domingo, 2 de junio de 2013

El Ejectuvio de la esquina


ENCUENTROS

 

 

EL EJECUTIVO DEL ESQUINA

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

En cada barrio, hay por lo menos un loco.

El del nuestro se llamaba Sebastián

Lavaba carros y hacía de todo un poco.

Para ganarse el pan.

Sebastián tenía una novia imaginaria

Y con ella discutía sin cesar

Se ataba al cuello una capa hecha de trapos

Y corriendo por las calles lo escuchábamos gritar

Sebastián si me quieres conquistar

Solo las estrellas bastarán

Solo las estrellas bastarán.

 

En cada loco hay, por lo menos, un sueño

Ser amado era el ideal de Sebastián

Con papel, lata, cartón y mucho empeño

Comenzó su plan

Por amor alucinando, implacable

Fue creando la más grande super nave espacial

Para irse con su novia

De nuestro barrio de mierda hacia el mudo sideral

En cada sueño hay por lo menos un drama.

Y en angustias se enredaba Sebastián.

Una noche cuando con el cielo hablaba

Sobre el horizonte vio una luz cruzar

Feliz gritó: “Espérame”

Y lo ví correr lanzándose en el mar.

Tratando aquel destello recobrar

Porque solo las estrellas bastarán

Sólo las estrellas bastarán.

Sobre la arena sucia de la playa del cercado

Hay una vaina que parece un proyectil

De sus alas cuelga una capa de trapos

De su sombra una soledad sin fin

Su novia imaginaria aún lo espera

En las noches hace guardia frente al mar

Nadie la conquistará

A ninguna otra ilusión se entregará

Fiel al loco que le dio la Eternidad

Porque solo las estrellas bastarán

Solo las estrellas bastarán.

Rubén Blades.

 

Lo veo cada mañana cuando voy al trabajo. Su oficina está situada en la esquina de las dos grandes avenidas. Vestido de gran ejecutivo, habla por su celular y dirige las operaciones de su personal imaginario. En sus manos sostiene con estilo los instrumentos de trabajo: una sucia esponja y una goma pegada a una pequeña madera para “limpiar” los cristales de los vehículos que pasan. No lanza la esponja sucia sobre el vidrio delantero, como hacen los demás. Se dirige con caminar seguro a la ventana del conductor. Con pose y seguridad pregunta a los choferes si desean que le limpien el cristal. Sea positiva o negativa la respuesta, su despedida es siempre cordial. Al alejarse, sube la mano a la frente en señal de despedida. 

 

El día que me percaté de su existencia estaba vestido con una chaqueta azul marinero, pantalón gris, camisa blanca y corbata a juego. A partir de entonces, mi preocupación matutina era observar sus atuendos. Dependiendo de la estatura de su antiguo dueño, los trajes de gran señor podrían ser dos tallas más grandes o más pequeñas.  A veces lo veía hablando con un supuesto interlocutor en su celular desconectado. Otras veces despachaba con sus compañeros “algunos asuntos de interés”.

 

Un día que no tenía la prisa acostumbrada de llegar, me detuve en la esquina. Esperé que me viera. La espera no fue muy larga.  Se me acercó. Me preguntó con suma cortesía si deseaba que mi cristal fuera limpiado. Le contesté afirmativamente. Esta fue la oportunidad para iniciar nuestra conversación. Le pregunté dónde había conseguido un ajuar tan variado. Me respondió con cierto aire triunfador, “que eran regalo de sus amigos y admiradores”, que tiene una colección tan vasta que no necesitaba repetir el vestuario durante varias semanas. Me dijo que ya era famoso. Que muchos programas de televisión lo buscaban y lo entrevistaban. Que había impuesto un estilo y una moda en el arte de “limpiar vidrios”. Me percaté que en el bolsillo izquierdo del traje, su “identificación de la empresa” es una foto suya aparecida en un periódico. Me la mostró con entusiasmo y alegría.

 

 Lo miraba con pena y tristeza. Le pregunté si tenía planes. Me dijo que sí. Que su sueño más grande y hermoso era “llegar hasta Japón para colocarse en la esquina más transitada para limpiar cristales.” Me dijo que en ese país los semáforos estaban coordinados por computadora y era fácil hacer su “trabajo”. “En una mano, seguía diciendo, voy a tener la esponja y en la otra, la bandera dominicana”. “¿Se imagina usted lo que sería limpiar vidrios de carros en Japón, decía entusiasmado?”  Le pregunté entonces cómo haría realidad su sueño. Me dijo que había mucha gente ayudándolo. Que le van a conseguir el pasaje y “algún dinerito para estar allá”.  Ahí terminó nuestra conversación. 

 

El camino acostumbrado se me hizo más largo.  Recordé las letras de la hermosa canción de Rubén Blades llamada Sebastián.  La miseria, la marginación de todos los bienes de la sociedad son enfrentadas de diferentes maneras. Coloca a veces a sus víctimas en un estado especial de locura para olvidar su propia realidad.

¡Hasta cuándo nuestras sociedades seguirán cosechando seres como Sebastián o el Ejecutivo de la esquina, víctimas de su propio infortunio, que  por haber nacido en la cuna equivocada no pueden ver realidad sus verdaderos sueños. 

 



 

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