ENCUENTROS
Sin nombre
Por: Mu-Kien Adriana
Sang
¿Cómo no tener fe en la justicia de la vida?
Lo sueños de los que duermen sobre plumas
No son más hermosos que los sueños de quienes
Duermen sobre la dura tierra.
Gibrán Jalil Gibrán
Lo miro cada mañana cuando llego al trabajo. Su pantalón de jeans desteñido, está correctamente planchado. La camisa deshilada
colocada de forma casi perfecta dentro del pantalón es sostenida por una
gastada correa. Camina, escobilla en mano, por todo el patio. Observa con cuidado dónde están las hojas
tiradas. Las recoge, un movimiento brusco lo delata, entonces mira a ver si la
camisa sigue en el lugar debido. Se agacha, recoge los desperdicios de los
árboles. ¡Afrentosa brisa de primavera que osa echar hojas secas en el
césped! Llego con la prisa de las
personas que se creen que debe aprovechar al máximo el tiempo. Salgo del carro,
cierro la puerta, tomo mi cartera, y echo andar con paso presuroso. Desde su
posición me observa, siento su mirada sobre mí. Me saluda con la tranquilidad
de quien tiene todo su tiempo, con un discreto “¡Buenos días, Señora! ¿Cómo le
amanece hoy?” Sonríe, baja de nuevo su
cabeza y prosigue su faena. Hace días me
percaté que después de largos meses de saludo acostumbrado no sabía su nombre,
ni de dónde venía, ni cuáles podrían ser sus preocupaciones. Hice un ejercicio
mental, ¿qué edad podrá tener? ¿Cincuenta? ¿Sesenta? ¿Tendrá familia? ¿Cómo hará
para sobrevivir? ¿Tendrá otro trabajo?
Y así, esa mañana al percatarme de que ignoraba todo sobre su vida, reflexioné
mucho. ¿Acaso reparamos en la gente que nos rodea, y que calladamente hace una
labor silente, que permite que la cotidianidad, nuestra cotidianidad, sea más
tolerable? Me detuve a observar a la
gente que circunda por mi espacio, reparé que conocía a muy pocas. ¿Cómo se llama la silenciosa joven que cada
mañana me pregunta si es el momento oportuno de limpiar mi oficina? A veces,
envuelta en mis quehaceres, deberes y problemas, respondo con un simple
monosílabo: si, no, más tarde. En oportunidades, me doy cuenta ahora, ni
siquiera levanto la vista para responderle. Solo he reparado en su sonrisa, en
su juventud desvanecida por las penurias de la vida. Al darme cuenta de mi falta, me dispuse a
hacer un espionaje discreto y sin malicia. Un día la encontré hablando con
otras en los pasillos. Ignorando mi presencia hablaban de sus problemas, y de
las deudas acumuladas que el magro salario recibido no puede cubrir. Otro día, entusiasmada, contaba de su fiesta
de cumpleaños. Me hice la desentendida y
proseguí mi camino.
¿Cuáles serán las angustias
cotidianas del frutero de la esquina? Es
un joven haitiano que habla correctamente el español. En su carretilla cargada
de frutos de la temporada, atiende con esmerada atención a su clientela
fija. Me hice asidua a su punto. Pasaba
un día por esa esquina y al ver las hermosas frutas que vendía, me detuve. Como
forma de ganar una nueva clienta, me regaló un guineo más. Le pregunté cómo estaba la venta de ese día y
me respondió que buena, que había hecho el dinero del día.
Al reparar en los seres que me circundan y apenas los veo, pensé vivimos
como autómatas, sin recibir los mensajes que te regala cada día. Nadie casi
repara en la sonrisa que te ofrecen gratuitamente las personas que comparten
tus horas y tus días. Ensimismados en
las cosas que nos hacen falta, agotados por la simple tarea de sobrevivir,
envueltos en los problemas que el trabajo diario nos presenta, nos olvidamos de
los demás, especialmente de aquellos rostros sin nombres que nos facilitan la
vida. ¿Acaso le facilitamos nosotros la vida a ellos? Pienso que no. Nuestra indiferencia, nuestra falta de reparo
a su presencia, es un duro golpe para ellos. ¿Qué sentirán cuando pasamos por su
lado ignorándolos, sin dirigirnos a ellos, sin mirarlos, sin percatarnos que
son personas, con sufrimientos, alegrías, penas, desilusiones, problemas y
esperanzas?
Nuestra sociedad está llena de héroes y heroínas sin rostros, sin
nombres, sin lugar conocido de residencia, sin presencia pública, sin crédito
bancario, sin prestigio social, sin consumir los artículos de moda. Esos hombres y mujeres viven sus luchas
cotidianas a fuerza de aventuras y desventuras. Los que se levantan con el alba, a buscar
qué hacer para dar de comer a sus familias; los que envían a sus hijos con chocolate
aguado caliente, esperando que el Estado pueda suplir con el desayuno escolar
las calorías necesarias que sus hijos necesitan para estudiar; las mujeres que
alimentan con su seno a los hijos de su vientre; las que venden su libertad en
cárceles modelos, llamados hogares de clases medias, para atendernos, a cambio
de comida y algún dinero para mantener a los suyos; las que se visten de las
migajas que nosotras abandonamos; las jóvenes que miran el espejismo del progreso
a través de los modelos superficiales que los medios de comunicación le
bombardean a cada instante; todas esas personas libran con bríos la hazaña
cotidiana de vivir. Seres sin rostros, héroes
anónimos de la vida, que sólo son noticias cuando sucumben a alguna tragedia. ¿Alguien
se acuerda de los niños y niñas de San Juan de la Maguana que fueron muertos
por un chofer sin escrúpulos de una guagua de transporte urbano? ¿Ha pensado
alguien en Belkys, la madre soletera que perdió dos de sus hijas en ese
horrible accidente?
¡Hipócrita sociedad la nuestra! Somos capaces de presentar como grandes
señores a truhanes con dinero, que hacen la caridad con lo que le sobra. Somos
capaces de presentar como modelos a imitar mujeres de la vida, cuyo único
mérito es exhibir atributos físicos
magnificados con el dinero. A los que llegan al poder político o económico
corrompiendo, usurpando y atropellando, los adulamos y veneramos como si fuesen
ejemplos a imitar. Hipocresía malsana,
que se vende al mejor postor, que hoy está con este, mañana con aquel, y
siempre donde mande el dinero y el poder. Yo prefiero seguir reparando en esos
seres sin rostros y sin nombre, que me acompañan cada día.
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