sábado, 28 de septiembre de 2013

NO a la guerra


ENCUENTROS

LECCIONES DE VIDA: NO, NO, NO A LA GUERRA

POR: Mu-Kien Adriana Sang

“Es mejor ganar sin luchar”, Sun Tzu


 

“La histeria belicista de un número considerable de ciudadanos estadounidenses no es ningún signo de conciencia ni de madurez. Tampoco lo es la mentalidad de apaciguamiento. El apaciguamiento frente a una potencia expansionista crea una bruma en la que ninguno de los oponentes sabe ya dónde se halla. Y de esta manera, el mundo resbala hacia la guerra...” Arthur Koestler, En busca de la utopía.  

 

Las palabras que inician esta reflexión fueron pronunciadas por Koestler en 1948 en una serie de conferencias en los Estados Unidos y parecería que fueron dichas ayer. Revolucionario “excomulgado” de la Unión Soviética por su posición crítica frente a los que se alzaron con el poder negando con sus hechos los postulados revolucionarios, se dedicó, una vez pudo salir de la cárcel, a combatir ese régimen desde una posición que el definía de “izquierda”.  Se oponía, siendo un critico de los soviéticos, a la lógica infernal que imponía al mundo la llamada Guerra Fría. Fue un activo militante del Comité Internacional de Rescate y Socorro, a fin de ayudar a los refugiados de los países totalitarios.   

 

Arthur Koestler trascendió al mundo no sólo por su reconocida solvencia intelectual, sino y sobre todo, por su singular historia. Sionista primero, militante y dirigente activo del  Partido Comunista Soviético, opositor luego, que le valió su apresamiento una vez se pronunciara en contra de las atrocidades de sus antiguos compañeros; luchador en contra de las dictaduras comunistas, defensor de la democracia, y luego, aterrado intelectual que se aísla del mundo.  Su sorprendente vida lo hizo convertirse en una de las personalidades más fascinantes del siglo XX.  Nacido en Budapest en el seno de una familia judía, vivió sucesivamente en Austria, Alemania, Israel, España, Francia e Inglaterra. Opositor del régimen soviético estuvo preso largos años. Opositor de los regímenes dictatoriales fue condenado a muerte por Hitler y Franco, condenas que pudo librarse de forma milagrosa. Su años finales los dedicó a escribir y a combatir las dictaduras, principalmente las llamadas de izquierda.  El Cero y el Infinito, una novela autobiográfica, es una de sus obras más conocidas.  Una vida activa que culminó con su suicidio en 1983, cansado, quizás de buscar utopías.

 

Crítico como era, Koestler enfrentó las posiciones no sólo de los dos colosos enfrentados, los Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, sino que trató de desmitificar el idealismo guerrerista de muchos jóvenes revolucionarios. Sin embargo, en la dicotomía de la época, oriente versus occidente, se alineó en contra de los soviéticos por considerar más nocivo este régimen que el representado por el occidente capitalista encabezado por los Estados Unidos.   Sus reflexiones tenían un tono agresivo. Explicable en las circunstancias en que fueron concebidas.  Una de sus posiciones más interesantes fue su posición en torno a las falacias mortales de la guerra, las cuales, hoy, muchas décadas después tienen cierta vigencia en un mundo que vive al borde de una guerra. La dicotomía de entonces, oriente versus occidente, capitalismo versus socialismo, se llama en la actualidad, eso dicen algunos, los que mandan, civilización versus terrorismo.   Como en los paquitos de mi infancia, indios contra vaqueros, buenos contra malos, unos contra otros, enfrentamientos antagónicos donde siempre los vencedores son los de un lado. Una vez más se utiliza la visión cartesiana de la filosofía para simplificar la vida y la historia. 

Tomé algunas de las falacias elaboradas por Koestler al calor de las circunstancias de su época. Seleccioné sólo aquellas que pudieran ayudarnos a reflexionar sobre este mundo convulso de hoy, en el cual, al igual que entonces, se utilizan falacias como verdades para ganar espacio y poder.

