TEMAS SOBRE HAITI,
REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
El libro de Reina, 2
Por: Mu-Kien Adriana Sang
@MuKienAdriana
En América Latina, particularmente en
Centroamérica y El Caribe, la economía de plantación creó enclaves económicos
que funcionaban de manera autónoma y permitían la importación de mano de obra
extranjera cuando la autóctona no estaba disponible para ser sometida a niveles
de súper-explotación. El rol del Estado costarricense no fue excepcional. Para
este rol contradecía el imaginario del Estado-nación prevaleciente después de
la independencia del poder colonial español. Mientras ideológicamente los
Estados con élites europeizadas promovían la supremacía de la raza blanca y el
blanqueamiento de la población, la política económica bananera de la
transnacional norteamericana de Costa Rica fue ciega al color de la piel de sus
trabajadores. En la década de 1920 los
Estados Unidos asumieron la eugenesia como política de Estado la promovieron
en América Latina. A partir de este
momento se promulgaron leyes racistas en toda la región; estas leyes
intencionalmente intentaron detener y prohibir la inmigración del Caribe
inglés. Bajo este contexto, la comunidad jamaiquina se vio forzada a repensar y
redefinir sus identidades. [1]
La semana pasada
inicié una serie sobre libros. Comencé
con el excelente y bien documentado libro de la amiga historiadora Reina
Rosario a quien conozco desde hace décadas.
La obra fue titulada “Identidades de la población de origen
jamaiquino en el Caribe Costarricense (segunda mitad del siglo XX)”.
El libro consta
de cuatro capítulos. El primero aborda los orígenes de la comunidad de origen
jamaiquino en el Caribe de Costa Rica, abarcando los años comprendidos entre
1872-1950. Señala que el interés de los
gobiernos de Costa Rica por la región del Caribe comenzó en el siglo XIX,
iniciándose en el gobierno de Juan Rafael Mora en 1852 y continuando con los
gobiernos de Jesús Jiménez Zamora, José María Castro Madriz y Bruno
Carranza. Durante varias décadas
dictaron decretos que habilitaban el puerto de Limón cuando todavía era un
lugar abandonado. Pero fue realmente a
finales del siglo XIX, durante el período de Tomás Guardia en el que se mostró
el interés manifiesto:
Por eso se puede señalar
que el Estado costarricense se interesó por la región del Caribe solo a fines
del siglo XIX, no con el fin de integrar la población indígena al
Estado-Nación, sino con el propósito de construir un ferrocarril para
comercializar la producción cafetalera del Valle Central hacia Europa, que se
efectuaba por el Océano Pacífico. Con este propósito, en 1871, el Presidente
Tomás Guardia firmó un contrato con el empresario norteamericano Henry Meiggs
para la construcción de un tramo de 150 kilómetros de ferrocarril. [2]
Cuando se
conectó, dice la autora, la construcción del ferrocarril con el negocio del
banano, sumado al creciente capital norteamericano, se produjo una
transformación profunda de la economía de la región y cambios profundos a nivel
demográfico. La creciente mano de obra
demandada no podía ser suplida por la población nativa, por esta razón se
trajeron trabajadores de muchos lugares:
Las condiciones de vida y
de trabajo en el Caribe costarricense fueron duras y peligrosas, especialmente
en los primeros años cuando no había viviendas, transporte, agua potable y el
área era inhóspita. Durante ese período llegaron inmigrantes alemanes, belgas,
suizos e ingleses. Pero muy pronto los costos económicos obligaron a contratar
a otra población menos demandante y más barata como los chinos, jamaiquinos,
curazaleños, italianos, culíes procedentes de la India y centroamericanos,
entre otros…[3]
Se repetía la
misma historia del Caribe insular del siglo XIX, en el Gran Caribe: el
desarrollo del capital requería de mano de obra asalariada, pero que en
realidad eran condiciones laborales prácticamente esclavista. Afirma que a finales del siglo XIX los
empresarios se dieron cuenta que la mano de obra de los jamaiquinos era la más
beneficiosa: hablaban inglés, tenían experiencia en el cultivo del banano y en
Jamaica la población quería salir de la gran crisis económica que existía en su
tierra. Tres condiciones que se combinaron y produjeron un fenómeno único en
Costa Rica. Se calcula que entre 1891 y
1911 llegaron a Costa Rica unos 43,438 jamaiquinos. En el año 1927 solo en el Limón había 19,136
jamaiquinos. Ahí comienza a conformarse
un imaginario diferente de una población marginada no solo económica y
socialmente, sino también geográficamente:
El poco contacto al que
estuvo sometida esta región implicó el desarrollo de un imaginario y una
conciencia particular con respecto a otros espacios o regiones del país. A
partir de la escasa relación con el Valle Central es que se puede comprender
por qué la región ha tenido su propia historia con características económicas y
culturales muy particulares que la diferencian significativamente del resto del
país.[4]
Un elemento
interesante que destaca la historiadora es que el Estado de Costa Rica se portó
de manera irresponsable, entregándola completamente al enclave bananero y
abandonando a su suerte a los trabajadores.
La compañía bananera, la United Fruit Company (UFCO) se debía encargar
de la vida de los trabajadores en todos los órdenes. Las condiciones fueron tan difíciles que la
utopía del regreso se convirtió en la esperanza de los jamaiquinos. La UFCO era
la dueña absoluta de la producción de banano, del transporte ferroviario, la
comercialización y de todos los demás aspectos de la producción.
A partir de esa
realidad, los jamaiquinos comenzaron a recrear su propia cultura. La resistencia silente de los marginados, de
los pobres, es alimentando su ser colectivo.
No solo valoró su cultura sino que estableció las diferencias con los
“otros”, entiéndase los costarricenses, los norteamericanos, los indígenas, los
francófonos, centroamericanos y chinos.
“A partir de este momento en que se sintieron diferentes a los “otros”,
percibieron que esos “otros” también los veían diferentes y les asignaban roles,
etiquetas, estatus que ellos rechazaban o asumían. Entonces se comenzaron a
gestar –de forma consciente o no- sus posibles estrategias identitarias.”[5]
Ahí termina este
relato, porque el espacio se agotó.
Seguiremos en la próxima entrega.
[1] Reina Rosario, Identidades de la población de origen
jamaiquino en el Caribe Costarricense (segunda mitad del siglo XX), Santo
Domingo, Cocolo Editorial, 2015, p. 398.
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