TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA
DOMINICANA Y EL CARIBE
Pensamiento caribeño en el siglo XIX.
Las bases del conservadurismo, 1
Por: Mu-Kien Adriana Sang
mu-kiensang@hotmail.com
mu-kiensang@pucmm.edu.do
@MuKienAdriana
El despotismo no deroga, ni altera, ni aminora en lo más
mínimo ninguno de los deberes en relación a la vida, ni debilita la fuerza u
obligación de ningún compromiso o contrato.
Si se pudiera defender el despotismo, sería diciendo que
constituye un estilo de gobierno que no se basa en reglas escritas, que no es
impuesto por magistrados contralores o por un orden establecido dentro del
Estado. Pero si no obedece reglas escritas, tampoco puede pasar a llevar la ley
soberana e inalterable de la naturaleza y de las naciones. Al no ser controlados por la magistratura, sus esfuerzos deben
fijarse limitaciones y objetivos de acuerdo a la equidad y moderación del
gobernante, o a la abierta sublevación de sus gobernados, pero desprovista de
características criminales. Desde el momento en que un soberano ya no da
sensación de seguridad y protección a sus súbditos, y declara ser él todo y
ellos nada, desde el momento en que declara que ningún contrato lo obliga con
ellos, les ha declarado la guerra.
Edmond Burke, Reflexiones (1790), III (46-49)
Inicio una
travesía que no tengo idea hacia dónde me llevará. Mientras escribía todos
estos meses acerca del pensamiento de Hostos, Martí y Bonó, me molestaba el
inconsciente. Me recordaba a cada momento si yo estaba lo suficientemente
edificada acerca de los pensamientos políticos vigentes en el siglo XIX. Me torturaban, y todavía me torturan, muchas
preguntas, muchas inquietudes. ¿Existía
un verdadero pensamiento liberal en el siglo XIX en América Latina, y por
supuesto, en República Dominicana?
¿Existía también un pensamiento conservador? ¿Cuáles eran las bases de
este pensamiento? Estamos acostumbrados a clasificar y definir a los políticos
en “liberales” y “conservadores”, pero pienso que esta clasificación se hace de
manera mecánica, sin hurgar realmente en el pensamiento.
Hace varios
meses publiqué en esta columna una serie de artículos sobre el liberalismo y el
positivismo. Sin embargo, pocos
académicos se han preocupado en estudiar al conservadurismo, sus bases de
sustentación, las razones de sus planteamientos. La gran pregunta que se impone es ¿Existen
dogmas conservadores? ¿Son los conservadores reaccionarios? ¿Sus principios son
totalmente diferentes a los del liberalismo? ¿Es el conservadurismo
latinoamericano similar al europeo? ¿En qué se diferencian? Decidí hurgar,
buscar, husmear por todas partes. Y
acompañada de ustedes, queridos lectores, inicio este trayecto que llegará a
algún puerto, pero que no sabemos hasta cuándo ni hasta dónde. Lo importante es
que caminamos, que no nos conformamos con estereotipos ni ideas preconcebidas y
aprendidas.
Todos los autores coinciden que el inglés Edmond Burke es el padre del conservadurismo europeo. Este gran intelectual fue testigo de las grandes transformaciones sociales y políticas de la Europa de finales del siglo XVIII. Fue un niño nacido de un hogar extremadamente religioso, que marcó indiscutiblemente su pensamiento. Su padre era anglicano y su madre católica convertida al anglicanismo. Su infancia la desarrolló en Dublín. Allí hizo sus estudios en el Trinity College de Dublín. Finalizó la secundaria en 1748 y poco tiempo después se marchó a Londres a cursar leyes.
Sus obras principales fueron tres. La primera fue publicada en mayo de 1756 bajo
el título Vindication of Natural
Society. Muy joven todavía, esta
obra le ofreció fama inesque proporcionó a Burke una temprana fama. Según los
especialistas, esta obra sentó las bases de su pensamiento: argumentaba que el ser humano completaba su
condición cuando alcanzaba la plena civilización ya que le permite desarrollar su
naturaleza y nutrirse de su propia cultura.
Como podrá verse, Burke estaba en contra de todos aquellos pensadores,
como Rousseau, que defendían el derecho natural y la bondad humana por
naturaleza. Es más, aseguraba que estos intelectuales que lo defendían abogaban
por la anarquía del espíritu, pues para poder vivir en sociedad, era necesario
una adecuada autoridad; además, afirmaba, de que se educara con la sabiduría de
sus antepasados y de las instituciones desarrolladas con sudor y esfuerzos de
siglos. Creía en la confesionalidad del Estado, pues a diferencia de los
liberales, que abogaban por la libertad de cultos y el laicismo estatal, que el
amor a Dios era la única forma de vivir
bajo la rectitud y el respeto requeridos para la convivencia con los otros.
En 1757 fue publicada su segunda obra A
Philosophical Inquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful.
Con esta
obra se separaba de los enciclopedistas franceses, a quienes acusaba de
apriorísticos y deterministas. Para Burke, el mundo era una especie de
paradoja. Para este inglés contra-corriente, era una paradoja, un absurdo
envuelto de dos contrastes en el que intervenían lo maravilloso y lo oscuro, y
no una construcción racional. Burke era un creyente fiel de la historia, pues
estaba convencido que sólo a través del conocimiento del pasado podríamos
conjeturar sobre el futuro.
Pero su obra más popular, brillante y polémica fue
publicada en 1790 bajo el título: Reflexiones sobre la Revolución Francesa. En
esta obra critica duramente a los enciclopedistas y a los líderes
revolucionarios. Se declara un hombre
que respeta el pasado y la sabiduría que contiene, pero sobre todo, un defensor
de la monarquía. No estaba en contra de la libertad, pero siempre y cuando
estuviese sometida al orden.
Lo cierto es, después de hacer un rápido balance
sobre Edmund Burke, su vida y su obra, es que su pensamiento no buscaba el
enfrentamiento con el poder político y económico. Tampoco se caracterizó por
defender a los más débiles; y mucho menos, pensaba, ni por accidente, en
otorgar poder a los más pobres; a pesar
de que defendió con fuerzas a los oprimidos católicos. Contradictorio y libre
pensador como era, también se opuso a las corrientes que pretendían reducir las libertades que tenía el pueblo
llano o centralizar toda la autoridad en la Corona o reducir las prerrogativas
del Parlamento. Por lo tanto, no estaba
de acuerdo con el absolutismo de Hobbes.
Su firme posición en contra de la revolución
francesa y toda la corriente liberal que traía consigo le hicieron merecedor
del título de padre del conservadurismo y el defensor casi absoluto de la
monarquía.
Seguiremos en la próxima. Ahondaremos sobre la
evolución del pensamiento conservador.
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