domingo, 15 de marzo de 2015

EL MITO ESFUMADO DEL CAMPESINADO EN EL CARIBE: EL CASO DOMINICANO


TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE

 

El mito esfumado del campesinado caribeño: El caso dominicano

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

sangbenmukien@gmail.com

mu-kiensang@pucmm.edu.do

@MuKienAdriana

 

Aire durando

Manuel Del Cabral

 

¿Quién ha matado ese hombre

Que su voz está enterrada?

Hay muertos que van subiendo

Cuanto su ataúd más baja…

Ese sudor…¿por quién muere?

¿Por qué cosa muere un pobre?

¿Quién ha matado estas manos?

¡No cabe en la muerte un hombre!

Hay muertos que van subiendo

Cuando su ataúd más baja…

¿Quién acostó su estatura

Que su voz está parada?

Hay muertos como raíces

Que hundidas…dan fruto al ala.

¿Quién ha matado estas manos.

Este sudor, esta cara?

Hay muertos que van subiendo

Cuanto más su ataúd baja…

 

El Caribe insular, y El llamado Gran Caribe han tenido grandes diferencias en su desarrollo histórico.  Compartiendo el mismo sol ardiente y el intrépido mar, han tomado sus tierras caminos distintos.

 

Las islas caribeñas dominadas por Inglaterra y Francia  fueron sometidas al modelo de las plantaciones, que es lo mismo que decir, esclavitud despiadada y negación absoluta de derechos humanos.  Sobre este tema abundaremos en próximos artículos.

 

El Caribe insular hispano: Cuba, República Dominicana y Puerto Rico tuvieron un desarrollo diferente.  Después que España, la metrópoli cuya ambición de poder la hizo apoderarse de casi un continente completo, desde México hasta la fría y mal llamada Tierra de Fuego, olvidó sus primeras colonias isleñas, dejándolas a su suerte.  Mi gran amigo Pedro Luis San Miguel, un puertorriqueño que ama esta media isla desde hace más de tres décadas, y a la que dedicó mucha de su producción intelectual explica este proceso de manera brillante:

 

La sociedad rural en la República Dominicana retenía muchas de las características que adquirió durante el período colonial. Tal era el caso de con la estructura agraria. La mayoría de las tierras del país permanecían vírgenes; de los pocos miles de hectáreas que se encontraban bajo explotación, una parte considerable era dedicada a la ganadería extensiva y a la agricultura en pequeña escala. Mientras que la tierra era abundante, la población, por el contrario era escasa….[1]

 

La casi inexistencia, o como le llama Pedro San Miguel, “el tardío desarrollo de la economía de plantación…minimizó la competencia por recursos entre los sectores latifundistas y el campesinado”[2].  Esta situación, permitió el desarrollo y expansión del pequeño campesino, desarrollarse sin dificultades porque no había un estado fuerte que lo controlara.   En el Cibao, el campesinado no solo se hizo presente, sino que dominó prácticamente toda la economía norteña a través de las pequeñas unidades productivas dedicadas al tabaco y al consumo familiar. Con el tiempo se agregaron otros cultivos como el café y el cacao.  Estos tres productos se desarrollaron gracias a la demanda del mercado internacional. Y de esa relación económica-social, nació el imaginario y el mito del hombre del campo. El hombre que junto a su familia iniciaba las labores con la salida del sol, y con sus propias manos cultivaba la tierra para ofrecer al mercado el producto de sus sueños:

¿Cuánto le cuesta el cielo a un campesino?

Por: Manuel Del Cabral

 

¿Cuánto le cuesta el cielo a un campesino?

Diez velas para que llueva.

Otras diez para que escampe.

Un año de abstinencia sexual con cielicida.

Solo un huevo en las tripas protestantes los lunes.

Diez pesos para ungüentos a las llagas

De sus rodillas:

Que son las cenicientas de todas sus promesas.

Un caballo y un pollo para la sotana

Y también la sobrina

Por las dudas…

Mientras tanto,

Empezaron los perros a ladrar a la radio.

Algo se está pudriendo.

Algo de pesticida tiene ya este ladrido.

 

A pesar, como dice San Miguel, de que en los últimos veinte años del siglo XIX comenzó a desarrollarse una economía de plantaciones con el boom de la industria azucarera, las economías se regionalizaron, permitiendo la coexistencia.  En el norte el campesinado y en el sur los mal asalariados de los ingenios.  Esta dos economías paralelas tuvo sus consecuencias, como nos cuenta el autor:

A largo plazo, el temprano surgimiento de una economía campesina vinculada al mercado fue, en si mismo, un impedimento al acaparamiento de las tierras por un sector de latifundistas. El tabaco, el cacao y el café –cultivos idóneos para la producción a pequeña escala- brindaron a los campesinos del Cibao un relativo acceso a la economía monetaria….en el siglo XIX, con el despegue de las exportaciones del café y el cacao, el campesinado cibaeño adoptó estos nuevos cultivos.  Lejos de encontrarse en la situación de otros grupos campesinos, los habitantes del Cibao no sufrieron una súbita irrupción de la economía mercantil. Por el contrario, ella fue extendiéndose por la región mediante un proceso gradual que estuvo lejos de provocar las radicales alteraciones del orden rural que han sufrido los campesinos en otras partes del globo…[3]

 

Y de nuevo el mito y sus lecciones y creencias, leyendas. Del hombre fuerte del campo, de la mujer sumisa que labra la tierra, cría los hijos y sirve en el hogar.  Y nacieron las historias de miedo, de preguntas sin respuestas, de monólogos con la tierra. Y los campesinos se convirtieron en seres indispensables porque hacían parir la tierra, idealizados, amados, temidos y lejanos:

 

Carta al Compadre Mon, Manuel Del Cabral (fragmento)

 

Ya ves, Compadre Mon,

No puedo hablarte ya de cosas grandes;

Tu pistola, tus barbas, tu caballo,

Tu nombre,

Todo es pequeño junto a esta sonrisa.

¡Cómo brilla tu historia en los dientes del tico!

Qué grande estás, Compadre Mon en esas

Cosas pequeñas…

El maíz no lo sabe,

Ni el trueno,

Ni el agua…

 

Pero el mundo siguió dando vueltas. La economía sostenida en la agricultura de exportación: azúcar, café, cacao y tabaco comenzó a desaparecer.  El país se sostuvo en la industria liviana y la economía de servicios. Apenas quedan algunas tareas cultivadas para que la tierra se acuerde de labrar. Algunos campesinos se resisten a desaparecer y se aferran a su conuco como su último hálito existencial:

El trueno no lo sabe,

Pero tu estás en la garganta ronca

De los tambores que enronquecieron

Del tanto hablar de ti… de los rugidos

Del paso de tu sangre.

El agua no lo sabe,

Pero eres, el agua con un cuento…

Tú le pusiste edad al agua de los hombres…

Al agua que más duele, la pesada

¡Qué siempre llena venas, y con sed siempre al hombre!

 



[1] Pedro L. San Miguel: Una perspectiva dominicana.  Memorias, Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe, vol 11, No. 22, enero-abril 2014, Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia.  (Redalyc.org), p. 1 y 2
[2] Ibídem
[3] Ibídem, p. 4

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