ENCUENTROS
José Ortega y
Gasset . Continuamos con la España invertebrada,
Por: Mu-Kien
Adriana Sang Ben
Tal vez no haya cosa que
califique más que certeramente a un pueblo y a cada época de su historia como
el estado de las relaciones entre la masa y la minoría directora. La
acción -política, intelectual y
educativa- es, según su nombre indica, de tal carácter que el individuo por sí
solo, cualquiera que sea el grado de su genialidad, no puede ejercerla eficazmente.
La influencia pública o, si se prefiere llamarla así, la influencia social,
emana de energías muy diferentes de las que actúan en la influencia privada que
cada persona puede ejercer sobre la vecina. Un hombre no es nunca eficaz por
sus cualidades individuales, sino por la energía social que la masa ha
depositado en él…
Así, un político irradiará
tanto de influjo público cuanto sea el entusiasmo y confianza que su partido
haya concentrado en él. Un escritor logrará saturar la conciencia colectiva en
la medida que el pueblo sienta hacia él devoción…. La razón es clara: cuanto
más hondo, sabio y agudo sea un escritor, mayor distancia habrá entre sus ideas
y las del vulgo, y más difícil su asimilación por el público [1]
Con esta entrega
pasamos a la segunda parte del polémico y emblemático libro del gran Ortega y
Gasset: La España invertebrada”. Inicia con una interesantísima reflexión sobre
el papel de los intelectuales en la sociedad y la diferencia con los dirigentes
políticos. Mientras el político trabaja para adecuar su discurso al pueblo, el intelectual
piensa, reflexiona y expone sus ideas sin importarle que podría quedarse solo.
Señala, para
referirse a los políticos, que el entusiasmo de las masas no depende del valor
de los dirigentes. Es, asegura, todo lo
contrario. Para Ortega el valor social de los hombres directores, como denomina
a los políticos, depende sobre todo de la capacidad de entusiasmo que tenga el
pueblo llano. Coincido con este
pensamiento del filósofo, pues los pueblos son los únicos verdaderamente
capaces de mover gobierno y destruir símbolos únicos.
Esto así, porque
como dice Ortega en el apartado “Imperio de las Masas”, una nación es una masa
humana organizada, estructurada por una minoría de personas selectas. A pesar de que la dirección esté en manos de
unos pocos, son las masas las que imponen, mueven o apoyan a aquellos que ellos
quieren que los dirijan, pero muchos analistas y dirigentes padecen de una
terrible miopía política:
Esa miopía consiste en
creer que los fenómenos sociales, históricos, son los fenómenos políticos, y
que las enfermedades de un cuerpo nacional son enfermedades políticas… Y hay en
efecto, enfermedades nacionales que son meramente perturbaciones políticas,
erupciones o infecciones de la piel social… Cuando lo que está mal en un país
es la política, puede decirse que nada está muy mal. Ligero y transitorio el
malestar, es seguro que el cuerpo social regulará a sí mismo un día u otro. [2]
Lamentablemente,
dice Ortega, en España la situación era inversa. El daño, dice, no radica en la política, sino
en la misma sociedad, en el corazón de todos y cada uno de los españoles. Esta conclusión tan terrible fue escrita,
como ya hemos dicho, en el año 1922; quizás al día de hoy haya cambiado, la
democracia se ha afianzado, aunque la monarquía, el modelo obsoleto que atacaba
Ortega, se ha afianzado, a pesar de sus
crisis.
Guardando las
distancias, pero a veces tengo la tentación de pensar como Ortega y concluir
que en nuestro país, el pueblo padece de una aguda enfermedad: la del oportunismo
individualista que es agudizada con las medicinas adormecedoras de los
detentores de los poderes públicos. A
pesar de la corrupción vigente, del irrespeto a la ley, del caos cotidiano, el
pueblo sigue tranquilo, sin señales de buscar una solución colectiva a sus males.
Volvamos a
Ortega. El peor error, dice, es que la miopía le hace creer a los españoles que
los fenómenos sociales, históricos son políticos. Lo político, afirma, es lo
superficial de lo social. Asegura que
cuando lo que está mal en un país es lo político, no pasa nada, es una
enfermedad temporal. No ocurre así si el
problema estuviera en la sociedad el daño es muy severo. Y era lo que para la época sucedía en España,
según el intelectual.
Combate la
posición de los intelectuales que afirman que la situación de España es
resultado del fenómeno histórico propio: la inexistencia de un feudalismo como
el que se desarrolló en el resto del centro europeo. Ortega combate la posición diciendo que esa
afirmación es incorrecta. Tres elementos sostienen su posición. Afirma que
España tiene elementos comunes al desarrollo histórico de Italia, Inglaterra y
Francia: el sedimento civilizatoria romano idéntico, la raza relativamente
autóctona y la inmigración germánica. Reconoce, sin embargo, una diferencia: en
Francia la influencia de los galos tuvo una impronta diferente a los ibéricos
en España. A pesar de esta realidad, afirma que las naciones europeas tienen
una anatomía y una fisiología diferente a la de los pueblos orientales.
El tema no es el
cargar una cadena histórica pesada, sino la incapacidad que ha tenido España de
resucitar de su inercia, porque le ha faltado voluntad libre y soberana para
terminar sus males. Aboga por cambios. Cree que las nuevas generaciones
tienen una gran responsabilidad de transformar su herencia. La única forma, dice, de que España se
recupere es trabajando arduamente por recuperar el verdadero sentido del alma
española:
Si España quiere resucitar
es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de todas las
perfecciones. La gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de
minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas. Por lo mismo, de hoy
en adelante, un imperativo debiera gobernar los espíritus y orientar las
voluntades: el imperativo de la selección.
Porque no existe otro medio de purificación y mejoramiento étnicos que
ese eterno instrumento de una voluntad operando selectivamente. Usando de ella como un cincel, hay que
ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español.[3]
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