PONTIFICIA UNIVERSIDAD
CATOLICA MADRE Y MAESTRA
DISCURSO
DE MU-KIEN ADRIANA SANG
Directora del Departamento de Educación del
Recinto Santo Tomás de Aquino en la graduación ordinaria del 12 de junio del
2004
Santiago,
República Dominicana
Monseñor
Ramón de La Rosa y Carpio,
Presidente de la Junta de Directores de esta PUCMM
Monseñor Timothy Bogglio,
Representante de su Santidad Juan Pablo II
Monseñor Agripino Núñez Collado,
Rector de esta alta casa de Estudio
Señores y señoras miembros de la
Junta de Directores de esta Universidad
Señores y señoras miembros del
Consejo Académico
Señores y señoras invitados e
invitadas internacionales
Graduandos
y graduandas que inician en el día de hoy una nueva etapa en sus vidas
Padres
y madres de los graduandos, para quienes también hoy es un día especial
Público
en general
Buenas
Tardes
Agradezco profundamente
la distinción y oportunidad que me ha brindado nuestro Rector, Monseñor
Agripino Núñez Collado para dirigirme a esta audiencia tan especial. Hoy más que nunca me siento maestra. He sido
maestra toda mi vida., pero al mismo tiempo soy también el producto de otros
maestros que marcaron mi vida. Cada oportunidad de interactuar con los jóvenes
aprende uno muchas cosas. Por eso quiero hacer una historia.
En uno de los semestres
que impartí “Historia de las Ideas Políticas y Sociales”, se me presentó una
situación difícil, después que se produjo un verdadero debate. Aquel día el
tema que trataríamos era el pensamiento
político de Nicolás Maquiavelo. Y como me sucede siempre me sucedía, Maquiavelo
suscitó mucho interés. Pocos pensadores provocan tanta atención. Dos excelentes
estudiantes se presentaron como verdaderos defensores de este pensador italiano
del siglo XVI. Un amplio grupo del curso
se definió en la posición contraria.
Mientras los muchachos exponían sus argumentos, escuchaba impresionada y
preocupada. Del tema de Maquiavelo se
pasó a la necesidad de enarbolar una
postura ética en el ejercicio de la política. Los defensores del pensador
italiano se mantuvieron firmes. Los otros también. Las dos horas de clases
pasaron sin darnos cuenta. Tuvimos que cortar porque el tiempo asignado se
había agotado y yo tenía otro grupo de estudiantes que me esperaba. Al terminar mis clases, y mientras conducía
para llegar a mi casa, pensé mucho. Al llegar releí el material y puse atención
especial a los aspectos que habían despertado el interés de Jorge y
Andrés. Reproduzco con especial interés
para los lectores, algunos párrafos de la lectura que produjeron el encendido
debate en clases [1]:
“Los
hombres, según Maquiavelo, son mediocres, esto es incapaces de ejercitar una
bondad o una maldad absolutas. El bien de lo que son capaces lo hacen por
necesidad, y el mal por inclinación de su naturaleza. Los hombres…. Hacen el bien por fuerza; pero
cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal, tolo lo llenan de
confusión y desorden… Codiciosos de
bienes materiales, su ganancia es el poderoso incentivo que de manera más
enérgica los mueve y determina…Maquiavelo aconseja al Príncipe: Sobre todo,
absténgase de quedarse con los bienes, porque los hombres olvidan antes la
muerte del padre que la pérdida de su patrimonio…
“Cuando las circunstancias así lo exijan el
gobernante debe estar dispuesto a hacer uso de la violencia, sólo que cuando
sea necesario su uso debe ser rápido, hiriendo mortalmente sólo a quienes eran
merecedores del castigo. Un gobernante
que usa sistemáticamente la violencia se convierte en un terrorista de su propia
estabilidad. Por el contrario, en la distribución de beneficios el gobernante
debe de hacerlo muy despacio, de manera que sean disfrutados con calma y
esperados con ansiedad…Debe aprender el hombre de Estado a no ser siempre bueno
y comportarse según las circunstancias. Ha de basar su comportamiento teniendo
como norte lo que sea más conveniente. Así, si la mayoría del pueblo es
creyente ¿por qué no fingir ser un hombre religioso? …De igual manera, el
gobernante debe hacerse temer y amar, pero sin que nadie se llame a engaños
porque al momento de decidir es preferible ser temido que amado…”
Al releer el material,
decidí escribir a mis dos queridos estudiantes. La encabecé con una reflexión
de Fernando Savater en su libro “Ética como amor propio” que decía así: “La
ética es una toma de postura voluntaria, fruto reflexivo y estilizado del amor
propio humano.” He aquí algunos
fragmentos de la carta:
El
argumento enarbolado por ustedes dos aquella tarde, principalmente tú, Jorge,
es que el valor de Maquiavelo fue haber puesto por escrito la práctica política
de todos los gobernantes. Andrés no sólo
corroboró contigo, sino que agregó a tus argumentos, que sólo aquellos
gobernantes que han puesto en práctica los consejos del intelectual italiano
permanecido en el poder. El éxito
político para ustedes, está asociado a la capacidad de mantenerse por largo
tiempo controlando y dirigiendo las riendas del Estado. Por supuesto que hubo reacción. Una gran
parte del grupo los enfrentó con vehemencia.
