sábado, 18 de junio de 2016

Revisitando mis creencias


ENCUENTROS



Revisitando mis creencias, 1



Por: Mu-Kien Adriana Sang





La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser"



No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter



Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión..

José Ortega y Gasset, frases.





Desde niña he tenido convicciones firmes, nacidas de mis propias reflexiones, de las lecturas que había hecho, de los diálogos con mis hermanos y amigos.  Por estas inquietudes intelectuales y sociales, me llamaban “la filósofa” en la escuela primaria.  El mote no me amedrentó en lo absoluto. Proseguí hurgando, discutiendo y participando.



Influenciada quizás por las corrientes de la época, durante mi adolescencia defendí el proyecto universal de una sociedad igualitaria. Me sumé a los jóvenes cristianos que abogaron por la Teología de la Liberación.  Con el tiempo, y después de las crisis del socialismo real y de las críticas que surgieron a los partidos políticos que abogaban por el cambio, especialmente en el 1983 cuando surgió una nueva opción política que se expresaba en el eurocomunismo, me hicieron repensar mis ideas.  Leí novelas críticas que le daban el golpe mortal al sistema cerrado y a los partidos autoritarios que en nombre del pueblo, lo sometían y explotaban.  “El zero y el infinito” de Arthur Koestler me impactó enormemente.  Era una crítica mordaz al sistema que sepultó las utopías, sometió al pueblo que decía defender y creó una nueva casta dominante: los miembros del partido comunista.



 El tiempo se encargó de colocar las piezas. La Perestroika que cuestionaba el fundamento de la antigua Unión Soviética que culminó con la ruptura de esa mega nación unida únicamente por la magia de una ideología impuesta; y posteriormente la apertura de la antigua China, dominada por el grupo de los 4 después de la muerte de Mao Zedong, fueron los elementos claves para que el capitalismo mundial se afianzara y la cultura de occidente se apoderara de esas zonas otrora prohibidas y sobre todo enfrentadas.   Ahí nació el famoso libro de Fukuyama “El fin de la historia y el último hombre” reivindicaba la bondad de occidente frente al fracaso del socialismo real.



En los años 90, después de la unificación de Alemania, la apertura de la Rusia y los consecuentes surgimientos de otras naciones, se inició la algarabía generalizada por el fortalecimiento de la democracia.  Se habían derrumbado la cortina de hierro, solo quedaban vestigios de la larga, larguísima Guerra Fría (¿por qué no le pusieron caliente?).  La democracia era lo único que nos quedaba.  Los grupos políticos, los grupos sociales y muchos intelectuales se sumaron al nuevo proyecto utópico: expandir, fortalecer y proponer una nueva democracia en el mundo.  Yo me sumé al grupo de hombres y mujeres que le dijeron adiós al pensamiento ortodoxo.  Decidí pensar por cabeza propia. Decidí también no dejarme llevar nunca más por las ideas del momento. Decidí ser crítica con todo y con todos, incluso conmigo misma.



En el caso dominicano, comenzaron los reclamos de la sociedad, que entonces descubrimos que los reclamos de la ciudadanía se expresaban en la voz de una vieja-nueva instancia que se propagó como pólvora para molestia de la mayoría de los dirigentes políticos: la sociedad civil.  Un concepto que se hizo popular en los años 90 del siglo XX, pero cuyo origen se remonta al siglo XVIII con John Locke, Jacobo Rousseau y hasta Hegel.



Los dirigentes de los partidos políticos comenzaron, sin haber leído nada sobre el concepto, a vilipendiarla. Existía un miedo profundo que sectores tradicionalmente sumisos elevaran su voz, quitando el monopolio a los partidos. En mi caso, un dirigente del viejo PRD me acusó de ser de la “sociedad civil perfumada”, tratando de desacreditar a aquellos que exigíamos un ejercicio más digno de la política.  Surgió Participación Ciudadana, una entidad que inició la observación electoral y el conteo rápido.  De esa primera experiencia han transcurrido 20 años, y los partidos, y algunas instituciones del estado no han podido destruirla.



Se inició una nueva visión de las organizaciones sociales.  El antiguo Consejo Nacional de Hombres de Empresas pasó a llamarse Consejo Nacional de la Empresa Privada.  Sus acciones ya no se centraron a reclamar reformas económicas y a negociar el aumento salarial con los sindicalistas.  Ahora intervenían en los asuntos sociales y políticos. Fueron abanderados de la participación ciudadana.  Otras organizaciones que hacían labores de asistencia, incorporaron nuevos elementos a su discurso.  Por ejemplo, la Asociación Dominicana de Rehabilitación inició un proceso de educación para concientizar sobre los derechos de los discapacitados, promoviendo acciones para que fuesen aceptados en el plano social y laboral. En esa vorágine, surgieron otras instituciones como FINJUS, que ha tenido un papel importante en demanda de la institucionalización de la cosa pública.



En todo ese proceso tuvo una participación importante el Proyecto para el Apoyo a las Iniciativas Democráticas (PID-PUCMM-USAID), una iniciativa única  y posiblemente irrepetible en el continente que apoyaba las organizaciones de la sociedad civil a fin de fortalecerlas e incentivar su participación social.  Se hicieron campañas interesantísimas como.  Se peinó el país de norte a sur y de este a oeste.  Una experiencia que duró diez años, y que hoy, 14 años después todavía es recordada en muchas comunidades y organizaciones. Tuve la suerte de que el destino me colocó en la dirección de la Unidad Operativa del proyecto. Fueron años en el que aprendí enormemente sobre la democracia y la cultura política del país 



La democracia se convirtió en la nueva utopía. Comenzamos a abogar para que el sistema democrático se transformara en participativa, de manera tal que la soberanía no se quedara en el uso del voto como expresión del poder soberano, sino que el pueblo, sobre el cual residía ese poder, tuviese también participación en los procesos políticos.  Era una forma de abogar para que el voto no se convirtiera en una patente de corso para que los electos hicieran de las suyas a la hora de dirigir los destinos de la nación.  El concepto caló.  Se vivía en una nueva algarabía. Pero el espacio se agotó. Volveremos al tema en la próxima entrega.




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