sábado, 29 de junio de 2013


ENCUENTROS

ITINERARIO. Ruggiero Romano marcó mi vida para siempre

Por Mu-Kien Adriana Sang

De repente llegó Ruggiero Romano a mi vida. De forma abrupta tuve que nacer otra vez a los 26 años. Comencé a hacerme muchas preguntas  Me inicié con nuevas lecturas. Estaba embebida por el asombro que me producía escuchar a Romano en sus conferencias de los lunes...Empecé a buscar respuestas a las múltiples inquietudes que se me agolpaban insistentemente, y mientras buscaba las explicaciones, más preguntas afloraban. [i]

Nací de nuevo, como dije, a los 26 años. Apasionada como soy, y envuelta en la callada admiración de la vehemencia romanesca, me volví una cuestionadora de todo lo existente y crítica mordaz de ese manojo de ideas definitivas e incuestionables...Me preguntaba siempre ¿por qué aceptar pasivamente el discurso de los demás? ¿Por qué no dudar de todo de todo y proponer uno nuevo? Fui ambiciosa, ahora lo reconozco..."  [ii]

No he podido responder a todas mis preguntas. Sigo con dudas y con la eterna incertidumbre de que no he podido profundizar lo suficiente en la reflexión...Siguen las lagunas. Y en medio del sentimiento de saber que no podré llegar a conclusiones definitivas y adecuadas de los múltiples problemas históricos dominicanos, me doy cuenta que las enseñanzas de Romano han estado presentes. [iii]

 Casi dos décadas después de mi primer encuentro con Romano, puedo sentarme a evaluar el resultado. En medio de la insatisfacción me siento dichosa... el grupo de estudiantes, jóvenes entonces, adultos ya, que seguíamos fielmente sus reflexiones cada lunes, nos embebíamos con su capacidad providencial de cuestionar lo existente, de formularse preguntas que a otros no se les ocurría...La duda como método, la formulación constante de preguntas de difícil respuesta, la lectura crítica de lo que se escribe, el respeto al trabajo intelectual serio y ese inconfundible sentimiento de insatisfacción, constituyen la piedra angular de las enseñanzas de Romano. Gracias a esa sensación de incertidumbre, sigo amando la investigación histórica, permanezco inconforme con lo que hago y soy feliz de o encontrar explicaciones, sino nuevas preguntas. [iv]

En este trabajo me hice una autocrítica, pues intentando ser crítica, me volví intransigente. ¡Oh juventud, divino tesoro bruto y brutal! Sin proponérmelo,  me envolví en la magia prepotente e hice halagos al discurso de la intransigencia, como decía Hirschman [v], lo asumí con un endemoniado discurso y convertí mi crítica en retórica de posiciones y procesos, donde lo importante era negar, y no profundizar el conocimiento, aunque me negase a mí misma.

Hoy, en la distancia, y luego de más de una década después de haber escrito el trabajo que engalana este Encuentro, también hago balance. Como dije, Ruggiero Romano murió antes de la publicación de la obra-homenaje que sus alumnos del mundo le hicimos con tanto cariño. Pero, como los grandes hombres que han hecho aportes al mundo, nuestro Romano será eterno. Ya su figura no me provoca el temor como cuando lo conocí. Ahora tengo más o menos la misma edad que él tenía cuando fui por primera vez al Boulevard Raspail, en el centro de París. Todavía conservo las cartas que me escribía cuando le enviaba uno de mis trabajos y publicaciones.  Ellas ocupan un lugar especial en el baúl de mis recuerdos.

Releyendo el libro que se publicó hace 11 años, y volviendo a revisar con ojos críticos los trabajos de sus alumnos, pero sobre todo, su conferencia inaugural y magistral el día de inicio del coloquio, valoro más a Romano: Lección inaugural. Por la historia y por una vuelta a las fuentes.[vi]

