domingo, 5 de mayo de 2013

Carta a mi amigo Chez


ENCUENTROS

Una carta a mi amigo-hermano Chez, el defensor de la ¿razón pura?

Por:  Mu-Kien Adriana Sang 

 

Tan moderna es la mente, como antiguo el corazón. Se piensa entonces que quien hace caso al corazón se aproxima al mundo animal, a la falta de control, mientras que quien hace caso a la razón se acerca a las reflexiones más elevadas. ¿Y si no fuesen así las cosas, si fuese verdad exactamente lo contrario? ¿Y si ese exceso de razón fuese lo que deja desnutrida a la vida?..... El uso excesivo de la mente produce más o menos el mismo efecto: de toda la realidad que nos rodea sólo logramos captar una parte restringida. Y en esa parte frecuentemente impera la confusión, porque está toda repleta de palabras, y las palabras, la mayor parte de las veces, en lugar de conducirnos a un sitio más amplio nos hacen dar vueltas como un tiovivo....

En el rostro está todo. Está tu historia, están tu padre, tu madre, tus abuelos y bisabuelos, tal vez incluso algún tío lejano del que ya nadie se acuerda...
Entre nuestra alma y nuestro cuerpo hay muchas pequeñas ventanas, y a través de éstas, si están abiertas, pasan las emociones, si están entornadas se cuelan apenas; tan sólo el amor puede abrirlas de par en par a todas y de golpe, como una ráfaga de viento....
Susanna Tamaro: DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE

Querido hermano y amigo del alma:

Hace muchos años que nos llamamos "plimos" de "caliño". Esta denominación mutua se inició cuando nos asumimos e hicimos conciencia de que somos ciudadanos de este país que amamos, pero que exhibimos en nuestros rostros el orgullo de la mezcla de razas.  En nuestro caso, especialmente en el mío, se expresan los encuentros, desencuentros a veces, de dos culturas y de dos etnias.  Un producto único y maravilloso, que enrostra a la sociedad que las llegadas y partidas de muchos seres es lo que ha engrandecido a la humanidad.

Como tú, hermano-amigo, decidí conocer y desentrañar el pasado, quizás para encontrar las raíces de mi híbrida y bifurcada identidad.  Pero también por la simple curiosidad intelectual y por el inmenso placer que produce conocer y descubrir.  ¡Cuántas horas hemos pasado juntos discutiendo y trabajando, peleando a veces, en nuestra ya larga trayectoria como historiadores!

Cuando llegué de Francia, fuiste, junto a nuestro común amigo, Juan Daniel Balcácer, los primeros que me abrieron sus brazos y sus corazones.  Me acogieron, me dieron pautas y me ayudaron a insertarme de nuevo en la sociedad, en mi nuevo rol de historiadora. Ese gesto no lo olvido.  Permanecerá por siempre en mi corazón.

Te escribo esta carta, después que en uno de nuestros tantos encuentros cotidianos, me expresaste tu opinión sobre algunos artículos de mi columna Encuentros, pero muy especialmente acerca de la escritura de lo que siento. Somos amigos y hermanos, muy parecidos, casi iguales, como bien dice tu mujer, Esther, mi "plimita" del alma. Pero también somos diferentes.  A diferencia tuya, además de la escritura histórica, he elegido, como opción fundamental, la escritura acerca de temas humanos: problemas, preocupaciones, ansias, alegrías, desesperanzas, tragedias y la importante, y no reconocida, cotidianidad. 

