ENCUENTROS
HOMENAJE
Por: Mu-Kien
Adriana Sang
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En este día Internacional de la Mujer no quiero hablar de
nosotras, las mujeres profesionales que han sabido ganarse el espacio a base de
esfuerzos y de confianza en sí mismas.
Quiero hablar de la mujer que resistió en silencio, pero
firmemente, los embates de una sociedad que las excluía y descalificaba. Y pienso en mujeres como mamá, que fueron
educadas para ser esposas, progenitoras y amas de casas. En aquellas en las que
el bordado de las camisas y los pañuelos de sus esposos, era más importante que
pensar y ser. En ellas, las que debían ocultar sus sentimientos, por eso
lloraban en silencio, y quienes, sin palabras, tejían sus propias resistencias,
Mis palabras de homenaje van dirigidas a las mujeres de ayer que
bordaron sus sueños, sus ilusiones y esperanzas con puntadas de colores, en un
rincón de sus casas.
Mi homenaje de este 8 de marzo está dirigido a las mujeres-víctimas de una sociedad
profundamente machista, en la que la mujer era vista como mero objeto utilizado
de acuerdo a la voluntad de los hombres.
Estas palabras de profundo agradecimiento, se escriben pensando en
esas valiosas mujeres, quienes a pesar del peso social que las aplastaba y
aniquilaba, lograron construir sus vidas, y educarnos, a nosotras las mujeres
que estuvimos bajo su regazo, con valentía y decisión, para que no
transitáramos sobre sus huellas, sino que iniciáramos caminos diferentes,
decididos por nosotras y no impuestos por la sociedad y por los hombres.
A estas mujeres, como mi madre, doy gracias al cielo, por habernos
regalado sus alas. Ellas han sido, son y
serán siempre ejemplos maravillosos de resistencia. Sin buscar resquebrajar
abruptamente las normas, comenzaron, con pequeñas acciones, insignificantes e
imperceptibles a veces, a minar de forma contundente las bases de la
sociedad.
Gracias a sus desvelos, sacrificios y sus sueños inconclusos,
nosotras, la generación que nació en el corazón mismo del siglo XX, pudo elegir, pudimos elegir, pudimos
volar, crecer, hablar y ser escuchadas. Para
nosotras fue más fácil. Ustedes tuvieron que romper demasiados moldes de acero
blindado. Tuvieron que desgarrarse las vestiduras para gritar que en esos cuerpos
de mujeres había almas con inquietudes,
anhelos y esperanzas.
Hoy en la mediana edad, acariciando el final de mis gloriosos
cincuenta otoños, miro con orgullo la valentía de estas mujeres transgresoras
de la norma y las buenas costumbres. A
ellas mi respeto eterno y mi admiración sincera,
Como hija-mujer agradecida, doy gracias a mamá, por tu paciencia, tu silencio, tu fortaleza y
decisión de que tus 5 hijas fueran mujeres económica, emocional y
profesionalmente autosuficientes. Por enseñarnos con ejemplo lo que significa
el amor compartido con un compañero en igualdad de condiciones.
Van estas palabras a muchas mujeres que me han inspirado a lo
largo de mis días: Dedè Mirabal, la mariposa que alzó su vuelo hacia la
eternidad; Mary de Marranzini, la mujer que supo convertir la tragedia en canto
de alivio a otras vidas; Milagros Ortiz Bosch, Gladys Gutiérrez, Ivelisse Prats
de Pérez y Josefina Padilla, ellas que se atrevieron a levantar sus puños y sus
voces en las predios exclusivos de los hombres.
Pero también este homenaje es para la mujer sin nombre, la
callada, la maltratada, la excluida, la que luchó hasta el último de sus
alientos por romper el círculo vicioso de la exclusión. Esas mujeres de rostros comunes, maltratados
por el sol, el sudor y el hambre, ellas que por su condición de marginalidad y
pobreza, el peso de la sociedad era casi insostenible, que sobrevivieron,
lucharon y, muchas, a pesar del empeño de la sociedad por enterrarlas, lograron
sobresalir. A esas mujeres ejemplos de lucha, tenacidad y voluntad, van también
estas palabras de reconocimiento.
Este homenaje es profundo y simple. Sin vítores ni alabanzas hipócritas, ni
estridencias ni falsos actos de puro formalismo. Es tan simple como la vida misma. Es un
homenaje de una mujer que se siente pequeña ante la grandeza de ustedes. Una
mujer que vivirá tan agradecida de la herencia recibida de ustedes, que no le
alcanzarán ni las palabras ni los días para demostrárselo.
Gracias mamá, gracias Dedé, Milagros, Ivelisse, Gladys, Josefina,
Mary y todas aquellas que no conozco sus nombres, pero sí sus rostros, por
trillar el sendero para que mi generación pudiera avanzar a mejor paso la larga
marcha. Porque sí, pues a pesar de que
han transcurrido tres lustros del siglo XXI, todavía prevalecen privilegios y
exclusiones. Peor aún, siguen existiendo
mujeres (¿mujeres?) que venden su cuerpo y su alma a cambio de cosas, de
simples cosas, de terribles cosas.
Quiero que las generaciones que me siguen a mí, así como nosotros
lo hicimos con ustedes, logren llegar todavía más lejos. El infinito será nuestro límite. Que así sea.
mu-kiensang@homail.com
mu-kiensang@pucmm.edu.do
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