El pensamiento conservador latinoamericano y los
procesos independentistas en América Latina del siglo XIX, 5
Por: Mu-Kien Adriana Sang
¡Oh! Duda que atormenta mi alma, y encausa mi conocimiento, llevando mí
espíritu hasta los más ínfimos lugares, del desacierto y la desesperación por
no entender y seguir las normas vigentes que me ciegan a contemplar el universo
de la misma manera que lo hacen las demás personas.
¡Oh! Sueños infinitos de mundos posibles que en laberintos de preguntas, solo mí mente trata de explicar y crear diferentes formas en tiempos y espacios determinados para comprender que todo lo imposible puede ser posible en el mágico mundo de Morfeo y en el arte de los mundos maravillosos
¡Oh! Sueños infinitos de mundos posibles que en laberintos de preguntas, solo mí mente trata de explicar y crear diferentes formas en tiempos y espacios determinados para comprender que todo lo imposible puede ser posible en el mágico mundo de Morfeo y en el arte de los mundos maravillosos
Johann Wolfgang von Goethe
(1749-1832);
Esta travesía navegando por las profundidades del
pensamiento conservador tiene ya dos meses. Y podríamos seguir transitando por
mares y playas diversas, buscando las especificidades del conservadurismo en
cada país, en cada realidad de este occidente tan difícil de comprender. No sé
hacia dónde llegaremos ni hasta cuándo navegaremos
en este mar tempestuoso del conocimiento.
Sólo el tiempo nos dirá cuándo deberemos detener la marcha. Quizás otras
prisas, otras inquietudes nazcan en el laberinto infinito del placer que
produce la satisfacción temporal de una curiosidad eterna y sin límites.
En mi búsqueda curiosa e incesante, localicé un
interesante trabajo de la historiadora Mirian Galante, del Grupo de Estudios
americanos (GEA.CSIC)[i]. El brillante trabajo de esta investigadora
aborda la misma perspectiva que el de Luis Barrón, investigador a quien le
dedicamos los dos artículos anteriores.
Galante plantea que en México, durante varias
décadas, la historiografía que se había dedicado a estudiar la construcción del
Estado liberal mexicano, partió de la dicotomía dialéctica del llamado
"éxito" y "fracaso". Como expresa la propia investigadora: "Por un lado, una serie de estudio
reconstruían el mundo económico, político y social mexicano desde la asunción
del éxito en la implantación de los principios liberales de esta geografía. Por
otro lado, y frente a la corriente anterior, se encontraban los que defendían
la idea del fracaso sistemático en los intentos de conformación de un mundo
liberal en el país… En este panorama binario y excluyente quedaban sin explorar
amplios espacios, más ambiguos quizás, entre los que podría destacarse el
referido a los conservadores y sus propuestas."
Uno
de los grandes problemas, señala la autora, se produjo con la conformación y
organización del Estado, una vez "triunfó" la revolución
liberal. Asegura que a pesar del intento
por institucionalizar el nuevo ensayo político, había, en todos los políticos, liberales
y conservadores, la defensa de la preeminencia del Ejecutivo. Sustentaban su
posición en la literalidad de la Constitución de Cádiz, su "texto
legitimador del nuevo orden”.
Argumenta
la investigadora, que si profundizamos y buscamos el punto esencial de
diferencia entre las dos corrientes políticas planteadas como antagónicas, lo
encontraremos en el tema de la soberanía. Este concepto, afirma, debía
confrontarse con los "compromisos y simbología históricos de la nación que
otra fundada en la capacidad generadora de la voluntad general." Sostiene
que los llamados conservadores o reaccionarios, buscaron todos los argumentos
posibles para deslindar el significado del principio de soberanía popular de la
propuesta de Rousseau, para lo cual vinculaban el concepto con la tradición
escolástica, "lo que permitía controlar su potencial subversivo y coartar
su capacidad para justificar la invención de un orden absolutamente nuevo que
obviara la tradición política que se identificaba como nacional". Dice la investigadora que incluso algunos
diputados de la época, alrededor de 1820, sostenían "que la Asamblea
Constituyente debía quedar restringida en orden preexistente… y que por ello no
podía discutirse el sistema de gobierno…". Los liberales, dice la
investigadora, por el contrario asumían como suyos los postulados de la
propuesta roussoniana en relación al concepto de soberanía y voluntad popular.
Pero
esas discusiones teóricas sobre el modelo ideal de Estado que querían construir,
se veía obstaculizada con las luchas internas entre los grupos políticos,
acrecentó la idea en los líderes políticos y en los constituyentes, de otorgar
poderes extraordinarios al ejecutivo. Esta posición, sigue diciendo la
investigadora, motivó, sin duda alguna al "Emperador Iturbide" a
destituir el Congreso, argumentando que tomaba esta acción por la "salud
de la patria requería algunos sacrificios, como confiar el poder en un
ejecutivo fuerte y suspender transitoriamente las reuniones del Congreso."
Por
suerte para los republicanos mexicanos, la derrota de Iturbide fortaleció la
posición de que el despotismo, vinculado inexorablemente a la monarquía y al
conservadurismo, era un peligro para el futuro de México. El caos reinó en ese inmenso país, tanto, que
algunas provincias se declararon "independientes" y a constituir sus
milicias defensivas.
Pero
el problema en las tres primeras décadas del siglo XIX, más que teórico, era de índole práctico. La construcción de un
Estado Republicano si bien ameritaba de un marco legal, era más importante la
unidad de la nación. La comunidad política, ante la situación tuvo que deponer
muchos de sus principios políticos. La
situación se hizo más difícil con la proclamación de Jalisco como Estado Libre
y Soberano de Jalisco en junio de 1823. Este hecho alarmó grandemente a los
conservadores. La bandera de la unidad
era pues la única salvación. Defendían el imaginario colectivo existente de
unidad, de nación, como un todo, "como una entidad abstracta e indivisible
en gran medida sublimada y en la que los intereses o adscripciones particulares
debían disolverse…"
La
autora, la Dra. Galante, afirma en este interesantísimo ensayo, que estos
episodios de fraccionamiento de la nación mexicana, provocaron que la mayoría
abrazara las ideas conservadoras. Para
principios de 1830, los liberales comenzaron a fortalecerse y a ganar espacios
político, sin embargo, subyacía en cada uno de los habitantes y de los líderes
el temor al desorden y a la división. Se
abogaba por el orden. Mora, por ejemplo,
argumentaba la unidad como un ideal cósmico en el que prevalecía siempre el
bien. La realidad los llevó quizás a
sobreponer principios morales, ante que ideas políticas. Quizás porque el
pueblo llano no entendía, ni le interesaba el discurso del Estado. Sus
problemas se resumían en el aquí y en el ahora.
Sostiene
Galante que después de estas experiencias desgarradoras, el debate en México, a
partir de 1833 no eran tanto si debían ser liberales o conservadores, sino y
sobre todo, si defendían el centralismo o el federalismo.
Estas
ideas no hacen más que ratificar, de nuevo, cuán difícil es descifrar el
pensamiento, más aún, concebirlo y construirlo al calor de la lucha política y
los acontecimientos. Hasta la próxima.
"Actuar es fácil, pensar es difícil;
actuar según se piensa es aún más difícil
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832);
@MuKienAdriana
[i]
Mirian Galante, “El temor a las multitudes. La senda conservadora del
liberalismo mexicano, 1821-1834”, Grupo de
Estudios Americanos (GEA-CSIC), http://www.raco.cat/index.php/Millars/article/viewFile/169238/221530
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