En este texto Romano rescata el valor de la historia para reconstruir los hechos del pasado, pero en los términos del pasado, no con los ojos del presente. Entonces va al grano: "construir significa renunciar a la ambición de alcanzar a demostrar las leyes generales, válidas para siempre y en todas partes. Construir quiere decir que nos estamos ocupando del pasado y que ese pasado es diferente del presente. Construir significa que se evite caer en la trampa del anacronismo y anatopismo y que por lo tanto es imposible servirse de criterios (las teóricas económicas, por ejemplo) de hoy día o del siglo XIX para explicar situaciones de la Edad Media. En suma, en la construcción no hay reglas generales ni tampoco métodos establecidos de una vez por todas. Naturalmente esto no debe llevar a ningún relativismo, a ninguna deconstrucción de la historia...pues permanece la especificidad de la historia. Todas las consideraciones hechas para saber si la historia es una ciencia o es un arte u otra cosa, no corresponden a nada: la historia es simplemente la historia, con sus reglas fundamentales.[vii]

Termina su hermoso discurso, recomendando a los historiadores volver a las fuentes. Ad fontes! Ad fontes! gritaba. Se entristecía porque muchos historiadores ya no utilizan como es debido las fuentes. Porque, decía, la historia se desarrolla por capas sucesivas, por estratificaciones y no a fuerzas de paradigmas inventados a repetición[viii].  Recomendaba con vehemencia que debíamos volver a los clásicos y sobre todo a las fuentes. Invitaba en sus palabras finales que valía la pena llevarse del consejo de un sabio: "siempre hay que pensar en volver a pensar, lo que se ha dicho, so pena de la pérdida de la historia y, aún más del hombre mismo..." [ix]



[i] [i] Mu-Kien Adriana Sang, Ruggiero Romano: el principio de la duda, en Alejandro Tortolero (coordinador), Construir la Historia. Homenaje a Ruggiero Romano, México, Universidad Autónoma Metropolitana de Itztapalapa; Universidad Autónoma de México, El Colegio de México, El  Colegio de Michoacán y el Instituto de Investigación Dr. José María Luis Mora,  2002, p. 96
 
[ii] Ibídem, p. 107
[iii] Ibídem, p. 109
[iv] Ibídem, p.110
[v] Albert O. Hirschaman, Retóricas de la intransigencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1991.
[vi] Ruggiero Romano, Lección inaugural. Por la historia y por una vuelta a las fuentes, en Alejandro Tortolero (coordinador), Construir la Historia. Homenaje a Ruggiero Romano, México, Universidad Autónoma Metropolitana de Itztapalapa; Universidad Autónoma de México, El Colegio de México, El  Colegio de Michoacán y el Instituto de Investigación Dr. José María Luis Mora,  2002.
[vii] Ibídem, p. 29
[viii] Ibídem, p. 37
[ix] Ibídem, p. 38

 

TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE

Pensamiento caribeño en el siglo XIX.  Martí: Nuestra América

Por: Mu-Kien Adriana Sang

sangbenmukien@gmail.com


@MuKienAdriana

¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. José Martí, Nuestra América (fragmento)[i]

 

José Martí, fue, sin lugar a dudas, un hombre visionario, crítico y valiente. En este ensayo tan difundido y estudiado por las generaciones posteriores, enfrenta abiertamente a los países imperiales. El hilo conductor de su pensamiento es que América debe, tiene más bien, que ser capaz de definir sus propios destinos, de diseñar sus propias formas de gobierno y de buscar las mejores maneras de salir airosa de sus múltiples problemas económicos, políticos y sociales. Martí defendía la capacidad de los pueblos de América de buscar salida a sus propios problemas.

 

Martí tomó distancia de los positivistas liberales de la época. Una importante pléyade de intelectuales en todo el continente que abrazó, defendió e hizo suyas las ideas positivistas, entre los que podemos citar a Sarmientos, Alberdi y Espaillat.  Estos intelectuales sostenían que la mezcla racial había provocado una degradación intelectual significativa en la población de los pueblos de Latinoamérica, por lo que abogaban por la inmigración de trabajadores provenientes de esas naciones desarrolladas, porque entendían que con su presencia mejorarían las relaciones sociales, económicas y políticas.  

