jueves, 29 de mayo de 2014

Confucio o el arte de la armonía


ENCUENTROS

Hurgando en mis raíces: Confucio: el arte de la armonía

Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben

Confucio Dijo: hay tres cosas en el hombre superior que no he sido capaz de lograr. Al hombre verdadero no le afligen las preocupaciones; al hombre sabio nada le causa perplejidad y al hombre valeroso no tiene miedo. Tskung dijo: Maestro, estás describiéndote a ti mismo.

Confucio dijo: Yo no he nacido sabio. Estoy sencillamente enamorado de los estudios y trabajo arduamente para aprender.

Confucio dijo: Solo se requiere de las palabras que expresen su significado

Confucio dijo: Tener faltas y no corregirlas es el verdadero error.

Confucio dijo: el hombre superior tiene la justicia como fundamento y se vale de los ritos para ponerla en práctica, de la humildad para sacarla al exterior y de la sinceridad para perfeccionarla. El que así se comporta es en verdad un hombre superior.

 

Como conté en el Encuentro anterior, hurgando en la magia del mundo de la cibernética, encontré la tesis doctoral de Cristina Bertrand presentada a la Complutense de Madrid en 1987, y que se titulaba "El pensamiento chino. Confucio. Lao Tsé. Budismo Zen."[i]  Con este ensayo, bien escrito y bien documentado obtuvo su doctorado en filosofía.

Confucio, decía la profesora Bertrand, defendía la tesis de la "Armonía Central", título de uno de sus libros. Aseguraba el Maestro que cuando las pasiones, tales como la alegría, la ira, el dolor y el placer no despertaban, su acción es lo que formaba el YO central o el SER MORAL (chung); pero cuando estas pasiones despertaban y todas y cada una de ellas alcanzaba la debida medida y el grado adecuado, se le llamaba "armonía", conocida también como "orden moral (ho).  "Con este pensamiento, escribe Bertrand, la interrelación entre micro y macrocosmos, entre el hombre y la naturaleza humana y su sabiduría y a su vez entre esta última y la acción. La actuación conjunta de todas estas uniones será la generadora de la armonía central, armonía no solo perteneciente al hombre sino al mundo que lo rodea e inclusive al cosmos. Pues la armonía es la ley que se encuentra en todo el Universo."  (p.5)

Bertrand plantea que Confucio aseguraba que para conocer la naturaleza humana, solo teníamos que hacer una profunda introspección, pues a veces intentamos ver las causas externas en nuestros fracasos, sin percatarse que posiblemente están en su propio interior. Pone Confucio como ejemplo al tirador de ballestas, pues cuando yerra en el tiro, no se preguntan qué falta en la diana, sino que vuelven sobre sí para rectificar sus posiciones y el tiro, pues "teniendo orden en el corazón el mundo se ordena por sí mismo." (P. 6) Pero, afirmaba el sabio chino, para reconocerse errado es necesario tres importantísimas cualidades morales: la sabiduría, la compasión el valor.  Por esta razón Confucio definía la sabiduría como la suma de tres elementos: el conocimiento y la capacidad de comprenderse a sí mismo y a los demás. "El hombre superior, pues, empleando el principio de la Regla Áurea, se examina primero a sí mismo antes de pedir nada a los demás y se asegura de no ser un transgresor antes de prohibir transgresiones. Si no aplica este principio puede conseguir el dominio del pueblo por el miedo o el terror pero no a través de la libertad y de la paz (p.10)

El tiempo es para Confucio, contrario a la concepción occidental algo que no debía contabilizarse, porque para el conocimiento no debe existir el tiempo.  Abogaba, como lo hacían los taoístas, por la realización bien hecha de las tareas, por mínima e insignificante que pudiera aparecer.

En otro orden, y quizás por eso Confucio es visto como el consejero de los gobernantes. Para él, decía la investigadora española, el orden tiene sentido cuando están alineados lo personal y lo público, por esta razón no podía existir, afirmaba el sabio, diferencia entre ética y política. Este eje, dice Cristina Bertrand, es la piedra angular del pensamiento político del sabio, quien afirmaba que ningún pueblo debía estar dirigido por una persona cuya vida no sea un verdadero canto a la ética y a la moral.

La biblia confuciana, donde verdaderamente se concretiza el pensamiento de este sabio que muchos siglos después es objeto de estudio, lo constituyen Las Analectas.  Para leer estos desordenados aforismos, dice Bertrand, es necesario desdoblarnos y abandonar nuestra racionalidad occidental.

Confucio dijo: Cuando alguien no me pregunta los cómos y los porqués ¿Qué y cómo haré yo con ese individuo?

Confucio dijo: El que se exige mucho a sí mismo y echa poca responsabilidades sobre los demás, se mantendrá lejos de quejas y murmuraciones.

Confucio dijo: El que se exige mucho a sí mismo y echa poca responsabilidades sobre los demás, se mantendrá lejos de las quejas y las murmuraciones."

Zigón preguntó: Hay alguna frase que pueda servirme hasta el fin de la vida? Confucio respondió: El perdón de los demás. Lo que no quieras que te hagan a ti no se lo hagas a los otros.

Bertrand finaliza el capítulo sobre Confucio afirmando lo siguiente: "Lo que hemos querido mostrar han sido sus ideas más esenciales, sin la comprensión de las cuales nos sería imposible acometer aquellas ideas también esenciales que presiden su estética. Las ideas de Confucio y sus discípulos no sólo son de importancia decisiva para todo el desarrollo posterior de la cultura y civilización china sino que se encuentra impregnado la casi totalidad de su arte. Por eso el comprender algunas de ellas nos acerca un poco más al pensador chino, al pueblo chino y también, como es lógico, a sus artistas." (p.16)

mu-kiensang@hotmail.com

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[i] http://www.cristinabertrand.net/eng/pdf/TESIS%20DOCTORAL

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