El pensamiento conservador
latinoamericano y los procesos independentistas en América Latina del siglo
XIX. REFLEXIONES FINALES, 1
Por: Mu-Kien Adriana Sang
¿…debe tomarse al pie de la letra la calificación y la clasificación
realizadas por los opositores entonces? Hacerlo significaría admitir la
existencia de variantes doctrinas capaces de promover la fundación de partidos
cabalmente diferenciados y conocer la presencia de dos sectores económicos
diversos y opuestos por su ubicación en el proceso de creación y reparto de la
riqueza. Una revista somera de la ubicación social de los personajes que
dirigen los partidos (…) no permite una división tan tajante…Elía Pino
Iturrieta [2]
La travesía por las profundidades del
inmenso mar del pensamiento conservador necesita hacer escala, detenerse, para
retomar fuerzas. Una parada obligada, no
porque desaparecieron las inquietudes y las dudas, sino porque ya llevamos
mucho tiempo y se impone el descanso.
Desde hace décadas, cuando me
iniciaba en el mundo de la investigación histórica, comencé a cuestionarme
sobre los fundamentos de los denominados liberales y conservadores, pero sobre
todo a buscar respuesta de cómo el fenómeno del caudillismo había permeado a
los políticos de ambas corrientes. En mi
libro “Buenaventura Báez. El caudillo del sur”[3],
hice un primer y tímido esbozo sobre el tema.
En mi libro sobre Ulises Francisco
Espaillat titulado “Una Utopía Inconclusa”[4]
llegué un poco más lejos. Quería adentrarme en el pensamiento liberal y
positivista y para hacerlo, debía estudiar su oponente, el movimiento
conservador. El Capítulo III de esta
obra que se titulaba “América Latina:
los ejes discordantes de una realidad caótica”, tenía tres acápites. El primero se titulaba “Encrucijadas y
conflictos en la formación nacional”. El
segundo abordaba la dualidad entre el positivismo y el liberalismo. Y el
tercero, tenía un título muy rimbombante, que hoy me pregunto qué quería decir:
“CONSERVADORES Y LIBERALES: Grupos ANTAGÓNICOS Y SIMILARES DE NUEVO CUÑO”.
A pesar de que estas reflexiones las
escribí hace casi 20 años, y después de haber husmeado leyendo muchas
reflexiones e investigaciones, después de haber madurado en muchas ideas, me
sorprendo con el hecho de que todavía comparto mis conclusiones. Tal vez no he madurado tanto como pensé y aún
sigo defendiendo los mismos planteamientos. ¡Quién sabe!
Decía en la obra dedicada al
pensamiento y la vida política de Espaillat, que sin negar la presencia y
existencia del conservadurismo político en América Latina, cuya vocación era
oponerse a cualquier cambio en el panorama de sus naciones, tanto en el plano político,
como en el social y económico, entendía
que era una ficción presentarlos como antagónicos tanto el pensamiento como la
acción entre los grupos políticos denominados liberales-positivistas, y
conservadores.
Planteaba, luego de una búsqueda
incesante e inconclusa, que la historiográfica latinoamericana quería inducirnos
y casi obligarnos a tomar partido. En mis palabras de entonces: Los
conservadores fueron definidos como los representantes de una oligarquía
recalcitrante; mientras los liberales, fueron caracterizados como los defensores del estado del derecho. La
realidad, sin embargo, cuestiona ese paradigma explicativo. No negamos que
durante el siglo XIX en las antiguas colonias españolas, dos grupos se
perfilaron y se enfrentaron duramente.
Uno propugnaba por el establecimiento de instituciones liberales y
democráticas, el otro buscaba extender el proceso de dominación impuesto durante
la colonia, pero con nuevos actores sociales y con nuevas alianzas imperiales.
(p. 131)
Entonces pensaba, y ahora casi dos
décadas después lo ratifico, cómo en el siglo XX y hoy en el siglo XXI, los antagonismos,
la visión cartesiana de la realidad nos ha limitado la comprensión, más aún,
nos ha impedido analizar la realidad en toda su complejidad y múltiples
conexiones y variantes. Pienso que todavía las etiquetas ideológicas han
primado. Estoy convencida que a través de la historia hemos tenido enfrentamientos
entre grupos, que eran, y son todavía, en la gran mayoría de los casos, posiciones
circunstanciales, más que de ideas.
