ENCUENTROS
De vuelta con EDGAR MORIN. La cabeza bien puesta y la
condición humana.
Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro
Estamos en un minúsculo planeta, satélite de un Sol de los suburbios,
astro pigmeo perdido entre miles de millones de estrellas de la Vía Láctea, a
su vez galaxia periférica en un cosmos en expansión, formados por partículas,
átomos, moléculas del mundo físico. Y no solamente somos marginales sino que
estamos casi perdidos en el cosmos, somos casi extranjeros, justamente a causa
de nuestro pensamiento y nuestra conciencia que permiten consideremos esto.
Así como la vida terrestre es extremadamente marginal en el cosmos,
también somos marginales en la vida. El hombre apareció de una manera marginal.
Somos los únicos (aparentemente) que entre los seres vivos de la tierra
poseemos un aparato neurocerebral hipercomplejo, los únicos que poseemos un
lenguaje doblemente articulado que permite comunicarnos de individuo a
individuo, los únicos que disponemos conciencia. (Edgar Morín, La Cabeza bien
puesta)
Debemos, como bien afirma Morín
en este interesantísimo libro al que le hemos dedicado varios Encuentros,
abrirnos al cosmos e iniciar la aventura desconocida hacia las profundidades de
la condición humana misma. Debemos
ampliar las miradas, porque abrirnos hacia la vida es también una apertura
hacia la exploración de nuestras propias vidas, sentirnos agentes y objetos de
la búsqueda. Es sentirnos partes de palabras tan simples como profundas: ser
viejo, o joven, hombre o mujer, ser padres o no serlos, nacer y morir. “La antropología que envía la vida a la vida
privada es una antropología privada de vida.” (P.38) Y esto es así porque en el simple YO,
llevamos al mismo tiempo, el mundo físico, químico, nuestra conciencia,
nuestros pensamientos y nuestra propia cultura, porque cada uno es un todo, que
a su vez forma parte de un TODO superior.
Así pues, de esta manera podemos situar la doble condición humana
natural y metanatural. Conocernos supone que podamos avanzar, y al caminar y
realizar nuevos conocimientos, nuevos descubrimientos, seamos capaces de
desaprender para reaprender, de arraigarnos para desarraigarnos al mismo
tiempo:
En el centro de la aventura cósmica, en la
punta del desarrollo prodigioso de una rama singular de la auto-organización
viva, seguimos, a nuestro modo, la aventura de la organización. Esta epopeya cósmica de la organización, sin
cesar sujeta a las fuerzas de la desorganización y de la dispersión, es también
la epopeya de la conexión, que impidió que el cosmos s dispersara o
desapareciera en el momento de nacer. Nosotros, seres vivos y, por
consiguiente, humanos hijos de las aguas, de la Tierra y del Sol, somos una
brizna de la diáspora cósmica, algunas migajas de la existencia solar, un brote
pequeño de la existencia terrestre.
Estamos, al mismo tiempo, dentro y fuera de
la naturaleza. Somos seres al mismo tiempo cósmicos, físicos, biológicos,
culturales, cerebrales, espirituales. Somos hijos del cosmos, pero a causa de
nuestra propia humanidad, de nuestra cultura, de nuestro espíritu, de nuestra
conciencia, somos extranjeros en este cosmos del que provenimos y que sigue
siendo para nosotros secretamente íntimo. (P. 40)
Partiendo de esta nueva
concepción, Morín propone la urgente necesidad de una nueva cultura, no solo en
el plano científico, sino en todos los ámbitos; de tal manera que podamos
integrar y distinguir el destino humano dentro del universo; pues desde
siempre, desde la prehistoria misma se ha planteado el problema de la condición
humana. Urge una respuesta distinta a esta eterna pregunta que se ha formulado
la humanidad.
La forma más efectiva de crear
esa nueva cultura, plantea el autor, es que desde la educación se contribuya al
desarrollo de una conciencia humanística y ética, en la cual el nudo gordiano
es la conciencia de que pertenecemos a la especie humana, que se completa, con
la visión de que la Tierra es para la vida, y la vida es simplemente para la
humanidad.
La Tierra, el planeta que nos
pertenece, y nos acoge, a pesar de que lo golpeamos y destruimos
permanentemente, debe ser vista no solo como un espacio físico, sino como una
totalidad que engloba todo: lo físico, lo biológico y lo antropológico, porque
la vida “es una emergencia de la Tierra y el hombre una emergencia de la
historia de la vida terrestre” (P. 42), por esta razón la relación de la
humanidad con su entorno, no puede verse de forma reductora, porque los seres
humanos somos entidades planetarias y biosféricas. “El ser humano, al mismo tiempo natural y sobrenatural, tiene su
fuente en la naturaleza viviente y física, pero emerge y se distingue de ella
por medio de la cultura, el pensamiento, la conciencia. Todo esto nos enfrenta al carácter doble y
complejo de lo humano: la humanidad no se reduce de ninguna manera a la
animalidad pero sin animalidad no hay humanidad.” (P.42)
Así pues, en la perspectiva de
Morín, el ser humano es totalmente biológico, pero también totalmente cultural,
y ambos están entrelazados. Acciones
como comer, hablar que son biológicas, tienen en sí elementos culturales; pues
cada sociedad te aporta o te dice cómo hacerlo, cuales son permitidas en
públicos y cuáles no. Pero tener la condición de humanos es más amplio que lo
netamente físico o lo netamente cultural. Somos seres singulares, tanto así,
que nuestras existencias también se ven envueltas en el misterio.
Una nueva cultura científica
implica, necesariamente, una visión humanista de la ciencia. En la actualidad,
afirma Morín, las ciencias humanas hacen muy poco por revalorizarse aportar una visión distinta. Ellas también se han quedado rezagadas. Por
esta razón, Morín plantea una revolución de estas ciencias. La sicología por ejemplo, debería ser
orientada al destino universal y subjetivo del ser humano a fin de demostrarnos
que:
Homo sapiens es también indisolublemente,
Homo demens; que Homo faber es al mismo tiempo Homo Ludens; que Homo economicus
es al mismo tiempo Homo mitologicus; que Homo prosaicus es también Homo
paoeticus. (P. 44)
La sociología, sigue diciendo el
francés, debería orientarse a nuestro destino social; la economía a nuestro
destino económico; y la historia al conocimiento de la condición humana desde
la perspectiva del tiempo determinado y aleatorio de la humanidad, pues la
historia está sujeta a los accidentes y perturbaciones, tomando en cuenta que
no existen leyes históricas, sino una lógica dialógica y caótica, aleatoria, y
sobre todo incierta, entre fuerzas desordenadas y en un juego a menudo
alternado y rotatorio de lo económico, sociológico, mitológico y político. En fin, todas las ciencias, las humanas y las
naturales deben revisarse para converger en una única mirada: la condición
humana.
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