jueves, 24 de septiembre de 2015

Descubriendo el Caribe insular no hispánico: Martinica. Edouard Glissant, 3


TEMAS SOBRE HAITI, REPUBLICA DOMINICANA Y EL CARIBE

 

Descubriendo el Caribe insular no hispánico: Martinica. Edouard Glissant, 3

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang

 

sangbenmukien@gmail.com

mu-kiensang@pucmm.edu.do

@MuKienAdriana

 

"Las Américas barrocas" por Edouard Glissant (fragmento)

Los paisajes americanos son paisajes de apertura, de arrebato y de grandes vientos. Los barrancos más minúsculos y los cañones más inmensos se dan cita allí, al igual que las salinas más reducidas y los desiertos más resplandecientes. … Otra dimensión de este continente emerge poco a poco y se dibuja para nosotros, la de las Américas. No sabemos, en realidad, dónde ni cuándo se determina nuestro futuro (el mundo es imprevisible), pero un ensanchamiento de este tipo y la conciencia cada vez mayor que de él tenemos, confirman intuiciones, y la mayoría de las veces lugares comunes, en la percepción de una realidad como tal. Este continente, más que ninguna otra parte del mundo, ha sido, desde hace cuatro siglos, el lugar más vivaz y más extravagante en cuanto a una enorme experiencia, la de poner en contacto a casi todas las culturas conocidas, sus repulsiones mutuas y sus simbiosis nacientes. A estos encuentros se les ha dado nombres diferentes según el conocimiento que de ellos se iba teniendo: melting-pot, mestizajes, multiculturalismo, criollización. Ésta, la criollización, es un proceso de mestizaje imparable, cuyos resultados son imprevisibles. (El mundo es imprevisible, porque se criolliza)…. En el mapa de las identidades del mundo, en el que las masacres tribales, las purificaciones étnicas y las intolerancias religiosas multiplican las capas rojas, el Caribe (Lam, Cárdenas, Camacho) es una zona azul. Pero también es debido a que las extensiones de las Américas Latinas velan por nosotros. De esta manera, cada vez que vuelvo a empezar ese viaje, parto una y otra vez de un trozo de tierra de Martinica, denominado curiosamente Morne de Perú (l), en el que encuentro un modelo reducido de las ventilaciones estupefactas de los Andes. Emprendemos una y otra vez estos itinerarios, volvemos a hacer este viaje, pronunciamos las mismas palabras para atraer en nuestras paradas el favor de los dioses….

 

Confieso que de Glissant, como de otros tantos pensadores del Caribe no hispano, solo había escuchado sus nombres de forma insistente, y quizás había leído algún trabajo realizado por la amiga Delia Blanco, una de las especialistas dominicanas más conocedoras del pensamiento caribeño, especialmente el literario, y en particular el Caribe francófono.  Mis respetos a sus conocimientos y a toda una vida de búsqueda y creación a esta dominico/francesa.

 

En mi lista de pendientes Glissant estaba colocado en una posición cimera.  Esta columna me ofreció la oportunidad de leer un poco su obra y sobre todo, saber lo que piensan los estudiosos sobre este gran hombre que defendió a lo largo de su vida la identidad nacida de los horrores de la esclavitud y la trata de negros esclavos.

 

En una de sus principales obras, “Tratado del todo-mundo”[1], Glissant, desde las primeras páginas de la obra, plantea el tema que le atormenta: el mestizaje.  ¿Mezcla de razas y cultura en igualdad de condiciones? No! Por supuesto, a los esclavos se les arrebató no solo las fuerzas por ponerlos a trabajar hasta el último aliento en las plantaciones, sino que su cultura fue desdeñada y descalificada:

 

La idea del mestizaje, del trémulo valor no solo de los mestizajes culturales, sino más allá de ellos, de las culturas del mestizaje, que nos resguardan quizá de los límites o de las intolerancias que nos acechan y nos franquearán nuevos espacios en donde relacionarnos.

