viernes, 21 de febrero de 2014

El pensamiento conservador latinoamericano y los procesos independentistas en América Latina del siglo XIX. REFLEXIONES FINALES, 1
 
Por: Mu-Kien Adriana Sang
 
 
¿…debe tomarse al pie de la letra la calificación y la clasificación realizadas por los opositores entonces? Hacerlo significaría admitir la existencia de variantes doctrinas capaces de promover la fundación de partidos cabalmente diferenciados y conocer la presencia de dos sectores económicos diversos y opuestos por su ubicación en el proceso de creación y reparto de la riqueza. Una revista somera de la ubicación social de los personajes que dirigen los partidos (…) no permite una división tan tajante…Elía Pino Iturrieta [2]
 
La travesía por las profundidades del inmenso mar del pensamiento conservador necesita hacer escala, detenerse, para retomar fuerzas.  Una parada obligada, no porque desaparecieron las inquietudes y las dudas, sino porque ya llevamos mucho tiempo y se impone el descanso.
Desde hace décadas, cuando me iniciaba en el mundo de la investigación histórica, comencé a cuestionarme sobre los fundamentos de los denominados liberales y conservadores, pero sobre todo a buscar respuesta de cómo el fenómeno del caudillismo había permeado a los políticos de ambas corrientes.  En mi libro “Buenaventura Báez. El caudillo del sur”[3], hice un primer y tímido esbozo sobre el tema.
En mi libro sobre Ulises Francisco Espaillat titulado “Una Utopía Inconclusa”[4] llegué un poco más lejos. Quería adentrarme en el pensamiento liberal y positivista y para hacerlo, debía estudiar su oponente, el movimiento conservador.  El Capítulo III de esta obra  que se titulaba “América Latina: los ejes discordantes de una realidad caótica”, tenía tres acápites.  El primero se titulaba “Encrucijadas y conflictos en la formación nacional”.  El segundo abordaba la dualidad entre el positivismo y el liberalismo. Y el tercero, tenía un título muy rimbombante, que hoy me pregunto qué quería decir: “CONSERVADORES Y LIBERALES: Grupos ANTAGÓNICOS Y SIMILARES  DE NUEVO CUÑO”.
A pesar de que estas reflexiones las escribí hace casi 20 años, y después de haber husmeado leyendo muchas reflexiones e investigaciones, después de haber madurado en muchas ideas, me sorprendo con el hecho de que todavía comparto mis conclusiones.  Tal vez no he madurado tanto como pensé y aún sigo defendiendo los mismos planteamientos. ¡Quién sabe!
Decía en la obra dedicada al pensamiento y la vida política de Espaillat, que sin negar la presencia y existencia del conservadurismo político en América Latina, cuya vocación era oponerse a cualquier cambio en el panorama de sus naciones, tanto en el plano político,  como en el social y económico, entendía que era una ficción presentarlos como antagónicos tanto el pensamiento como la acción entre los grupos políticos denominados liberales-positivistas, y conservadores.
Planteaba, luego de una búsqueda incesante e inconclusa, que la historiográfica latinoamericana quería inducirnos y casi obligarnos a tomar partido. En mis palabras de entonces:  Los conservadores fueron definidos como los representantes de una oligarquía recalcitrante; mientras los liberales, fueron caracterizados  como los defensores del estado del derecho. La realidad, sin embargo, cuestiona ese paradigma explicativo. No negamos que durante el siglo XIX en las antiguas colonias españolas, dos grupos se perfilaron  y se enfrentaron duramente. Uno propugnaba por el establecimiento de instituciones liberales y democráticas, el otro buscaba extender el proceso de dominación impuesto durante la colonia, pero con nuevos actores sociales y con nuevas alianzas imperiales. (p. 131)
Entonces pensaba, y ahora casi dos décadas después lo ratifico, cómo en el siglo XX y hoy en el siglo XXI, los antagonismos, la visión cartesiana de la realidad nos ha limitado la comprensión, más aún, nos ha impedido analizar la realidad en toda su complejidad y múltiples conexiones y variantes. Pienso que todavía las etiquetas ideológicas han primado. Estoy convencida que a través de la historia hemos tenido enfrentamientos entre grupos, que eran, y son todavía, en la gran mayoría de los casos, posiciones circunstanciales, más que de ideas.
No dudo que en América Latina existieran los liberales y los conservadores constituyeron  como grupos políticos, que hicieron vida en todos los países, pero cada grupo no tenía comunidad de ideas ni similitudes en todos los países, como podríamos pensar. Sus posiciones políticas diferían de país a país. Los grandes debates que se desarrollaron iban desde los profederales a los antifederales y centralistas o semi centralistas, como ocurrió en México.  En muchos países indistintamente liberales o conservadores defendían el proteccionismo; o por el contrario eran libre cambistas. El modelo imperial era un referente para unos y otros. Existieron, como en nuestro país, entre los liberales y los conservadores, los pro norteamericanos, pro franceses, pro ingleses, pro alemanes y los pro-españoles.  Todas estas corrientes evidencian un amplio muestrario que no hace más que enrostrar  los múltiples matices de las posiciones políticas que se entretejieron en ese mar de países pequeños y los grandes, los isleños o continentales; en fin entre los liberales, positivistas o conservadores.
En el libro hacía referencia al notable historiador argentino, José Luis Romero, quien en la década del cuarenta del siglo XX, afirmaba con propiedad que una de las tareas más difíciles para él, cuando analizaba el pensamiento político latino americano del siglo XIX, era tratar de distinguir a un conservador de un liberal. [5]La dificultad se acrecienta cuando se intenta determinar el contenido del pensamiento conservador, por cuanto esta corriente no contó con intelectuales capaces de recoger con suficiente especificidad sus planteamientos. P. 132
 