Recuerdo muy bien cuando una de sus compañeras tomó la palabra y les
preguntó sobre el valor de la ética y para qué servía el poder. Ustedes se
rieron de ella. En sus respectivas réplicas, los dos argumentaron nuevamente
que lo importante era la permanencia en el poder, porque a partir de entonces,
continuaban defendiéndose, es que se podrían hacer las transformaciones
sociales necesarias.
Quizás
mis queridos alumnos ustedes tengan razón en algunas partes de sus
argumentaciones. La vida ha demostrado
que el pragmatismo salvaje, la megalothymia de que tanto habla Fukuyama en su
libro El Fin de la historia, es lo que ha primado en el oficio de hacer
política. Lo importante es llegar al
poder, no importa el costo humano y moral que suponga o las alianzas que
tengamos que hacer o, sobre todo, la negación de los principios que decimos
defender. Una vez triunfantes, lo esencial
es mantenerse, a cualquier precio; no importa a quien se pisotee, ni se
enfrente. Tal vez tengan razón y yo siga siendo una emotiva y soñadora mujer
que defiende a toda costa el ejercicio ético de la política y que la actividad
política debe ser buena y virtuosa, porque su fin último ha de ser la felicidad
humana. Una quijotada absurda para ustedes, me imagino.
La
virtú maquiavélica, es decir, el arte de adecuar la realidad a los intereses
del gobernante, ha hecho mucho daño a la humanidad. En su nombre se han
cometido muchos horrores. ¡Cuántas muertes y desgracias humanas se habrían
evitado! La codicia humana, incentivada desde el poder, ha propiciado la
corrupción. ¡Qué fácil resulta así el enriquecimiento! Y aquella frase lapidaria del Príncipe, es
preferible ser temido que amado, pienso que ha contribuido grandemente a hacer
de la alabanza un modus operandi de la ciudadanía; convirtiendo a los
gobernantes en intolerantes a la crítica.
¡Que triste es ver el espectáculo de la adulación!
Estas
misiva la escribo porque sigo creyendo en la juventud como la fuente
transformadora de la humanidad. Ustedes dos tienen sus vidas por delante. Tienen la inteligencia, capacidad y energía para hacer muchas y
grandes cosas. Por favor, no dejen que la realidad los absorba y les impida
soñar. Espero que podamos seguir juntos
en el camino de construcción de una nueva sociedad, más humana, más justa y
verdaderamente democrática. Es mi utopía de siempre. Ojalá podamos transitar
juntos por los senderos de la vida.”
En la sesión siguiente,
leí la carta en el curso. Hubo un silencio sepulcral. Los jóvenes objeto de mis
reflexiones, intentaron hacer algunas explicaciones. Los demás también hicieron
uso de la palabra. Se produjo entonces una interesantísima reflexión sobre la
ética y la moral. Surgieron preguntas:
¿Debemos ser siempre éticos en las acciones de la vida? ¿Se aplica la ética al
ejercicio público? ¿Debe también la práctica privada ser sujeta del ejercicio
ético?
Aproveché entonces la oportunidad para sugerir
algunos caminos de la reflexión ¿Qué es la ética pregunté? Algunos hicieron alusión
a sus clases de ética profesional que habían tomado recientemente. Los dejé
hablar. Al final hice algunas puntualizaciones. Partiendo del criterio de
Fernando Savater en su libro “Ética como amor propio”, le expliqué que la “ética trata de la intervención
oportuna en el momento crítico (kairós), de la elección que calibra y decide
entre las propuestas del presente, no para ganar el mañana sino para dar
sentido al hoy: lo que ahora se quiere.”
Entonces les pregunté
¿creen ustedes que debe existir una ética ciudadana? Algunos dijeron que no, porque la ética se
refería únicamente a algo individual. Otros dijeron que sí, porque la ética
tiene necesariamente una referencia a la sociedad. Les dije que coincidía con
este grupo. Porque la Ética ciudadana es la garantía de un accionar
responsable. Entonces me referí a FERRAN REQUEJO COLL en su libro Las Democracias
quien retoma el concepto weberiano de la “Ética de la Responsabilidad”. Este
autor defiende que la participación ciudadana sólo es posible cuando se actúa
conscientemente.
