TEMAS SOBRE HAITI,
REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE
CUBA Y SUS LIBROS. La reinvención colonial
Por: Mu-Kien Adriana Sang
@MuKienAdriana
La cuba colonial de fines del siglo XVIII y
principios del siglo XIX es diferente al resto de colonias hispanoamericanas.
Rotunda afirmación, que no olvida los elementos comunes y tampoco las
particularidades que adquirió en cada territorio americano el pasado compartido
con una misma metrópoli. Pero un pasado
que comienza a transcurrir por derroteros disímiles en la segunda mitad del
siglo XVIII: mientras en el resto de
colonias americanas asistimos al desplazamiento de los criollos de las
estructuras de poder con la introducción de nuevas figuras administrativas que
vienen a ser ocupadas por peninsulares, el Caribe español, que hasta ese
momento ocupaba un papel secundario –más allá de su importancia estratégica-
comienza a revalorizarse dentro de la estructura económica del imperio. En el caso cubano tenemos un elemento añadido
desde el punto de vista socioeconómico, el camino escogido para alentar el desarrollo
de la colonia: la plantación azucarera daría paso a una sociedad diferente,
asociada al binomio azúcar-esclavos.[1]
Imilcy Balboa Navarro
En el año 2013 la Academia Dominicana de Historia y
el Centro de Estudios Caribeños de la PUCMM, realizamos un gran evento
internacional titulado “El Caribe en cuatro tiempos: los modelos que suceden
(Siglos XVI’XX)”, que contaba también con el auspicio de la Asociación de
Historia económica del Caribe. En ese
seminario participaron cientos de académicos de América Latina y Europa
especialistas en temas caribeños. Ahí
conocí a Imilcy Balboa, cubana de nacimiento, europea de adopción, y me
sorprendió su rigurosidad intelectual y su sencillez.
En nuestros diálogos como historiadora, me
sorprendió su disciplina de trabajo. Me
regaló el libro “La reinvención colonial de Cuba” que hoy iniciamos su
presentación. Esta joya de obra cuenta
con doce ensayos escritos por igual número de investigadores. El primero fue escrito por su editora, la
profesora Balboa Navarro. De su ensayo
escogimos el párrafo que inicia este artículo.
Sostiene que la realidad colonial cubana es singular, muy diferente al
resto de las colonias hispanoamericanas del continente. Cuando leí su conclusión recordé las
posiciones de Juan Bosch, quien, asumiendo la particularidad dominicana,
concluía que nuestro país tenía una “arritmia histórica”.
Imilcy plantea que ese camino propio inició su
periplo en el siglo XVIII cuando el ingenio se convirtió en el centro de la
estructura agraria. A diferencia de
Saint Domingue (hoy Haití), que aportaba el 28% de la producción mundial de
azúcar, le seguía Jamaica con un 19%. mientras que Cuba solo aportaba el
3%. Pero eso fue solo al inicio, porque
como decía Moreno Fraginals, el gran historiador cubano, Cuba tenía todas las
condiciones necesarias para desarrollar la manufactura azucarera: bosques,
tierras, ganados e instrumentos de trabajo.
Las primeras sublevaciones de esclavos, que dieron
inicio al largo proceso de la Revolución Haitiana, constituyeron una gran
oportunidad para los hacendados cubanos.
Muchos capitales salieron hacia la isla de Cuba. Esto hizo que se hicieran grandes esfuerzos
por imponer un modelo diferente al haitiano. Para lo cual decidieron organizar
el proceso laboral, capitales para emprender las reformas institucionales
necesarias acordes a los nuevos tiempos.
“Cuba, o con mayor propiedad la aristocracia habanera, se mira en el
espejo de las “Sugar Islands”, aspira a superar el modelo, pero estudiando,
comparando y readaptando las experiencias de otras zonas a sus necesidades.”[2]
Un dato interesante que señala Imilcy es que
mientras en el resto de las colonias hispanoamericanas se iniciaba un proceso
de independencia, en Cuba se optaba por una nueva estrategia metropolitana, con
una política reformista, proceso que culmina o concluyen abruptamente con los
sucesos de 1808. Pero era una reforma de
apariencia, pues en el fondo el modelo de plantaciones azucareras: “Se quiere
reformismo, pero ligado al cultivo de la caña, se quiere reformismo, pero con
esclavitud.”[3]
En última instancia lo que plantea la historiadora
es que los hacendados se hicieron opositores a las ideas liberales, para ellos
resultaba más beneficioso unir su “suerte al mantenimiento del despotismo
absolutista. La vuelta del absolutismo paradójicamente no significó un
alejamiento de tales postulados, sino la continuidad y ampliación de los
proyectos iniciados. En el lado contrario, la opción de favorecer el
liberalismo constitucional comportaba dar presencia y representación a otros
sectores sociales, lo que ponía en peligro la trata y la misma esclavitud…”[4]
Este planteamiento es muy interesante porque para el
caso dominicano, yo sostengo y así lo esbozo en mi libro “Ulises Heureaux.
Biografía de un dictador” que el ingenio que se desarrolló a finales del siglo
XIX fue un promotor del proyecto capitalista en República Dominicana,
permitiendo un desarrollo económico que revolucionó la economía del país. Claro está existe una diferencia con Cuba y
su desarrollo azucarero, porque el de ellos comenzó a finales del siglo XVIII y
principios del siglo XIX, antes de que se decretara formalmente de parte de las
potencias imperiales el fin de la trata de esclavos y el comercio triangular.
El libro, como bien lo explica Imilcy Balboa
Navarro, es una reflexión de historiadores cubanos y españoles acerca de la
plantación en Cuba. A partir de este
momento, y durante 11 entregas adicionales abordaremos el tema, resumiendo los
planteamientos de esos colegas sobre un tema tan interesante:
La plantación es
tierras, la plantación es azúcar, la plantación es esclavitud, y en definitiva,
es también sociedad. Una sociedad que se
nos presenta en buena medida atada a los beneficios del cultivo de la caña,
pero al mismo tiempo se renueva y explora nuevas opciones…[5]
[1] Imilcy Balboa Navarro, “Continuidad, renovación y alternativa. La
sociedad cubana del siglo XIX”, en Imilcy Balboa editora, La reinvención colonial de Cuba, Santa Cruz de Tenerife, España,
Ediciones Idea, 2012, pp. 7-8.
[2] Ibidem, p.12
[3] Ibidem, p. 14.
[4] Ibidem, p. 15.
[5] Ibidem, p. 21
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