ENCUENTROS
¡Uy! Qué miedo! Me salvé!
Por Mu-Kien Adriana Sang
Dedicado con cariño a mi profesor Milton Ray Guevara y a mi amiga Leyda
Piña.
A los hermanos Sang Ben, que hemos amado esta tierra, nuestra patria y
nuestro nicho.
No soy de aquí, ni soy
de allá
no tengo edad, ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad Me gusta el sol, Alicia y las palomas el buen cigarro y la guitarra española saltar paredes y abrir las ventanas y cuando llora un mujer Me gusta el vino tanto como las flores y los conejos y los viejos pastores el pan casero y la voz de Dolores y el mar mojándome los pies No soy de aquí, ni soy de allá no tengo edad, ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad Me gusta estar tirado siempre en la arena o en bicicleta perseguir a Manuela o todo el tiempo para ver las estrellas con la María en el trigal No soy de aquí, ni soy de allá no tengo edad, ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad No soy de aquí, ni soy de allá no tengo edad, ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad Después de andar las maravillas del mundo no hay nada como regresar a la patria y compartir la libertad que mi gente tan cara tuvo que pagar... Facundo Cabral
La polémica sentencia del
Tribunal Constitucional promulgada hace unos días, ha provocado encendidas
reacciones; más en contra que a favor.
Mi esposo Rafael, llegó un día a la casa diciéndome: "Mu-Kien,
vas a tener que resolver algo, ahora tú y tus hermanos son todos ilegales.
¡Eres una ilegal! ¡Mi esposa es ahora ilegal!" Me sonreí.
No me había sentido aludida con el contenido de la famosa sentencia
168/13 del 25 de septiembre de 2013.
La broma de mi marido me puso a
pensar y a buscar. Llamé de inmediato a mis hermanos para averiguar. Mu Yien,
la abogada de la familia, fue la responsable de hacer las indagaciones. Papá
llegó en 1936 con el propósito de ir a Cuba o a Estados Unidos.
Circunstancias diversas le hicieron repensar su destino, decidiendo entonces
echar raíces aquí en esta media isla de El Caribe. Casó con mi madre en 1947. En ese momento
ya tenía sus credenciales que le acreditaban como residente legal de la
República Dominicana. Su tierra lo llamaba para reintentar reinventarse.
Partió de nuevo a Cantón, China, con mi madre. Allí nació mi hermano mayor,
Peng Kian Miguel; quien en 1966, siendo mayor de edad, se naturalizó
dominicano. Mi padre lo había hecho unos años antes. Ya era un ciudadano
dominicano de origen chino con todas las prerrogativas. Mi madre, Ana Ben
Rodríguez de Sang, era una hermosa domínico-china, hija de una mulata, Andrea
Rodríguez, y un chino, Ventura Ben.
Uff! ¡Qué alivio! Al averiguar
la historia familiar me tranquilicé. Me dije: "El Tribunal
Constitucional" no podrá quitarnos, a mí ni mis ocho hermanos, nuestra
nacionalidad, porque mi padre, si bien vino como ilegal, regularizó su
situación. Y por el lado de nuestra madre, tenemos también sangre dominicana.
¡Gracias Abuela Andrea por tus raíces mulatas, mezcla de no sé cuantas
razas!." Llamé a Rafael y le
dije: "Toli, soy dominicana y legal. Así es que nuestro matrimonio es
válido."
Ironías al margen, quiero hacer
algunas reflexiones. Mi hermana Mu
Yien tuvo un desagradable incidente en la oficina de pasaportes pues le exigían
naturalización para expedirle el nuevo documento. Lo mismo ocurrió, en la
misma oficina, con Lina Arzeno Douce viuda Latorre, la viuda de Eduardo
Latorre, ex-Canciller de la República. Sobre estos dramáticos hechos escribí
hace unos años en esta misma columna.
No voy a exponer argumentos
jurídicos, no es mi especialidad. Y sobre este tema ya los expertos han externado sus opiniones. Mis reflexiones son hechas por una
orgullosa hija de migrante chino. Un adolescente valiente que cruzó por los
mares en búsqueda de mejor vida. Sembró nueve semillas que han forjado
árboles y que han dado sus frutos.