No dudo que en América Latina
existieran los liberales y los conservadores constituyeron como grupos políticos, que hicieron vida en
todos los países, pero cada grupo no tenía comunidad de ideas ni similitudes en
todos los países, como podríamos pensar. Sus posiciones políticas diferían de
país a país. Los grandes debates que se desarrollaron iban desde los profederales
a los antifederales y centralistas o semi centralistas, como ocurrió en
México. En muchos países indistintamente
liberales o conservadores defendían el proteccionismo; o por el contrario eran libre
cambistas. El modelo imperial era un referente para unos y otros. Existieron,
como en nuestro país, entre los liberales y los conservadores, los pro
norteamericanos, pro franceses, pro ingleses, pro alemanes y los
pro-españoles. Todas estas corrientes
evidencian un amplio muestrario que no hace más que enrostrar los múltiples matices de las posiciones
políticas que se entretejieron en ese mar de países pequeños y los grandes, los
isleños o continentales; en fin entre los liberales, positivistas o
conservadores.
En el libro hacía referencia al notable historiador
argentino, José Luis Romero, quien en la década del cuarenta del siglo XX,
afirmaba con propiedad que una de las tareas más difíciles para él, cuando analizaba el pensamiento político latino
americano del siglo XIX, era tratar de distinguir a un conservador de un
liberal. [5]La
dificultad se acrecienta cuando se intenta determinar el contenido del
pensamiento conservador, por cuanto esta corriente no contó con intelectuales capaces de recoger con suficiente
especificidad sus planteamientos. P. 132
Intenté elaborar una definición sobre el
conservadurismo. Podemos afirmar que los defensores del conservadurismo se
presentaran como los guardianes de la tradición hispánica, amantes del orden
establecido y acérrimos enemigos de todo aquello que significara cambio social.
Pero aislada de su contexto esta
definición podría distorsionar y simplificar la complejísima realidad que
pretende reflejar.
Coincido con Beatriz González quien en su libro “La
historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX”[6], afirma
que la doctrina conservadora no tiene un discurso coherente, pues son pocos los
líderes que se declaraban abiertamente conservadores. Estima la intelectual
cubana que el conservadurismo era un pensamiento impreciso, plagado de fisuras,
que aparece oculto, detrás de las
circunstancias para poder mantener o defender en cada caso lo que le convenga.
El conservadurismo se preservó y se ha presentado como la negación del
pensamiento, pues aparece siempre en forma solapada, incluso en contextos que
parecen liberales. Concluye González que por eso debemos afirmar que el
pensamiento conservador se caracterizaba más por su vocación pragmática de
adecuarse a las coyunturas, que por su afán teorético.[7]
Así pues, el bloque conservador no fue el resultado de
un plan previamente concebido. Surgió de un proceso de acomodación entre los
grupos y las piezas que formaban parte del juego político y económico.
El programa enarbolado por los grupos conservadores era sencillo: consideraban
que era necesario superar la sociedad tradicional, a través de una redefinición del papel del estado. Entendían que ante la
exigencia de los nuevos tiempos el estado debía asumir el rol de la libre
competencia entre los propietarios.
El pensamiento conservador (de nuevo expreso mi
reserva, pues no creo que ese conjunto de ideas sueltas se les pueda llamar
así) se sustentaba en la defensa del viejo sistema de valores dominantes, que
se consideraba como el más genuino, por la legitimidad, que según ellos le
otorgaba el peso de la tradición. A juicio de algunos historiadores, el hecho
de que este pensamiento se basara en la defensa de lo existente, es lo que lo justifica,
haciendo entonces innecesario organizar sus posiciones en una doctrina
coherente. Sólo cuando constata la fuerza de las acciones del liberalismo, el
conservadurismo comenzó a sumarse al proceso, enarbolando posiciones que le
acentuaban aún más su carácter impreciso y contradictorio. Seguimos en la próxima
[2]
Elías Pino Iturrieta, ‘‘Estudio Preliminar’’, En pensamiento Conservador del
siglo XIX. Antología Caracas, Monte Avila Editores, 1991, p.10.
[3]
Mu-Kien Adriana Sang, Buenaventura Báez.
El Caudillo del sur, Santo Domingo,
INTEC, 1992.
[4]
Mu-Kien Adriana Sang, Una utopía
inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX, Santo Domingo, INTEC, 1997.wq
[5] José
Luís Romero, situaciones e ideologías en Latinoamérica, México, UNAM, 1987. En
el libro de Natal) R. Botana, la libertad política y su historia, Buenos Aires,
Editora Sudamericana, instituto Torcuato Di Tella, 1991, aparece un capítulo
dedicado a la obra de José Luís Romero. En este trabajo Botana hace una
impresionante síntesis sobre el pensamiento del historiador Romero, haciendo
énfasis en sus posiciones en torno al pensamiento latinoamericano.
[6]
Beatriz González, La historiografía
literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX, La Habana, Ediciones Casa de Las Américas,
1987.
[7] Beatriz González,op,cit.pp.40-51
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