Intenté elaborar una definición sobre el conservadurismo. Podemos afirmar que los defensores del conservadurismo se presentaran como los guardianes de la tradición hispánica, amantes del orden establecido y acérrimos enemigos de todo aquello que significara cambio social. Pero aislada de su contexto  esta definición podría distorsionar y simplificar la complejísima realidad que pretende reflejar.
 
Coincido con Beatriz González quien en su libro “La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX”[6], afirma que la doctrina conservadora no tiene un discurso coherente, pues son pocos los líderes que se declaraban abiertamente conservadores. Estima la intelectual cubana que el conservadurismo era un pensamiento impreciso, plagado de fisuras, que aparece oculto,  detrás de las circunstancias para poder mantener o defender en cada caso lo que le convenga. El conservadurismo se preservó y se ha presentado como la negación del pensamiento, pues aparece siempre en forma solapada, incluso en contextos que parecen liberales.  Concluye  González que por eso debemos afirmar que el pensamiento conservador se caracterizaba más por su vocación pragmática de adecuarse a las coyunturas, que por su afán teorético.[7]             
                                                                                
Así pues, el bloque conservador no fue el resultado de un plan previamente concebido. Surgió de un proceso de acomodación entre los grupos y las piezas que   formaban parte del juego político y económico. El programa enarbolado por los grupos conservadores era sencillo: consideraban que era necesario superar la sociedad tradicional, a través de una redefinición   del papel del estado. Entendían que ante la exigencia de los nuevos tiempos el estado debía asumir el rol de la libre competencia entre los propietarios.
 
El pensamiento conservador (de nuevo expreso mi reserva, pues no creo que ese conjunto de ideas sueltas se les pueda llamar así) se sustentaba en la defensa del viejo sistema de valores dominantes, que se consideraba como el más genuino, por la legitimidad, que según ellos le otorgaba el peso de la tradición. A juicio de algunos historiadores, el hecho de que este pensamiento se basara en la defensa de lo existente, es lo que lo justifica, haciendo entonces innecesario organizar sus posiciones en una doctrina coherente. Sólo cuando constata la fuerza de las acciones del liberalismo, el conservadurismo comenzó a sumarse al proceso, enarbolando posiciones que le acentuaban aún más su carácter impreciso y contradictorio.   Seguimos en la próxima
 


[2] Elías Pino Iturrieta, ‘‘Estudio Preliminar’’, En pensamiento Conservador del siglo XIX. Antología Caracas, Monte Avila Editores, 1991, p.10.
 
[3] Mu-Kien Adriana Sang, Buenaventura Báez. El Caudillo del sur,  Santo Domingo, INTEC, 1992.
[4] Mu-Kien Adriana Sang, Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano del siglo XIX,  Santo Domingo, INTEC, 1997.wq
[5] José Luís Romero, situaciones e ideologías en Latinoamérica, México, UNAM, 1987. En el libro de Natal) R. Botana, la libertad política y su historia, Buenos Aires, Editora Sudamericana, instituto Torcuato Di Tella, 1991, aparece un capítulo dedicado a la obra de José Luís Romero. En este trabajo Botana hace una impresionante síntesis sobre el pensamiento del historiador Romero, haciendo énfasis en sus posiciones en torno al pensamiento latinoamericano.
 
