lunes, 4 de marzo de 2013


 

FRENTE AL SIGLO XXI:

¿DECIR ADIOS A LA UTOPIA Y A LA ETICA?

 

POR: MU-KIEN ADRIANA SANG[1]

 

 

Un niño pequeño

miró una estrella

Y se echó a llorar.

Y la estrella dijo

¿Por qué estás llorando?

Y el niño respondió

Que nunca te podré tocar.

Y la estrella respondió

Niño

Si no estuviera en tu corazón

No podrías verme.

 

John Magliola.

 

 

Quisiera que ustedes aquí presentes, escucharan estas palabras, hicieran como le aconsejaron al niño de la fábula de John Magliola, y colocaran una estrella en sus corazones.

 

Buenos días. Agradezco sobremanera la invitación de este valioso grupo de Mujeres reunidas en Anmepro. Acepté esta invitación, a riesgo de no poder cumplir, agobiada por la presión de la cotidianidad. Tuve al principio cierta resistencia interna. Después agradecí la oportunidad de poder pensar y sobre todo comunicar mis reflexiones en el marco de este escenario.

 

Tal vez piensan ustedes que estas palabras estarán plagadas de tantas cifras y datos históricos.  Quizás algunas de ustedes haya pensado que mis pensamientos serán pura perorata feminista en favor de las luchas de nosotras las  mujeres.  Creo que existen

mejores interlocutoras que yo.  Decidí tomar el camino de mi propia identidad.

 

Soy mujer.  He sufrido y vivido en carne propia las naturales exclusiones de esta sociedad occidental y patriarcal. Soy producto de una generación que ha soñado y que algunos de sus sueños han sido desgarrado, transformándose en terribles pesadillas. Pero siendo maestra por convicción y vocación, debo, cada vez que voy a las aulas, hacer un ejercicio de esperanza, a fin de intentar que esos jóvenes hoy, los adultos responsables del mañana, enfrenten su mundo con una visión optimista y a su vez transformadora de la vida.  Historiadora por ejercicio y pasión, entiendo que la historia de la humanidad ha sido un largo trayecto marcado de triunfos y derrotas. Algunos hombres, algunas mujeres, asumen su vida como reto permanente, convirtiéndose en los responsables de los hechos históricos.

 

Así pues, asumiendo con plena conciencia, como dice Helen Keller,

que “la vida es una sucesión de lecciones que deben vivirse para ser comprendidas”, escribí estas reflexiones.

 

Nací casi a la mitad del siglo.  Nos hicieron pensar que el mundo se dividía en dos mitades transversales, este y oeste; y en dos mitades longitudinales, norte y sur.  Herederos de una concepción cartesiana del mundo seguimos asumiendo la disyuntiva entre lo blanco y lo negro.  El occidente (Estados Unidos y Europa), se presentó como la herencia mágica del mundo de los buenos. El oriente (La gran Unión de Repúblicas soviéticas y la China de Mao), marcado por la influencia de los movimientos de izquierda, fue vista como su antítesis, el infierno terrenal. Pero ocupados y preocupados por cerrar y fortalecer la cortina de hierro, olvidaron que habían dos mitades diferentes.  El norte, fue de nuevo el espejo a imitar. El sur no era más que un centro de

hacinamiento y pobreza, de exclusión, tedio e ignorancia.

 

Nacida a mitad del siglo XX, crecí bajo el influjo de las dos partes enfrentadas, sufrí, temí y viví en la angustia eterna de que conocer las mitades prohibidas era optar por el pecado.

 

No sé si por triunfo o imposición, lo cierto es que el capital de occidente se impuso. Miré entre sorprendida y horrorizada cómo se desvanecía a golpes de martillos el imponente muro de Berlín. Perpleja he quedado al presenciar cómo el otrora gran poder  soviético se ha convertido en una sucesión de naciones que luchan afanosamente por sus independencias y por la imposición de fórmulas democráticas.

 

También aquí a esta América nuestra, continental e isleña, tropical y templada, diversa, pobre y golpeada han llegado los cambios. Vivimos negros años de terror y horror. La violencia se institucionalizó desde el Estado y desde la sociedad. Nacieron por doquier regímenes dictatoriales.  Hoy, forzados quizás por las circunstancias se ha asumido un discurso doble: la defensa de la democracia, y la lucha por la pobreza.

 

¿Qué ha pasado en el mundo? ¿Por qué se han producido esos cambios radicales? ¿Qué posición asumir?

 

Soy de las que cree que la historia es el producto de la acción transformadora de la humanidad. Creo en el sueño transformador. Creo en la utopía. Defensora soy del sueño utópico de Tomás Moro, inventor en 1551 de este neologismo, que significa “no lugar”, ninguna parte, el ámbito de lo inexistente, pero, y ahí está la clave del pensamiento de Moro, que puede llegar a ser real.

 

La utopía, es decir, la verdad prematuramente anunciada, la

crítica al presente, la contra imagen de la realidad heredada, tiene necesariamente una fuerza subversiva, anticipadora de lo que debe venir.

 

La humanidad ha transitado, mejor dicho, hemos caminado, porque  pudimos tomar conciencia de nuestra singularidad.  De la Nada llegamos a la edad de piedra, de ahí pasamos a la era de los metales. Cambió así, con ese descubrimiento el panorama del mundo.  De la esclavitud pasamos al feudalismo; llegó el mercantilismo, anunciando la derrota medieval y el triunfo del capital.  Nació el capitalismo que hizo nacer su rival: el socialismo, que llegó, se enfrentó y fracasó.

