TEMAS
SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
Opinión
El Caribe y su poesía: Los tambores de Jorge Artel
Añoranza de la tierra nativa
A Juan Roca Lemus
Lecturas dominicales El Tiempo,8 de Noviembre de 1931
Mi tierra
Es una tierra húmeda de mar
Donde el cielo posee la desnudez del agua
Limpia y azul
Como una ilusión casta.
Antes de que amanezca, los marinos
Despetalan la rosa virgínea
De sus cantos
Y se despierta la aurora soñolienta.
(Afirma el pescador de sábalos
Que hacen brotar el sol
De sus bocas curtidas...)
Las níveas atarrayas cuelgan
De los cascos
A los barcos ancianos,
Tullidos de viajar
Junto a los arsenales
Más tristes que un adiós
Sobre un monstruo de hierro
A la ciudad retornan
Los hombres de los muelles
Manchados de oro negro
Arden en la hoguera impúber de la mañana
Los mástiles
Y las proas cansadas
A donde yacen dormidas las distancias
Las playas -negras hembras
Desnudas, tendidas al sol-
Impregnadas de yodos balsámicos
Brindan al aire
Su risa rosada
De caracoles
Todos los días se curva
Algún navío
En las rutas lontanas del azul
Y en el puerto hay pañuelos
Como palomas blancas. Jorge Artel
El Caribe es tan amplio como diverso. Un
mar que arropa con sus aguas a islas grandes, medianas, pequeñas y diminutas;
cuyas olas también envuelven y conectan a la tierra continental. Así, ese
apelativo geográfico llamado Caribe, es música, es agua, es tierra, es canción,
es cultura.
Quise conocer un poco la producción de los
caribeños del continente. En mi búsqueda localicé el hermoso libro “Tambores en
la noche” del poeta colombiano-caribeñista-negroide, Jorge Artel. Esta reedición
fue auspiciada por el Ministerio de Cultura de Colombia con motivo de la
conmemoración del bicentenario de las independencias en mayo 2010.
¿Quién fue este Poeta, crítico, abogado,
periodista y novelista nacido al inicio del siglo XX? Jorge Artel, llamado el
Poeta Negro de Colombia, es considerado, según la crítica, como uno de los más
combativos y defensores de la negritud, como expresión cultural de las minorías
relegadas de su Colombia, y más específicamente, de su Cartagena natal, y de su
barrio de Getsemaní. Artel nació en 1909 y murió en 1994. Tuvo una larga y
productiva vida.
Para escribir su poesía, como el buen poeta que
era, buscó la inspiración en las calles de su barrio, de su ciudad y de otras
ciudades del mundo. Errante y bohemio en su tierna juventud, dejó tras de sí
poemas cortos y poemas largos de amor, desamor, crítica y pasión.
ELEGÍA A MIS VEINTE AÑOS
Publicado en La Patria, Cartagena, sábado 26 de abril de 1930
¡Oh, veinte años míos
que os marcháis tan pronto
y, por siempre idos,
emprendéis la fuga dejándome solo,
mientras yo muy triste
lloro en el silencio de la negra playa
de mis desencantos
todos los ensueños que tejió mi infancia
aquellos ensueños llenos de esperanzas y como las velas lejanas, blancos...!
¡Quien me hubiera dicho que así, tan
fugaces,
en una abrileña
en una muy rara
muy bella mañana
después de creeros tanto tiempo míos
como golondrinas batiríais las alas...
¡Siempre enamorado tenaz de mi vida
cuánto era mi orgullo de tener veinte
años...!
¡Cómo me encantaba sentirme viajero
con mis veinte alforjas llenas de alegría
sobre ignotos mares que surqué cantando...!
Pero ya lo veis, hay que conformarse:
no ser un muchacho, un atolondrado,
un mal estudiante...
¿Por qué veinte años, os habéis huido, dejándome apenas un sabor amargo
en las hondas huellas de mi doloroso
y furtivo llanto...?
¡Lloro mis quimeras y mis rebeldías;
mis atormentados amores de antaño;
como los golfillos en la noche negra
lloran sin amparo...!
No os vayáis tan pronto:
sin mis veinte años yo me siento solo...
Da miedo la vida
con sus hombres serios
que afilan perjuicios y razonamientos.
¡Quiero mis locuras
mis extravagancias
mis noches de mujeres
de vino y de sueños...!
Quiero las canciones de música
extraña
que forjé contento
cuyo eco profundo perforó el silencio
de las sombras vagas.
Quiero mi guitarra de cuerdas como almas
¡Y mis horas blancas
bajo lunas claras!