[6] Beatriz González, La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX,  La Habana, Ediciones Casa de Las Américas, 1987.
[7] Beatriz González,op,cit.pp.40-51

 

 

El pensamiento conservador latinoamericano y los procesos independentistas en América Latina del siglo XIX. REFLEXIONES FINALES y 2

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

El pensamiento conservador fue la expresión social dominante durante la larga historia colonial. El conservadurismo buscó y encontró en la independencia la ocasión propicia para optimizar sus privilegios y asegurarlos. Por su parte, el liberalismo criticó de los conservadores su corporativismo tanto militar como eclesiástico, los privilegios de una sociedad fuertemente jerarquizada y el paternalismo en la conducción política. Al triunfar el movimiento independentista, encabezado por los liberales, la reacción del conservadurismo no se hizo esperar, a fin de mantener o restaurar los elementos centrales del antiguo régimen. Como resultado de estos conflictos, aparecen nuevas expresiones políticas, tales como el liberalismo conservador y el conservadurismo liberal. En consecuencia, el criterio diferenciador entre unos y otros, se encuentra más bien en sus actitudes prácticas, ya sea en su apertura hacia la modernidad y el progreso, por un lado, o en la conservación de tradiciones y situaciones procedentes del mundo colonial, por el otro. De igual forma, con la Independencia surge una nueva clase dominante, integrada por liberales y conservadores, quienes compartían y alternaban en el poder, como resultados[2] Mario Pozas

 

 

Muy bueno el trabajo de Mario Pozas, del cual citamos un fragmento. Este autor en el ensayo hace un análisis comparativo de cómo  “convivieron”, para decirlo de alguna manera, las teorías políticas del liberalismo y conservadurismo.  

 

Siguiendo la misma tónica del pensamiento, uno de los que más ha trabajado el tema ha sido el historiador venezolano Elías Pino Iturrieta. Plantea que a nivel político la fórmula de los conservadores era simple. Respeto al estado, proponía un gobierno fuerte, pero que negara el centralismo impuesto por España, como él autor mismo lo explica:

 

Jamás discuten los contenidos de una Carta que pretende formar instituciones nuevas en un país dividido entre hombres libres y esclavos, en el cual los derechos ciudadanos son monopolios de los individuos alfabetas dueños de bienes raíces o de negocios remuneradores, detentadores de diploma universitario o con sueldos de elevada cuantía. En función de la cantidad de ingresos  establece  la constitución de sistema de sufragio censitario de dos grados con régimen calificado que legitima y restringe la autoría  del nuevo ensayo de republica. En ningún momento los notables se plantean la mudanza de tales postulados, pues son el eje de una trama de estirpe liberal en que apuntalan su calidad de propietarios.[3]

Por considerar que las posiciones de Elías Pino Iturrieta son vitales para entender un poco  mejor el entramado, sigo con el interesante trabajo del colega venezolano.  Plantea que los conservadores, en el caso de Venezuela, y que quizás podría aplicarse a la región, fueron individuos que accedieron al gobierno a partir de 1830 y permanecieron en él debido a su invariable fidelidad hacia un hombre y un proyecto de modernización. Descendientes unos pocos de la aristocracia colonial, figuras crecidas en la guerra de independencia o en un pacifico exilio, son letrados, burócratas, propietarios grandes y medianos, mercaderes y dueños de esclavitudes que ven en Páez la garantía de una paz estable a través de la cual se puede construir una nación pujante. Están seguros de armonizar sus intereses con cualquier apetito autoritario (…); y su fe en un vínculo de propiedad-progreso-autoridad no lo hace vacilar en su asociación con el controlador de las milicias.[4]

 

La afirmación de Pino Iturrieta nos parece muy representativa de lo que sucedió en la realidad latinoamericana. En un primer momento, como he estado señalando a lo largo de este trabajo, todos los sectores de la sociedad (los dueños de la tierra, los comerciantes, los letrados e  intelectuales), acogieron al llamado de quienes tuvieron la valentía de enfrentarse a la dominación colonial, aceptando, sin entender en toda su dimensión los mandamientos del evangelio liberal. Cada grupo social buscó la instauración de un estado respetuoso de los derechos individuales y de la propiedad privada pero sobre todo intentó adecuarse, según intereses, al impulso y a las exigencias del capitalismo moderno.

 

Como sus adversarios, los llamados liberales, los conservadores propusieron un modelo alternativo de país y también como ellos, miraron hacia afuera. Las sociedades que han alcanzado metas evidentes de progreso y civilización, constituían el espejo, espejismo tal vez, de su norte, de sus objetivos.  

