sábado, 2 de mayo de 2015

La ceguera del conocimiento. Morin


ENCUENTROS

 EDGAR MORIN Y  LOS SIETE SABERES NECESARIOS PARA LA EDUCACION DEL FUTURO. La ceguera del conocimiento.

Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro

 

Cuando miramos hacia el futuro, vemos numerosas incertidumbres sobre lo que será el mundo de nuestros hijos, de nuestros nietos y de los hijos de nuestros nietos. Pero al menos, de algo podemos estar seguros: si queremos que la Tierra pueda satisfacer las necesidades de los seres humanos que la habitan, entonces la sociedad humana deberá transformarse. Así el mundo de mañana deberá ser fundamentalmente diferente del que conocemos hoy, en el crepúsculo del siglo XX y del milenio. La democracia, la equidad y la justicia social, la paz y la armonía con nuestro entorno natural deben ser las palabras claves de este mundo en devenir. Debemos asegurarnos que la noción de durabilidad sea la base de nuestra manera de vivir, de dirigir nuestras naciones y nuestras comunidades y de interactuar a escala global.

En esta evolución hacia los cambios fundamentales de vida y nuestros comportamientos, la educación –en su sentido más amplio- juega un papel preponderante. La educación es la fuerza del futuro, porque ella constituye uno de los instrumentos más poderosos para realizar el cambio…. Federico Mayor, Director General de la UNESCO

 

En el año 1999 la UNESCO publicó una pequeña obra de Edgar Morín titulada “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, que fue el producto de un “Programa Internacional sobre la educación, la sensibilización del público y la formación para la viabilidad”, lanzado en el año 1996.  El programa en cuestión enunciaba las prioridades aprobadas por los Estados miembros de las Naciones Unidas y al mismo tiempo apelaba a las organizaciones no gubernamentales del mundo y a otros organismos para que tomaran todas las  medidas necesarias con el firme propósito de poner en práctica el nuevo concepto de educación para un futuro viable, que permitirían, al mismo tiempo, las reformas de las políticas y programas educativos nacionales. La  UNESCO tendría la función de ser el motor movilizador de la acción internacional.

En esa perspectiva, cuenta el propio director del organismo, Don Federico Mayor, se le solicitó a Edgar Morín que expresara sus ideas sobre lo que debería ser la educación del futuro en el marco de su visión del pensamiento complejo.

El texto, nacido de esta encomienda y desafío, fue un pequeño y provocador libro.  Como el propio autor lo define, el ensayo no pretendía ser, en modo alguno, un tratado sobre el conjunto de materias que deberían enseñarse; era únicamente una reflexión sobre los problemas centrales, todavía son ignorados, pero que son fundamentales para enseñar en el siglo XXI. 

Dice Morín que existen siete saberes fundamentales que la educación del futuro debería tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna.  Estos siete saberes son:

1.       Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión

2.       Los principios de un conocimiento pertinente

3.       Enseñar la condición humana

4.       Enseñar la identidad terrenal

5.       Enfrentar las incertidumbres

6.       Enseñar la comprensión

7.       La ética del género humano

 

Comencemos con el primero de los siete principios: las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión.  Afirma Morín, con toda la razón, que el conocimiento conlleva el riesgo del error, más aún, de la ilusión  Por esta razón, la educación del futuro debe afrontar el problema desde estos dos aspectos:

Error e ilusión parasitan la mente humana desde la aparición del homo sapiens. Cuando consideramos el pasado, incluyendo el reciente, sentimos que ha sufrido el dominio de innumerables errores e ilusiones. Marx y Engels enunciaron justamente en La Ideología Alemana que los hombres siempre han elaborado falsas concepciones de ellos mismos, de lo que hacen, de lo que deben hacer, del mundo donde viven. Pero ni Marx ni Engels escaparon a estos errores.  (p. 5)

 

La educación tiene que ser capaz de mostrar que el conocimiento no es una verdad absoluta, pero sobre todo que está amenazado por el error y por la ilusión.  El saber no es el espejo de las cosas ni del mundo exterior, pues está condicionado por las traducciones y reconstrucciones cerebrales, producto de los estímulos y signos captados y  codificados por los sentidos. Pero al error de la percepción se suma el error del intelecto:

 

El conocimiento en forma de palabra, de idea, de teoría, es el fruto de una traducción/ reconstrucción mediada por el lenguaje y el pensamiento y por ende conoce el riesgo del error.  Este conocimiento en tanto que traducción y reconstrucción implica la interpretación, lo que induce el riesgo de error al interior de la subjetividad del que ejercita el conocimiento, de su visión del mundo, de sus principios de conocimiento.  De ahí provienen los innumerables errores de concepción y de ideas que sobrevienen a pesar de nuestros controles racionales. La proyección de nuestros deseos o de nuestros miedos, las perturbaciones mentales que aportan nuestras emociones multiplican los riesgos de error. (P. 5)

 

Morín afirma que existen cuatro errores de ilusiones y cegueras: los errores mentales, los intelectuales, los errores de la razón y especialmente las cegueras paradigmáticas.  “El juego de la verdad y del error, dice Morín,  no solo se juega en la verificación empírica y la coherencia lógica de la teorías; también se juega a fondo en la zona invisible de los paradigmas” (p. 8).  Esto así, porque el paradigma hace la selección y al hacerlo determina la conceptualización y las operaciones lógicas.  A su vez, el paradigma designa las categorías fundamentales de la inteligibilidad efectuando también el control para su uso.  “Los individuos, escribe el intelectual, conocen, piensan y actúan según los paradigmas inscriptos culturalmente en ellos.” (P- 8). 

 

Los paradigmas juegan roles preponderantes en cualquier doctrina o ideología; y aunque son inconscientes, llega hasta el pensamiento consciente, controlándolo y dominando los axiomas y conceptos, imponiendo discursos explicativos, cegados por esas verdades preconcebidas.  Finalmente Morín señala que occidente ha estado preso de su “gran paradigma” que fue formulado por Descartes en el siglo XVII y aún sigue vigente.  Este paradigma cartesiano separa al sujeto del objeto, con esferas independientes. Por un lado se encuentra la filosofía y la investigación reflexiva; y por el otro la ciencia y la llamada “investigación objetiva”. El paradigma de Descartes disocia el universo de un extremo al otro:  Sujeto versus objeto; alma versus cuerpo; espíritu versus materia; calidad versus cantidad; finalidad versus causalidad; sentimiento versus razón; libertad versus determinismo y existencia versus esencia. No hay duda, dice finalmente Morín, que este paradigma disociador determina una doble visión del mundo, pero sobre todo, el desdoblamiento del mundo mismo.

 

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