ENCUENTROS
Y siempre París
Por: Mu-Kien Adriana Sang
Poema para recorrer París
Siempre queda París oculto en la recámara,
un proyectil certero para alegrar el alma,
siempre, como una tabla de salvación, nos queda
la opción de ser felices como dos amapolas.
Siempre queda París, la ciudad de las luces,
el lugar donde el tiempo se convierte en alondra…
Siempre
queda París, sus jardines y plazas,
sus cafés que aún recuerdan el sabor de tu nombre,
los palacios cubiertos de historias, de leyendas,
los andenes del metro donde plantaste besos.
Siempre queda París, la torre Eiffel, Montmartre,
el Louvre, los Inválidos, la Concordia, Pigalle,
el amor que resurge detrás de cada esquina,
la música que espera cada noche de luna…
París eternamente, atado a tu cintura. Juan Ballester
sus cafés que aún recuerdan el sabor de tu nombre,
los palacios cubiertos de historias, de leyendas,
los andenes del metro donde plantaste besos.
Siempre queda París, la torre Eiffel, Montmartre,
el Louvre, los Inválidos, la Concordia, Pigalle,
el amor que resurge detrás de cada esquina,
la música que espera cada noche de luna…
París eternamente, atado a tu cintura. Juan Ballester
Partí a Francia hace más de 3 décadas. Una época de grandes cambios para
la humanidad: La pesada cortina de
hierro se hacía añicos, el movimiento
Solidaridad y su líder Lech Walesa gritaban al mundo que la urgente necesidad
de libertad en el llamado mundo
socialista. Una época que en Francia estaba naciendo una nueva esperanza con el
primer gobierno de Francois Miterrand; y que años más tarde la dura derecha de
Jean Marie Le Pen empezaba a ganar adeptos, aterrorizando a los más liberales.
Eran los tiempos en que América Latina estaba plagada de dictaduras, pero unas
valiosas mujeres en la Plaza de Mayo habían levantado su voz y, con sus gritos,
hicieron temblar a los gorilas.
Fui a esa ciudad de ensueños cargando dos maletas llenas de
ilusiones. Quería beber la savia del
mundo, allí en el lugar donde habían nacido las grandes ideas que motorizaron
los movimientos más importantes en la humanidad. Ansiaba a toda costa tocar los
monumentos que habían alimentado mis ansias por conocer el arte universal. No
había hecho verdadera conciencia de mi rostro oriental hasta que llegué a
Francia. Era tan natural para mí caminar por las calles de mi Santiago natal y
saberme la hija de Miguelito, que pensaba que sería igual por todas partes. Me equivoqué.
Al llegar a la tierra de mis ilusiones, comprendí que era una extraña, una
desconocida, una extranjera, una más en el inmenso mar de los jóvenes de todo
el mundo que habían acudido a beber de la cultura francesa. Encontré latinos
que venían de todo el continente, así como portugueses, haitianos, africanos,
españoles, suecos, magrebinos, japoneses, israelitas….Comprendí con el pasar de
los días que el idioma que me parecía tan melódico, difícil de pronunciar,
delataría un acento extraño; entonces hice conciencia de que debía aprender a
dominar el medio… y recordé con nostalgia a mi padre. Muchos se preguntaban por
qué esta joven mujer asiática hablaba el francés con acento de hispano
parlante. ¿Extraño no? Y así, luego de
haberse disfrutado y satisfecho mi fascinación por la histórica ciudad, decidí
aprehender de su cultura, sin olvidar lo que era, lo había sido y de dónde
venía.
Esos cinco años de vida parisina abrieron mi mundo y cambiaron mis
perspectivas de ver las cosas. La personalidad arrolladora de mi director de mi
tesis doctoral, Ruggiero Romano, una figura tan dominante que todavía me
persigue, me obligó cuestionar lo que había aprendido. Tuve que desaprender
para reaprender. Fui a todas las conferencias
que pude. Logré colarme en la multitud para escuchar a los grandes
intelectuales de la época; leí a novelistas de habla francesa, como fue la
saga producto de la mente creativa de
George Simenon, del inteligente detective parisino Magritte para conocer los
secretos de París; visité con avidez los museos una y otra vez porque quería
retratar en mi mente todas y cada una de sus muestras. Era la época de la
efervescencia política, del grito de libertad en contra de las grandes
opresiones. Aproveché para participar en marchas diversas como las que se
hicieron en apoyo a las madres de la Plaza de Mayo, o a las que defendían la
igualdad de las mujeres, y muy especialmente las que apoyaban al movimiento
Solidaridad de Polonia. Leí todo lo que pude, aunque no tuviese dinero para
comprar los libros que quería, por eso
me hice asidua de las bibliotecas y de la famosa librería FNAC. Después de
mucho leer y de luchar para aprender tantas cosas, entendí y aprendí que el
conocimiento no es estático y que hay que cada día hay algo nuevo que aprender,
que la vida es corta para encontrar respuestas a tantas preguntas. En fin… bebí
de la ciudad y logré clavarla para siempre en mi corazón. Tanto, que cuando he tenido la oportunidad de
volver, repito los trayectos y vuelvo a los lugares habituales, y me doy cuenta
que a pesar de que el mundo ha cambiado, que aquello que defendíamos hoy tiene
otros matices, que ya no somos los jóvenes de ayer y muchas de nuestras
ilusiones fueron derrotadas, París sigue siendo la ciudad imponente que
conserva su misma belleza, como si el tiempo no transcurriera por sus calles,
avenidas y monumentos.
Debemos descubrir y defender la necesidad de amar a la humanidad toda
entera, sin distinción de raza ni de credo. Asumir el reto de sentirnos
ciudadanos universales, de respetar la
cultura de los otros, de entender y aceptar las diferencias y a amar todas y
cada una de las etnias humanas, con sus propias características. Ojalá el mundo
fuera más vivible. Ojalá la humanidad fuera más capaz de construir la paz. Ojalá la humanidad fuera más solidaria. Ojalá
los conflictos bélicos fueran recuerdos.
Estas
palabras son un fragmento del discurso que pronuncié en la Embajada de Francia
en junio del año 2010, cuando me fue entregado un reconocimiento del gobierno
francés. Y con este artículo inicio una serie de mi tercera visita a París
después que regresé en el año 1985. La
primera visita fue en 1998, 13 años después de mi salida. Volví en otras circunstancias. Y caminé por
las calles que acostumbraba a caminar. Tuve la extraña sensación de que mi vida
en esa hermosa ciudad había sido un sueño.
Después volví cuatro años después, 2002.
Camino a Burdeos para participar en un evento, el grupo que representaba
a la PUCMM decidimos detenernos en la ciudad luz. Después no he vuelto. Han transcurrido otros 14 años más. Y París seguirá siendo la misma hermosa
ciudad detenida en el tiempo, aunque desfigurada en parte por los atentados de
este año. Seguiremos en la próxima
entrega.
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