domingo, 8 de diciembre de 2013

A porpósito de la navidad


ENCUENTROS

A propósito de la navidad, una reflexión

Por: Mu-Kien Adriana Sang

CAPÍTULO 2

El nacimiento de Jesús
Mateo 1, 18-25

 En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.
 Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.
 Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
 José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David,
 para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
 Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;
 y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

La visita de los pastores
 En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche.

 De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor,
 pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo:
Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
 Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
 "¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres amados por él!"
Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado".
Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
 y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
 Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
 Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

 

Adoro la navidad.  Desde niña esperaba con alegre ansiedad el período navideño. Me deleito profundamente al ver las luces de colores que adornan los árboles naturales o artificiales, las calles especialmente iluminadas y las casas con sus decoraciones especiales para la ocasión.

Uno de mis mayores placeres, quizás influenciada por el consumismo del mercado,  es visitar las tiendas para disfrutar, aunque sea solo para ver, las novedades decorativas navideñas. Lo hice este año. Invité a una amiga a que me acompañara.  ¡Oh Sorpresa! Había dispuesto de una tarde para complacer mis sentidos. Visité varias tiendas. Y sólo encontré adornos de nieve, trineos, renos y muñecos de nieve. Santa Claus en su carroza o bailando, esquiando, caminando, o cargando la pesada bolsa de juguetes. En cada una de mis visitas a esos grandes almacenes, me detuve frente a unos empleados y les pregunté si habían nacimientos. En todas me señalaban un rincón olvidado, con los restos de los años anteriores.  Algunos estaban en mal estado, el niño Jesús sucio, José desfigurado y a María apenas podía identificarla.  Me dijeron, en todos y cada uno de esos lugares, que este año no habían pedido nuevas mercancías porque no se vendían.  Belenista amateur como soy, decidí comprar uno que me pareció hermoso porque eran figuras diferentes en colores pasteles. Le dije a la dependiente que no quería el de exhibición, pues se veía maltratado. Esperé más de media hora. Apareció uno solo en el almacén, en un rincón olvidado. 

Hasta en la festividad más hermosa, occidente ha calado en la cultura.  No niego que la historia de fantasía de la existencia del Sr. Claus, apodado Santa,  y su fábrica de juguetes en el Polo Norte para regalar a los niños que se portan bien, lleva consigo un hermoso mensaje. No niego tampoco que la humanización de la navidad nos lleve a pensar que todos nosotros tenemos algo de ese viejo bueno y risueño en nuestros corazones, que le da sentido a su vida para alegrar el corazón de todos, especialmente de la niñez que  todavía conservan la inocencia en sus corazones.

Pero me duele profundamente ver cómo el niño Dios, el que luego se hizo hombre y dio su vida por nosotros ha sido arrinconado y olvidado. Las imágenes del nacimiento, con el niño en el pesebre acunado por la Virgen y San José, cuidado por los pastores,  y un poco más lejos, los Santos Reyes, cabalgando en sus camellos para visitar y dar la bienvenida al Salvador, ya no guardan el mismo significado.

Peor aún, la amiga que me acompañó en el triste periplo, no tenía muchos conocimientos. Le expliqué por qué habían imágenes distintas de la Sagrada Familia; pues una cosa era el nacimiento y el pesebre y otra la imagen de ellos con María cabalgando con su niño en brazos y San José caminando al compás para acompañar a su mujer representaba la huída.

Triste constatación de esta navidad. Lo sabía, claro que sabía, que este período del año, la gente lo asume como festejo de todo tipo: familiar, laboral o de amistad.  Celebran, beben, bailan, gozan, se ríen, se intercambian regalos, y pocos, muy pocos, recuerdan a Jesús.

¡Oh mi Dios! hasta ahí han llegado los tentáculos de occidente; todo, absolutamente todo, se ha convertido en un gran mercado. Hasta el amor y la amistad se compra o se vende a cambio de un regalo.

Invito a la reflexión. Aprovechemos para festejar, para ratificar nuestro amor  a los que amamos; para estrechar los lazos de los amigos, que no son más que la familia elegida. Utilicemos este tiempo de alegría para detenernos y pensar, para hacer balance personal; para reconocernos limitados y pecadores y para decidir cambiar y emendar nuestros propios errores.

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