Un balance muy personal del proceso electoral
Por Mu-Kien Adriana Sang
A las democracias modernas les falta el otro, los otros. No es necesario
hacer, otra vez, las descripciones de la división de las sociedades
contemporáneas, unas ricas y otras pobres y aún miserables. En el interior de
cada sociedad se repite la desigualdad. Y en cada individuo aparece la escisión
psíquica. Estamos separados de los otros y de nosotros mismos por invisibles
paredes de egoísmo, miedo e indiferencia… La democracia moderna no está
amenazada por ningún enemigo externo sino por sus males íntimos. Venció al
comunismo pero no ha podido vencerse a sí misma. Sus males son el resultado de
la contradicción que la habita desde su nacimiento: la oposición entre la
libertad y la fraternidad. A esta dualidad en el dominio social corresponde, en
la esfera de las ideas y las creencias, la oposición entre lo relativo y lo
absoluto….
Desde el comienzo de la modernidad esta cuestión ha desvelado a nuestros
filósofos y pensadores; también a nuestros poetas y novelistas. La literatura
moderna no es sino la inmensa crónica de la historia de la escisión de los
hombres: su caída en el espejo de la identidad o en el despeñadero de la
pluralidad. ¿Qué nos pueden ofrecer hoy el arte y la literatura? No un remedio
ni una receta sino una herencia por rescatar, un camino abandonado que debemos
volver a caminar. El arte y la literatura del pasado inmediato fueron rebeldes;
debemos recobrar la capacidad de decir no, reanudar la crítica de nuestras
sociedades satisfechas y adormecidas, despertar a las conciencias anestesiadas
por la publicidad…. Octavio Paz, La democracia: lo absoluto y lo relativo, México,
16 de Octubre de 1991.
La democracia no solo ha sobrevivido
en el mundo occidental, sino que está llegando pasos agigantados al oriente,
lejano y medio, para adentrarse en las entrañas de las sociedades. Vestida de noble e inofensiva oveja, como forma
de expresión de las mayorías, ha ganado espacio en el planeta. En el fondo ha
sido el triunfo del liberalismo económico y político el que se ha impuesto. Tal
vez Francis Fukuyama tenía razón. Se
detuvo la historia, triunfó el capitalismo y su diseño político, en todas sus
variantes y versiones.
Las utopías revolucionarias de los
70 cayeron, una a una. China es un gigante que despierta de forma silente y
segura hacia el mundo del mercado, vestido de ropaje tradicional y de cultura
autoritaria mal llamada socialista. El
otrora gigante euroaasiático, denominado hace décadas como URSS, hoy está
reducido al ámbito europeo, mientras las naciones nacidas de su caída,
construyen sus sociedades bajo el amparo e ilusión de occidente. Las naciones denominadas de la órbita
soviética ya definieron sus caminos en alianza con la Unión Europea. El mercado penetró y la ley de la oferta y la
demanda rige el mundo.
Asimismo, la noción de nación ha
cambiado. Ya no tiene el significado
heroico y sonador del siglo XIX. Aunque
existen las fronteras políticas, son las fronteras económicas las que están
marcando el rumbo del mundo. Cualquiera
de las grandes corporaciones tiene más
peso económico y político que el conjunto de las naciones de la América
Hispana.
Al mundo occidental solo le resta
una utopía: la democracia y sus instituciones.
El imperio de la ley y la superación de los vicios del pasado político:
irrespeto a las leyes, compra de la conciencia con prebendas de poca monta,
negación a la ciudadanía de su responsabilidad de participar activamente en los
procesos políticos y sociales, seguimiento a las personas, no a los
programas; entre otros muchos males que
no hemos podido superar.
La utopía de la democracia
fortalecida es mi única esperanza.
Sofocadas las ilusiones de un mundo igualitario, no me ha quedado más
remedio que aferrarme a ella, como mujer de mediana edad que vivió su juventud
soñando con un futuro promisorio, del paraíso de pan y miel que me vendieron como idea válida para inspirar los
días.
