viernes, 8 de marzo de 2013

SObre los intelectuales


Elección sin dudas. La ética como única acción.


 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

1.      Un poco de historia para no olvidar

 

 “...Usted ha contemplado con el interés del amigo el estado ded mi alma y la ha visto enferma; ha examinado mi corazón, y ha descubierto en él una herida profunda que jamás podrá y se ha conmovido; ha querido proporcionar un alivio a los sufrimientos de mi espíritu y sin quererlo, ha levantado un extremo de la lápida que cubría todas mis ilusiones...” Ulises Francisco Espaillat.

 

Estas palabras fueron escritas por Ulises Francisco Espaillat en 1876 a su amigo Gregorio Luperón, una vez volvió a Santiago, su ciudad natal, cuando se vio en la necesidad de renunciar al poder, producto de los múltiples movimientos armados y de protestas.  El hombre inteligente, que tenía propuestas para todos los males del país, regresó frustrado, herido y profundamente triste a su casa. Guardó en el más lejano rincón de su vivienda y su memoria sus cientos de fórmulas salvadoras de la calamitosa situación económica, social y política que vivía su República Dominicana de entonces.

 

Este hombre singular vivió su vida entera intentando contribuir al desarrollo de su país como intelectual y como político primero. Espaillat fue un activo militante en las filas liberales. Por eso no dudó en participar de forma activa en los aprestos de su grupo de crear un nuevo marco jurídico nacional. Una nueva Constitución, para que fuese más acorde con la necesidad de transformar la realidad nacional.  En agosto de 1857 fue designado miembro de la comisión redactora del decreto de convocatoria de la Constituyente y para diciembre de ese año fue electo diputado por Santiago en el Congreso Constituyente de Moca.  El resultado de este proceso, ya lo sabemos, fue la creación de la Ley Fundamental dominicana más avanzada y liberal del siglo XIX.  Los conservadores lucharon ardientemente por sustituirla, y por eso, Espaillat, alineado con sus partidarios fue firme en su defensa de la validez de esa Constitución liberal, asumiendo la dirección de la Junta Constitucional creada en Santiago con el firme propósito de defender la llamada Constitución de Moca.  El movimiento fracasó, los adversarios eran más poderosos.  La pieza fue sustituida por un documento esencialmente conservador y radicalmente diferente.

 

Las incorrectas decisiones del Gobierno de Anexión, provocaron el descrédito de sus dirigentes La caída del Gobierno Español estaba anunciada. El movimiento restaurador que se inició formalmente en agosto de 1963, abrió de nuevo las puertas para que Espaillat se reiniciara activamente en sus afanes políticos. Participó como revolucionario destacado de la guerra restauradora, siendo uno de los firmantes del Acta de la Restauración en septiembre de 1863 y ocupando puestos relevantes en el Gobierno Revolucionario, como la Vicepresidencia. Triunfó la revolución, no así los liberales y el proyecto liberal.  Buenaventura Báez aprovechó la confusión para capitalizar el escenario político.   Ulises Francisco Espaillat enfrentó al líder rojo con todos sus bríos. Combatió los proyectos anexionistas de los conservadores. Fue uno de los principales opositores del proyecto anexionista a los Estados Unidos de Báez. En 1876, aceptó, luego de rechazarla una y otra vez, la nominación presidencial. Ganó arrolladoramente.  Prestó juramento el 29 de abril del 1876. En sus pocos meses de gestión abogó por el respeto a la Ley, única garantía, decía, de que la ciudadanía sintiera las verdaderas garantías de la convivencia mutua. Pero la algarabía duró poco.  El pensamiento y la acción de Espaillat estaban muy adelantados para una sociedad dominicana con una cultura política tan atrasada.  El 15 de julio de 1876, a menos de tres meses de haber asumido la Presidencia de la República tuvo que declarar el estado de sitio en varias provincias, entre ellas, su natal y amado Santiago.  En octubre de 1876, después de fuertes enfrentamientos armados, y en procura de que no corriera más sangre, Espaillat decidió renunciar y asilarse en el Consulado de Francia. Con su renuncia de Espaillat, las rapiñas de la política criolla se encargaron del resto.  Ignacio María González, Cesáreo Guillermo y Buenaventura Báez se dieron cita para subir, bajar, enfrentarse, derrocarse y atacarse mutuamente.  Como antes, y como siempre, los ascensos y derrotas, los juegos de culpas y disculpas estuvieron, una vez más, a la orden del día en la política dominicana. 

