domingo, 5 de mayo de 2013

En la morada del poeta


ENCUENTROS

 

En la morada del poeta amado

 

A   Pablo Neruda


Ahora que no hay...ni palabras o puertas secretas
tampoco dialecto de gaviotas, por descifrar,
escucho aún tu canto, Isla Negra.

Patria fuiste de mis ojos
alzándose el mar otoñal a mi ventana.
Aquí, donde al rocío de espuma
recogí tantos versos, marinero.

Hecho todo de agua
me soñé entre tu mar Pacífico,
llevando la palabra, poesía,
hacia olas del viejo continente.

Oh! Cuanto amor y tanta herida milenaria,
sólo el sonido coralino de tu risa envolvente
vistieron de calor mi cuerpo y la memoria,
donde nací y morí más de mil veces.

Aquí estoy ya, salgo al nocturno, en latido,
mis ojos se sumergen en cada gota y su sal,
me buscas, acariciándome con tus cabellos de plata
y voy contigo, patria, como un pez que lucha incansable.

Isla negra, mi boca te pronuncia,
desde la roca que arropó primaveras en el pecho,
ven busca y halla, todos los versos que prendí
solo para ti, entre esas nubes con mis dedos de arena.

Rossana Arellano

 

Durante mi adolescencia Pablo Neruda fue mi gran compañía.  Luego crecí, me convertí en una mujer adulta que siguió amando su poesía.  Celebré con algarabía su Premio Nobel y lloré cuando me enteré que había sucumbido al cáncer y que los gorilas de Pinochet habían saqueado su casa de Santiago, conocida como La Chascona.  Allí, en ese muy singular hogar del poeta, fue velado bajo la mirada indolente de los militares.  Su funeral se había convertido en un desafío a la autoridad  y en una protesta silente al golpe de estado.

 

Me enamoré de Isla Negra y de la casa en forma de barco del Capitán de los versos que amaba el mar, su paz y sus riquezas ocultas, solo para contemplarlo desde la tierra.  Cuando leí Confieso que he vivido mi secreta admiración por la casa del poeta se hizo más grande.  Su obra Memorial de Isla Negra fue la coronación de mis sentidos.  A través de sus lecturas, conocí los mascarones de proa que coleccionaba con inusitada pasión. Leía con verdadero deleite los diálogos que inventaba el poeta entre las diosas y el capitán.

 

El sueño de conocer la morada preferida del poeta no había podido materializarse.  Al fin pude hacerlo este año.  Mi emoción crecía a medida que el autobús corría presuroso por la carretera.  Llegamos a Isla Negra a primeras horas de la tarde. Lo primero que divisé fue el pequeño bote de pescador frente al mar, el lugar donde Neruda escribió con su singular gorra de marinero, los hermosos versos del Capitán. Cuando entramos a la primera parte se presentaba un video con su voz: "Hola, me llamo Pablo Neruda, soy poeta". Llegamos por fin a la casa, con unos pequeños aparatos al oído que explicaban con lujo de  detalles los espacios y sus objetos.  Supe que Neruda había llegado a ese paraíso marino a finales del 38.  Allí conoció al dueño, un socialista español que se había empeñado en construir una casa con cimientos de piedra. La compró y durante 30 años fue adicionando espacios, de acuerdo a su gusto, su imaginación y su loca pasión de coleccionar cosas.   Al recorrer la casa te das cuenta que el principal protagonista era el mar.  Todas las dependencias dan a la paya y al vasto cielo.

En el recorrido pude ver la larga mesa de madera en la que sentaba el poeta por largos ratos a observar con su catalejo el vuelo de los pájaros. En el segundo piso vi la pequeña cama frente al mar.  Desde esta pieza estratégicamente colocada frente a una gran ventana, no dejó de contemplar el mar. Vi s colección de gorros y sombreros y el traje de etiqueta que usó para recibir el nobel.

 

Pablo Neruda no se consideraba a sí mismo como coleccionista, sino, como él mismo se definía, era  “cosista”, porque le apasionaba  juntar cosas disímiles que solo su mirada de poeta podía encontrarle los nexos.  Por doquier aparecen los mascarones de barco que traía o le regalaban de todas partes del mundo.  Supe que sus preferidos eran la María Celeste, que era milagrosa, según Neruda, porque lloraba. La Medusa era otro  enorme mascarón de madera pintada,  roído y desteñido los años. La Guillermina fue el último mascarón de la casa, a ella le dedicó el poema “Dónde está la Guillermina?”.

 

Al final del trayecto vimos su colección de caracolas.  Se exhibían más de 600, provenientes de los cinco continentes, traídas hasta Chile en la maleta singular del poeta.  El recorrido terminó en la morada final del poeta.  Sus restos fueron colocados junto a Matilde, el último amor de su vida, en una tumba que simulaba la proa de un barco, frente al mar, como amaba el poeta.  Me senté.  Miré hacia el Pacífico y lloré. Había cumplido un sueño de adolescente.  Había visitado la casa donde nacieron sus más hermosas obras, tales como:  Odas Elementales, Los Versos del Capitán, Memorial de Isla Negra y Confieso que he vivido.  Esta última dictada con rapidez a su mujer desde su lecho de muerte. Enfermó hurgó por los vericuetos de su memoria para rescatar los recuerdos de su agitada y rica vida.   Reconfirmé mi amor por la poesía y ratifiqué mi pasión por Neruda, el poeta de las pequeñas y más triviales cosas.  Supe porqué amo y amaré siempre al poeta chileno comprometido con su tiempo. Era capaz no solo de cantar  al amor, a la mujer, a la vida y a la muerte, sino también a las injusticias y a los marginados.  Neruda es y será eterno, porque su poesía encontrará siempre corazones que vibran con sus palabras. ¡Viva la poesía!

 

mu-kiensang@hotmail.com

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