jueves, 24 de septiembre de 2015

De vuelta con EDGAR MORIN. La cabeza bien puesta. COMPLEJIDAD Y CULTURA


ENCUENTROS

De vuelta con EDGAR MORIN. La cabeza bien puesta. COMPLEJIDAD Y CULTURA

Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro

LA VIDA HUMANA

Por: Ramón de Campoamor

 

Velas de amor en golfos de ternura
vuela mi pobre corazón al viento
y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,
y espera, en lo que no halla, su ventura,

viviendo en esta humana sepultura
engañar el pesar es mi contento,
y este cilicio atroz del pensamiento
no halla un linde entre el genio y la locura.

¡Ay! en la vida ruin que al loco embarga,
y que al cuerdo infeliz de horror consterna,
dulce en el nombre, en realidad amarga,

sólo el dolor con el dolor alterna,
y si al contarla a días es muy larga,
midiéndola por horas es eterna.



El aporte de la cultura de las humanidades al estadio de la condición humana es capital. En primer término, el estudio del lenguaje.  Éste en su forma más acabada, que es la forma literaria y poética, nos introduce directamente en las características más original de la condición humana, pues, como dijo Yves Bonnefoy, “son las palabras con su poder de anticipación, las que nos distinguen de la condición animal.  Y subraya Bonnefoy, lo importante del lenguaje está en sus poderes y no en sus leyes de funcionamiento. En cuanto a la literatura propiamente dicha… nos ocupamos de la literatura como autorreflexión del hombre en su universalidad, poniéndola al servicio de la lengua que la vehicula, en la que se vuelve sometida y secundaria. Hay que restituirle su virtud completa.  Edgar Morín, La cabeza bien puesta.

 

Me encantó leer esta parte del libro. Amante de la poesía y de la novela como soy, me apasionó mucho leer la posición de Morín acerca del mundo nuevo que se presenta ante nuestros ojos a través de la literatura.  Hace mucho tiempo, más de treinta años, en una de esas maravillosas clases magistrales de mi Maestro, Ruggiero Romano, le escuché decir que si los profesionales de las mal llamadas “ciencias exactas” leyeran más poesía, fuesen mejores médicos, ingenieros, arquitectos, contables…. Pues esa dimensión tan distinta de sus habilidades cotidianas les permitiría tener una visión más amplia de su estrecho mundo dominado por la razón.

Quizás porque  desde hace tiempo siento que el saber estrictamente historiográfico no satisface mi alma ni mi espíritu inquieto y aventurero, doy riendas sueltas a mi escritura del sentir, de lo que siento, de lo que mi alma me dicta, sin mediar, en muchos casos, la razón impuesta por el cerebro.  Pienso además, y cada día estoy más convencida, que los  héroes y heroínas, los conocidos y los ocultos, y los sin nombres, pudieron transformar la historia porque hubo impulsos desde sus almas para transformar. Vivieron, analizaron sus realidades, soñaron con una sociedad diferente a la heredada, y lucharon con amor y pasión.  Gracias le doy a esos hombres y mujeres que por las fuerzas de sus pasiones incontrolables fueron capaces de hacer los cambios que exigían sus momentos históricos:

“La poesía, que forma parte de la literatura y, al mismo tiempo, es más que la literatura, nos introduce en la dimensión poética de la existencia humana. Nos revela que vivimos no solo prosaicamente –sometidos a la utilidad y a la funcionalidad- sino también poéticamente la Tierra, entregados al deslumbramiento, al amor, al éxtasis.  Nos comunica, por medio del poder del lenguaje, con el misterio, que está más allá de lo decible.”  (p.47)

 

 

Los que me conocen mucho saben también que soy una amante de las artes plásticas, especialmente de la pintura. Dios no me dio el talento de la expresión estética a través de los trazos, sino de las palabras.  Pero adoro ver cómo el lienzo es un medio para decir muchas cosas, para criticar, para exaltar, para cuestionar, o sencillamente para amar.  Edgar Morín en este capítulo también resalta el valor de las artes. Al leer me dije ¡Aleluya! ¡Aleluya!  Afirma el gran pensador francés que las artes nos ayudan a introducir la dimensión estética en nuestras propias existencias, pero sobre todo “nos enseñan a ver mejor el mundo desde el punto de vista estético.” ¿Saben por qué? Sencillamente porque la pintura, la literatura, el cine, la poesía, la música, la escultura, nos invita a pensar y a tomar conciencia de que en esas expresiones existe un profundo sentimiento sobre la condición humana misma.

Como maestra que soy y seré hasta que no tenga un hálito de vida, tenemos que provocar una profunda renovación de nuestra acción para hacerla más reflexiva en todos los aspectos del saber y de los conocimientos, porque tenemos que ser capaces de hacer converger la pluralidad de los enfoques. La enseñanza, dice Morín, puede, debe más bien, integrar a todas las ciencias, “las naturales, las humanas, la cultura de las humanidades y la filosofía en el estudio de la condición humana.” ¿Saben por qué? Porque será solo a partir de ese momento que podríamos llegar a desembocar en la toma plena de conciencia de que la comunidad debe ser el destino, el camino y la guía para que nuestra era planetaria sea realmente de TODOS, los seres humanos que vivimos en el mismo espacio y confrontamos los mismos problemas “vitales y mortales”  (P. 48).  No entiendo, ni entenderé nunca, el supuesto abismo que quieren presentar entre razón y sentimientos, como si nosotros los seres humanos no constituimos un todo, una única entidad que tiene alma-sentimientos, cuerpo físico e ideas.  Lo siento por esos mortales divididos, incapaces de sentir y razonar al mismo tiempo. ¡Pobre de ellos ¡ ¡Allá ellos!

 

Tiempo inicial: son estos barracones perdidos,
estas pobres escuelas, éstos aún harapos,
esta inseguridad terrosa de mis pobres familias,
esto es el día, el siglo inicial, la puerta de oro?

Yo, por lo menos, sin hablar de más, vamos, callado
como fui en la oficina, remendado y absorto,
proclamo lo superfluo de la inauguración:
aquí llegué con todo lo que anduvo conmigo,
la mala suerte y los peores empleos,
la miseria esperando siempre de par en par,
la movilización de la gente hacinada
y la geografía numerosa del hambre. Los hombres, Pablo Neruda

 

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