sábado, 29 de junio de 2013


 

TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE

Pensamiento caribeño en el siglo XIX.  Martí: Nuestra América

Por: Mu-Kien Adriana Sang

sangbenmukien@gmail.com


@MuKienAdriana

¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. José Martí, Nuestra América (fragmento)[i]

 

José Martí, fue, sin lugar a dudas, un hombre visionario, crítico y valiente. En este ensayo tan difundido y estudiado por las generaciones posteriores, enfrenta abiertamente a los países imperiales. El hilo conductor de su pensamiento es que América debe, tiene más bien, que ser capaz de definir sus propios destinos, de diseñar sus propias formas de gobierno y de buscar las mejores maneras de salir airosa de sus múltiples problemas económicos, políticos y sociales. Martí defendía la capacidad de los pueblos de América de buscar salida a sus propios problemas.

 

Martí tomó distancia de los positivistas liberales de la época. Una importante pléyade de intelectuales en todo el continente que abrazó, defendió e hizo suyas las ideas positivistas, entre los que podemos citar a Sarmientos, Alberdi y Espaillat.  Estos intelectuales sostenían que la mezcla racial había provocado una degradación intelectual significativa en la población de los pueblos de Latinoamérica, por lo que abogaban por la inmigración de trabajadores provenientes de esas naciones desarrolladas, porque entendían que con su presencia mejorarían las relaciones sociales, económicas y políticas.  

En efecto, el Positivismo llegó a América Latina y se adueñó de las mentes de muchos jóvenes. Sus postulados fueron asumidos como llaves maestras que, según ellos, contribuirían a la superación de sus desgracias. En la primera parte los revolucionarios latinoamericanos se sumaron a las ideas del liberalismo. Triunfantes e instalados en el poder, fragmentados y enfrentados, decidieron beber de otras fuentes de pensamiento, como el Positivismo.  La noción de orden que defendía el pensamiento positivo era una misa de salud para la realidad latinoamericana caracterizada por el caos, la fragmentación del poder y las luchas inter caudillistas.  Los positivistas latinoamericanos adecuaron los planteamientos a su realidad e interpretaron que la crisis existente y el caos permanente era producto de la herencia recibida y muy especialmente de la mezcla de razas, que había originado un producto de menor calidad.  Martí, sin embargo, fue crítico con esta posición y planteaba exactamente lo contrario:

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador… [ii]

La concepción martiana está encarnada por el sentimiento de una identidad propia, construida en el juego difícil de los encuentros, los desencuentros, los enfrentamientos y  las luchas de los pueblos de América que de la noche a la mañana vieron tronchadas sus vidas y sus creencias, producto de la ambición imperial.

Las ideas aparecidas en el ensayo "Nuestra América" están presentes en toda la obra de Martí, pero estas páginas tienen la virtud de que aparecen sistematizadas y hermosamente expuestas. Es un discurso diferente de América en el que Martí toma distancia de los otros intelectuales y marca una línea divisoria con Estados Unidos y  la Europa imperial. Nuestra América es un canto a la capacidad de los pueblos del continente a ser protagonistas de su propia historia:

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza…. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son."[iii]

Nuestra América fue una revelación en medio del dominio norteamericano, pues ya a finales del siglo XIX Estados Unidos tenía el control de casi todos los mercados del continente americano. Este ensayo plantea, en definitiva, la preocupación martiana de la identidad de América Latina como pueblo, la necesidad de reconocer al otro. Conocer  sido su historia, nuestra historia, para aceptarla y transformarla. Porque para Martí, la identidad se producirá cuando los diversos pueblos de América conocieran al dedillo su propia historia, “aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales – enfatiza Martí- han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".[iv]

El hilo expositivo conductor del ensayo, es sin duda, la toma de conciencia  de que Latinoamérica posee toda su propia historia, con cauces y matices definidos.  Es ante todo un verdadero manifiesto-programa del ser existencial de nuestra América incluyendo sus perspectivas de desarrollo, enarbolando para ello un nuevo paradigma: la auto responsabilidad de la transformación, para construir una América nueva. Una nueva utopía latinoamericana basada en tres ejes: latinoamericanismo, antirracismo y antimperialismo.  Seguimos en la próxima entrega. Martí tiene una producción tan amplia que todavía podemos hacer algunos artículos más.





 



[i] José Martí, Nuestra América, http://www.ciudadseva.com/textos/otros/nuestra_america.htm
[ii] Ibídem
[iii] Ibídem
[iv] Ibídem

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