En efecto, el Positivismo llegó a América Latina y se adueñó de las mentes de muchos jóvenes. Sus postulados fueron asumidos como llaves maestras que, según ellos, contribuirían a la superación de sus desgracias. En la primera parte los revolucionarios latinoamericanos se sumaron a las ideas del liberalismo. Triunfantes e instalados en el poder, fragmentados y enfrentados, decidieron beber de otras fuentes de pensamiento, como el Positivismo.  La noción de orden que defendía el pensamiento positivo era una misa de salud para la realidad latinoamericana caracterizada por el caos, la fragmentación del poder y las luchas inter caudillistas.  Los positivistas latinoamericanos adecuaron los planteamientos a su realidad e interpretaron que la crisis existente y el caos permanente era producto de la herencia recibida y muy especialmente de la mezcla de razas, que había originado un producto de menor calidad.  Martí, sin embargo, fue crítico con esta posición y planteaba exactamente lo contrario:

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador… [ii]

La concepción martiana está encarnada por el sentimiento de una identidad propia, construida en el juego difícil de los encuentros, los desencuentros, los enfrentamientos y  las luchas de los pueblos de América que de la noche a la mañana vieron tronchadas sus vidas y sus creencias, producto de la ambición imperial.

Las ideas aparecidas en el ensayo "Nuestra América" están presentes en toda la obra de Martí, pero estas páginas tienen la virtud de que aparecen sistematizadas y hermosamente expuestas. Es un discurso diferente de América en el que Martí toma distancia de los otros intelectuales y marca una línea divisoria con Estados Unidos y  la Europa imperial. Nuestra América es un canto a la capacidad de los pueblos del continente a ser protagonistas de su propia historia:

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza…. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son."[iii]

Nuestra América fue una revelación en medio del dominio norteamericano, pues ya a finales del siglo XIX Estados Unidos tenía el control de casi todos los mercados del continente americano. Este ensayo plantea, en definitiva, la preocupación martiana de la identidad de América Latina como pueblo, la necesidad de reconocer al otro. Conocer  sido su historia, nuestra historia, para aceptarla y transformarla. Porque para Martí, la identidad se producirá cuando los diversos pueblos de América conocieran al dedillo su propia historia, “aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales – enfatiza Martí- han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".[iv]

El hilo expositivo conductor del ensayo, es sin duda, la toma de conciencia  de que Latinoamérica posee toda su propia historia, con cauces y matices definidos.  Es ante todo un verdadero manifiesto-programa del ser existencial de nuestra América incluyendo sus perspectivas de desarrollo, enarbolando para ello un nuevo paradigma: la auto responsabilidad de la transformación, para construir una América nueva. Una nueva utopía latinoamericana basada en tres ejes: latinoamericanismo, antirracismo y antimperialismo.  Seguimos en la próxima entrega. Martí tiene una producción tan amplia que todavía podemos hacer algunos artículos más.





 



[i] José Martí, Nuestra América, http://www.ciudadseva.com/textos/otros/nuestra_america.htm
[ii] Ibídem
[iii] Ibídem
[iv] Ibídem

lunes, 24 de junio de 2013

La utopía martiana: Nuestra América


 

TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE

Pensamiento caribeño en el siglo XIX.  Martí: Nuestra América: la utopía martiana

Por: Mu-Kien Adriana Sang

sangbenmukien@gmail.com


@MuKienAdriana

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes. José Martí, Nuestra América, Publicado en: La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891.

 

El profesor Juan Marinello, autor del estudio preliminar que acompañó a la tercera edición de Nuestra América por la Biblioteca Ayacucho [i], que la idea de Martí sobre América, plasmada en los múltiples ensayos que recoge la obra, además claro está, del texto que inspira el título del voluminoso libro, es el producto de una conjunción de muchos elementos y motivaciones diversas: su compromiso político, su amor por la literatura, su pasión desmedida por las causas que lo conmovían, sus ideas liberales, pero sobre todo, su profundo anti imperialismo.  El estudioso profesor afirma que Martí fue el primero que señaló la diferencia en el arranque y el desarrollo y que proclamó el inevitable conflicto, llamado a enfrentarlo, vencerlo y superarlo. [ii] Y tenía razón Marinello, pues el propio Martí decía que el suelo americano había recibido dos grandes influencias, el arado que nació en América del Norte y el perro de presa que había surgido en España.

