TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
El mito esfumado del campesinado
caribeño: El caso de Puerto Rico
Por: Mu-Kien Adriana Sang
sangbenmukien@gmail.com
mu-kiensang@pucmm.edu.do
@MuKienAdriana
Lamento Borincano, Rafael Hernández
Sale
loco de contento con su cargamento
para la ciudad, para la ciudad.
Lleva
en su pensamiento todo un mundo lleno
de felicidad, Ay, de felicidad.
Piensa remediar su situación
del hogar que es toda su ilusión. Sí.
Y alegre,
el jibarito va, pensando así
diciendo así, cantando así por el camino:
"Si yo vendo la carga, mi Dios querido,
un traje a mi viejita voy a comprar."
Y alegre
también su yegua va
al presentir que aquel cantar
es todo un himno de alegría.
Y en eso le sorprende la luz del DÍA.
Y llegan al mercado de la ciudad.
Pasa
la mañana entera sin que nadie quiera
su carga comprar, ay, su carga comprar.
Todo,
todo esta desierto, y el pueblo esta lleno
de necesidad, ay, de necesidad.
Se oye este lamento por doquier
de mi desdichada Borinquen. Sí.
Y triste,
el jibarito va pensando así,
diciendo así, llorando así por el camino:
"¿Qué será de Borinquen mi dios querido?
¿Qué será de mis hijos y de mi hogar?"
Oh Borinquen!
La tierra del Edén,
la que al cantar, el gran Gautier
llamo la perla de los mares.
Ahora que tú te mueres con tus pesares,
déjame que te cante yo también.
loco de contento con su cargamento
para la ciudad, para la ciudad.
Lleva
en su pensamiento todo un mundo lleno
de felicidad, Ay, de felicidad.
Piensa remediar su situación
del hogar que es toda su ilusión. Sí.
Y alegre,
el jibarito va, pensando así
diciendo así, cantando así por el camino:
"Si yo vendo la carga, mi Dios querido,
un traje a mi viejita voy a comprar."
Y alegre
también su yegua va
al presentir que aquel cantar
es todo un himno de alegría.
Y en eso le sorprende la luz del DÍA.
Y llegan al mercado de la ciudad.
Pasa
la mañana entera sin que nadie quiera
su carga comprar, ay, su carga comprar.
Todo,
todo esta desierto, y el pueblo esta lleno
de necesidad, ay, de necesidad.
Se oye este lamento por doquier
de mi desdichada Borinquen. Sí.
Y triste,
el jibarito va pensando así,
diciendo así, llorando así por el camino:
"¿Qué será de Borinquen mi dios querido?
¿Qué será de mis hijos y de mi hogar?"
Oh Borinquen!
La tierra del Edén,
la que al cantar, el gran Gautier
llamo la perla de los mares.
Ahora que tú te mueres con tus pesares,
déjame que te cante yo también.
En el artículo de la semana pasada hicimos una
reflexión en torno a la desaparición física e identitaria del campesinado
dominicano, para lo cual, entre otras cosas, utilizamos al amigo historiador Pedro
San Miguel [1]. En el mismo ensayo el historiador hace
referencia al campesinado puertorriqueño, veamos:
Una breve comparación con la isla de Puerto Rico,
cuyas características económicas a finales del siglo XVIII eran muy semejantes
a las de Santo Domingo, resulta sumamente esclarecedora. Para entonces, Puerto
Rico, al igual que Santo Domingo contaba con una economía basada en la
ganadería del hato y en la producción para la subsistencia. No obstante, en
unas cuantas décadas, Santo Domingo y Puerto Rico desarrollaron estructuras
económicas y sociales sustancialmente distintas. Mientras que en el primero
continuaron dominando el hato y la economía campesina, en el segundo país la
ganadería hatera tendió a desaparecer y el campesinado empujado hacia el
interior. En Puerto Rico en las zonas
costeras, la caña de azúcar se apoderaba de las mejores tierras y la plantación
se erigía en la estructura dominante. [2]
Otro elemento interesante que destaca San Miguel es
que en ambos casos existe otra notable diferencia. Mientras el estado colonial
en la isla de la Española era débil e indiferente, en Puerto Rico hizo
exactamente todo lo contrario, pues creó las condiciones institucionales
apropiadas y necesarias para la expansión de la economía de plantación. Llegó a ser Puerto Rico una sociedad rural
fuerte sustentada en el cultivo de la caña y los frutos menores.
En Puerto Rico a los campesinos blancos le llaman “jíbaro”, un término que nació en
el siglo XIX después de la aparición de la obra “El Gíbaro” de Manuel Alonso en
1949. Según Carmen Torres-Robles, de
la Universidad Perdue Calumet en un interesante ensayo titulado [3]
“La mitificación y desmitificación del jíbaro como símbolo de la identidad
nacional puertorriqueña”, Alonso,
considerado el padre, patriarca más bien de la literatura puertorriqueña,
transita por los caminos de la identidad puertorriqueña a través del
costumbrismo como vehículo de explicar e indagar ese fenómeno tan complejo para
los habitantes de la isla hermana. A través de las páginas de la oba, el autor
intenta hacer un retrato fisonómico hablado del campesino puertorriqueño:
Color Moner, frente despejada,
Mirar lánguido, altivo y penetrante,
La barba negra, pálido el semblante,
Rostro enjuto, nariz proporcionada.
Mediana talla, marcha compasada;
El alma de ilusiones anhelante,
Agudo, ingenioso, libre y arrogante,
Pensar inquieto, mente acalorada,
Humano, afable, justo, dadivoso..