 

  1. La falacia del examen de conciencia. Decía Koestler que las grandes potencias eran incongruentes.  Mientras defendían los derechos humanos en una parte, eran los principales violadores de esos preceptos.  Francia, por ejemplo, había sido la madre de la revolución burguesa y sin embargo aplicaba el peor de los modelos esclavistas en la colonia Francesa de Saint Domingue. Estados Unidos, proseguía, se oponía al uso de la cámara de gas de Hitler, y sin embargo segregaba a los negros.  ¡Cuánta ironía, concluía preocupado! Yo digo, lo mismo sucede hoy.  Sólo puedo preguntarme ¿Quién posee el derecho de tener las armas de destrucción masiva?  ¿Quién otorga el permiso? ¿Quién?

 

  1. La falacia de la ecuación falsa.  Criticó a los que asumían una posición irracional en contra de cualquiera de los dos polos.  Establecía una distinción. Al totalitarismos soviético, al cual llamaba lepra, mientras a la democracia imperfecta norteamericana la definía como la picadura de una pulga.

 

A diferencia de Koestler, que en el laberinto de sus tragedias y dolores personales, eligió ante la falsa ecuación, yo no quiero tener que verme en la encrucijada de tener que elegir. Asumo el occidente como mi modus operandi y mi modus vivendi, porque en ella han nacido mis raíces, porque a pesar de sus errores, y ahí coincido con Koestler, ha demostrado ser el sistema más duradero, no puedo dejar de reconocer la diversidad cultural y el derecho que tienen de vivir los seres que asumen y optan por sistemas y vidas diferentes.  Los extremistas islámicos que consideran al occidente como el infierno están tan equivocados como los que de este lado piensan lo mismo del desconocido mundo del Oriente Medio.

 

  1. La falacia sentimental.  Koestler es duro, muy duro al definirla:  “Durante años, escribía, estuvimos aliados con los rusos en la lucha contra el nazismo y  ahora tenemos que separarnos, las raíces de nuestra antigua lealtad resultan difíciles de arrancar...”  ¿cuál será el sentimiento que hoy debemos defender? ¿Democracia y libertad para algunos o democracia, libertad e igualdad para todos?

 

  1. La falacia de la causa perfecta. Dice Koestler que sólo “vale la pena luchar por una causa absolutamente perfecta. Y la búsqueda de esa causa perfecta se convierte en una excusa para adoptar una posición inmovilista.  La historia no conoce causas perfectas ni situaciones en las que lo blanco se haya opuesto a lo negro...”  Me pregunto hoy ¿cuál es la causa perfecta hoy? ¿El control del petróleo? ¿El peligro real, porque lo es, nadie puede negarlo, del terrorismo? ¿Una guerra de civilizaciones, como dijo Huttington?

 

  1. La falacia de la confusión entre los objetivos de corto y largo plazo, la cual, asegura, “es la falacia más peligrosa .”  Define los objetivos de largo plazo como “la antiquísima lucha por la reforma, por la justicia social, por un sistema de gobierno más justo. Al hablar de objetivos a corto plazo me refiero a la necesidad de combatir una emergencia inmediata.”   Me pregunto hoy, ¿cuál será el objetivo a corto plazo?  ¿Osama Ben Laden? ¿Irak? ¿Iran? ¿Corea del Norte? ¿Todos juntos?  ¿Para qué combatirlos? ¿Cómo y por qué?  ¿Qué pretendemos entonces? ¿Un nuevo holocausto? ¿Acaso no fue suficiente con los judíos muertos durante la Segunda Guerra Mundial por el nefasto Hitler? ¿Acaso no fueron suficientes los muertos de Viet Nam? ¿Acaso no duelen los millones asesinados del dictador Stalin?

 

Quiero un mundo de paz.  Ya lo he dicho, no apoyo ni apoyaré nunca causas bélicas en el mundo.  Estoy cansada de tener que escribir con tinta roja la historia de esta humanidad que no sacia su sed de sangre, muerte y destrucción.

“Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente. Es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente.” Gieco, Canción.

sangbenmukien@gmail.com

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@MuKienAdriana

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