 

Los conservadores consideraban que la realidad era producto del pasado remoto que los latinoamericanos habíamos heredado. Y para enfrentar la negatividades de la herencia,  o dar al traste con esas cadenas, proponían una sociedad dirigida por las elites predestinadas, las únicas que podían gozar de los derechos sociales y ciudadanos. Esta posición es la que explica su rechazo persistente  a ampliar el marco de los derechos de los grupos menos favorecidos. 

 

Ahora bien, ¿qué pasó con los caudillos? ¿Eran conservadores? ¿Eran liberales? Los caudillos regionales desarrollaron siempre la política  sustentada en el elitismo y el privilegio de los dirigentes en la dependencia y burda utilización de sus seguidores. Sin embargo, me parece demasiado categórica la afirmación de Gonzalez de que el pensamiento conservador era la “transposición y expresión ideológica de los intereses de la aristocracia feudal-esclavista y del clero. Y en este sentido, los que mantuvieron una serie de mecanismos (el cobro de diezmos, los mayorazgos, las alcabalas regionales), constituyeron las principales fuerzas que obstaculizaron la cohesión y por ende, la formación del Estado Nacional. El poder conservador-independientemente de la variables-fue antinacional pues retardo el surgimiento de una burguesía nacional y luego alió al capital extranjero’’.[5]

 

Lo más interesante de todo es que la misma autora, en páginas posteriores a esta afirmación, señala la superposición ideológica y política de los liberales y los conservadores, llegando incluso a redefinir que en el proceso se situaron en posiciones similares, denominando en algunos momentos grupos políticos híbridos, como el liberalismo conservador, o el conservadurismo liberal.

 

El trabajo de Enrique Brahm García es muy novedoso.[6] Refiriéndose a la realidad chilena, el historiador afirma  que es necesario un reencuentro entre la realidad historia y la fuente, pero antes reivindica la necesidad de ser críticos con la herencia intelectual recibida. Afirma que en Chile y en la gran mayoría de los países de América Latina existió un conservadurismo liberal y con un conservadurismo positivista, afirmando que Antonio Garcia Reyes (1817-1903) fu el principal representante de la primera corriente y Ramón Soto Mayor (1830-1903) el de la segunda.

 

Cuestiona Brahm García el concepto mismo del conservadurismo. Afirma que aun cuando en Europa esta corriente de pensamiento político tenía raíces monárquicas y feudales, en América Latina, y defiende para eso el caso especial de Chile, las bases son republicanas. Esto explica, según él, porqué las bases del conservadurismo fueron  frágiles y cambiantes de acuerdo a la necesidad de la realidad misma y por qué conservadurismo, positivismo y liberalismo no fueron más que  caras de una misma moneda y fuente y fuentes de nuevos caos.

 

 

Este escenario tan lleno de limitaciones no podía provocar, en tan poco tiempo, el nacionalismo de dos sectores tan antagónicos como afirman algunos estudiosos de la historia. Es cierto que en términos económicos existían posiciones distintas, la de los propietarios y la de los comerciantes, que defendían sus intereses. Pero coincido con los autores [7] que afirma que no parece tan probable que una realidad tan precaria pudieses originar de forma intempestiva la formación de dos grupos diferenciados, cuyos objetivos fueran crear y distribuís riqueza, respondiendo solo a intereses específicos. Como dice Pino Iturrieta ‘’ es más razonable pensar en un esfuerzo común de los propietarios, quienes incursionaban en los dos ramos con el objeto de prosperar sin ocuparse de manera excluyente de una actividad’’.[8]

 

Asumo como una vía  que podría arrojar nuevas luces, que el deslinde entre conservadores y liberales, más que de intereses de clases, tiene que ubicarse en el plano de los intereses políticos. Queriéndose presentar como figuras de mundos antagónicos, los fundadores del estado Nacional, denominados liberales y conservadores, definen y construyen sus propias rutas para alcanzar el poder. Momentos, horarios e itinerarios distintos y peculiares, más no un abismo irreconciliable, fue la manera diferenciada de esos dos  grupos que decidieron emprender el largo viaje al poder. Todas estas explicaciones no hacen más que confirmar algunas de las hipótesis que hemos venido planteados a lo largo de estos largos artículos que casi fueron interminables.

 

 

 

 

                                                                                                  

 



[2] Mario A. Pozas,  El liberalismo hispanoamericano en el siglo XIX,
http://www.uca.edu.sv/facultad/chn/c1170/El%20Liberalismo%20iberoamericano%20en%20el%20siglo%20XIX.pdf
[3]  Elias Pino Iturrieta, op, cit., P.11.
 
[4] Elias Pino Iturrieta, ‘’ Estudio Preliminar’’, en pensamiento conservador del siglo XIX (antología), Caracas, Monte Ávila Editores, Biblioteca del  pensamiento Venezolano
José Antonio Paez, 1991.p.14.
                 