Como historiadora puedo
afirmar, con propiedad y base, que el país se ha construido gracias a la
migración. Los habitantes originales de esta isla, el este y el oeste, ya no
están. Los taínos fueron exterminados en el siglo XVII, producto de la sobre
explotación a la que fueron sometidos durante la economía del oro y del
azúcar. Mientras se exterminaban los
indígenas, trajeron encadenados a los negros del África para que trabajaran
en los ingenios, sometidos a crueles vejámenes.
En el siglo XIX fueron los
capitales cubanos los que desarrollaron la industria azucarera que trajo el
milagro de la modernidad capitalista. Después llegaron los franceses,
italianos, ingleses y holandeses a invertir en el país en importantes Casas
Comerciales, dedicadas a la exportación e importación de mercancías, trayendo
como consecuencia el renacer comercial. El azúcar, que había tenido su boom
en el siglo XIX, se convirtió en el principal producto de exportación,
desplazando al café y al cacao y sobre todo al tabaco. En el siglo XX la
industria azucarera se expandió. Se necesitaba mano de obra, y llegaron los
cocolos. Y de la cultura cocola tenemos las chorchas, los apellidos exóticos
como Smith, James, Ray, solo para citar algunos. Este país, como el resto del mundo, se ha
construido con seres que llegan y parten de todas partes hacia cualquier
parte.
Creo que entiendo el espíritu
de la sentencia del TC, pero no su forma ni contenido. El haber puesto la
auditoría desde el año 1929 va a generar una serie de innecesarias tensiones
y conflictos. Más aún, si defendemos el Estado de Derecho, quiero que el peso de la ley
caiga sobre TODOS, TODOS, TODOS. Es decir, los chinos, los libaneses, los
judíos, los argentinos, los americanos, los españoles, los franceses, los venezolanos,
los italianos, los holandeses, los alemanes, los cubanos, los japoneses, y,
por supuesto, los haitianos. Peor
todavía, se pretende hacer una auditoría en un país donde los documentos
brillan por su ausencia, en el cual no ha habido conciencia alguna sobre la
necesidad de preservar la memoria histórica, salvo, claro está, de los ocho años de Roberto Cassá en el
Archivo General de la Nación. ¿Con qué instrumentos se va a hacer la famosa
auditoría? ¿Por la sonoridad o no de los apellidos?
Estoy de acuerdo de que somos
un país soberano y que debemos regularizar la migración. Pero no puede
producirse, como está ocurriendo ahora, una cacería de brujas. Siento que en vez de avanzar, nos hemos
retrotraído a la Edad Media y a la Inquisición. ¡Pobre de aquellos ciudadanos
con apellidos extraños, como el mío! Por demás pregunto y me pregunto: Díganme
¿Cuál es el apellido dominicano? ¿Existe? Pongamos el cascabel al gato. Esta
sentencia, así como el diferendo de los jueces de la Junta Central Electoral,
tiene nombre y apellido: la migración haitiana, que representa el mayor
porcentaje de migrantes y sobrepasa el
10% de la población que reside en el país.
Entonces, si esta es la razón, tomemos el toro por los cuernos y
hagamos frente a la situación de forma valiente y decidida. El tema migratorio
es un asunto de Estado, y debe ir más allá de una sentencia. El Estado
Dominicano, no ha sido capaz de resolver el problema, quizás porque
demasiados intereses económicos, políticos y sociales confluyen en el
problema.
No sé lo que hará el Tribunal
Constitucional con esta avalancha de críticas. Así como apoyé y apoyaré su
creación, y he aplaudido muchas de sus sentencias, no puedo, lo siento mucho,
respaldar una sentencia ambigua en mucho de sus planteamientos. Necesito que me convenzan, con muchos, muchos
argumentos. Mientras, estoy tranquila de que no tendré que vivir en China,
porque no se hablar chino y culturalmente soy dominicana de pura cepa.
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martes, 15 de octubre de 2013
Me salvé de la sentencia del Tribunal Constitucional
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