque no existe otro medio de purificación y mejoramiento étnicos que ese eterno instrumento de una voluntad operando selectivamente.  Usando de ella como un cincel, hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español.[3]











[1] José Ortega y Gasset, España invertebrada, hermanotemblon.com/.../Ortega%20y%20Gasset,%20Jose/Ortega%20y%20Gasset,%2, p.54


[2] Ibidem, p. 56
[3] Ibidem, p. 85.

Ortega y Gasset y el significado de masas


ENCUENTROS

ORTEGA Y GASSET: LA REBELIÓN DE LAS MASAS. El significado de “masa”



Definimos el lenguaje como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos. Pero una definición, si es verídica, es irónica, implica tácitas reservas. Y cuando no se interpreta así, produce funestos resultados… Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.

No; lo más peligroso de aquella definición es la añadidura optimista con que solemos escucharla. Porque ella misma no nos asegura que mediante el lenguaje podamos manifestar con suficiente adecuación todos nuestros pensamientos… José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Prólogo para los franceses.



Este libro, como bien dice Ortega en el prólogo que escribió para la edición francesa, comenzó a publicarse en un diario madrileño en 1926.  Como la España Invertebrada, fue escrito al calor de la actividad política de una nación que se debatía entre la monarquía o la república.

En la primera parte del libro, cuenta con un apartado  titulado “El hecho de las aglomeraciones”.   Ortega destaca que en la Europa de los años 20 había ocurrido un nuevo fenómeno social: la presencia de las masas. En sus palabras:

“¿Qué es lo que vemos, y al verlo nos sorprende tanto? Vemos la muchedumbre como tal, posesionada de los locales y utensilios creados por la civilización. Apenas reflexionamos un poco nos sorprendemos de nuestra sorpresa… La muchedumbre, de pronto se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, sí existía inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: solo hay coro. ”[1]

La muchedumbre, dice, cuando se hace visible, se convierte en una categoría social.  A su juicio la sociedad es una unidad interesante que combina la mayoría y la minoría.  Esta última está integrada por individuos que están bien cualificados o poseen poder económico.  La mayoría, la masa o muchedumbre, constituye un conjunto de personas no especialmente cualificadas. En definitiva, masa es todo aquel que no se valora a sí mismo, que se siente como todo el mundo y no se angustia por eso. Interesante es que Ortega establece una diferencia entre masas y minorías y las clases sociales, pues en cada clase social, sigue explicando, existen masas y minorías. Para Ortega la masa es silente, no tiene voz, arrolla todo lo que es diferente e individual.

En el segundo apartado de esta primera parte, “La subida del nivel histórico”, el autor dice con cierto desdén que el mundo de su época vive bajo “el brutal imperio de las masas”. ¿Qué significa esto? Que las masas han pasado del olvido al advenimiento, a la superficie de la historia. ¿Será que Ortega favorece a las minorías letradas? O como él mismo dice, ¿Le provocan un poco de abominación y de repugnancia? Se responde diciendo:

“A mí, de quien es notorio que sustento una interpretación de la historia radicalmente aristocrática. Es radical, porque yo no he dicho nunca que la sociedad humana deba ser aristocrática, sino mucho más que eso. He dicho, y sigo creyendo, cada día con más enérgica convicción, que la sociedad humana es aristocrática siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en la medida en que sea aristocrática en la medida en que se desaristocratice. Bien entendido que hablo de la sociedad y no del Estado…No; a quien sienta la misión profunda de las aristocracias, el espectáculo de la masa le incita y enardece como al escultor la presencia del mármol virgen. La aristocracia social no se parece en nada a ese grupo reducidísimo que pretende asumir para sí íntegro, el nombre de sociedad, que se llama a sí mismo “la sociedad” y que vive simplemente de invitarse o de no invitarse.” [2]´

Lo cierto es que Ortega lo que defiende el derecho a la disidencia, a pensar distinto, a tener cabeza propia, a ser UN INVIDIVIDUO en medio de la muchedumbre.  Enfrenta la mimetización que imponen las muchedumbres.  La mayoría no necesariamente es poseedora de la razón.  Ahí está la esencia de su pensamiento:

“Rechazo, pues, igualmente, toda interpretación de nuestro tiempo que descubra la significación positiva oculta bajo el actual imperio de las masas y las que lo aceptan beatamente, sin estremecerse de espanto. Todo destino es dramático y trágico en su profunda dimensión. Quien no haya sentido en la mano palpitar el peligro del tiempo, no ha llegado a la entraña del destino, no ha hecho más que acariciar su mórbida mejilla. En el nuestro, el ingrediente terrible lo pone la arrolladora y violenta sublevación moral de las masas, imponente, indominable y equívoca como todo destino. ¿A dónde nos lleva? ¿Es un mal absoluto o un bien posible? Ahí está, colosal, instalada sobre nuestro tiempo como un gigante, cósmico signo de interrogación, el cual tiene siempre una forma equívoca, con algo, en efecto, de guillotina o de horca, pero también con algo que quisiera ser un arco triunfal.”[3]

Ortega sostiene que las masas gozan de los placeres inventados por las minorías. En el siglo XVIII se descubrió que todos los individuos son seres humanos, por el simple hecho de nacer.  Por este hecho venía con los llamados derechos naturales.  En el siglo XIX al ver que las masas no hacían uso de ese privilegio que otorgan los derechos, pues seguían sintiéndose como miembros del “Antiguo Régimen”. Nació la noción de pueblo soberano.  Las masas sabían que eran las poseedoras de la soberanía, pero no lo creían.  En el siglo XX, ese ideal que viene desde el siglo XVIII se hizo realidad:  La soberanía de individuo no cualificado, del individuo humano genérico”. Se nos agotó el espacio.  Sobre ese tema seguiremos en la próxima entrega.



[1] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Edición francesa, Psikolibro, PDF, p. 34
[2] Ibidem, p.29.
[3] Ibidem, p. 30