[5] Beatriz González, op, cit.p.52
 
[6]  Enrique Brahm García, op. Cit.
 
[7]  Las obras Enrique Brahm García, Tendencias Criticas del conservadurismo después de portales, Santiago de Chile, Institutos de estudios Generales. Serie de estudios Historicos, 1992; y la obra, ya citada Beatriz González Stephan, constituye sin lugar a dudas dos puntos importantísimos de referencias para entender la complejidad del problema. Conservadurismo genera, liberalismo conservador, son dos simples nociones muy fáciles de nombrar, que reflejan una realidad profundamente compleja donde esas categorías antagónicas  no son realmente tales, sino que se entrecruzan formando un pensamiento híbrido, reflejo de una realidad aun mas difícil de caracterizar.
 
[8] Elias pino Iturrieta, op, cit., P.11.

ENCUENTROS

LOS LABERINTOS DE MI ALMA

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

Alma mía... cómo pesan en tus alas las ausencias, cada día van sumando soledades indefensas; lejanías, avaricias, ansiedades y desvelos y una umbría sensación de irrealidad y desconsuelo.

 

Alma mía... siempre en guardia vigilando mis entornos, día a día, mitigando los abusos y sobornos.

Candilejas que me acosan sin clemencia con su brillo y que dejan una extraña sensación en mis sentidos.

 

Alma mía... qué daría por volver a verte libre...

sin estrías, dolorosas de misiones imposibles.

Como antes... por delante de mis sueños y quimeras...

Anhelante... de entregarte como fuera y donde fuera.

 

Alma mía... cualquier día te irás yendo despacito; ya no mía... tu energía liberada al infinito....

con tus velas... portadoras de la luz a todas horas...

sin estelas... que te duelan, como duelen las de ahora.

 

Alma mía... son tan frías las urgencias cotidianas...

¡qué manía... de invertir cada presente en el mañana...!

¡qué locura...la premura de vivir en cautiverio...!

ataduras...por pavura irracional a los misterios.

 

Alma mía... cuántas veces te he dejado abandonada en la vía de los trenes que van sólo de pasada.

Cicatrices... sacudidas que la vida me ha causado, infelices... horas grises que los años no han borrado.

 

Alma mía... menos mal que no te entregas derrotada; yo diría... que es a causa de seguir enamorada.

¡Sensiblera... soñadora... perdedora o tempestiva...!

¡Compañera... a pesar de los pesares, sigues viva!.

Alberto Cortés, Alma Mía (canción)

 

He llevado a cuestas esta alma mía por cincuenta y ocho años y cuatro meses.  Ella ha sido el escudo de mis ilusiones, mis sueños, mis alegrías,  mis frustraciones y decepciones.

 

A pesar de que  entre mi alma y yo ha existido  siempre una relación maravillosa, decidí reclamarle. Le dije enojada, airada y desesperada  a mi alma por qué me hizo tan sensible, por qué me duelen tanto las cosas que pasan; por qué hago tan míos los desvelos de los otros; por qué me hieren tanto las traiciones y las palabras hirientes, aunque no fuesen dirigidas a mí. Le reclamé, una y otra vez.

 

Tuve que  hacer el reclamo, porque estoy cansada y triste. No puedo seguir caminando por las calles, y a pesar de estar protegida de mi pequeña cárcel móvil, el transparente cristal refleja las imágenes de los niños desvalidos, sucios y hambrientos. Esos excluidos sociales se ven obligados a buscar el pan como sea, y por eso te acosan agresivamente para conseguir un peso. Ellos constituyen, sin duda alguna, el mayor caldo de cultivo para la delincuencia. Delinquir se hará su norte y la normalidad de sus vidas.

 

 Las imágenes de los hombres con rostros desfigurados, de los cojos, los sin brazos…se pasean por los cristales de mi pequeña cárcel móvil como película repetitiva ante cientos de espectadores cotidianos, algunos de ellos  indolentes, y otros distraídos. Yo, impávida e impotente, sigo la marcha con los ojos llenos de lágrimas.

 

Sí, sí, en este domingo tranquilo, en el que pensé disfrutar de las orquídeas de mi jardín, de la risa espontánea de mi pequeño nieto o de las preguntas inteligentes y agudas del nieto mayor, mi alma se sintió azotada, golpeada... pues tuve, sin querer, que rememorar los discursos interesados, intolerantes, injustos e inhumanos de algunos mal llamados líderes de esta sociedad vacía que sólo sabe aplaudir el espectáculo.