Requejo Coll, les decía,
mientras observaba cómo se quedaban tranquilos escuchando, establece una
distinción, siempre tomando como puntos
de partida a Weber, entre una ética de la convicción y una ética
de la responsabilidad. La primera, indica, establece que el comportamiento
público de un individuo, y ya no sólo el privado, debe adecuarse a las
convicciones morales que mantiene; mientras que la ética de la responsabilidad
establece que el comportamiento debe ponderar esas consecuencias antes de ser
emprendido. Dice el autor que la ética de
la convicción resulta mucho menos sensible a los enfoques empíricos, ya que es
una actitud mucho más socrática que aristotélica. Pero además porque las
“convicciones morales” de una misma persona suelen presentarse contradictorias
cuando intentan implementarse en la realidad. De todas maneras, proseguía, la
ética de la convicción y la ética de la responsabilidad no se rechazan a sí
misma, sino que se complementan.
A seguidas pregunté al
grupo ¿no estaremos entrando en la falacia de la abstracción? Una estudiante muy concienzuda señaló que estas
ideas lo que quieren señalar es que debe hacerse un reajuste práctico de la acción ciudadana
para mirarlas desde la opción ética. Aproveché su intervención para afirmarles
que la democracia, ese sistema que tanto decimos defender, necesita cuna ciudadanía activa y
responsable. Les hice referencia a Salvador Giner y Victoria Camps, en su libro
Manual de Civismo, quienes afirman que las actitudes cívicas tienen, y yo digo,
deben tener, un común denominador: el de la responsabilidad.
La clase finalizó con una
conclusión importante: La opción por una
ciudadanía responsable implica que debe poder responder a esos valores ante sus
semejantes, ante la sociedad, no sólo porque tiene un deber social, sino porque
actúa con conciencia y responsabilidad de que conservándolos y
ejemplificándolos está ayudando a preservar y a mejorar el futuro, porque
libertad y responsabilidad son, necesariamente, dos caras de una misma
moneda. Asumir la ética de la responsabilidad,
es ser capaz de responder libremente a algo ante alguien y querer hacerlo,
porque la libertad y la responsabilidad son dos condiciones inseparables.
Finalmente, creo que el civismo, la acción ciudadana, no es otra cosa que el hacerse responsable de
la preservación de los valores que constituyen el patrimonio ético de la
humanidad y esa responsabilidad contribuye a hacer realidad el interés común,
el mismo del que tanto se habla, y tan poco se hace. Al regresar a la casa me
sentí agradecida de la oportunidad que me había dado la vida de ser maestra.
No sé si la lección llegó
al corazón de los dos jóvenes que provocaron estas reflexiones del grupo. Hace un tiempo que finalizaron sus carreras.
Ya son jóvenes profesionales que iniciaron una nueva etapa en sus vidas. Me he encontrado con ellos en varias
oportunidades. Uno es un activo miembro de la juventud de uno de los partidos
mayoritarios. El otro decidió seguir sus estudios profesionales. En mi alma guardo la esperanza de que el
mensaje haya llegado.
Yo espero que a ustedes
también jóvenes graduandos este mensaje haya llegado a sus corazones. Una
perorata teórica práctica que solo pretende decir que necesitamos aprender a
convivir. Y convivir, sin lugar a dudas
es un arte. Está claro que convivir
entre los seres humanos es una tarea difícil y compleja. Una prueba clara es que dedicamos gran parte
de nuestra existencia a armonizar voluntades, a superar conflictos, a llegar a
acuerdos y a hacer concesiones. Qué hacer entonces? Hay dos caminos:
ü El enfrentamiento a través del uso de la fuerza
ü La solución pacífica, a
través de un código de conducta establecido por decreto y proclamado por un
parlamento. Son las que forman una
cultura de la convivencia pacífica y solidaria, llamado simplemente civismo.
Digo esto consciente de que el uso de la fuerza
es lo que prevalece en el mundo, Mientras la ciencia se crece cada día
proponiendo nuevas fórmulas para prolongar la vida a enfermos terminales de
dolencias hasta ahora incurables; al mismo tiempo usamos nuestra capacidad e inteligencia para crear
armas de destrucción masiva, tan potentes que en menos de un segundo podemos
aniquilar pueblos completos con sólo hacer uso de un pequeño botón. Existen en el mundo millones de seres
golpeados por el hambre y la insalubridad.
