ENCUENTROS
UNA MUJER DE MUCHA EDAD, 1
Por:
Mu-Kien Adriana Sang Ben
La vejez, Alberto Cortez
Me llegará lentamente, y me hallara distraído
Probablemente dormido, sobre un colchón de laureles
Se instalara en el espejo, inevitable y serena
Y empezara su faena, por los primeros bosquejos
Con unas hebras de plata, me pintara los cabellos
Y alguna línea en el cuello, que tapara la corbata
Aumentara mi codicia, mis mañas y mis antojos
Y me dará un par de anteojos, para sufrir las noticias
La vejez, está a la vuelta de cualquier esquina,
Ahí donde uno, menos se imagina
Se nos presenta, por primera vez
La vejez, es la más dura de las dictaduras
La grave ceremonia de clausura
De lo que fue la juventud, alguna vez
Con admirable destrezas, como el mejor artesano,
Le irá quitando a mis manos, toda su antigua firmeza
Y asesorando al galeno, me hará prohibir el cigarro
Porque dirán, que el catarro, viene ganando terreno
Me inventara un par de excusas,
Para menguar la impotencia,
Que vale más la experiencia,
Que pretensiones ilusas
Y llegar la bufanda, las zapatillas de paño
Y el reuma que año tras año, aumentara su demanda
La vejez, es la antesala de lo inevitable
El ultimo camino transitable
Ante la duda, que vendrá después
La vejez, es todo el equipaje de una vida
Dispuesto ante la puerta de salida
Por la que no se puede ya, volver
A lo mejor más que viejo, seré un anciano honorable
Tranquilo y lo más probable, gran decidor de consejos
Por celosa, me apartaré de la gente, y cortaré lentamente,
Mis pobres, últimas rosas…
Probablemente dormido, sobre un colchón de laureles
Se instalara en el espejo, inevitable y serena
Y empezara su faena, por los primeros bosquejos
Con unas hebras de plata, me pintara los cabellos
Y alguna línea en el cuello, que tapara la corbata
Aumentara mi codicia, mis mañas y mis antojos
Y me dará un par de anteojos, para sufrir las noticias
La vejez, está a la vuelta de cualquier esquina,
Ahí donde uno, menos se imagina
Se nos presenta, por primera vez
La vejez, es la más dura de las dictaduras
La grave ceremonia de clausura
De lo que fue la juventud, alguna vez
Con admirable destrezas, como el mejor artesano,
Le irá quitando a mis manos, toda su antigua firmeza
Y asesorando al galeno, me hará prohibir el cigarro
Porque dirán, que el catarro, viene ganando terreno
Me inventara un par de excusas,
Para menguar la impotencia,
Que vale más la experiencia,
Que pretensiones ilusas
Y llegar la bufanda, las zapatillas de paño
Y el reuma que año tras año, aumentara su demanda
La vejez, es la antesala de lo inevitable
El ultimo camino transitable
Ante la duda, que vendrá después
La vejez, es todo el equipaje de una vida
Dispuesto ante la puerta de salida
Por la que no se puede ya, volver
A lo mejor más que viejo, seré un anciano honorable
Tranquilo y lo más probable, gran decidor de consejos
Por celosa, me apartaré de la gente, y cortaré lentamente,
Mis pobres, últimas rosas…
Desde hace cuatro años he atesorada esperanzas, emociones y muchas
incógnitas sobre la llegada de mis 60 años, la antesala inevitable de la
vejez. Cuando alcancé la añorada edad
de las 15 primaveras, le pedí a mi padre que me hiciera una fiesta. Su negativa
fue inmediata. Tuve que conformarme con
un encuentro de amigas en mi casa y un viaje a Puerto Rico de cinco días para
acompañar a mi madre en la compra de enseres que nutrirían la tienda familiar
llamada “La Pagoda”.
Dos años después, mi padre organizó una gran fiesta cuando su madre, una
honorable anciana china que no sabía hablar español, cumplió sus ochenta
años. Tenía guardada mi frustración, por
esta razón, con mi habitual energía inquisidora le pregunté el por qué. Mi padre sonrió, y me dijo que en la cultura
oriental se hacía un homenaje a la longevidad, porque nacer no es un mérito,
sino el fruto del azar de un óvulo y un esperma que se unieron y crearon un
ser. Lo que merecía realmente el
reconocimiento era la decisión y la voluntad de vivir con honorabilidad. Mi abuela, dentro de su pobreza tuvo la
visión de motivar a su hijo a la aventura marina para que no sucumbiese a los
estragos de la miseria y el abandono. Y
ella, a pesar de que no podía expresarse era la columna que permitía a mi padre
librar las mil batallas. Entendí la lección.
