ENCUENTROS
Revisitando
mis creencias, 2
Por:
Mu-Kien Adriana Sang
Cuando se quiere entender a un hombre, la vida de
un hombre, procuramos ante todo averiguar cuáles son sus ideas. Desde que el
europeo cree tener “sentido histórico”, es esta la exigencia más elemental.
¿Cómo no van a influir en la existencia de una persona sus ideas y las ideas de
su tiempo? La cosa es obvia. Perfectamente; pero la cosa es también bastante
equívoca, y, a mi juicio, la insuficiente claridad sobre lo que se busca cuando
se inquieren las ideas de un hombre –o de una época- impide que se obtenga
claridad sobre su vida, sobre su historia…
Aquí topamos con otro estrato de ideas que un
hombre tiene. Pero ¡cuán diferente de todas aquellas que se le ocurren o que
adopta! Estas ideas básicas que llamo creencias… no surgen en tal día y jora
dentro de nuestra vida, no arribamos a ellas por un acto particular de pensar,
no son en suma, pensamientos que tenemos, no son ocurrencias ni siquiera de
aquella especie más elevada por su perfección lógica y que denominamos
razonamientos. Todo lo contrario: esas
ideas que son, de verdad “creencias” constituyen el continente de nuestra vida,
y por ello, no tienen el carácter de contenidos particulares dentro de ésta…Más
aún precisamente porque son creencias radicalísimas, se confunden para nosotros
con la realidad misma –son nuestro mundo y nuestro ser- pierden por tanto, el
carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos
ocurrido. Cuando se ha caído en la cuenta de la diferencia existente entre esos
dos estratos de ideas aparece, sin más claro el diferente papel que juegan en
nuestra vida. Y, por lo pronto, la enorme diferencia de rango funcional…. José
Ortega y Gasset, Creer y pensar.
Me encantó esa reflexión del gran Ortega y Gasset:
existe una gran diferencia entre las ideas y las creencias. Las primeras están guiadas con la razón; en
las segundas además de lo que se piensa, prima lo que se siente. Me encantó ese ensayo brillante de este
español único.
Con estas reflexiones doy paso a la continuación
del artículo anterior en el que hacía una reflexión honesta sobre mis
creencias. Decía que en la década de los
90, hace ya más de 25 años, abrazamos la idea de la democracia como la única
salida viable a los problemas del mundo.
Partiendo de esas ideas abogamos por muchas ideas e hicimos muchos
planteamientos:
1. Defendimos la división de las
elecciones, establecidos en la Constitución de 1994. Luchando en contra del arrastre, se planteó
la necesidad de que las elecciones congresuales y municipales se separaran de
las presidenciales. Fueron celebradas
las primeras presidenciales separadas en 1996 y las primeras municipales y congresuales
en el 1998. Las voces se elevaron pues
vivíamos las 24 horas del día y los 365 días del año en campaña. La Constitución del 2010 unificó de nuevo las
elecciones. ¿Teníamos razón? No lo
sé. Ahora, después de tantos años, me
pregunto si éramos ilusos.
2.
Durante mucho tiempo defendimos la creación
de la figura del “Defensor del Pueblo”.
Era el funcionario que recogería la voz de aquellos que no tenían y
todavía hoy no tienen. Abogamos por la
ley. Apoyamos la iniciativa de que la
sociedad civil participara proponiendo candidatos. Abogábamos que los elegidos
fueran personas sin vínculos políticos.
Hoy, diez años después, fue elegida la persona que asumiría el
cargo. Su accionar ha evidenciado que
fue un premio político y sin ninguna trascendencia. En algunos países la figura ha cumplido un
papel importante. Los ejemplos sobran. Yo me pregunto ¿valió la pena abogar por
esta figura? ¿valió la pena mantener esta esperanza cuando la realidad ha
demostrado que fue pisoteada por los intereses políticos? ¿Tiene sentido
mantener esta figura?
3.
Durante los últimos años de la década de
los 90 del siglo XX y los primeros de este siglo, luchamos por la elaboración y
luego la aprobación de la Ley de Partidos.
Esta ley ha transitado por laberintos de la desidia, los intereses
encontrados y el desinterés político. A
los partidos no le conviene que los regulen.
Perderían su capacidad de negociación y de recolección de fondos en el
sector público y el sector privado.
4.
Defendí también la creación de los
distritos electorales porque era un mecanismo real para que la población
conociera a sus diputados. Se aplicó y
los diputados siguieron, salvo escasas excepciones, con su práctica
habitual. Hoy fueron eliminados y no hay
ningún mecanismo legal que les obligue a tener un vínculo con sus
electores. ¿Será también que estábamos
equivocados?
5.
A través de diferentes instancias he
defendido que la ciudadanía es sujeta de deberes y derechos. Tenemos derechos que exigir y deberes que
cumplir. A veces me pregunto si esta posición es correcta, cuando
cotidianamente me vulneran mi condición de ciudadana. Pago mis impuestos de forma directa e
indirecta; sin embargo, la corrupción sigue tan presente que golpea el alma y
duele en las mismas entrañas. ¿Pagar el 35% de mis ingresos para que los
detentores de los poderes públicos se lo distribuyan a su antojo, mientras los
hospitales carecen de lo más mínimo y la educación, a pesar del 4%, sigue
siendo deficiente y precaria?
6.
Durante muchos años abogamos por la
participación de la actividad municipal.
Apoyamos los proyectos que creaban los cabildos abiertos, es decir,
espacios donde la comunidad se comunicaba con el síndico, hoy denominado
alcalde, escuchaba los reclamos para que juntos buscaran soluciones a los
problemas. Las alcaldías se han
convertido en pequeños espacios de poder. Los regidores son dirigentes
políticos que buscan lo suyo.
7.
He defendido a los partidos políticos como
las instancias que tienen la vocación y el deber de concursar para llegar a la
administración del Estado. Me pregunto si existen los partidos políticos, pues
lo que puedo observar desde la distancia, es que es una asociación de gente que
busca asaltar el poder para sus beneficios, para distribuirse un pastel. El
transfuguismo es la característica. Los que ayer eran enemigos acérrimos, hoy
son aliados. Tú me das, yo te doy, juntos llegamos y luego nos arreglamos. Ya no cuentan las ideas ni los
principios. En esta reciente campaña
electoral no hubo discusión de programas, sino la venta de figuras y las
negociaciones de grupos.
8.
He abogado por la independencia de los poderes
públicos. He sido una abanderada apasionada de que la Justicia debe ser ciega e
independiente. Sin embargo, los escándalos recientes de corrupción y tráfico de
influencia en algunos jueces cuestionan la idoneidad del sistema de
justicia. Lo mismo ocurre con el
Congreso, con escasas excepciones.
Perdonen mis amigos
lectores. Hoy siento que mis creencias
se tambalean. Mantengo mis convicciones
de una sociedad mejor, justa, menos excluyente. Sigo defendiendo la vida, a la
humanidad y el amor. Abogo por la
democracia participativa y real. Creo en la juventud. Estoy convencida de que
la historia ha evidenciado que los procesos a veces son muy largos. Constato, solo constato, que el camino para
construir esas utopías es tortuoso, largo y doloroso.
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