Los países poderosos diseñan programas de ayuda para combatir la
pobreza, que apenas alcanzan para repartir pequeñas migajas. La ineficiencia de
estas ayudas es tan evidente que no sólo no han podido atenuarla, sino que la
brecha entre los pobres y ricos, en vez de cerrarse, se ha acrecentado.
Algunos gobernantes han optado por la guerra, imponerse a toda costa
por la fuerza, sin importar las consecuencias humanas, económicas y sociales.
Ante esa corriente creciente de violencia física, de la hambruna existente en
el mundo, que es otra forma de violencia, del terrorismo ciego que mata sin
piedad inocentes; se requiere que nosotros, los que deseamos un futuro
diferente, los que trabajamos para que las generaciones futuras reciban una
mejor realidad que la recibida por nosotros, no nos queda más remedio que
responder al llamado de construir una verdadera cultura de paz. La democracia necesita ciudadanos activos y
responsables. Las actitudes cívicas de
las que hemos venido hablando tienen un común denominador: el de la responsabilidad. Asumir e interiorizar los valores
democráticos o cívicos es la condición sine qua non de ciudadanía. El ciudadano o ciudadana debe poder responder
a esos valores ante sus semejantes, no sólo porque se los debe a la sociedad,
sino porque conservándolos y ejemplificándolos está ayudando a preservar y a
mejorar la sociedad del futuro.
Si los principios son
insuficientes, también lo son las normas y las leyes. Lo son porque no todo se
resuelve legislando ni las leyes son la mejor manera de hacer que funcione
adecuadamente una comunidad de ciudadanos maduros y autónomos. Lo que cohesiona a la comunidad son las
costumbres y la responsabilidad de los individuos frente a ellas. Montesquieu
dijo que cuando un pueblo tiene buenas costumbres, las leyes son
sencillas.
Debemos intentar demostrar honestidad en todos los
ámbitos. Reconocer el aporte que han hecho otras personas, que saben tanto como
tú, engrandece. Ocultar o negar el
mérito de los demás, envilece. Tenemos que aprender a ser humildes, aunque se
crea tengamos razones suficientes para la soberbia. En la acción cotidiana de
educar, debemos intentar la persuasión, antes que la imposición. Pero sobre todo, deber estar en la
disposición clara y sincera de reconocer nuestras limitaciones y errores.
Finalizo estas palabras con una historia hermosa
contada por Paul Coelho en su hermoso Manual del Guerro de la Luz.
“En la playa al este de la aldea,
existe una isla con un gigantesco templo lleno de campanas...
-¿Tú ya lo conoces? Preguntó ella. Ve
allí y cuéntame que te parece. Seducido por la belleza de la mujer, el niño fue
hasta el lugar indicado. Se sentó en la arena y contempló el horizonte, pero no
vio nada diferente... Regresó a la playa e intentó oír las campanas de su
templo... pero sólo consiguió oír el ruido de las olas y los gritos de las
gaviotas... Así pasaron muchos años... Aún cuando no consiguiese escuchar las
viejas campanas del templo, el niño iba
aprendiendo cosas diferentes. Comenzó a percibir, que de tanto oír el ruido de
las olas, ya no se dejaba distraer por ellas... Después de casi un año, el niño
pensó... es mejor crecer, hacerme pescador y volver todas las mañanas a esta
playa... se aproximó al océano para despedirse... El niño estaba contento...
agradeció el estar vivo. Estaba seguro de no haber perdido el tiempo, pues
había aprendido a contemplar y a reverenciar la naturaleza. Entonces, porque
escuchaba el mar, el viento en las hojas de las palmeras y las voces de sus
amigos jugando oyó también la primera campana. Y después otra. Y otra más,
hasta que todas las campanas del templo sumergido tocaron, para su alegría...
Años después, siendo ya un hombre, regresó... a la playa de su infancia... Cuál
no sería su sorpresa al ver... a la mujer que le había hablado de la isla con
su templo... Ella le ofreció un cuaderno azul con las hojas en blanco.
–Escribe: un guerrero de la luz presta
atención a los ojos de un niño. Porque ellos saben ver el mundo sin
amargura...”
Jóvenes graduandos que
asumen una responsabilidad ante la sociedad que los vio crecer, adultos que
seguimos transitando el sendero de la vida sin la preocupación de qué vamos a
ser mañana, escuchen con atención las campanas de su
corazón. Compañeros maestros que hemos asumido la hermosa tarea de educar, ayudemos a que nuestros jóvenes encuentren el
silencio para el sonido del primer campanazo, ellos se encargarán del resto.
Muchas Gracias
[1] Rafael D. Toribio, Pensamiento Político de
Nicolás Maquiavelo, Revista Ciencia y Sociedad, Enero Junio 1981, INTEC, Santo
Domingo.
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