 

Sí, sí, reclamé a mi alma y la atosigué de preguntas. Le dije a gritos y en silencio ¿Por qué no me dejas en paz? ¿Por qué no me dejas disfrutar solo de las bondades de mi existencia? ¿Por qué te empeñas en mostrarme una y otra vez las desigualdades, las injusticias, las atrocidades de esta humanidad que sigue transitando sobre las huellas ensangrentadas?

 

 

Volví a preguntarle a mi alma. Y ella, sin decir palabras, con su silencio característico respondió a todas mis preguntas.  Me mostró que el cuerpo y el alma, la dualidad existencial que todos tenemos, constituyen  una simbiosis tan bella como dispar y contradictoria. Mientras el primero se aferra a los sentidos, la segunda lo hace a los sentimientos.  Me dijo, llenando de susurros mi pequeño espacio vital, que aquellos que solo dan importancia a la satisfacción del cuerpo, viven una vida vacía y sin norte, aunque disfruten de los lujos más insospechadamente absurdos . Porque sí, porque el alma es la única que puede dar sentido a las cosas, porque el alma nos hace saber que estamos vivos, porque al sentir, vibrar, soñar, llorar, gritar y reír, nos podemos reconocer como seres humanos. Porque el alma se alimenta de sentimientos, de riquezas intangibles y de utopías.

 

Entonces me reconcilié con mi alma. Le di las gracias por tenerla y me puse a leer junto a ella algunas poesías, a escuchar juntas los acordes maravillosos de los poemas hecho canciones  de Alberto Cortés, de Joan Manuel Serrat y de Perales. Después reímos juntas con el disfrute de algunas  banalidades y trivialidades. Buscamos nuevas poesías que guardamos para encabezar futuros ENCUENTROS. Y luego, nos quedamos en silencio, mirando el cielo y descubriendo y describiendo las figuras espontáneas que forman las nubes en su andar intermitente e interminable. Fuimos testigos del vuelo de los pájaros. Y disfrutamos enormemente cuando el grupo de palomas esperaba pacientemente, pernoctando en los gruesos cables eléctricos, la comida cotidiana del loco de Fernando, quien alivia sus locuras, con la tarea de llevarle el alimento diario.  Llega, lanza con alegría las migas al suelo, y las palomas revolotean sus alas y se lanzan juntas a saciar su hambre. Satisfechos sus vientres, alzan de nuevo el vuelo hasta el otro día, cuando Fernando vuelva con su carga.

 

Me reconcilié con mi alma y recordé que algunos seres pululan por el mundo, alimentando sus almas con sentimientos negativos de envidia, de poder, de competencias desleales, de celos incontrolables y ambiciones irracionales. Oré por ellos. Pero me pregunté si eran humanos. Si el curso de sus existencias los hacía merecedores de formar parte de la humanidad. Concluí con horror que ese grupo de seres son los dueños y señores del mundo animal, pero que allí en el terreno de los osos, los leones, los leopardos, los tigres, los perros y los gatos, tampoco los quieren, pues los habitantes de ese reino se sienten amenazados con semejantes fieras.

 

Gracias alma mía, por la dicha de tenerte, por la maravillosa experiencia de saberte a mi lado, por el disfrute de las lágrimas, de las risas, de las preocupaciones y ansiedades. Porque sí, porque cuando sonríes o ríes a carcajadas, o cuando lloras en silencio o con gritos, es tu alma la que se desvela. Así pues, me reconcilie con mi alma, ya lo dije, para poder seguir viviendo los hermosos matices de la vida.

 

mu-kiensang@homail.com

mu-kiensang@pucmm.edu.do

sangbenmukien@gmail.com

 

domingo, 16 de febrero de 2014


El pensamiento conservador latinoamericano y los procesos independentistas en América Latina del siglo XIX. REFLEXIONES FINALES y 2

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

El pensamiento conservador fue la expresión social dominante durante la larga historia colonial. El conservadurismo buscó y encontró en la independencia la ocasión propicia para optimizar sus privilegios y asegurarlos. Por su parte, el liberalismo criticó de los conservadores su corporativismo tanto militar como eclesiástico, los privilegios de una sociedad fuertemente jerarquizada y el paternalismo en la conducción política. Al triunfar el movimiento independentista, encabezado por los liberales, la reacción del conservadurismo no se hizo esperar, a fin de mantener o restaurar los elementos centrales del antiguo régimen. Como resultado de estos conflictos, aparecen nuevas expresiones políticas, tales como el liberalismo conservador y el conservadurismo liberal. En consecuencia, el criterio diferenciador entre unos y otros, se encuentra más bien en sus actitudes prácticas, ya sea en su apertura hacia la modernidad y el progreso, por un lado, o en la conservación de tradiciones y situaciones procedentes del mundo colonial, por el otro. De igual forma, con la Independencia surge una nueva clase dominante, integrada por liberales y conservadores, quienes compartían y alternaban en el poder, como resultados[2] Mario Pozas

 

 

Muy bueno el trabajo de Mario Pozas, del cual citamos un fragmento. Este autor en el ensayo hace un análisis comparativo de cómo  “convivieron”, para decirlo de alguna manera, las teorías políticas del liberalismo y conservadurismo.  

