ENCUENTROS
ORTEGA Y
GASSET: LA REBELIÓN DE LAS MASAS. ¿Por qué han llenado el escenario histórico?
¿Cómo es este hombre-masa que domina hoy la vida pública? –la política y
la no política- ¿Por qué es como es?... ¿Cómo se ha producido? Conviene
responder conjuntamente a las cuestiones, porque se prestan mutuo
esclarecimiento. El hombre que ahora intenta ponerse al frente de la existencia
europea es muy distinto del que dirigió al siglo XIX, pero fue producido y preparado
en el siglo XIX… Y en efecto, nada nuevo acontece que no haya sido previsto
cien años hace. “Las masas avanzan” decía apocalíptico Hegel. “Sin un nuevo
poder espiritual, nuestra época, que es una época revolucionaria, producirá una
catástrofe”, anunciaba Augusto Comte…
¿Qué aspecto ofrece la vida de ese hombre multitudinario, que con
progresiva abundancia va engendrando el siglo XIX? Por lo pronto un aspecto
omnímoda facilidad material…. Desde 1900 comienza también el obrero a ampliar y
asegurar su vida. Sin embargo, tiene que luchar para conseguirlo… [1]
Continuamos con el interesante, impresionante y
desconcertante libro de José Ortega y Gasset “La Rebelión de las Masas”, en el
que hace una crítica mordaz a la homogenización de la sociedad. Basándose en su amplia cultura, Ortega
critica la corriente que se impuso en occidente de dar poder a las masas,
provocando el mimetismo. Aboga por el respeto a la diferencia, por la
disidencia y la crítica, pero sobre todo, al poder de los que saben, como lo
hizo Platón en la Antigüedad, muchos siglos atrás.
Reconoce Ortega que en el siglo XIX el hecho de
otorgar a los sin nombre y sin poder el derecho de la ciudadanía constituyó un
elemento revolucionario, que no significaba la sublevación del orden, sino la
implantación de uno nuevo. En el siglo
XX, el hombre que emergió de ese proceso, es un ser con ambiciones egoístas,
que intenta imitar a las minorías en su estilo de vida. Su ambición es llegar a ser uno de ellos.
Tener los carros, la vestimenta y el modo de vida de los que tienen más. Y como
dice Ortega:
Esto nos lleva a apuntar en el diagrama psicológico del hombre-masa
actual dos primeros rasgos: la libre expansión de sus deseos vitales –por lo
tanto, de su persona y la radical ingratitud hacia cuando ha hecho posible la
facilidad de su existencia. Uno y otro
rasgo componen la conocida psicología del niño mimado. Y en efecto, no erraría
quien utilice esta como una cuadrícula para mirar a su través el alma de las
masas actuales. Heredero de un pasado larguísimo y genial –genial de
inspiraciones y esfuerzos-, el nuevo vulgo ha sido mimado por el mundo en
torno, Mimar es no limitar los deseos, dar la impresión de un ser de que todo
le está permitido y nada obligado. [2]
El resultado, dice Ortega, y ahí su tesis fundamental
en el tema, es que la perfección establecida en el siglo XIX ha dado en ciertos
órdenes de la vida, ha originado que las masas beneficiarias no la consideren
como una forma de organización, sino como un derecho natural. Esto explica,
sigue diciendo, el absurdo estado anímico de las masas, ha provocado que se conviertan
en seres insolidarios y egoístas, preocupados
por su propio bienestar. A este grupo Ortega los llama como el “hombre-masa”, y
dice de él, que no tiene conciencia de que en realidad es un ser de segunda
clase, limitado e incapaz de crear ni
conservar la organización.
No quiere decir que el hombre-masa sea tonto,
al contrario, está mejor dotado intelectualmente. El problema, dice Ortega, es
que no le sirve de mucho porque no sabe o no quiere usarlo. La democratización, sigue planteando el
autor, lo que ha hecho es vulgarizarlo
todo, pues lo característico de la modernidad es que “el vulgar crea que es
sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de
la vulgaridad o la vulgaridad como derecho. El imperio que sobre la vida
pública ejerce hoy la vulgaridad intelectual es acaso el factor de la presente
situación más nuevo, menos asimilable a nada del pretérito…”[3]
Se preguntaba de manera incisiva ¿No representa
un progreso enorme que las masas tengan ideas, es decir, que sean cultas? Se responde diciendo que las ideas de estos
seres, los hombres-masa, no son “auténticamente ideas”, como tampoco sus
posesiones sean culturas. ¿Saben por qué? Porque no puede existir cultura donde
no hay principios, “donde no hay acatamiento de ciertas últimas posiciones
intelectuales a que referirse en la disputa”, o “donde las polémicas estéticas
no reconocen la necesidad de justificar la obra de arte”[4].
Leyendo esta pequeña obra, me recuerda las
lecturas de los filósofos de la Grecia antigua.
Platón, como decía defendía el gobierno de los que saben, ojo, no de los
que tenían el poder económico o político.
Aristóteles fue uno de los primeros que habló sobre el Derecho Natural,
algo que a juzgar por lo que he podido leer de Ortega, el español está en
desacuerdo con el concepto. No significa
que el filósofo español sea un esclavista o deshumano. Para él el hombre-masa, debe disfrutar del
bienestar, pero nunca otorgarle el poder que no puede manejar, por esta razón
no cree ni defiende el concepto moderno de soberanía, que recae en el pueblo. En
palabras del intelectual:
La mayor parte de los hombres no tiene opinión, y es preciso que ésta
venga de fuera a presión, como entra el lubricante en las máquinas. Por eso es
preciso que el espíritu…tenga poder y lo ejerza, para que la gente que no opina
–y es la mayoría- opine. Sin opiniones
la convivencia humana sería el caos; menos aún:
la nada histórica. Sin opiniones la vida de los hombres carecería de
arquitectura, de organicidad. Por eso, sin un poder espiritual, sin alguien que
mande, y en la medida que ello falte, reina en la humanidad el caos. Y
parejamente, todo desplazamiento del poder, todo cambio de imperantes, es a la
vez un cambio de opiniones y, consecuentemente, nada menos que un cambio de
gravitación histórica. [5]
Ya no tengo espacio para seguir escribiendo.
Aquí finalizo este libro desconcertante, crítico, y brillante. Ortega nos deja
el sabor de cuestionarnos si ha valido la pena la experiencia democrática de
dar poder a las masas. Un punto para
seguir reflexionando. ¿Habrán tenido razón Platón primero y Ortega y Gasset
después? Nos vemos en la próxima entrega
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