ENCUENTROS
José Ortega y
Gasset y seguimos con su España invertebrada,
Por: Mu-Kien
Adriana Sang Ben
Yo necesitaba para mi vida
personal orientarme sobre los destinos de mi nación, a la que me sentía
radicalmente adscrito. Hay quien sabe vivir como un sonámbulo; yo no he logrado
aprender ese cómodo estilo de existencia. Necesito vivir de claridades y lo más
despierto posible. Si yo hubiese encontrado libros que me orientasen con
suficiente agudeza sobre los secretos que el camino que España lleva por la
historia, me habría ahorrado el esfuerzo de tener que construirme malamente,
con escasísimos conocimientos y materiales… un panorama esquemático de su
evolución y de su anatomía… Pero el hombre no puede esperar… La vida es prisa.
Yo necesitaba sin remisión ni demora aclararme un poco el rumbo de mi país a
fin de evitar en mi conducta, por lo menos, las grandes estupideces… José
Ortega y Gasset, Prólogo a la cuarta edición.[1]
Como hemos dicho
en los dos artículos anteriores, he
iniciado una serie sobre el pensamiento del gran intelectual español de
principios del siglo XX: Don José Ortega y Gasset. En el anterior, empezamos a hablar de una
obra que impactó muchísimo en su época: La España Invertebrada, que fue publicada
en 1922.
Comenzamos a
resumir-presentar la primera parte del libro se titulada “Particularismo y
Acción Directa”. Cuenta 9 apartados. Los dos primeros fueron abordados en la
entrega anterior y llevaban por título “Incorporación y Desintegración”,
“Potencia de Nacionalización”. En esta oportunidad trataremos de abordar los
restantes: “¿Por qué hay separatismo?”, “Tanto Monta”, “Particularismo”,
“Compartimentos Estancos”, “El Caso del Grupo Militar”, “Acción Directa”, y
“Pronunciamientos”.
Se preguntaba el
intelectual “¿Por qué hay separatismo?” su auto respuesta fue un largo e
interesante artículo. Decía que uno de los grandes fenómenos y problemas de la
vida política de España era la aparición desde los primeros años del siglo XX,
de los regionalismos, separatismos y nacionalismos. Se preguntaba también: ¿Son muchos los
españoles que han llegado a hacerse cargo de cuál es la verdadera realidad de
estos movimientos? Se respondía a sí mismo diciendo que no.
Enfrentó
duramente a los nacionalismos de Cataluña y Vasconia. Decía que eran
movimientos artificiosos, extraídos de la nada, y peor aún, sin causas ni
motivos profundos. Con estas posiciones
han desvertebrado a España, que antes de sus apariciones era “una masa
homogénea, sin discontinuidades cualitativas, sin confines interiores de unas
partes con otras. Hablar ahora de regiones, de pueblos diferentes, de Cataluña,
de Euzkadi, es cortar con un cuchillo una masa homogénea y tajar cuerpos
distintos en lo que era un compacto volumen.”[2]
Afirma que estos
separatismos surgieron por la codicia y la soberbia de unos cuantos hombres, y
esta ambición, los ha llevado a una “faena de despedazamiento nacional que sin
ellos y su caprichosa labor no existiría”[3]
El siguiente
apartado se denomina “Tanto Monta”.
Admite como verdad la preeminencia de Castilla, pues “NO hay que ver más
que la energía con que acierta a mandarse a sí misma, pues “ser emperador de sí
mismo es la primera condición para imperar a los demás. Castilla se afana por
superar en su propio corazón la tendencia al hermetismo aldeano, a la visión
angosta de los intereses que reina en los demás pueblos ibéricos.”[4]
Ortega afirma
que las naciones se construyen y fortalecen cuando existe una correcta y
dinámica política internacional.
España, sigue diciendo, nació en la mente de Castilla, no como realidad,
sino como un mañana imaginario “capaz de disciplinar el hoy y de
orientarlo”. Cuando Castilla se alió con
Fernando de Aragón, nació la unidad
española, con el fin de lanzarla a los cuatros vientos, “para inundar el
planeta, para crear un Imperio aún más amplio. La unidad de España se hace para
esto y por esto…. “[5] Así pues, Ortega apuesta por la unidad de
España, y fustiga duramente los intentos separatistas de los vascos y catalanes,
tal y como lo expresa en el párrafo que citamos a continuación:
Si Cataluña o Vasconia
hubiesen sido las razas que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible
tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacer particularista, es decir, a no
contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiese acaso despertado
las antiguas virtudes del centro y no habrían por ventura, caído en la
perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra
historia. [6]
No niega el gran intelectual, en el ensayo
titulado Compartimentos Estancos, que en una nación, por muy unida que esté,
existan pequeños grupos, pues el proceso de unificación de una sociedad tiene
un contrapunteo de un proceso diferenciador que divide en clases, grupos
profesionales, oficios y gremios. Pero nunca una división que implique
separación.
En Acción
Directa Ortega sigue desarrollando su
línea de pensamiento. Defiende que una
cosa es la diferencia natural en un grupo social y otra la escisión. Una
sociedad, afirma, es el conjunto de individuos que pueden o no formar grupos. Y,
sigue diciendo, cuando un grupo quiere algo en específico debe proceder a
comunicarlo a los demás y negociar. Así,
la voluntad privada debe convertirse en una voluntad general. Significa que la “acción directa” es la
táctica que se deriva del particularismo de los intereses.
Ahí termina la
primera parte de la obra. En las
próximas entregas hablaremos de la segunda parte, que él tituló como “La
ausencia de los mejores”. El espacio no
nos permite seguir. Finalizo con una
reflexión de Ortega:
La insolidaridad actual
produce un fenómeno muy característico de nuestra vida pública –que debemos
meditar-: cualquiera tiene fuerza para deshacer –el militar, el obrero, esto o
el otro político, éste o el grupo de periódicos-; pero nadie tiene fuerzas para
hacer, ni siquiera para asegurar sus propios derechos.”[7]
[1] [1]
Prólogo de la Cuarta Edición, José Ortega y Gasset, España invertebrada, hermanotemblon.com/.../Ortega%20y%20Gasset,%20Jose/Ortega%20y%20Gasset,%2,
p. 21
[2] Ibidem, p. 31.
[3] Ibídem.
[4] Ibidem, p. 32
[5] Ibídem, p. 33
[6] Ibidem, p. 39
[7] Ibidem, p. 51
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