 

Siguiendo la misma tónica del pensamiento, uno de los que más ha trabajado el tema ha sido el historiador venezolano Elías Pino Iturrieta. Plantea que a nivel político la fórmula de los conservadores era simple. Respeto al estado, proponía un gobierno fuerte, pero que negara el centralismo impuesto por España, como él autor mismo lo explica:

 

Jamás discuten los contenidos de una Carta que pretende formar instituciones nuevas en un país dividido entre hombres libres y esclavos, en el cual los derechos ciudadanos son monopolios de los individuos alfabetas dueños de bienes raíces o de negocios remuneradores, detentadores de diploma universitario o con sueldos de elevada cuantía. En función de la cantidad de ingresos  establece  la constitución de sistema de sufragio censitario de dos grados con régimen calificado que legitima y restringe la autoría  del nuevo ensayo de republica. En ningún momento los notables se plantean la mudanza de tales postulados, pues son el eje de una trama de estirpe liberal en que apuntalan su calidad de propietarios.[3]

Por considerar que las posiciones de Elías Pino Iturrieta son vitales para entender un poco  mejor el entramado, sigo con el interesante trabajo del colega venezolano.  Plantea que los conservadores, en el caso de Venezuela, y que quizás podría aplicarse a la región, fueron individuos que accedieron al gobierno a partir de 1830 y permanecieron en él debido a su invariable fidelidad hacia un hombre y un proyecto de modernización. Descendientes unos pocos de la aristocracia colonial, figuras crecidas en la guerra de independencia o en un pacifico exilio, son letrados, burócratas, propietarios grandes y medianos, mercaderes y dueños de esclavitudes que ven en Páez la garantía de una paz estable a través de la cual se puede construir una nación pujante. Están seguros de armonizar sus intereses con cualquier apetito autoritario (…); y su fe en un vínculo de propiedad-progreso-autoridad no lo hace vacilar en su asociación con el controlador de las milicias.[4]

 

La afirmación de Pino Iturrieta nos parece muy representativa de lo que sucedió en la realidad latinoamericana. En un primer momento, como he estado señalando a lo largo de este trabajo, todos los sectores de la sociedad (los dueños de la tierra, los comerciantes, los letrados e  intelectuales), acogieron al llamado de quienes tuvieron la valentía de enfrentarse a la dominación colonial, aceptando, sin entender en toda su dimensión los mandamientos del evangelio liberal. Cada grupo social buscó la instauración de un estado respetuoso de los derechos individuales y de la propiedad privada pero sobre todo intentó adecuarse, según intereses, al impulso y a las exigencias del capitalismo moderno.

 

Como sus adversarios, los llamados liberales, los conservadores propusieron un modelo alternativo de país y también como ellos, miraron hacia afuera. Las sociedades que han alcanzado metas evidentes de progreso y civilización, constituían el espejo, espejismo tal vez, de su norte, de sus objetivos.  

 

Los conservadores consideraban que la realidad era producto del pasado remoto que los latinoamericanos habíamos heredado. Y para enfrentar la negatividades de la herencia,  o dar al traste con esas cadenas, proponían una sociedad dirigida por las elites predestinadas, las únicas que podían gozar de los derechos sociales y ciudadanos. Esta posición es la que explica su rechazo persistente  a ampliar el marco de los derechos de los grupos menos favorecidos. 

 

Ahora bien, ¿qué pasó con los caudillos? ¿Eran conservadores? ¿Eran liberales? Los caudillos regionales desarrollaron siempre la política  sustentada en el elitismo y el privilegio de los dirigentes en la dependencia y burda utilización de sus seguidores. Sin embargo, me parece demasiado categórica la afirmación de Gonzalez de que el pensamiento conservador era la “transposición y expresión ideológica de los intereses de la aristocracia feudal-esclavista y del clero. Y en este sentido, los que mantuvieron una serie de mecanismos (el cobro de diezmos, los mayorazgos, las alcabalas regionales), constituyeron las principales fuerzas que obstaculizaron la cohesión y por ende, la formación del Estado Nacional. El poder conservador-independientemente de la variables-fue antinacional pues retardo el surgimiento de una burguesía nacional y luego alió al capital extranjero’’.[5]

 

Lo más interesante de todo es que la misma autora, en páginas posteriores a esta afirmación, señala la superposición ideológica y política de los liberales y los conservadores, llegando incluso a redefinir que en el proceso se situaron en posiciones similares, denominando en algunos momentos grupos políticos híbridos, como el liberalismo conservador, o el conservadurismo liberal.