Y disfruté enormemente la fiesta de mi abuela, en la que se dieron
cuenta todos sus amigos y familiares. La
comida abundante corría por las mesas, las voces de los chinos presentes
hablando en cantonés constituían la clave de la alegría y la música estridente
de China resonaba en el salón. Era un
maravilloso escándalo en el que primaba la alegría y el reconocimiento de una
vida humana, que habiendo vivido en la pobreza había sido capaz de alcanzar esa
edad en muy buenas condiciones físicas y mentales.
El 8 de septiembre de este año alcanzaré la honrosa edad de los 60
años. El inicio de la honorabilidad de
haber vivido. Me gané el mérito de
celebrar una fiesta. A partir de las
décadas siguientes, mientras más vida tenga, mayor será mi privilegio de
celebrar.
A partir
de hoy inicio una serie de Encuentros acerca de esta etapa que pronto iniciaré
en mi vida. Buscando información para
hacer mi artículo, leí [1]
que en China continental las autoridades
estaban sorprendidas por el hecho que la tradición ancestral de apoyo,
reconocimiento y reverencia por los mayores, pero sobre el respeto a los
padres, se estaba perdiendo. Y por esta razón, decidieron tomar medidas.
Fue promulgada la “Ley de Protección de los
Derechos e Intereses del Anciano” que obligaba a los hijos adultos a visitar a
sus padres ancianos. Establecía que una
de las mayores responsabilidades de los
hijos adultos era la de proveer satisfacción a “las necesidades espirituales de
los ancianos”. Regulaba la forma, obligando a los hijos a visitar frecuentemente
la casa de sus padres, y debían también asegurar el pago a los empleados cuando
solicitasen permiso para visitar a sus padres.
Tan fuerte es la ley que incluso en el ejército, los oficiales no son
promocionados a menos que estos muestren suficiente respeto hacia sus padres.
La ley ha traído reacciones en el mundo
occidental. Algunos especialistas han
dicho que esta ley lesiona la libertad individual y el derecho a decidir.
Otros, sin embargo, han reaccionado diciendo que por el contrario, el abandono
es un fenómeno crítico especialmente en las sociedades occidentales:
Pero, sin embargo, hacen que nos cuestionemos un problemático aspecto de
nuestra cultura contemporánea, el cual ha creado un clima de indiferencia,
intolerancia y en ocasiones incluso de antipatía por los ancianos. Los
sociólogos le han puesto incluso un nombre: edaísmo. Se refiere a la estereotipificación
derogatoria de los ancianos, siendo la única forma de prejuicio con la cual los
guardianes del buen comportamiento hacen la vista gorda a pesar de que es por
lejos la más común de entre todos los tipos de discriminación.[2]
La cultura de la “juventud eterna” se ha convertido en
una obsesión en estas sociedades, especialmente en las occidentales. Las mujeres, y en algunos casos los hombres,
quieren combatir los embates del tiempo, haciendo uso de cirugías estéticas y
otros subterfugios, desarrollándose una verdadera adicción al botox. A medidas que los años nos pasan, muchas
mujeres quieren aferrarse a la juventud, convirtiéndose en esclavas de la
belleza, y en verdaderos payasos que emulan y dejan pequeño con sus desfiguradas
caras al Guazón de la tira cómica de Batman.
Estoy convencida que para vivir hay que cumplir
años. Sumar años a la vida es una
virtud, quitárnoslos es negar nuestra
propia existencia. Yo estoy feliz de
cumplir seis décadas de vida, de aprendizajes, caídas para volver a levantarme,
de llantos y risas. Sobre este tema
seguiremos en la próxima entrega.
[1] Benjamin Blech, La
Vejez y la Ley China, http://www.aishlatino.com/a/s/La-Vejez-y-la-Ley-China.html
[2] Ibidem
[3]Concepción Sánchez Palacios, Estereotipos negativos hacia la vejez y su relación
con variables sociodemográficas, psicosociales
y psicológicas, Tesis doctoral
de la Universidad de Málaga, http://www.biblioteca.uma.es/bbldoc/tesisuma/16704046.pdf
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