 

Las huellas de esta terrible experiencia fueron tan grandes y profundas, que no pudo volver a ser el de antes. Decidió apartarse para siempre de la política. Se sumergió en el olvido de su ciudad natal. Las grandes propuestas para solucionar todos y cada uno de los males de la sociedad se convirtieron en pesadillas y lamentos que golpeaban sistemática y duramente su adolorida alma. Murió en 1878 de difteria. La muerte de Espaillat dejó profundas huellas en la intelectualidad liberal de la época. Había fracasado una esperanza.

 

2.      Entonces ¿Para qué sirven los intelectuales?

 

Después de reencontrarme con el ejemplo de Espaillat y de analizar la realidad actual, me surgen tantas y tantas preguntas ¿Cuál es el deber del intelectual?  ¿Justificar? ¿Criticar?¿Reconocer las verdades por encima de las preferencias personales?  ¿Servilismo con el poder? ¿Distancia?”.

 

Busqué caminos y reflexiones de otros:

 

Vargas Llosa por ejemplo señala lo siguiente:

 

“Sí me parece una fórmula absolutamente exacta. Albert Camus decía una frase que ahora comparto absolutamente: cuando un problema pasa del plano político al plano moral es cuando realmente el problema puede empezar a resolverse. Yo creo que es absolutamente exacto.  Los problemas políticos me interesan en cuanto plantean problemas de tipo ético...”  Mario Vargas LLosa

 

“ Un escritor puede ser siempre intelectualmente íntegro, y no recurrir en el estereotipo, en el cliché o en la pura mentira retórica para conseguir el aplauso de un auditorio...” Mario Vargas Llosa.

 

Humberto Eco, por su parte plantea que:

 

“Sócrates desempeña su papel criticando a la ciudad en la que vive y, después, acepta ser condenado a muerte para enseñar a la gente a respetar las leyes.  El intelectual en el que pienso tiene también ese deber: no debe hablar contra los enemigos de su grupo, sino contra su grupo.  Debe ser la conciencia crítica de su grupo. Romper las convenciones... No creo que todos los intelectuales deseen llegar hasta ese punto, pero deben aceptar la idea de que el grupo, al que han decidido pertenecer, no les ame demasiado. Si les ama demasiado y les da palmaditas en la espalda, entonces es que son peores que los intelectuales orgánicos: son intelectuales  del régimen...”  Humberto Eco, ¿Deben los intelectuales meterse en política?

 

Pero fue Norberto Bobbio el que me ofreció mayores caminos. Desde que leí por primera vez a Norberto Bobbio, quedé marcada por su sabiduría, su formación profunda y su pluma inclemente, me envolvieron y me convirtieron en una seguidora suya.  Hace un tiempo leí una entrevista que le hicieron. Me sorprendió la lucidez que mostró, a pesar de sus muy entrados noventa y tantos años que tenía en ese momento.  No sé si vive o no, pero lo cierto es que Norberto Bobbio es y seguirá siendo un  baluarte de la intelectualidad universal.

 

“La duda y la elección. Intelectualidad y poder en la sociedad contemporánea”, una de sus últimas obras, fue escrita en 1993 en italiano, su idioma materno, y cinco años después fue traducida al español.  Me llamó poderosamente la atención uno de sus capítulos: “Intelectuales y Poder”, en el cual plantea que el tema de la intelectualidad, más que sociológico o político, es ético.  En sus palabras “Es un discurso no sobre lo que los intelectuales son y hacen, sino sobre lo que deberían ser y hacer...”  Bobbio establece una gran diferencia entre las personas que tienen una función técnica y las que pueden ser consideradas de intelectuales.  A las primeras, afirma, proporcionan “medios”, mientras que las otras proporcionan “principios”.  Los primeros, afirma, son científicos, manipuladores de datos; los segundos son “sobre todo, humanistas, manipuladores de ideas”.  Los primeros ofrecen la información, los segundos, advierten sobre las consecuencias.  Bobbio asume el principio weberiano de la ética de la responsabilidad. 

 

Bobbio asume como suya, la clasificación que hizo Coser en su libro “Men of Ideas” de 1965.  En esta obra, Coser agrupa en 4 las posibles relaciones de los intelectuales y el poder político, a saber:

 

1.      Los intelectuales mismos están en el poder.  Ejemplifica con hechos históricos como fue el caso de los Bolcheviques y los Jacobinos.