 

El trabajo de Enrique Brahm García es muy novedoso.[6] Refiriéndose a la realidad chilena, el historiador afirma  que es necesario un reencuentro entre la realidad historia y la fuente, pero antes reivindica la necesidad de ser críticos con la herencia intelectual recibida. Afirma que en Chile y en la gran mayoría de los países de América Latina existió un conservadurismo liberal y con un conservadurismo positivista, afirmando que Antonio Garcia Reyes (1817-1903) fu el principal representante de la primera corriente y Ramón Soto Mayor (1830-1903) el de la segunda.

 

Cuestiona Brahm García el concepto mismo del conservadurismo. Afirma que aun cuando en Europa esta corriente de pensamiento político tenía raíces monárquicas y feudales, en América Latina, y defiende para eso el caso especial de Chile, las bases son republicanas. Esto explica, según él, porqué las bases del conservadurismo fueron  frágiles y cambiantes de acuerdo a la necesidad de la realidad misma y por qué conservadurismo, positivismo y liberalismo no fueron más que  caras de una misma moneda y fuente y fuentes de nuevos caos.

 

 

Este escenario tan lleno de limitaciones no podía provocar, en tan poco tiempo, el nacionalismo de dos sectores tan antagónicos como afirman algunos estudiosos de la historia. Es cierto que en términos económicos existían posiciones distintas, la de los propietarios y la de los comerciantes, que defendían sus intereses. Pero coincido con los autores [7] que afirma que no parece tan probable que una realidad tan precaria pudieses originar de forma intempestiva la formación de dos grupos diferenciados, cuyos objetivos fueran crear y distribuís riqueza, respondiendo solo a intereses específicos. Como dice Pino Iturrieta ‘’ es más razonable pensar en un esfuerzo común de los propietarios, quienes incursionaban en los dos ramos con el objeto de prosperar sin ocuparse de manera excluyente de una actividad’’.[8]

 

Asumo como una vía  que podría arrojar nuevas luces, que el deslinde entre conservadores y liberales, más que de intereses de clases, tiene que ubicarse en el plano de los intereses políticos. Queriéndose presentar como figuras de mundos antagónicos, los fundadores del estado Nacional, denominados liberales y conservadores, definen y construyen sus propias rutas para alcanzar el poder. Momentos, horarios e itinerarios distintos y peculiares, más no un abismo irreconciliable, fue la manera diferenciada de esos dos  grupos que decidieron emprender el largo viaje al poder. Todas estas explicaciones no hacen más que confirmar algunas de las hipótesis que hemos venido planteados a lo largo de estos largos artículos que casi fueron interminables.

 

 

 

 

                                                                                                  

 



[2] Mario A. Pozas,  El liberalismo hispanoamericano en el siglo XIX,
http://www.uca.edu.sv/facultad/chn/c1170/El%20Liberalismo%20iberoamericano%20en%20el%20siglo%20XIX.pdf
[3]  Elias Pino Iturrieta, op, cit., P.11.
 
[4] Elias Pino Iturrieta, ‘’ Estudio Preliminar’’, en pensamiento conservador del siglo XIX (antología), Caracas, Monte Ávila Editores, Biblioteca del  pensamiento Venezolano
José Antonio Paez, 1991.p.14.
                 
[5] Beatriz González, op, cit.p.52
 
[6]  Enrique Brahm García, op. Cit.
 
[7]  Las obras Enrique Brahm García, Tendencias Criticas del conservadurismo después de portales, Santiago de Chile, Institutos de estudios Generales. Serie de estudios Historicos, 1992; y la obra, ya citada Beatriz González Stephan, constituye sin lugar a dudas dos puntos importantísimos de referencias para entender la complejidad del problema. Conservadurismo genera, liberalismo conservador, son dos simples nociones muy fáciles de nombrar, que reflejan una realidad profundamente compleja donde esas categorías antagónicas  no son realmente tales, sino que se entrecruzan formando un pensamiento híbrido, reflejo de una realidad aun mas difícil de caracterizar.
 
[8] Elias pino Iturrieta, op, cit., P.11.