ENCUENTROS
EL EJECUTIVO DEL
ESQUINA
Por: Mu-Kien Adriana Sang
En cada barrio, hay por lo menos
un loco.
El del nuestro se llamaba
Sebastián
Lavaba carros y hacía de todo un
poco.
Para ganarse el pan.
Sebastián tenía una novia
imaginaria
Y con ella discutía sin cesar
Se ataba al cuello una capa hecha
de trapos
Y corriendo por las calles lo
escuchábamos gritar
Sebastián si me quieres
conquistar
Solo las estrellas bastarán
Solo las estrellas bastarán.
En cada loco hay, por lo menos,
un sueño
Ser amado era el ideal de
Sebastián
Con papel, lata, cartón y mucho
empeño
Comenzó su plan
Por amor alucinando, implacable
Fue creando la más grande super
nave espacial
Para irse con su novia
De nuestro barrio de mierda hacia
el mudo sideral
En cada sueño hay por lo menos un
drama.
Y en angustias se enredaba
Sebastián.
Una noche cuando con el cielo
hablaba
Sobre el horizonte vio una luz
cruzar
Feliz gritó: “Espérame”
Y lo ví correr lanzándose en el
mar.
Tratando aquel destello recobrar
Porque solo las estrellas bastarán
Sólo las estrellas bastarán.
Sobre la arena sucia de la playa
del cercado
Hay una vaina que parece un
proyectil
De sus alas cuelga una capa de
trapos
De su sombra una soledad sin fin
Su novia imaginaria aún lo espera
En las noches hace guardia frente
al mar
Nadie la conquistará
A ninguna otra ilusión se
entregará
Fiel al loco que le dio la
Eternidad
Porque solo las estrellas
bastarán
Solo las estrellas bastarán.
Rubén Blades.
Lo veo cada mañana cuando voy al trabajo. Su oficina está situada en la
esquina de las dos grandes avenidas. Vestido de gran ejecutivo, habla por su
celular y dirige las operaciones de su personal imaginario. En sus manos
sostiene con estilo los instrumentos de trabajo: una sucia esponja y una goma
pegada a una pequeña madera para “limpiar” los cristales de los vehículos que
pasan. No lanza la esponja sucia sobre el vidrio delantero, como hacen los
demás. Se dirige con caminar seguro a la ventana del conductor. Con pose y
seguridad pregunta a los choferes si desean que le limpien el cristal. Sea
positiva o negativa la respuesta, su despedida es siempre cordial. Al alejarse,
sube la mano a la frente en señal de despedida.
El día que me percaté de su existencia estaba vestido con una chaqueta
azul marinero, pantalón gris, camisa blanca y corbata a juego. A partir de
entonces, mi preocupación matutina era observar sus atuendos. Dependiendo de la
estatura de su antiguo dueño, los trajes de gran señor podrían ser dos tallas
más grandes o más pequeñas. A veces lo
veía hablando con un supuesto interlocutor en su celular desconectado. Otras
veces despachaba con sus compañeros “algunos asuntos de interés”.
Un día que no tenía la prisa acostumbrada de llegar, me detuve en la
esquina. Esperé que me viera. La espera no fue muy larga. Se me acercó. Me preguntó con suma cortesía
si deseaba que mi cristal fuera limpiado. Le contesté afirmativamente. Esta fue
la oportunidad para iniciar nuestra conversación. Le pregunté dónde había
conseguido un ajuar tan variado. Me respondió con cierto aire triunfador, “que
eran regalo de sus amigos y admiradores”, que tiene una colección tan vasta que
no necesitaba repetir el vestuario durante varias semanas. Me dijo que ya era
famoso. Que muchos programas de televisión lo buscaban y lo entrevistaban. Que
había impuesto un estilo y una moda en el arte de “limpiar vidrios”. Me percaté
que en el bolsillo izquierdo del traje, su “identificación de la empresa” es
una foto suya aparecida en un periódico. Me la mostró con entusiasmo y alegría.
Lo miraba con pena y tristeza. Le
pregunté si tenía planes. Me dijo que sí. Que su sueño más grande y hermoso era
“llegar hasta Japón para colocarse en la esquina más transitada para limpiar
cristales.” Me dijo que en ese país los semáforos estaban coordinados por
computadora y era fácil hacer su “trabajo”. “En una mano, seguía diciendo, voy
a tener la esponja y en la otra, la bandera dominicana”. “¿Se imagina usted lo
que sería limpiar vidrios de carros en Japón, decía entusiasmado?” Le pregunté entonces cómo haría realidad su sueño.
Me dijo que había mucha gente ayudándolo. Que le van a conseguir el pasaje y
“algún dinerito para estar allá”. Ahí
terminó nuestra conversación.
El camino acostumbrado se me hizo más largo. Recordé las letras de la hermosa canción de
Rubén Blades llamada Sebastián. La
miseria, la marginación de todos los bienes de la sociedad son enfrentadas de
diferentes maneras. Coloca a veces a sus víctimas en un estado especial de
locura para olvidar su propia realidad.
¡Hasta cuándo nuestras sociedades seguirán cosechando seres como
Sebastián o el Ejecutivo de la esquina, víctimas de su propio infortunio,
que por haber nacido en la cuna
equivocada no pueden ver realidad sus verdaderos sueños.
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