2.      Los intelectuales ejercen su influencia sobre el poder manteniéndose fuera, mediante la elaboración de propuestas que podrían o no aceptarse, o como decía Gramsci, “son los nuevos mandarines”. 

3.      Los intelectuales asumen la función de legitimar el poder constituido.  Este fue el caso de la intelectualidad trujillista, que puso su saber al servicio del dictador.

4.      Los intelectuales asumen una posición de crítica permanente al poder, pues por vocación, son los antagonistas del poder.

 

Bobbio agrega una quinta tipología, los que se sienten dioses, y no tienen nada que ver con el poder.  Su sabiduría está por encima del bien y del mal, y tienen su labor creativa de espaldas a la sociedad.  En sus propias palabras:

 

“Los hombres de cultura no deben tener pretensión de compartir con los políticos.  Las últimas cuestiones que he sacado a la luz son cuestiones que sólo pueden tener una respuesta política.  El deber del hombre de cultura, que no quiera permanecer indiferente al drama de su tiempo, es el de hacer que las contradicciones estallen, el de desvelar las paradojas que nos ponen ante problemas aparentemente sin solución, el de indicar los caminos sin salida.    El campo en el que se ejerce la acción política es la lucha, en última instancia siempre violenta y cruenta.  Nuestro método es el diálogo... La antítesis entre violencia y diálogo corresponde al enfrenamiento histórico entre dos voluntades, la voluntad del poder y la buena voluntad. Si miramos la historia pasada no podemos dudar de que ha estado dominado por la voluntad del poder. Debemos, sin embargo, mirar con confianza la historia futura, ahora que tenemos la certeza –lo digo con fuerza: la certeza-, de que continuar en el camino hasta ahora seguido significa llegar a la catástrofe universal.” Norberto Bobbio, La duda y la elección.

 

Parafraseando una expresión célebre, el poder tiene sus razones, que la Razón (con r mayúscula) rechaza.  De este disenso podría citar mil testimonios.  Baste, sin embargo, con este párrafo de Plutarco sobre la vida de Pericles:  “a mi juicio, la vida de un filósofo dedicado a la especulación y la de un político, no son lo mismo. El filósofo dirige su mente hacia fines nobles... el político debe poner la propia virtud en contacto con las bajas exigencias del hombre común.”...El problema no es nuevo...” Norberto Bobbio, La duda y la elección.

 

Lo cierto es que el debate del papel de los intelectuales viene desde los griegos.  Sócrates afirmaba que el poder debía ser utilizado para el bien común (Timos). Platón, desde lo más profundo de sus convicciones, fue crítico de la democracia y la tiranía, y abogó por un gobierno de sabios.  La estructura del Estado Occidental, dividido en poderes,  fue  producto de las brillantes mentes de Locke y Rousseau. La historia está plagada de ejemplos.  Intelectuales que se han unido a movimientos revolucionarios para impulsarlos y darles coherencia, como fue el caso de Sieyes, quien después fue puesto aun lado y enviado al cruel olvido.  O Arthur Koestler, que por ser crítico con el poder establecido, el mismo que él ayudó a levantar, fue enviado a la cárcel. 

 

Escribo estas palabras sin saber exactamente dónde me llevarán. He defendido otras veces que la vida ofrece muchas alternativas para que la gente haga productivos sus días.  Unos nacieron con la habilidad de trabajar con las manos, otros con las palabras y la mente, a este grupo se le llaman intelectuales.  En mi caso particular elegí el camino de las palabras.  Utilizo la palabra hablada para conversar con mis alumnos en las aulas universitarias y trabajar con ellos en el redescubrimiento de su propia historia. 

 

Lo que cuestiono y cuestionaré siempre es, y aquí asumo la posición de Weber sobre los conceptos de ética de la convicción y ética de la responsabilidad, si es correcto poner nuestros conocimientos al servicio del poder de forma servil.  La primera, la ética de la convicción, indica, establece que el comportamiento público de un individuo, y ya no sólo el privado, debe adecuarse a las convicciones morales que mantiene; mientras que la ética de la responsabilidad establece que el comportamiento debe ponderar esas consecuencias antes de ser emprendido.   Ambos conceptos no se rechazan, sino que se complementan. 