Nuestra América es un ensayo de carácter político y filosófico escrito y publicado en 1891 en la Revista Ilustrada en Nueva York, Estados Unidos.  Tanto impacto causó el enjundioso trabajo que fue publicado ese mismo mes de enero en el diario mexicano El Partido Liberal. Este ensayo es ubicado por los cronistas y biógrafos de Martí en la producción que denominan la “etapa norteamericana” que abarca los años comprendidos entre 1880 y 1895. Los otros textos escritos en ese período son: “Respeto de nuestra América”  (1883), “Mente latina” (1884), “Madre América” (1889), “Nuestra América” (1891) y “Las guerras civiles en Sudamérica (de 1894).

Nuestra América fue pensada y escrita poco tiempo después de haberse celebrado la Primera Conferencia Panamericana celebrada en Washington DC entre el 2 de octubre de 1889 y el 19 de abril de 1890. Este encuentro fue una iniciativa del Congreso de los EE. UU y tenía como objetivos propiciar el diálogo entre las diferentes naciones de América Latina sobre diversos tópicos:

1.      medidas para la preservación de la paz

2.      La creación de una instancia internacional que permitiera la unión aduanera, a fn de mejorar las comunicaciones entre los puertos

3.      La posibilidad de unificar los patrones de los sistemas monetarios, y se propondría la adopción del patrón plata

4.      Uniformidad en los sistemas de pesos y medidas, derechos de patentes y marcas.

5.      La adopción de urgentes medidas sanitarias y la aplicación de la cuarentena para los barcos.

La conferencia fue un éxito rotundo. Había ganado la nueva nación imperial. Estados Unidos obtuvo un rotundo éxito. Asistieron todos los gobiernos del hemisferio, menos nuestro país, República Dominicana, que en ese momento estaba librando batallas internas durante la Dictadura de Ulises Heureaux, y, aunque todavía en ese momento el dictador dominicano no tenía contradicciones con Estados Unidos, las urgencias internas le impidieron participar.

Este encuentro, sin dudas, hizo crecer el anti imperialismo martiano.  Para cuando finales de 1889 ya Martí era un respetado intelectual, periodista y líder político. Por largo tiempo escribía para el periódico La Nación de la República Argentina; nación que era hostil a la política norteamericana hacia América Latina en ese momento.  No olvidemos que en 1823, ya el imperio norteño había proclamado la política de Monroe, que definía con claridad cuál debía ser su área de influencia política, que se resumía en una frase: “América para los americanos”.

Durante los meses que duró la conferencia,  Martí fue haciendo un verdadero cronista. Su bitácora política y social se resume en 11 entregas elaboradas en forma de cartas dirigidas   al "Señor Director de La Nación". Cada ensayo es sin lugar a dudas, una crónica crítica, donde el lector puede conocer detalles y momentos importantes de la Conferencia. Con su verbo apasionado y su capacidad de juzgar, Martí describe, escribe y analiza desde una perspectiva claramente anti norteamericana.  Así se puede ver en su trabajo fechado el 31 de marzo de 1890:

 No es hora de reseñar, con los ojos en lo porvenir, los actos y resultados de la conferencia de naciones de América, ni de beber el vino del triunfo, y augurar que del primer encuentro se han acabado los reparos entre las naciones limítrofes, o se le ha calzado el freno al rocín glotón que quisiera echarse a pacer por los predios fértiles de sus vecinos; ni cabe afirmar que en esta entrevista tímida, se han puesto ya los pueblos castellanos de América, en aquel acuerdo que sus destinos en intereses les imponen, y a que, en cuanto los llame una voz imparcial han de ir con arrebato de alegría, con nada menos que arrebato, los unos arrepentidos, a devolver lo que nos pertenece, para que el hermano los perdone y el mundo no les tache de pueblo ladrón; los otros a confesar que vale más resguardarse juntos de los peligros de afuera, y unirse antes de que el peligro exceda la capacidad de sujetarlo, que desconfiar por rencillas de villorrio, de los pueblos con quienes el extraño los mantiene desde los bastidores en disputa…Los pueblos castellanos de América han de volverse a juntar pronto, donde se vea, o donde no se vea. El corazón se lo pide. Sofocan los más grandes rencores, y se nota que se violentan para acordarse de ellos y obrar conforme a ellos….[iii]

 

Martí quería la unión de los pueblos de América, antiguas colonias españolas. No quería, bajo ningún concepto que se cambiara de dueño: de España a Estados Unidos.  Para él el libre albedrío de los pueblos era una urgencia y una necesidad. Nuestra América es una reflexión posterior a la Conferencia, donde el apóstol de la libertad cubana, reflexiona y plantea su nueva utopía: Una América capaz de dirigir sus propios destinos.  En la próxima entrega entramos en materia.

