TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
El mito esfumado del campesinado
caribeño: El caso dominicano
Por: Mu-Kien Adriana Sang
sangbenmukien@gmail.com
mu-kiensang@pucmm.edu.do
@MuKienAdriana
Aire durando
Manuel Del Cabral
¿Quién ha matado ese hombre
Que su voz está enterrada?
Hay muertos que van subiendo
Cuanto su ataúd más baja…
Ese sudor…¿por quién muere?
¿Por qué cosa muere un pobre?
¿Quién ha matado estas manos?
¡No cabe en la muerte un hombre!
Hay muertos que van subiendo
Cuando su ataúd más baja…
¿Quién acostó su estatura
Que su voz está parada?
Hay muertos como raíces
Que hundidas…dan fruto al ala.
¿Quién ha matado estas manos.
Este sudor, esta cara?
Hay muertos que van subiendo
Cuanto más su ataúd baja…
El Caribe insular, y El llamado
Gran Caribe han tenido grandes diferencias en su desarrollo histórico. Compartiendo el mismo sol ardiente y el
intrépido mar, han tomado sus tierras caminos distintos.
Las islas
caribeñas dominadas por Inglaterra y Francia fueron sometidas al modelo de las plantaciones,
que es lo mismo que decir, esclavitud despiadada y negación absoluta de
derechos humanos. Sobre este tema
abundaremos en próximos artículos.
El Caribe
insular hispano: Cuba, República Dominicana y Puerto Rico tuvieron un desarrollo
diferente. Después que España, la
metrópoli cuya ambición de poder la hizo apoderarse de casi un continente
completo, desde México hasta la fría y mal llamada Tierra de Fuego, olvidó sus
primeras colonias isleñas, dejándolas a su suerte. Mi gran amigo Pedro Luis San Miguel, un
puertorriqueño que ama esta media isla desde hace más de tres décadas, y a la
que dedicó mucha de su producción intelectual explica este proceso de manera
brillante:
La
sociedad rural en la República Dominicana retenía muchas de las características
que adquirió durante el período colonial. Tal era el caso de con la estructura
agraria. La mayoría de las tierras del país permanecían vírgenes; de los pocos
miles de hectáreas que se encontraban bajo explotación, una parte considerable
era dedicada a la ganadería extensiva y a la agricultura en pequeña escala.
Mientras que la tierra era abundante, la población, por el contrario era
escasa….[1]
La casi
inexistencia, o como le llama Pedro San Miguel, “el tardío desarrollo de la
economía de plantación…minimizó la competencia por recursos entre los sectores
latifundistas y el campesinado”[2]. Esta situación, permitió el desarrollo y
expansión del pequeño campesino, desarrollarse sin dificultades porque no había
un estado fuerte que lo controlara. En
el Cibao, el campesinado no solo se hizo presente, sino que dominó
prácticamente toda la economía norteña a través de las pequeñas unidades
productivas dedicadas al tabaco y al consumo familiar. Con el tiempo se
agregaron otros cultivos como el café y el cacao. Estos tres productos se desarrollaron gracias
a la demanda del mercado internacional. Y de esa relación económica-social,
nació el imaginario y el mito del hombre del campo. El hombre que junto a su
familia iniciaba las labores con la salida del sol, y con sus propias manos
cultivaba la tierra para ofrecer al mercado el producto de sus sueños:
¿Cuánto le cuesta el cielo a un campesino?
Por: Manuel Del Cabral
¿Cuánto
le cuesta el cielo a un campesino?
Diez
velas para que llueva.
Otras
diez para que escampe.
Un
año de abstinencia sexual con cielicida.
Solo
un huevo en las tripas protestantes los lunes.
Diez
pesos para ungüentos a las llagas
De
sus rodillas:
Que
son las cenicientas de todas sus promesas.
Un
caballo y un pollo para la sotana
Y
también la sobrina
Por
las dudas…
Mientras
tanto,
Empezaron
los perros a ladrar a la radio.
Algo
se está pudriendo.
Algo
de pesticida tiene ya este ladrido.
A pesar,
como dice San Miguel, de que en los últimos veinte años del siglo XIX comenzó a
desarrollarse una economía de plantaciones con el boom de la industria
azucarera, las economías se regionalizaron, permitiendo la coexistencia. En el norte el campesinado y en el sur los
mal asalariados de los ingenios. Esta
dos economías paralelas tuvo sus consecuencias, como nos cuenta el autor:
A
largo plazo, el temprano surgimiento de una economía campesina vinculada al
mercado fue, en si mismo, un impedimento al acaparamiento de las tierras por un
sector de latifundistas. El tabaco, el cacao y el café –cultivos idóneos para
la producción a pequeña escala- brindaron a los campesinos del Cibao un
relativo acceso a la economía monetaria….en el siglo XIX, con el despegue de
las exportaciones del café y el cacao, el campesinado cibaeño adoptó estos
nuevos cultivos. Lejos de encontrarse en
la situación de otros grupos campesinos, los habitantes del Cibao no sufrieron
una súbita irrupción de la economía mercantil. Por el contrario, ella fue
extendiéndose por la región mediante un proceso gradual que estuvo lejos de
provocar las radicales alteraciones del orden rural que han sufrido los
campesinos en otras partes del globo…[3]
Y de
nuevo el mito y sus lecciones y creencias, leyendas. Del hombre fuerte del
campo, de la mujer sumisa que labra la tierra, cría los hijos y sirve en el
hogar. Y nacieron las historias de
miedo, de preguntas sin respuestas, de monólogos con la tierra. Y los
campesinos se convirtieron en seres indispensables porque hacían parir la
tierra, idealizados, amados, temidos y lejanos:
Carta
al Compadre Mon, Manuel Del Cabral (fragmento)
Ya
ves, Compadre Mon,
No
puedo hablarte ya de cosas grandes;
Tu
pistola, tus barbas, tu caballo,
Tu
nombre,
Todo
es pequeño junto a esta sonrisa.
¡Cómo
brilla tu historia en los dientes del tico!
Qué
grande estás, Compadre Mon en esas
Cosas
pequeñas…
El
maíz no lo sabe,
Ni
el trueno,
Ni
el agua…
Pero el
mundo siguió dando vueltas. La economía sostenida en la agricultura de
exportación: azúcar, café, cacao y tabaco comenzó a desaparecer. El país se sostuvo en la industria liviana y
la economía de servicios. Apenas quedan algunas tareas cultivadas para que la
tierra se acuerde de labrar. Algunos campesinos se resisten a desaparecer y se
aferran a su conuco como su último hálito existencial:
El
trueno no lo sabe,
Pero
tu estás en la garganta ronca
De
los tambores que enronquecieron
Del
tanto hablar de ti… de los rugidos
Del
paso de tu sangre.
El
agua no lo sabe,
Pero
eres, el agua con un cuento…
Tú
le pusiste edad al agua de los hombres…
Al
agua que más duele, la pesada
¡Qué
siempre llena venas, y con sed siempre al hombre!
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