ENCUENTROS
Hurgando en mis raíces: Confucio: el arte de la armonía
Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben
Confucio Dijo: hay tres
cosas en el hombre superior que no he sido capaz de lograr. Al hombre verdadero
no le afligen las preocupaciones; al hombre sabio nada le causa perplejidad y
al hombre valeroso no tiene miedo. Tskung dijo: Maestro, estás describiéndote a
ti mismo.
Confucio dijo: Yo no he
nacido sabio. Estoy sencillamente enamorado de los estudios y trabajo
arduamente para aprender.
Confucio dijo: Solo se
requiere de las palabras que expresen su significado
Confucio dijo: Tener
faltas y no corregirlas es el verdadero error.
Confucio dijo: el hombre
superior tiene la justicia como fundamento y se vale de los ritos para ponerla
en práctica, de la humildad para sacarla al exterior y de la sinceridad para
perfeccionarla. El que así se comporta es en verdad un hombre superior.
Como conté en el Encuentro anterior, hurgando en la
magia del mundo de la cibernética, encontré la tesis doctoral de Cristina
Bertrand presentada a la Complutense de Madrid en 1987, y que se titulaba
"El pensamiento chino. Confucio. Lao Tsé. Budismo Zen."[i] Con este ensayo, bien escrito y bien
documentado obtuvo su doctorado en filosofía.
Confucio, decía la profesora Bertrand, defendía la
tesis de la "Armonía Central", título de uno de sus libros. Aseguraba
el Maestro que cuando las pasiones, tales como la alegría, la ira, el dolor y
el placer no despertaban, su acción es lo que formaba el YO central o el SER
MORAL (chung); pero cuando estas pasiones despertaban y todas y cada una de
ellas alcanzaba la debida medida y el grado adecuado, se le llamaba
"armonía", conocida también como "orden moral (ho). "Con este pensamiento, escribe Bertrand,
la interrelación entre micro y macrocosmos, entre el hombre y la naturaleza
humana y su sabiduría y a su vez entre esta última y la acción. La actuación
conjunta de todas estas uniones será la generadora de la armonía central,
armonía no solo perteneciente al hombre sino al mundo que lo rodea e inclusive
al cosmos. Pues la armonía es la ley que se encuentra en todo el
Universo." (p.5)
Bertrand plantea que Confucio aseguraba que para
conocer la naturaleza humana, solo teníamos que hacer una profunda
introspección, pues a veces intentamos ver las causas externas en nuestros
fracasos, sin percatarse que posiblemente están en su propio interior. Pone Confucio
como ejemplo al tirador de ballestas, pues cuando yerra en el tiro, no se
preguntan qué falta en la diana, sino que vuelven sobre sí para rectificar sus
posiciones y el tiro, pues "teniendo
orden en el corazón el mundo se ordena por sí mismo." (P. 6) Pero,
afirmaba el sabio chino, para reconocerse errado es necesario tres
importantísimas cualidades morales: la sabiduría, la compasión el valor. Por esta razón Confucio definía la sabiduría
como la suma de tres elementos: el conocimiento y la capacidad de comprenderse
a sí mismo y a los demás. "El hombre
superior, pues, empleando el principio de la Regla Áurea, se examina primero a
sí mismo antes de pedir nada a los demás y se asegura de no ser un transgresor
antes de prohibir transgresiones. Si no aplica este principio puede conseguir
el dominio del pueblo por el miedo o el terror pero no a través de la libertad
y de la paz (p.10)
El tiempo es para Confucio, contrario a la
concepción occidental algo que no debía contabilizarse, porque para el
conocimiento no debe existir el tiempo.
Abogaba, como lo hacían los taoístas, por la realización bien hecha de
las tareas, por mínima e insignificante que pudiera aparecer.
En otro orden, y quizás por eso Confucio es visto
como el consejero de los gobernantes. Para él, decía la investigadora española,
el orden tiene sentido cuando están alineados lo personal y lo público, por
esta razón no podía existir, afirmaba el sabio, diferencia entre ética y
política. Este eje, dice Cristina Bertrand, es la piedra angular del pensamiento
político del sabio, quien afirmaba que ningún pueblo debía estar dirigido por
una persona cuya vida no sea un verdadero canto a la ética y a la moral.
La biblia confuciana, donde verdaderamente se
concretiza el pensamiento de este sabio que muchos siglos después es objeto de
estudio, lo constituyen Las
Analectas. Para leer estos
desordenados aforismos, dice Bertrand, es necesario desdoblarnos y abandonar
nuestra racionalidad occidental.
Confucio dijo: Cuando alguien no me pregunta los cómos y los porqués ¿Qué
y cómo haré yo con ese individuo?
Confucio dijo: El que se exige mucho a sí mismo y echa poca
responsabilidades sobre los demás, se mantendrá lejos de quejas y
murmuraciones.
Confucio dijo: El que se exige mucho a sí mismo y echa poca responsabilidades
sobre los demás, se mantendrá lejos de las quejas y las murmuraciones."
Zigón preguntó: Hay alguna frase que pueda servirme hasta el fin de la
vida? Confucio respondió: El perdón de los demás. Lo que no quieras que te
hagan a ti no se lo hagas a los otros.
Bertrand finaliza el capítulo sobre Confucio
afirmando lo siguiente: "Lo que
hemos querido mostrar han sido sus ideas más esenciales, sin la comprensión de
las cuales nos sería imposible acometer aquellas ideas también esenciales que
presiden su estética. Las ideas de Confucio y sus discípulos no sólo son de
importancia decisiva para todo el desarrollo posterior de la cultura y
civilización china sino que se encuentra impregnado la casi totalidad de su
arte. Por eso el comprender algunas de ellas nos acerca un poco más al pensador
chino, al pueblo chino y también, como es lógico, a sus artistas." (p.16)
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