Estoy consciente que cuando habla el corazón a través de la palabra escrita, no es, ni pretende, ni puede en lo absoluto, ser una escritura académica.  La racionalidad intelectual es solo una faceta de aquellos seres  humanos que emprendieron la aventura de desentrañar la sociedad del presente y del pasado. Los historiadores nos ocupamos del ayer y los demás cientistas sociales, como lo los sociólogos y economistas, del presente.  Ninguno de ellos, ni nosotros los historiadores, centramos nuestra atención en la razón humana, a menos que optemos por la corriente histórica llamada la sicohistoria.  La visión racional de las cosas es solo un aspecto. Las grandes figuras históricas jugaron un papel en su tiempo.  Vivían los dramas de sus épocas y, algunos, los menos, decidieron transformar su herencia.  Motivos pasionales, personales e ideológicos, los empujaron a entregarse y luchar.  Juan Pablo Duarte entregó hasta sus bienes por sus ideales de libertad.  Minerva Mirabal, motivada por su propia rebeldía, entregó su vida a la construcción de la democracia, mancillada por el sátrapa. Los hombres que perpetraron el tiranicidio, arriesgaron todo por derrocar al dictador, el hombre que había vejado a toda la sociedad dominicana.  ¿Qué significan estos hechos históricos?  Que los hombres y mujeres que han sido actores esenciales en la transformación de la historia, vieron, analizaron y, estos mismos hechos del que fueron testigos, llegaron a sus almas y a sus conciencias.  Sin ese ingrediente personal de compromiso y motivación, no se hubiesen producidos esas grandes epopeyas.

Nosotros, los historiadores y los demás cientistas sociales, somos una especie de jueces que desde la distancia, en tiempo y espacio, analizamos las acciones de los demás, y nos abrogamos el derecho de juzgar, desde la supuesta óptica de la objetividad científica. Nos sentimos con el poder y la autoridad de calificar  y criticar.   En definitiva, como te he dicho otras veces, y que conste que me siento feliz de desentrañar las intríngulis de la historia, la objetividad científica es una gran aspiración, y, sobre todo una quimera.  Nosotros los investigadores, somos víctimas de nuestras propias creencias y valores; de nuestros dramas y dolores, y a veces, resulta difícil, muy difícil, tomar la distancia necesaria.

Somos seres compuestos de razón y alma.  Ninguna de las dos funciona de forma independiente, muy al pesar de los que defienden la razón pura, y que solo reconocen al cerebro como la panacea del conocimiento.

Esta carta es una perorata más.  Llegará a tus manos, la leerás y sonreirás. Te conozco lo suficiente.  Aún así, decidí escribirte. Soy feliz de reconocerme humana, mujer con dudas y aciertos, un ser con un alma que llora, que ríe y que sueña. Soy feliz de ser historiadora, de pertenecer a nuestro pequeño club de investigadores históricos, un oficio que atrae a pocos. 

No pienso convencerte. Sería una misión imposible.  Eres de ideas muy firmes, y pocas cosas te hacen cambiar de parecer. Pero no podía quedarme callada, después que en esa conversación personal me externaras tus duras críticas a mi escritura de lo que siento, inspirada en los sentimientos profundos de mi alma.  Uno de tus argumentos fue la trascendencia.  La escritura histórica, es cierto, trasciende el tiempo y el espacio.  Hoy todavía hablamos de Braudel, Vilar, Romano, a pesar de que sus trabajos fueron publicados hace varias décadas.  Pero, y vuelvo a lo mismo, Neruda trascendió porque convirtió en poesía su travesía personal por la vida, con sus derrotas y triunfos, con sus amores y desamores.

Lo que más me entristece es que eres una persona sensible, que vibra con el deleite de la buena música.  Escuchando a Alberto Cortés, eres capaz de identificarte con él en la sensibilidad de sus poemas hechos canciones. Pero te niegas a reconocer esa dimensión de la escritura. Y no te culpo.  Tú como otros, han sido entrenados para ocultar sus sentimientos.  De todas maneras, a pesar de nuestras diferencias, sigues siendo mi amigo/hermano.

 

La comprensión nace de la humildad, no del orgullo del saber.... Encontrar escapatorias cuando no se quiere mirar dentro de uno mismo es la cosa más fácil de este mundo. Siempre existe una culpa exterior, hace falta mucha valentía para aceptar que la culpa -o mejor dicho, la responsabilidad- nos pertenece tan sólo a nosotros... Susanna Tamaro: DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE

 

 

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