 




[i] José Martí, Nuestra América, Caracas, Venezuela, Fundación Biblioteca Ayacuho, 2005.
[ii] Juan Marinello, “Fuentes y raíces del pensamiento de José Martí”  en José Martí, Nuestra América, Ibíde,. P. X.
[iii] José Martí, Señor Director de La Nación,  La Conferencia de Washington, 31 de marzo 1890, publicado en Nuestra América, Caracas, Op. Cit., p. 90

Y el dogma se hizo añicos

ENCUENTROS
ITINERARIO. Y el dogma se hizo añicos
Por Mu-Kien Adriana Sang
Se iniciaban los años 80 cuando asumí el compromiso de conocer mejor nuestro pasado.
Quería profundizar en el conocimiento de la historia dominicana. Contaba con la
explicación general. Estaba convencida de que ese grupo de ideas pre-concebidas
aprendidas casi de memoria, eran suficientes. Tenía el marco teórico, llave maestra que
me permitiría entender los hechos históricos. Necesitaba los datos que justificarían las
conclusiones que sabía de antemano y defendía con vehemencia. Palabras mágicas,
simples, frases cortas y contundentes constituían las claves de mi discurso explícalo todo:
enclave azucarero, relaciones de producción, modo de producción mercantil simple (ahora
me pregunto qué significa), imperialismo -por supuesto-, luchas sociales, capitalismo,
ideales patrios, liberalismo, conservadurismo, patriotismo, patriotas, patria, nación...Vivía
feliz bajo la fascinación irracional e irreverente de esa serie de teorías contradictorias
-ahora lo sé- que tenían la virtud de ajustarse a cualquier realidad, pues explicaban todo y
nada al mismo tiempo: simbiosis extraña que auspiciaba y negaba la esencia misma de la
ciencia. MAS, Ruggiero Romano: El principio de la duda.
i
El texto que inicia este Encuentro lo escribí para un homenaje que sus discípulos del
mundo le hicimos a nuestro Maestro, Ruggiero Romano en Ciudad de México en 1998. Lo
había visto antes en un viaje a París. Me invitó a almorzar y nos pusimos al día. Fue una
gran experiencia volver a verlo después de más de una década. Volver a verlo en este
homenaje, en el que su rostro adusto y serio se transformó llenándose de sonrisas y
emociones. Murió unos años después. Nos confortó saber que sus hijos historiadores
todavía le agradecemos sus enseñanzas.
Durante los años 70, ¡Hace 40 años ya! la juventud inquieta y consciente de entonces, vivía
embrujada con el sueño de las utopías transformadoras. América Latina se pobló de
manuales y teorías que invadieron los anaqueles de las librerías y las pequeñas bibliotecas
que algunos comenzábamos a construir.
La teoría de la dependencia llegó y explotó en las mentes y los corazones de la juventud
intelectual de izquierda. Los intelectuales brasileños nos conquistaron. Los libros de Enzo
Faletto, Fernando Cardos, Teotonio Dos Santos, Celso Furtado, Martha Hacnneker y André
Gurden Frank eran comprados, leídos, subrayados y aprendidos de memoria.
Esta teoría surgió en los años sesenta gracias a los intelectuales que trabajaban en la
CEPAL(Comisión Económica para América Latina y el Caribe), uno de los órganos


