III
Congreso Internacional de Estudios Caribeños: Mujer y rebeldía en el caribe
colonial
Por: Mu-Kien Adriana Sang
sangbenmukien@gmail.com
mu-kiensang@pucmm.edu.do
@MuKienAdriana
Mujer Negra
Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron
atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el océano podría recordarlo.
Pero no olvido al primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua
ancestral.
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
aquí volví a nacer.
A cuánta epopeya mandinga intenté recurrir.
Me rebelé.
Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de Su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y Su Merced murió a manos de un impecable lord
inglés.. Nancy Morejón
Continuamos con el largo e
interesante periplo de presentar las ponencias cuyos temas me impactaron en el
III Congreso de Estudios Caribeños. En
esta oportunidad trabajaremos con la ponencia titulada “ LA TRADICIÓN DE LA MUJER Y SU REBELDÍA EN LA CEIBA DE LA MEMORIA”, escrita y presentada por Hernando
Motato C., de la Universidad Industrial de Santander ubicada en Bucaramanga,
Colombia. Sorprende agradablemente que un hombre escriba sobre un tema que
tradicionalmente abordamos nosotras las mujeres.
El ensayo parte de la representación
narrativa de los personajes femeninos en la novela La ceiba de la memoria, autoría de Roberto Burgos Cantor que fue
publicada en Cartagena, en 1948. Señala el profesor Hernando que esta “novela de Roberto Burgos Cantor, la
presencia de la mujer se manifiesta en los ejes históricos de la trata
esclavista, la identidad del negro a través de su música y su religión, la
presencia opresiva de la Iglesia Católica y de la Inquisición, el proceso
violento de la cristianización…”
Un elemento clave es que la novela
aborda con realismo poético el espíritu de rebeldía, a partir del pensamiento
cimarrón, y, del palenque, como espacio destinado a mantener la identidad del
negro, el cual fue también utilizado, porque los esclavos no tenía más
alternativa, para la conservación de sus manifestaciones culturales y
religiosas, como lo expone el autor en este dramático y hermoso texto:
Gritar. Mi grito se abrirá camino entre las otras
lenguas, será entendido, fecundará a las otras palabras, tendrá un lugar donde
se podrá cantar y bailar, pintar y hacer máscaras, lucir los collares de
protección de los dioses, sacrificar las palomas blancas y las gallinas rojas a
OyáYansá, recuperar el hilo que nos hace parte de un mundo al que pertenecemos,
del que somos y que ahora con mi grito se fundirá en este (2007, p. 48).
Así, dice el profesor universitario,
interpretando al autor de la novela, que el palenque fue convertido en la verdadera
expresión de libertad del negro cimarrón, convirtiéndose en el lugar donde
el negro puede rendir culto a sus dioses, a través de los cantos y bailes, al
son de los tambores y congas que repercuten en la invocación a sus lejanos
dioses u orishas.
Analia Tu-Bari, personaje clave de la
novela, era una mujer negra que había llegado desde África en calidad de
esclava, y en el largo trayecto fue más
que ultrajada y vilipendiada. Para resistir Analia optó por el silencio “como una posibilidad de identidad y rechaza
el nombre en respuesta a la imposición ideológica del colono esclavista…su
espíritu rebelde está concentrado en el silencio; aspecto determinante en la
afirmación de su identidad africana y la conservación de su credo religioso y
la perpetuidad de sus ancestros.
A partir de esta afirmación, el autor
del ensayo asegura que Analia, que encarna el personaje femenino en la novela,
representa el mensaje de rebelión, pero sobre todo busca conectarse con su
memoria para recuperar parte de su identidad perdida:
Yo no vine. Me
trajeron. A la fuerza. Peor que prisionera. Sin mi voluntad. Arrastrada.
Me arrancaron. Me empezaron a
matar. Mis palabras las perdí. Se escondieron en el silencio” (2007, p. 35).
Me trajeron amarrada con cadenas. Me robaron y después fui vendida. Es robo y no rapto. El robo despoja y termina en desgracia. El rapto es deseo y propone la unión. El robo
nace de la codicia, de la aspiración indebida de lo ajeno. No agrega sino que quita. El rapto es un delirio por la posesión del
otro (2007, p. 70).
Me encantó en fondo y forma la
interpretación que ofrece el profesor Hernando al personaje de Analia y de su
silencio como el arma para resistir la explotación inmisericorde:
Es la cantidad de silencio acumulado a lo largo del
viaje y del silencio que guarda los recuerdos en unas tierras que le son
ajenas. Entonces aparece la memoria y en ella la afinidad entre ser, espacio y
tiempo. A través de la memoria, Analia
revive las raíces nutricias de las ceibas, las lluvias y las tormentas, pues
para ella esto es significativo en el desarrollo de su pensamiento. De esto modo, se infiere que una primera
expresión de la rebeldía está en el silencio.
Analia se aferra al silencio como una especie de refugio y en él
encuentra el lugar propicio para la introspección espiritual y
existencial. El silencio mantiene vivo el espíritu sagrado y
crea una muralla invisible ante el asedio del blanco doctrinador.
Pero además Analia, la mujer esclava,
traída como bestia desde África, estaba el personaje de Dominica, que ocupaba
el extremo opuesto de la estratificación social. Dominica es la mujer blanca como la leche que
llegó a América procedente de Europa,
ama de casa por excelencia por ser la esposa del poderoso hombre blanco.
Dominica tenía además el privilegio de ser hija de hombre culto, por lo cual
había recibido esmerada educación. Pero esta mujer blanca tampoco era feliz.
Vivía la opresión y la inferioridad con respecto a su marido, por el simple
hecho de ser mujer. Estaba confinada a la soledad del hogar. Entonces la esposa
del blanco rico, decide rebelarse. Y, desafiando los cánones sociales de
entonces, Dominica sale a la calle y visita espacios públicos acompañada de Magdalena
Malemba, su criada negra. Dominica comenzó a ser mal vista por la sociedad.
Como afirma el profesor Hernando las
condiciones de Analia y Dominica nos presentan las dos caras de la mujer en la
cultura caribeña, como lo expone el propio personaje de Dominica:
Los días en este puerto los siento largos. Una luz desconocida y variable que huye veloz
al final de las tardes. Un tiempo lento
se estira y lo sume a uno en el sopor.
Apenas se mueve el mar. Escribo en este Libro de horas lo que veo. Todavía me avergüenza escribir de mí. Aunque lo lea yo sola. Me doy cuenta de que en algunas ocasiones lo
escrito sustituye lo que quiero hablar con alguien que no está. Como en las cartas. Pero aquí son pensamientos los que
escribo. Meditaciones sin destino. A veces conversaciones con el libro que leo. O con la vida que nos trajo aquí (2007, p.
342).
Interesante, ¿no? Esta novela desvela la realidad de la mujer
en la colonia. Por un lado la esclava marginada y excluida de la vida, que
utiliza el silencio para resistir los embates. Y por el otro, la blanca, la que
tiene bienes materiales, pero está confinada al ostracismo de una sociedad que
niega el derecho de la mujer, otorgándole al hombre todos y cada uno de los
privilegios.
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