TEMAS SOBRE
HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
Pensamiento caribeño en el siglo XIX. El Montero o la sociedad dominicana vista por los ojos de Bono
Por: Mu-Kien
Adriana Sang
@MuKienAdriana
Era una tarde apacible de otoño, el sol se
escondía por detrás de la elevada cima del Helechal; la brisa del mar que todo
el día había jugado mansamente en su vasta planería, acababa de ceder su lugar
al terral; el océano en su continua lucha exhalaba su poética e interminable
queja al estrellarse entre las rocas, y las tórtolas y pelícanos se agrupaban
en sus dormitorios favoritos. Esta hora tan melancólica, intermedio de la luz y
las tinieblas, es uno de los cuadros en que la naturaleza presenta más tintes
que observar y grandezas que admirar… Bonó, El Montero (fragmento)
Esta novela,
publicada en París en 1856 y escrita por Pedro Francisco Bonó, es un retrato
poético de la vida dura vida rural dominicana, y de la presencia arrolladora
del caudillo, aquel líder campesino que se sentía dueño y señor de las comarcas. Esta obra constituye un verdadero tratado sobre las costumbres existentes en el campo dominicano. Describe y descubre
las añoranzas, las luchas y las pasiones de los habitantes, sometidos a la
voluntad de los caudillos; y cómo esta relación de poder incidió en el
imaginario colectivo de esta América nuestra.
Las hermosas
descripciones que aparecen sobre la majestuosidad de nuestros campos, todavía
vírgenes de la depredación de la civilización,
son verdaderamente impactantes:
El terreno de todos estos sitios,
salvo los ya dichos cenagales, está sembrado de esa robusta, rica y variada
vegetación de Santo Domingo. Bosques de limoneros, majagua y uveros cubren el
litoral con una entrada de doce leguas al interior, y sirven de guardia a una
infinidad de puercos montaraces, cuya caza es la ocupación de todos los
habitantes que pueblan ese espacio, y el producto e las carnes la única renta
que poseen…. (p. 6)
Pero ese entorno
es sólo un escenario para colocar al protagonista, El montero. Un hombre tosco,
de rostro tosco maltratado por el sol, de cuerpo corpulento y velludo, sucio,
tanto que le "daba aire de un escapado de la cárcel, un conjunto feo, pero
que denotaba fuerza y salud". El
primer diálogo que aparece denota el temor que produce su sola presencia. Una sola pregunta, lo indujo a acrecentar su
mal humor:
Juan, ¿todavía no llega Manuel? ¿No lo
alcanzas a ver?... Estas palabras parece pusieron de mal humor al que estaba
sentado en la puerta…frunció el ceño y murmuró: -Cuidado que la vieja se por
ese mequetrefe, no parece solo que ya es…
el siloquio fue interrumpido otra vez por la misma voz…-Parece, Juan, que
olvidas los peligros de tu profesión, cuando supones la caza de los jabalíes
sin peligros, cualquiera al oírte supondría que no has hecho conocimiento con
tus colmillos.- Como dice usted, señora Teresa, que yo no conozco sus navajas.
¡Válgame la Virgen! si no sé cómo estoy vivo… (p. 7)
La tarea de los
monteros era dura. Cazar jabalíes era arriesgar sus vidas. Muchos podían salir
mal heridos de la faena. Pero, a veces,
salían a cazar y regresaban con las manos vacías: "Los jabalíes han huido del monte, que ya los monteros van por
ellos y vuelven vacíos." (p.8)
La vida rural era
dura, más que dura. La pobreza en que vivía la población, se veía reflejada en
cada una de sus palabras. El Montero sólo tenía su fuerza y su voluntad. Vivía
con su familia en la pobreza más extrema:
Componíase el ajuar de ésta: de cuatro
o cinco rollos de seiba que servían de sillas en competencia con una barbacoa,
mueble formado por cuatro estacas clavadas en el suelo, soportando dos cortos
palos atravesados, sobre los que descansaban cinco tablas de palma barnizadas
por el continuo frote de los cuerpos. En un rincón cuatro calabazas llenas de
agua, encima de las cuales descollaba una pirámide de jícaras…y que colgadas
por los extremos a las espinas de dos trozos de limonero colocados en cruz,
denotaban el aseo del ama de casa. Esta
es una de las particularidades en que la mujer del montero pone más conato y lo
que da la medida del buen orden de un bohío. En las soleras estaban fijas
varias quijadas de jabalíes en cuyos retorcidos colmillos descansaban macuto,
cinchas y jáquimas; en fin, dos bateas y una mesa coja, pero muy limpia,
completaban el resto de los muebles…. p.11
El bohío no tiene más que un seto interior que divide el
aposento de la sala. En esta última se come y se hacen todos los oficios caseros concluyendo de noche de dormitorio
para los peones del patrón… p.13
Cualquiera que sea curioso…creerá que
no hay ninguno de los objetos necesarios al uso casero de una familia, pero se
equivocaría…, pues con solo que levantar la colcha que cubre la cama principal
se encontraría con gran cantidad de
objetos…: platos tazas, jarros, cucharas, ollas, todo está escondido debajo de
la cama, aguardando la ocasión de una visita importante… para ver la luz del
día.
Después de la
descripción comienza la trama que no es complicada, sino que desnuda las
relaciones entre las familias de los monteros. Aparece el amor, el temor al
padre autoritario, la sumisión de la mujer, el temor de la hija de enamorarse
del hombre incorrecto porque su padre no lo acepta. Todas estas relaciones humanas se desarrollan
en esa campo virgen, exuberante e intensamente verde que era el nuestro.
El valor de esta
novela, más que literario o novelístico, es el retrato que nos ofrece sobre la
dura vida de los campesino. Escrito en
un lenguaje sencillo, a veces poético, Bonó logra captar la atención del lector
no tanto porque la novela cuenta con una trama envolvente, sino por su
capacidad descriptiva. Con palabras, el campo dominicano va tomando forma y
color a través del verbo prolífero del pensador cibaeño. Pero además, su capacidad de análisis lo
llevaron a legarnos la historia, la vida de una serie de personajes nacidos del
campo dominicano. Vimos sus proezas y
hazañas para sobrevivir a la dura tarea de cazar jabalíes. Sentimos las
angustias de las mujeres de desarrollar complicados oficios en espacios tan
pequeños que sólo sus ilusiones formar una familia la mantenían atada a esa
cosa levantada que ellos llamaban vivienda.
Y, a través de
sus páginas, recordamos el valor que en la cultura campesina se le otorga al
Padrino y al jefe de familia. Revivimos la sumisión femenina como una dolorosa
verdad a la que fueron sometida las mujeres dominicanas del siglo XIX. En
fin, nos enfrentamos a la gente que con
su sudor y sacrificio construyeron esta sociedad que tenemos hoy.
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