Opinión Pensamiento caribeño en el siglo XIX.
Martí: Diputado
05/07/2013 12:00 AM - Mu-Kien Adriana Sang
Hombre encargado por el pueblo para que estudie su situación, para que
examine sus males, para que los remedie en cuanto pueda, para que esté siempre
imaginando la manera de remediarlos. La silla curul es la misión: no es la
recompensa de un talento inútil, no es el premio de una elocuencia incipiente,
no es la satisfacción de una soberbia prematura. Se viene a ella por el mérito
propio, por el esfuerzo constante, por el valer real; por lo que se ha hecho
antes, no por lo que se promete hacer. Los privilegios mueren en todas partes,
y mueren para alcanzar una diputación. No es que las curules se deban de
derecho a los inteligentes: es que el pueblo las da a quien se ocupa de él y le
hace bien. De abajo a arriba: no de arriba a abajo. El ingenio no merece nada
por serlo; merece por lo que produce y por lo que se aplica. Debemos el ingenio
a la naturaleza: no es un mérito, es una circunstancia de azar: el orgullo es
necio, porque nuestro mérito no es propio. Nada hicimos para lograrlo: lo
logramos porque así encarnó en nosotros. ¿Es la inteligencia adquirida
casualmente, título para la admiración y el señorío? Diputado es el que merece
serlo por obra posterior y concienzuda; no el que por méritos del azar se mira
inteligente y se ve dueño.El talento no es más que la obligación de aplicarlo.
Antes es vil que meritorio el que lo deja vagar, porque tuvo en sí mismo el
instrumento del bien, y pasó por la vida sin utilizarlo ni educarlo. El talento
es respetable cuando es productivo: no debe ser nunca esperanza única de los
que aspiran a altos puestos. Diputado es imagen del pueblo: óbrese para él,
estúdiese, propáguese, remédiese, muéstrese afecto vivo, sea el afecto verdad.
El talento no es una reminiscencia del feudalismo: tiene el deber de hacer
práctica la libertad. No se arrastra para alzarse: vive siempre alto, para que
nada pueda contra él. Se enseña y se trabaja: luego se pide el premio. Se
habla, se propaga, se remedia, se escribe; luego se pide la comisión a los
comitentes a quienes se hizo el beneficio. El beneficio no es aquí más que el
deber: todavía se llama al deber bien que se hace. La diputación no se incuba
en el pensamiento ambicioso: se produce por el asentimiento general. Todos
creen útil a uno: uno es nombrado por todos: nombrado realmente por el bien
hecho, por la confianza inspirada, por la doctrina propagada, por la esperanza
en lo que hará. El hombre útil tiene más derecho a la diputación que el hombre
inteligente. El inteligente puede ser azote: el útil hace siempre bien. Se cree
que es el talento mérito nuestro, y que él da derecho de esperarlo todo: él
impone la obligación de aprovecharlo: cuando se busca la comisión ajena, ajeno
ha de haber sido el provecho. La inteligencia no es la facultad de imponerse;
es el deber de ser útil a los demás. José Martí, “Diputado”. (I).
Uno de los textos más hermosos y bien escritos de Martí es
Diputado, quizás me tocó porque en 1875 ¡siglo XIX! escribía con tanta agudeza
las aspiraciones de lo que debía ser y hacer un representante del pueblo. Una
aspiración que todavía no se materializa. Una lectura que duele porque después
de tantos años, la gran mayoría de los hombres y mujeres que ostentan el cargo,
solo se representan a sí mismos. En las democracias actuales, y específicamente
en los regímenes republicanos, el poder político y la autoridad pública están
distribuidos en tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. La
concepción tripartita del poder está sustentada en la teoría del Barón de
Montesquieu, quien en la época revolucionaria de la Inglaterra del siglo XVIII,
añadió el Poder Judicial a los planteamientos de John Locke. Según la teoría
política, estos tres poderes tienen sus propias atribuciones, y se supone que
ninguno de ellos tiene facultad sobre el otro. Al Poder Legislativo le corresponde
formular y establecer el orden jurídico general, y, sobre todo, vigilar la
gestión de los ostentadores de los poderes públicos, desde el Presidente de la
República hasta el más humilde de los funcionarios del aparato estatal.En los
regímenes republicanos de corte presidencialistas, la función de contrapeso del
Congreso es mucho más importante, constituyéndose en una piedra angular en el
equilibrio del poder, y en un órgano que tiene la facultad de control
político-Administrativo. Y tiene tanta importancia el Congreso en el
presidencialismo, porque en este tipo de sistema, el jefe de gobierno es al
mismo tiempo el jefe del Estado; así pues, ostenta las dos calidades, y
consecuentemente reúne los poderes políticos y administrativos.En el caso
dominicano, sin embargo, el Congreso no ha jugado el papel esperado. No ha
sido, no ha podido o no ha querido ser el contrapeso necesario del modelo
político presidencialista. La omnipresencia del Presidente ha convertido al
Congreso de la República en un organismo casi adherido al Ejecutivo de turno,
más que en un contrapeso para el equilibrio del poder.La función principal de
este representante del pueblo es discutir y aprobar las leyes que reglamentan
la conducta de una sociedad. La Cámara Baja como se conoce a la Cámara de
Diputados en los países bicamerales, tiene la responsabilidad de representar al
pueblo que los eligió por el voto libre y secreto de los ciudadanos.Se supone
que los integrantes de la Cámara de Diputados fueron escogidos por el pueblo,
para que los represente frente al gobierno. Cada provincia tiene sus
representantes, y espera que defienda los intereses de su provincia y región.
Como bien planteaba Martí, la figura del diputado es vital para la salud de la
democracia, ya que son, o deberían ser, los representantes de la comunidad,
que, como dijimos, fueron electos por el voto mayoritario de la ciudadanía.
Este texto de Martí es tan rico y valioso que las palabras sobran. Solo quiero,
espero, anhelo y sueño que sea leído con el corazón por nuestros representantes
en el Congreso.---------------------------------------------
(I) Revista Universal, México, 9 de julio de 1875. Obras
completas, Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos y Casa de las
Américas, La Habana, 1983, t. II, p. 116-117. - See more at:
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