Ida sin regreso de mis ilusiones
que rasgas las tulas de mi fantasía,
rompiendo inclemente los bellos cristales
Su verdadero nombre era Agapito de Arco. Los
críticos de la literatura universal lo consideran como una de las más
representativas figuras de América Latina, no solo por la belleza de su poesía,
sino también por la desgarradora crítica social que le imprimía. Defendió, como
pocos, el valor de la negritud, no como marginación y pobreza, sino como
expresión de un grupo social que necesitaba voz para expresar su dolor. Su
producción poética es abundante, hermosa y rica.
Sus poesías fueron recogidas en muchos libros,
entre ellos, podemos citar: “Tambores en la noche”, “Modalidades artísticas de
la Raza Negra”, “Poemas con botas y Banderas”, “Cóctel de Estampa”, “Sinú,
ribera de asombro jubiloso”, “Poesía Negra”, “No es la muerte es el morir”
(Novela) y el drama “De rigurosa etiqueta”. Lo más interesante es que además,
tuvo tiempo de escribir tratados de derecho.
Gabriel Ferrer Ruiz, autor del prólogo de la edición de 2010 de su libro más conocido “Tambores de la noche”, tituló su ensayo “La edificación de la poesía con imágenes sonoras”. Afirma que la poesía de Artel es ante todo sonora, como sonaban los tambores de los esclavos, quienes a través del sonido rítmico, lloraban sus penas y cantaban sus anhelos:
Artel abre la lírica del Caribe colombiano a una musicalidad sin límites e incluye en ella la naturaleza, la cotidianidad del hombre caribe y sus espacios y motivos: el mar, el puerto, el viaje, la búsqueda del otro; también abre el verso a la realidad de otras voces: las del ancestro, las del negro y el blanco en contradicción, las de la naturaleza -el viento, el rugido del mar-, las del ritmo -el tambor, la gaita-. Su poesía asimismo se abre al espacio del cuerpo, la sensualidad del negro y su unión con el entorno. Todos estos son elementos típicamente vanguardistas y generan una ruptura en Colombia en la década de los cuarenta.
Es un hecho irrefutable, como afirma Ferrer Ruiz, que la poesía de Artel trae de manera entrañable lo negro como un elemento clave de la identidad caribeña; así como de su historia como grupo explotado hasta el dolor y la muerte. Pero, y es lo más interesante, sigue afirmando Ferrer Ruiz, “la raza negra es entonces vista aquí no solo desde una visión romántica, estereotipada, sino también conflictiva y cambiante; es una pieza que ayudó a conformar el rompecabezas histórico de la región. Al integrarse a los procesos socio-históricos y culturales del Caribe, el elemento negro también se integró a su literatura”.
Jorge Artel dedicó su obra “Tambores en la noche”, a sus ancestros, “a mis abuelos, los negros”. Por esta razón el primer poema que aparece en el libro se titula: Negro soy.
Negro soy desde hace muchos siglos.
Poeta de mi raza, heredé su dolor.
Y la emoción que digo ha de ser pura
en el bronco son del grito
y el monorrítmico tambor.
El hondo, estremecido acento en que trisca a voz de los ancestros es mi voz.
La angustia humana que exalto
no es decorativa joya para turistas.
¡Yo no canto un dolor de exportación!
A partir de entonces se presentan los otros poemas: La voz de los ancestros, ¡Danza Mulata!, La Cumbia, Tambores de la noche, Velorio del boga adolescente, Ahora hablo de gaitas, Barrio abajo, Mr.Davi, Sensualidad negra, El líder negro, Dancing, Romance mulato, Puerto, Canción en el extremo de un entorno, solo para señalar algunos. Finalizo con el poema que dio nombre a su emblemático libro: Tambores en la noche:
Los tambores en la noche,
parece que siguieran nuestros pasos…
Tambores que suenan como fatigados
en los sombríos rincones portuarios,
en los bares oscuros, aquelárricos,
donde ceñudos lobos
se fuman las horas,
plasmando en sus pupilas
un confuso motivo de rutas perdidas,
de banderas y mástiles y proas.
Los tambores en la noche
son como un grito humano.
Trémulos de música les he oído gemir
cuando esos hombres que llevan
la emoción en las manos
les arrancan la angustia de una oscura
saudade, de una íntima añoranza,
donde vigila el alma dulcemente salvaje
de mi vibrante raza, con sus siglos mojados en quejumbres de gaitas.
Los tambores de la noche
parece que siguieran nuestros pasos.
Tambores misteriosos que resuenan
en las enramadas de los rudos boteros,
acompasando el golpe con los cantos
de los decimeros, con el grito blasfemo
y la algazara, con los juramentos
de los marineros… en tanto que se anuncia
tras los gibosos montes
un caprichoso recorte de mañana.
Los tambores en la noche, hablan.
¡Y es su voz una llamada
tan honda, tan fuerte y clara, que parece
como si fueran sonándoos el alma!
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