El impacto mundial de las técnicas o de las mentalidades de lo oral y lo escrito y las inspiraciones que esas técnicas insuflaron a nuestras tradiciones de escritura y a nuestros arrebatos de voz, de ademanes y gritos. [2]

 

A partir de entonces comienza a desarrollar su teoría del Caos-Mundo.  Afirma que compartimos “poéticas difractadas” que compartimos, en el que están envueltos conflictos y obsesiones de muerte, en los cuales escuchamos gritos; pero casi siempre intentamos no ver las miserias que ofrece el mundo como un espectáculo desgarrador: “la de los bosques de Ruanda y las calles de Nueva York, la de los talleres clandestinos de Asia, en donde los niños se encanijan, y la de las cimas silenciosas de los Andes y la de todos los lugares de rebajamiento, de degradación y de prostitución….” [3]

 

Glissant escribe esta obra en el momento de las crisis ideológicas.  El este y el oeste se unieron bajo la marca indeleble de occidente.  Una sociedad occidentalizada en el que se impone un solo modelo cultural, una solo visión del mundo, y todas las demás expresiones y culturas del mundo solo referente folklórico que no desaparecen porque fueron convertidos en objetos de consumo del turismo que va de aquí para allá:

 

Tal sería mi primera propuesta: en donde han desfallecido los sistemas y las ideologías, y sin renunciar ni poco ni rechazo al rechazo o al combate que tenemos que pelear en nuestro particular ámbito, prolonguemos a lo lejos lo imaginario con un infinito desperdigamiento y una repetición hasta el infinito de los temas del mestizaje, el multilingüismo y la criollización. [4]

 

Propone entonces un modelo alternativo, en el que esté no solo presente, sino que sea el dominante las voces obligadas a callar, de manera tal que la cara oculta de la tierra resplandezca y se haga visible, que sus huellas no sean borradas, que sus expresiones no sean objetos de miradas de curiosos turistas ni objetos de folklor de exhibición:

 

La huella es el camino igual que la rebelión a la intimación, el júbilo al garrote.

Estos africanos de la trata que iba a las Américas llevaron consigo, allende las aguas inmensas, la huella de sus dioses, de sus hábitos, de sus lenguas. ..

Las lenguas criollas son huellas abiertas en el charco del Caribe o del océano Índico. La música del jazz es una huella reconstruida que ha recorrido el mundo, Y también todas las músicas de ese mismo Caribe o de las Américas.

Cuando los deportados cimarronearon por los bosques, yéndose de la Plantación, las huellas que fueron siguiendo no implicaron ni abandono de sí mismos ni desesperación, aunque tampoco orgullo o henchimiento de la persona. Y no agobiaron con su peso la tierra nueva igual que irremediables estigmas…[5]

 

Glissant reivindica la renuncia al sistema porque fue impuesto acá y acullá de manera absoluta, obnubilando el SER mismo, “que fue hondura, magnificencia y limitación”.  Lo que existe en el mundo, afirma, es que las comunidades no tienen más alternativa que la de elegir entre el desgarramiento esencial y la identidad anárquica; entre la guerra de las naciones y los dogmas impuestos por los dominadores; o la paz romana impuesta por la fuerza; o una neutralidad relativa y cuestionada porque ha sido impuesta por “un imperio todopoderoso, totalitario y benevolente…”[6]

 

Por esta razón, dice, llama “Caos-mundo” al choque de tantas culturas que se rechazan entre sí, que desaparecen, se adormecen o se transforman.  Frente a ese caos se presenta el “Todo-mundo que busca absorber, totalizar e igualar a toda la humanidad. Se nos acabó el tiempo. Seguimos en la próxima.



[1] Edouard Glissant, Tratado del todo-mundo, Barcelona, Ediciones Gallimard, 1997. Traducción de María Teresa Gallego.
[2] Ibidem, p. 19.
[3] Ibidem, p. 20-21
[4] Ibidem, p. 21-22
[5] Ibídem, p. 23
[6] Ibídem, p. 24

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