Pero esta democracia dominicana ha
sido más lenta que cualquier otra. En
1961 se produjo el tiranicidio. Y desde
ese mayo glorioso han transcurrido unos larguísimos cincuenta y un años. Las elecciones fraudulentas, la imposición de
mayorías tan minoritarias que no representaban a nadie, la existencia de
árbitros parcializados y la pesadilla permanente del fraude, han sido las
tristes características de esta larga,
demasiado larga, transición democrática.
Es cierto que después de la gran crisis de 1994, hemos tenido sucesivas
y bastante aceptables elecciones. Pero….
Y aquí comienza mi reflexión.
No pensé que en el siglo XXI la
República Dominicana tuviera que vivir los dramas de los años anteriores. Superados los problemas con el padrón
electoral, gracias a la maravilla de la tecnología, los partidos políticos
seguían debatiendo, discutiendo y acusando por las mismas cosas. No tiene sentido hablar sobre lo que pasó,
sino reflexionar para no repetir los errores.
Mi primera reflexión va al Partido
Revolucionario Dominicano, la entidad política clave en la lucha en contra de
la dictadura y artífice importante en los primeros años de fortalecimiento democrático. Pero el PRD tiene un grave problema desde sus
inicios. El síndrome, ya enfermedad
crónica y casi terminal, de la división.
La unidad no ha sido nunca posible.
En los primeros años de su fundación se produjeron enfrentamientos entre
Juan Bosch y Juan Isidro Jiménez
Grullón. Con la salida de Bosch de ese
partido, emerge con fuerza el liderazgo de José Francisco Peña Gómez, quien
pudo, con dificultad mantener cierta unidad.
Durante el tiempo que duró su liderazgo, los enfrentamientos no terminaron:
Jorge Blanco versus Antonio Guzmán; Jorge Blanco versus Jacobo Majluta; Majluta
versus Peña Gómez, hasta hoy en que los actores del duelo destructor son
Hipólito Mejía versus Miguel Vargas. El
PRD es un partido con una larga tradición en la conciencia y cultura del pueblo
dominicano. Eso explica una votación tan
alta en las pasadas elecciones, a pesar de la división y a pesar de los
atropellos verbales de su candidato. Hoy
día estamos siendo testigos de algo que se esperaba: el enfrentamiento abierto,
despiadado y sin importar las consecuencias entre las tendencias. La lucha sin cuartel se libra ahora para
controlar el aparato.
El Partido de la Liberación
Dominicana, PLD, demostró que a pesar de sus diferencias internas, no dejan de ser una gran maquinaria electoral
y sobre todo, un aparato que limpia las ropas sucias en sus lavadoras
particulares, sin utilizar la del vecino, para que muchas intimidades no salgan
a flote. Demostró que con alianzas puede
llegar al poder. Sin embargo, el PLD
debería reflexionar en su bajísima votación. Su triunfo se lo dieron los
aliados. Varias lecturas pueden
hacerse. Ocho años de gobierno
desgastan, pero sobre todo las críticas duras de una gran parte de la base
social que lo apoyaba siempre al modelo de gestión. La corrupción gubernamental y el uso de los
recursos del Estado constituyeron el más grande talón de Aquiles que el
candidato tuvo que enfrentar. Quedan
todavía muchas interrogantes. Qué hará
el nuevo Presidente de la República para limpiar la imagen de su partido y del
gobierno de su antecesor? Seguirá el ejemplo de la Presidenta de Brasil? Danilo Medina ha dicho que no quería más que cuatro años y que ese tiempo era suficiente para
demostrar su capacidad para gobernar y hacer “lo que nunca se ha hecho”. Debe sortear muchas dificultades: elevar la
confianza en la administración pública; inversión en los sectores sociales,
salud y educación; mantener el equilibrio macroeconómico y reactivar la
economía; y, que no se olvide, qué cuota de poder le dará a los aliados,
especialmente al PRSC que le factura desde ya el 5% que aportó al triunfo.
Por el lado de los mal llamados
emergentes, el único que salió un poco airoso fue Guillermo Moreno. Ocupó un muy lejano tercer lugar. Pero puede decirse que consiguió captar un
fragmento de la ciudadanía descontenta que aboga por una tercera fuerza
política. Los demás quedaron muy mal
parados. Qué harán ahora? Lo peor y lo
más triste de esta experiencia es que se evidenció que los intereses de cada
grupo se impusieron a la unidad. No creo
que una tercera fuerza tenga todavía espacio político suficiente para llegar al
poder, como ocurrió en Perú con Fujimori y en Venezuela con Chávez.