 

Libertad y responsabilidad son, necesariamente, dos caras de una misma moneda.  Asumir la ética de la responsabilidad, es ser capaz de responder libremente a algo ante alguien y querer hacerlo, porque la libertad y la responsabilidad son dos condiciones inseparables..

 

Al escribir todo esto me asaltan de nuevo muchas interrogantes. Me pregunto cómo es posible que hombres de ciencia hayan podido crear la atrocidad de la guerra atómica. O que otros seres llamados también científicos hayan podido diseñar las armas químicas. Es decir, creamos para auto destruirnos. Investigamos para matar y dominar.  Me cuestiono constantemente, cómo la humanidad ha permitido, hemos permitido, que habiendo tantos conocimientos y siendo nuestro mundo tan rico no hayamos sido capaces de resolver el problema del hambre. 

 

He visto también mentes brillantes que se han puesto al servicio del dinero.  Pienso en el grupo de abogados que defiende al principal responsable del grupo empresarial defalcó el país.  Ellos, hoy defensores, fueron los mismos que hace unos años afirmaron y reafirmaron que este grupo estaba constituido por verdaderos malhechores. ¡Cuántas cosas hace el poder del dinero!

 

Unas reflexiones finales. Me valdré de Azorín, el intelectual español nacido en las postrimerías del siglo XIX (1873 –1967). José Martínez Ruiz, mejor conocido por su seudónimo Azorín, fue uno de esos hombres de pensamiento  que marcó su época. Su sagacidad y verbo explícitamente crítico lo hizo constituirse en un referente obligado, tanto de sus partidarios como de sus adversarios de su España natal.  Fue también el creador del movimiento literario conocido como la “Generación del 98” que permitió la renovación de la literatura española de su tiempo. El Político, su obra mas conocida, fue escrito en 1908, es uno de sus grandes legados. Un pequeño libro lleno de verdades y reflexiones, escrito en un estilo “breve, preciso y claro”, como él mismo lo definió. La pequeña obra termina con un “Epílogo Futurista”, que resume la conversación entre un alumno y su maestro. El maestro le dijo a su discípulo que hablar de la historia y los grandes problemas de la humanidad es mucho más fácil que hablar del honor. “Le he explicado a usted, decía el Maestro, lo que eran las ciudades, los pobres, las fábricas, el jornal, las monedas, la cárcel y los fusiles, pero no puedo explicarle a usted lo que era el honor”.  El alumno escuchó con atención y luego dijo: “Tal vez ésta era la cosa que más locuras y disparates hacía cometer a los hombres”.  Es posible respondió el maestro.  

Las verdades de El político de Azorín, tienen vigencia, casi 100 años después de haber salido a la luz. Como antes, la fuerza, y no la razón ni el amor a la humanidad, es lo que  se ha impuesto al mundo.  El Honor continúa siendo un espejismo, pero más que todo una mentira. 

 

Y vuelvo de nuevo con Espaillat para concluir. Es posible que hoy, después que el marxismo entró en crisis conceptual y práctica, una vez finalizada la guerra fría, iniciada la globalización, la nueva guerra santa contra el terrorismo mundial, no tengan mucho sentido sus postulados de Espaillat.  Es también casi una certeza que sus propuestas políticas, nacidas al calor de las luchas políticas del momento y producto de una República Dominicana de hace casi dos siglos, carezcan de validez en una actualidad convulsionada y en una realidad sometida al rigor y las exigencias de un mundo altamente tecnificado.  La vida evoluciona, el pensamiento también. Sin embargo, el Espaillat ético, propositivo y crítico de su herencia es intemporal.  Y ahí, afirmo convencida, es que está la clave del papel intelectual: ser un referente crítico-ético de la sociedad.  Y es justamente en este ejemplo de virtud humana y política donde radica la riqueza del ejemplo de Espaillat. Desapareció hace más de un siglo, pero aún sigue vivo hoy, como seguirá viviendo por siempre.  La defensa de la ética, de la institucionalidad democrática, el progreso económico y social y la justicia y la paz son y seguirán siendo valores y principios, hitos e ideales imperecederos. La esperanza es un ejercicio cotidiano que nace a partir de sus opciones complementarias: la opción crítica con el presente y la soñadora del futuro.  Realismo soñador es la clave para seguir adelante.  ¡A soñar sin deslumbrarnos! ¡A mantener la esperanza sin dejar de ser críticos! ¡A decir lo que pensamos, sin dejar ser respetuoso con el poder, ni ser serviles con él! 

 

 
 

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