Tras la gloria y placer siempre afanoso,
Y en amor a su patria insuperable:
Ese es, a no dudarlo, fiel diseño
Para copiar un buen puerto-riqueño…[4]
Afirma la autora, para lo cual analiza las obra de
Ramón Méndez Quiñones (1847-1889), que también aborda la temática del Jíbaro:
“Los jíbaros progresistas”, “El jíbaro: símbolo y figura”, entre otros, se exhibe
un campesino puertorriqueño caracterizado por la pobreza de su vestuario y su
lenguaje llano y casi vulgar, por tal razón ellos no encarnaban el imaginario
identitario puertorriqueño. La misma
tesitura, afirma la ensayista, puede
evidenciarse en las obras de Salvador Brau, quien afirmaba que para finales del
siglo XIX y principios del XX, el 81% de
la población era rural, por esta razón, la mayoría de la población de Puerto
Rico era “jíbara”:
Cuándo la palabra jíbaro, cuya definición
corresponde en nuestros días a las voces rústico, gañán o paleto, usadas en la
Península… se oye aplicar, en nuestra culta capital, y no por los labio
europeos, a todo el que ha nacido fuera de sus viejas murallas”. [5]
Interesante, en el imaginario puertorriqueño, el
“jíbaro” era el hombre bravo, trabajador y fuerte. La “jíbara” era hermosa,
cadenciosa y coqueta, como lo refleja el poema de Virgilio Dávila:
¡Y es bella!
Son sus ojos humedecidos murtas
Prendidas en jirones de cielo tropical;
Su talle y pie menudos, sus labios fueron hechos
De la rosada pulpa que brinda la guayaba,
Y son sus blancos dientes botones de azahar.
Los hombres “jíbaros” eran a los ojos de los poetas:
trabajadores, madrugadores, orgullosos, patriotas, amantes de las peleas de
gallos, la música y el baile, como se puede evidenciar en el poema de Dávila
llamado “El Jíbaro”:
En la montaña, junto al río,
y bajo el techo de un bohío
que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué a la vida en esa hora
en que la tierra se colora,
porque recibe apasionada el primer ósculo solar.
Tuve el trabajo por escuela;
tostó mi cuerpo la candela
del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí del campo la alegría,
y soy alegre como el día,
como la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.
Surge la aurora,, y de la cama,
oigo el pitirre que me llama
con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el lecho dejo con premura;
llevo mi daga a la cintura,
y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.
y bajo el techo de un bohío
que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué a la vida en esa hora
en que la tierra se colora,
porque recibe apasionada el primer ósculo solar.
Tuve el trabajo por escuela;
tostó mi cuerpo la candela
del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí del campo la alegría,
y soy alegre como el día,
como la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.
Surge la aurora,, y de la cama,
oigo el pitirre que me llama
con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el lecho dejo con premura;
llevo mi daga a la cintura,
y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.
Si el caminante se extravía,
se abre una puerta, que es la mía;
para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para el que ofende a mi terruño
tengo el perrillo y tengo el puño,
y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.
Es mi delirio mi caballo;
en las contiendas de mi gallo,
es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no hay, como yo, quien salve un risco,
ni quien domine un potro arisco,
ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.
Yo bailo el seis y la cadena
con en la tierra macarena
puede bailar un zapateado el más donoso bailarín;
tengo ribetes de coplero,
y al son del tiple vocinglero,
décimas bellas da ni numen, como da flores el jardín….o.
Desde la hora placentera
en que se anima la pradera,
hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en los rastreron batatales,
en los hojosos platanales,
doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.
Si entre las hojas de esmeralda
de la riquísima guirnalda
en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen cual pálidas estrellas
las olorosas flores bellas
que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín….
se abre una puerta, que es la mía;
para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para el que ofende a mi terruño
tengo el perrillo y tengo el puño,
y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.
Es mi delirio mi caballo;
en las contiendas de mi gallo,
es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no hay, como yo, quien salve un risco,
ni quien domine un potro arisco,
ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.
Yo bailo el seis y la cadena
con en la tierra macarena
puede bailar un zapateado el más donoso bailarín;
tengo ribetes de coplero,
y al son del tiple vocinglero,
décimas bellas da ni numen, como da flores el jardín….o.
Desde la hora placentera
en que se anima la pradera,
hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en los rastreron batatales,
en los hojosos platanales,
doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.
Si entre las hojas de esmeralda
de la riquísima guirnalda
en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen cual pálidas estrellas
las olorosas flores bellas
que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín….
El jíbaro como figura mítica que formaba una parte
esencial del imaginario identitario del Puerto Rico rural es hoy prácticamente
un recuerdo. La isla de Borinquen la
bella es hoy una sociedad estancada que libra batallas internas no solo con una
identidad bifurcada, sino y sobre todo, de una economía cada vez más dependiente
de su metrópoli, y un escaso desarrollo
de su capacidad productiva. Una nueva
imagen que se esfuma en el espectro caribeño.
[1]
Pedro L. San Miguel: Una perspectiva dominicana. Memorias, Revista Digital de Historia y
Arqueología desde el Caribe, vol 11, No. 22, enero-abril 2014, Universidad del
Norte, Barranquilla, Colombia.
(Redalyc.org), p. 3
[2]
Ibídem, p. 3
[3]Carmen
Torres-Robles, de la Universidad Perdue Calumet , “La mitificación y desmitificación del jíbaro
como símbolo de la identidad nacional puertorriqueña. https://www.amherst.edu/system/files/media/0126/BilingualReview%25282%2529.pdf
[4]
Manuel Alonto, El Gíbaro, citado por Torres-Robles.
[5]
Salvador Brau, citado por Torres-Robles
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