dependientes de las Naciones Unidas. Quizás el cerebro más representativo fue
Raúl
Prebish, quien sostenía que para crear condiciones de desarrollo dentro de un país era
necesario:
1.
Controlar la tasa de cambio monetario, para lo cual proponía mayor énfasis en
políticas fiscales que en las monetarias;
2.
Promover un papel gubernamental más eficiente en términos de desarrollo
nacional;
3.
Favorecer al capital nacional ofreciendo facilidades;
4.
Pero también incentivar la inversión externa que ayudara en las prioridades
establecidas en los planes nacionales de desarrollo;
5.
Promover una demanda interna más efectiva en término de mercados internos
como base para consolidar el esfuerzo de industrialización en Latinoamérica en
particular y en naciones en desarrollo en general;
6.
Promover el mercado interno para aumentar la demanda interna, a través del
incremento de los sueldos y salarios de los trabajadores;
7.
Desarrollar estrategias nacionales que coherentes con el modelo substitución de
importaciones, a fin de proteger a la producción nacional al imponer cuotas y
tarifas a los mercados externos.
Estas ideas cepalinas de Prebisch, fueron sin duda las bases para la Teoría de la
Dependencia, que se sustentó en los siguientes principios:
1. El subdesarrollo de América Latina es el producto del proceso de industrialización de los
países imperiales e industrializados.
2. Desarrollo y subdesarrollo deben ser vistos como dos caras de la misma moneda, de la
misma realidad.
3. El subdesarrollo no es una etapa de un proceso del desarrollo, sino una condición en sí
misma.
4. La dependencia política y económica no se limita al plano estrictamente relacional entre
las naciones, sino a una visión estructural del mundo, pero además crea sus propias
estructuras en las llamadas sociedades subdesarrolladas.
André Gunder Frank fue de los primeros que escribió sobre el tema. Su famosa frase
"continuidad en el tiempo", que aprendí de memoria y repetía y repetía hasta el infinitum.
A su juicio, la relación de dependencia nació con el descubrimiento de América, que
introdujo al nuevo continente a una relación desigual, en la cual el centro era Europa y sus
Imperios y las colonias eran las zonas periféricas que suministraban los elementos
necesarios para el desarrollo de las potencias a cambio de la pobreza de los satélites.
En 1979, Inmanuel Wallerstein defendió que el capitalismo era un sistema que se había
iniciado en la Edad Media y que luego dio lugar al nacimiento a un sistema mundial y a una


economía mundial. En su pensamiento distingue dos categorías, como lo había dicho
Gunder Frank, el centro y la periferia, en una relación desigual donde el capitalismo era el
regente de todo y todos.
Los teóricos de la dependencia consideraban que las naciones periféricas experimentaban
mayor desarrollo económico cuando sus enlaces con el centro eran más débiles. Otros
planteaban que cuando los países del centro se recuperaban de sus crisis y restablecían
sus vínculos comerciales y financieros, se incorporaban de nuevo al sistema a los países
periféricos, pero, y ahí estaba la clave, el crecimiento y la industrialización de estos país se
subordinaba.
La Teoría de la Dependencia, sin lugar a dudas, fue un instrumento teórico que le ofreció a
la intelectualidad de izquierda un andamiaje, unas muletas para enarbolar sus discursos.
Así, sin reflexión, sin análisis, sin críticas, asumieron las ideas y la aplicaron a sus acciones
políticas. No importaba si en República Dominicana había diferencias con Argentina, por
ejemplo, no, no importaba. Solo se sabía que todo era producto del desarrollo del
capitalismo y su política imperial. Los enemigos tenían nombres: los países capitalistas. Y
eso ocurre siempre con los dogmas: destruye la capacidad de análisis y anula la búsqueda
y la capacidad de incursión por nuevos caminos.
Recuerdo los debates intelectuales de la época. La teoría de la dependencia se vistió aquí
con la teoría del enclave azucarero y con la pregunta clave de cuándo había nacido el
capitalismo dominicano. Pero eran explicaciones generales y paradigmáticas, porque el
dogma teórico se hizo dueño de nuestra capacidad de razonar.
El Blog de Mu-Kien, Alma y razón, https://www.blogger.com/home
mu-kiensang@pucmm.edu.do
@MuKienAdriana
sangbenmukien@gmail.com


i
Mu-Kien Adriana Sang,
Ruggiero Romano: el principio de la duda, en
Alejandro Tortolero (coordinador), Construir la
Historia. Homenaje a Ruggiero Romano, México, Universidad Autónoma Metropolitana de Itztapalapa; Universidad
Autónoma de México, El Colegio de México, El Colegio de Michoacán y el Instituto de Investigación Dr. José María Luis
Mora, 2002, p.95.

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