 

No creo en el determinismo histórico, las etapas históricas no son lineales.  Tampoco pienso que hemos llegado al climax histórico, porque el dios mercado se ha adueñado de todo.  Creo simplemente que algunas utopías han sido desvanecidas.  En el siglo XVIII la Revolución Francesa se pudo materializar gracias a la magia de la trilogía “libertad, igualdad y fraternidad”.  Casi un siglo después, la Revolución Industrial impuso una simple consigna de dos palabras: “orden y progreso”.  En el siglo XX la igualdad socialista pretendía ser el demiurgo. No pudo.  Demasiadas dificultades fueron encontradas en el camino.

 

Hoy día sólo podemos aferrarnos a dos palabras: democracia y participación. Con el influjo mágico de estas dos palabras debemos configurar nuestra utopía de hoy.

 

Así pues, de nuevo les digo que creo en la utopía, que creo en los sueños.  Ellos constituyen como ha dicho Koestler la mejor razón para vivir. Soñar es una elección. Tiene su precio y sus costos. Significa salirse de los caminos trillados e impuestos por la sociedad.  Implica también asumir riesgos, y enfrentar

 

aquellas voluntades absolutas que apuestan a detener los cambios, haciendo de los sueños unas terribles pesadillas.

 

Llego entonces a la ética. Auspiciar la utopía es también construir un espacio al ejercicio del bien, al thymos socrático. Parecería que hablara en otro idioma y a otros seres que no habitan estos 48,000 kilómetros cuadrados, sobre todo cuando en nuestro país cotidianamente se pisotea la ética y nos destruyen las ilusiones y los sueños.

 

Me arropa a veces una infinita pena, al ser testigo de tantos atropellos ciudadanos.  Ustedes como yo, hemos visto que la negociación de intereses políticos y partidarios ha sustituído al diálogo sincero para el bien del país.  Hemos visto niñas que arropadas por la miseria, y cegadas por el espejo del consumo, se venden al mejor postor sin el menor pudor. La violencia se acrecienta, la pobreza no disminuye, la insensatez prevalece, el afán de lucro y confort ciega a un sector y beneficia a otro.  Y en medio de todo permanece, debe permanecer la esperanza.

 

El sentido ético en el ejercicio de la vida cotidiana y de la política debe ser un referente. Recurro otra vez al thymos socrático, es decir al sentido virtuoso de la política, debe dejar de ser un simple concepto para ser aprendido y recitado en las aulas universitarias.

 

Lo sé, no tienen que decírmelo.  Estoy consciente de que el poder económico, político o social se ha impuesto.  No puedo olvidar que la sagrada Revolución Francesa sucumbió al poder irreverente e inhumano de Robespierre, cerrando el ciclo con la nueva monarquía napoleónica. Sé también que miles de seres humanos entregaron sus vidas por la libertad y la igualdad durante la Revolución Socialista, sin embargo, el poder de un partido único que hizo

 

nacer una nueva clase social, nacida de esa singular estructura política, no sólo sustituyó a la combatida burguesía, sino que le negó al pueblo la esencia misma de la libertad.

 

Se acerca el siglo XXI. Un año, dos años, no importa cuál posición aceptemos.  Lo cierto es que no me gusta lo que hemos construído en este siglo que termina. No me gusta ver cómo abogan algunos por el reino de la ciencia, como en los mejores momentos del positivismo comtiano del siglo XIX.  La tecnología no puede arropar la voluntad humana.  Me disgusta ver cómo la búsqueda insaciable de oro ha destruído nuestro hábitat.  Me repugna ver cómo en esta sociedad todo tiene valor de compra y de venta, llegando al colmo que vulgares mercaderes del sexo se han convertido en millonarias heroínas. Me aterra ver cómo, al igual que en las postrimerías medievales, libramos hoy guerras santas.  Y en nombre del Ser Supremo que dicen creer muchos son capaces de exterminar. Me enfurece ver cómo algunos grupos de poder son capaces de tergiversar valores humanos sólo para ganar un dinero que no nunca serán capaces de gastar: Y en su mortal propaganda enseñan a los jóvenes que lo importante es tener y aparentar.  Ser es una condición pasada que no permite ir al mercado de bienes y servicios.

 

En las postrimerías de este siglo XX, a la puerta de un nuevo siglo y un nuevo milenio, necesitamos definir otros retos.  Hay signos de esperanza.  En cada pueblo del planeta existen miles de héroes y heroínas que construyen la esperanza desde su cotidianidad, que se han detenido en medio del camino trillado y han empezado a construir senderos nuevos. 

 

Sólo sé que llegó el momento de asumir y definir nuestros propios sueños.  Partir de la crítica al pasado, aprender de nuestros fracasos y errores para evitar repetirlos.  Conocer los momentos de triunfos para motivarnos y proseguir. Sigo pensando que la utopía de hoy debe abogar por la construcción de una sociedad más humana y más justa.

 

Finalizo estas palabras recurriendo a hermosos pensamientos que otros han dicho.

 

Nuestro gran Pedro Henríquez Ureña escribió una vez que:

 

“Es el pueblo que inventa la discusión; que inventa la crítica. Mira el pasado y crea la historia; mira el presente y crea las utopías”

 

Creo como dijo esa gran dama norteamericana Eleanor Roosevelt, que “el futuro es de los que creen en la belleza de sus sueños”.

 

Y termino preguntándoles: ¿ Tienen ustedes la estrella en su corazón?  Si la tienen, por favor crean en los sueños, si sueñan lucharán por nuevas utopías.

 

Muchas Gracias.

    



[1] Palabras pronunciadas en el almuerzo anual de ANMEPRO el 11 de marzo de 1999. Hotel Jaragua, Santo Domingo, Republica Dominicana.

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