Mi balance de estas elecciones es
agri dulce. No pensé que en el siglo XXI
estuviésemos todavía con la práctica de políticas clientelistas. Fuesen ciertas
o no las denuncias de compra de cédulas, lo que evidencia es que seguimos
arrastrando males del pasado. ¿Mercado imaginario de compra venta del documento
de identidad? No lo sé. Lo cierto es que
ha sido una práctica frecuente entre los partidos. Lo peor de todo es que con esta venta de
soberanía evidenciamos que todavía hay millones de gente que tiene que vender
su alma a cambio de un pedazo de pan. Es
una muestra de que nuestra sociedad sigue siendo presa de unos espantosos
niveles de pobreza ¡Qué triste! ¡Qué
pena!
Cuando veía en las fotos de los
periódicos militantes muertos o heridos, porque
una caravana blanca se encontró con una morada, o viceversa, y la pasión
de sus militantes los llevó al insulto y de ahí a la violencia física. ¡Qué
lástima!
En estas elecciones se puso por
primera vez en vigencia la división en dos grandes áreas del proceso
electoral:, La Junta Central Electoral que se ocupa de toda la logística de las
elecciones y el Tribunal Superior cuya función es la de dirimir los
conflictos. La división de las
funciones, algo que la sociedad civil y los propios partidos anhelaban, trajo
sus frutos. La organización del proceso
no tuvo retrasos. La vigilancia
partidaria de la JCE, a través de los jueces que simpatizan o militan en
determinado partido, hizo que salieran a la luz diferencias entre los
magistrados.
En el caso del Tribunal Superior Electoral
parece ser que no ha tenido tiempo de fortalecer sus vínculos, o quizás, que
sus miembros no son totalmente imparciales, lo cierto es que en algunas
resoluciones ha habido diferencias. El
futuro dirá con sus actuaciones, si sus decisiones están acordes a la justicia,
sin que se impongan intereses partidarios o de grupo.
El otro elemento a evaluar es el
tema de la participación de la ciudadanía.
Previo al proceso electoral la Coalición por una Educación Digna,
demostró que cuando hay una fuerza inspiradora, la sociedad se moviliza. Logró
que todos los candidatos firmaran el acuerdo de invertir el 4% del PIB en educación. El conflicto vino con Participación
Ciudadana. En cada proceso hay tensiones
con los árbitros. Desde su fundación, en
1994, esta organización cívica ha realizado con pulcritud y profesionalismo la
observación electoral y el conteo rápido.
Sin embargo, las tensiones con el organismo electoral llegaron a sus
puntos más álgidos. Una lástima. Una
verdadera lástima.
Los partidos políticos, el Estado y
sobre todo, los árbitros de los procesos, deben entender que en las democracias
modernas, que el concepto de ciudadanía tiene otro significado. La soberanía de hoy no se limita al ejercicio del sufragio.
Además de ese deber y derecho ciudadano, muy importante en el fortalecimiento
de la democracia, la ciudadanía de hoy es también vigilante de los detentores
de los poderes públicos. Esa vigilancia
es lo que permite el contrapeso en la democracia. Si los partidos y los poderes del Estado no
sienten la vigilancia, su deseo y necesidad
natural de dominio y control se acrecienta.
Como ciudadana estoy feliz de que
tendré respiro. No habrá proceso
electoral hasta dentro de cuatro
años. Aunque fui de las que defendió la
separación de las elecciones, para evitar el arrastre; lo cierto era que
vivíamos en permanente campaña electoral.
Vivíamos acosados de las figuras sonrientes
que buscaban el voto.
Tengo la confianza, porque siempre
ha apostado a la esperanza, que las elecciones del 2016 serán diferentes. No habrá denuncias de compra ni venta de
cédulas. La ciudadanía se sentirá libre
de vigilar el proceso, los partidos políticos venderán propuestas, no personas
y el día de las elecciones el fantasma del fraude será una pesadilla del
pasado.. Así sea.
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