miércoles, 25 de septiembre de 2013

Por qué la lluvia


ENCUENTROS

 

POR QUÉ LA LLUVIA


Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto


 

El Encuentro de hoy estaba previsto tratar un tema completamente distinto. Pero al sentarme a escribir, miré por la ventana y observé el llanto del cielo. Al mirar la lluvia caer, me retrotraje a mi adolescencia. Constaté que todavía, más de cuatro décadas después, me conmueve hasta lo más profundo de mi corazón. Recordé mi poema juvenil, escrito cuando apenas podía comprender que el mundo era más grande que Santiago, mi ciudad natal: "¿Llueve o llora el cielo? ¿Acaso llora por mí? ¿Por mis incertidumbres, mis dudas y mis inquietudes."

 

Sí, la lluvia aún provoca ese efecto melancólico en mi alma. La diferencia con aquella joven inquieta y romántica que una vez fui, es que hoy, mi melancolía no es provocada por interrogantes existenciales; sino por frustración. Sí, dije y escribí, frustración. No estoy frustrada por mi existencia, pues en la medida de lo racionalmente posible, he sido, soy y pienso que seré, una mujer feliz. Estoy frustrada por el mundo que me ha tocado vivir. Pensaba que hoy, después de tanto sudor y sangre de jóvenes ilusos, el mundo sería diferente.  No imaginaba que en el otoño de mi vida, seguiría siendo tan injusto, excluyente y negador de la condición humana.

Ya sé que hemos avanzado, no lo niego, no puedo hacerlo. Pero tampoco puedo olvidar que la intolerancia religiosa prevalece en algunos, muchos, lugares de este planeta nuestro que llamamos tierra. No puedo obviar, ni enviar al olvido, los afanes imperiales de algunas potencias, que se resisten hasta el último suspiro, a ceder su espacio de influencia y poder.

Y al mirar la lluvia, que cae copiosamente, imagino que el cielo llora inconsolablemente por las mujeres maltratadas. Las víctimas de las sociedades del medio oriente, donde sólo se les reconoce el valor de ser el instrumento de la reproducción de la especie; y el hueco disponible para saciar los impulsos sexuales de sus mal llamados compañeros y maridos. 

Creo que la lluvia llora porque quiere que la tierra nos regale nuevas vidas más conscientes de sus propias existencias. Llora por las niñas violadas por falsos, crueles y abusivos amigos y familiares. Gime con desesperación por las embarazadas que apenas descubrían el mundo a su alrededor, cuando fueron víctimas de su propia ignorancia. Niñas pariendo niños, convirtiéndose en madres a la fuerza.

Llora el cielo por nosotros, por las víctimas inocentes de la violencia institucionalizada de esta sociedad que se resiste a cambiar.  Llora por los que fueron asaltados de forma desprevenida en las calles; por los que sus casas fueron violentadas por seres sin alma, llevándose lo poco o mucho que tenían; lloro porque nuestra sociedad estaba orgullosa de ser una de las más tranquilas, libre de violencia. Lloro porque la ciudadanía todavía no confía, no puede confiar, en las instituciones que nos deben cuidar, porque ellas están carcomidas por la corrupción hasta los poros.

Llora el cielo por las aspiraciones frustradas. Como ha sido el caso de la lucha del 4%, pues a pesar de la conquista social, la incapacidad administrativa nos hizo evidenciar, que el problema educativo es más grave todavía.

Llora el cielo por mí, por los que buscan la presidencia solo por simple interés personal. Llora por los que se creen imprescindibles, únicos, insustituibles y eternos, porque esos que se aferran a sus pequeñas cuotas poder, no confían en la juventud, en los de abajo, en los que deben crecer, en las generaciones que deben transitar por el camino abrupto que les legamos.

La lluvia cae sin detenerse, haciendo ríos interminables de lágrimas, por los falsos profetas mal llamados representantes de Dios. Sí, llora por los farsantes que usaron el púlpito para engañar, y cual serpientes venenosas que danzaban al compas de la música diabólica, hipnotizaban a los niños inocentes en su malvado manto para violarlos, para golpearlos en la profundidad de sus almas y convertirlos en futuros hombres frustrados y maltrechos.

La lluvia llora por nosotros los cristianos y católicos, defensores de la verdad de Cristo, creyentes en el Evangelio, como el instrumento de liberación de las almas; por nosotros los que todavía confiamos y seguimos algunos pastores.  Lloramos de impotencia, lloramos de rabia, lloramos de dolor, lloramos de indignación, porque a pesar de que la realidad nos está golpeando, algunos todavía osan usar subterfugios explicativos que nadie cree, y traen como consecuencia el aumento del descontento en los verdaderos cristianos, comprometidos por la Iglesia de Católica.

Y mientras miraba la lluvia correr, y mientras el cielo gritaba de dolor con truenos estruendosos y ensordecedores, vi que mi rostro se mojaba. No era lluvia, eran lágrimas de dolor y frustración de una mujer de mediana edad, que durante toda su adolescencia militó en las filas de los grupos cristianos, como la Juventud Estudiantil Católica (JEC); y que colaboró con ahínco en los primeros Encuentros Juveniles de la Pastoral de la Juventud. Y que todavía en la edad adulta cree profundamente en Dios y se siente católica comprometida. Lloro y expreso mi dolor y mi rabia, porque reclamo a la Iglesia, a mí Iglesia, hacer frente a una realidad que no pueden eludir.

Y, como si fuera algo milagroso, inicié el artículo con el cielo desesperado de llanto, y parece que mis palabras fueron su consuelo, porque al terminar de escribirlo, paró la lluvia, aunque el cielo permaneció gris.

sangbenmu-kien@gmail.com

mu-kiensang@pucmm.edu.do

@MuKienAdriana

 

 

 

 

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