jueves, 24 de septiembre de 2015

Una mujer de mucha edad, 2


ENCUENTROS

 

UNA MUJER DE MUCHA EDAD, 2

 

Por: Mu-Kien Adriana Sang Ben

 

8 DE SEPTIEMBRE, Pablo Neruda

 

Hoy, este día fue una copa plena,

hoy, este día fue la inmensa ola,

hoy, fue toda la tierra.

 

Hoy el mar tempestuoso

nos levantó en un beso tan alto que temblamos

a la luz de un relámpago

y, atados, descendimos

a sumergirnos sin desenlazarnos.

 

Hoy nuestros cuerpos se hicieron extensos,

crecieron hasta el límite del mundo

y rodaron fundiéndose

en una sola gota

de cera o meteoro.

 

Entre tú y yo se abrió una nueva puerta

y alguien, sin rostro aún,

allí nos esperaba.

 

Era muy joven, una adolescente apenas, cuando leyendo “Los versos del capitán” de mi amado Pablo Neruda, me topé con un poema en el que se reflejaba el arrebato pasional vivido por el poeta.  Lo leí y me encantó su cadencia.  Luego me percaté de su título: “8 de septiembre”. De repente el ritmo de mi corazón se aceleró tanto que pensé que se saldría por mi boca. No podía dar crédito: ¡Mi poeta me había hecho, sin saberlo, un hermoso regalo!  Desde entonces, cada día de mi cumpleaños leo este bello poema en voz alta.  Me faltan tres días para volver a leerlo con fruición. 

 

El 8 de septiembre del año 2015 llegaré a mis 60 primaveras.  He vivido tantas experiencias, que a veces tengo la impresión de que he tenido varias vidas.  No tengo rubor alguno de proclamar al mundo mis años, sencillamente porque ¡He vivido! Sí, sí, sí, ¡He vivido! Y vivir es el regalo más hermoso que podemos recibir. ¡Quién dijo que la vida era un lecho de rosas! Sí lo fuera, no podemos olvidar que siendo tan bellas, tienen dolorosas y múltiples espinas.  Una vez más la naturaleza nos brinda la contradicción existencial.

 

¡Quién dijo que la vida era solo alegría! Sin las lágrimas no podríamos reconocer y valorar los momentos de felicidad. De nuevo, aparece la doble dimensión de la existencia humana.

 

Me siento feliz de llegar a mis 60 años.  ¡Seis décadas vividas a plenitud y con pasión!  A veces me pregunto si el paso del tiempo no aminorará esta energía vital que todavía siento.  A mis años todavía tengo sueños, todavía hago muchos planes, todavía me ataca el gusanito perenne de conocer nuevas cosas, de aprender más del vasto conocimiento humano.

 

Aún persisten mis deseos de hacer muchas cosas, pero con una gran diferencia.  Ya no tengo el temor de equivocarme y de estar consciente de que mi capacidad tiene sus límites.  Quiero leer y aprender, pero sin las prisas de la juventud, cuando  quería atragantarme del conocimiento sin pensar ni analizar.  Quiero conocer nuevas cosas, pero con calma.  Recuerdo que mi pasión por la pintura era tan grande que quería memorizar los cuadros del Louvre, durante mi estancia en París como estudiante del doctorado en historia.  Pasado el tiempo hicieron un nuevo arreglo y mis notas de entonces perdieron vigencia. 

 

Aprendí a fuerza de aventuras y desventuras a valorar lo pequeño, para dar caricias a mi corazón con el beso de los nietos, con los abrazos de los sobrinos y con la presencia de mis hermanos.  Entendí que en la vida es necesario buscar el equilibrio. No todo es conocimiento. No todo es trabajo. La familia nuclear y ampliada constituye el principio y el fin de las cosas.  Sin ellos el trayecto se hace más largo y tedioso. 

 

Con los años he valorado aún más la presencia de mi compañero, aquel que ha estado a mi lado, codo a codo, en los momentos de alegría y tristeza.  Rafael, ha sido, es y será siempre el compañero perfecto de mi travesía. Y, al valorarlo, tomo el tiempo necesario para compartir a su lado especiales momentos.

 

 Valoro a los amigos verdaderos, la familia elegida, porque ellos, sin importar lo que represento, están a mi lado, por mí, por lo que soy.  Ese grupo de personas sufren y ríen conmigo, porque mis alegrías son suyas, así como también mis tristezas.

 

Las paradas obligatorias de la agitada vida laboral, me obligaron a encontrar la belleza en los rayos del sol, en la luna menguante, o en la luna llena; en las flores que nacen en mi pequeño jardín;  en el pajarito que canta y arrulla en el campo donde me refugio para olvidar el bullicio citadino; en el amanecer que anuncia una nueva esperanza; en el atardecer que nos dice sin palabras que la vida es un ciclo de nacer y renacer. 

 

He guardado como un tesoro del que no me puedo desprender, lo poco que me queda, de humanidad y solidaridad.  Me obligo a pensar en el otro.  A veces nos olvidamos, quizás por la tendencia humana natural al egoísmo, a concentrarnos en nuestros propios problemas y olvidarnos de los demás.  Me obligo a que me duela la pobreza extrema, y trato, dentro de mis medios, de dar un poco de todo lo que he recibido.  No podemos decir que somos cristianos si no nos duele el dolor ajeno.

 

Como dije en el artículo anterior, al llegar a mis 60 años, llegué, en el marco de la cultura oriental, a la edad del respeto de los más jóvenes, porque he tenido la dicha de vivir.  A esta edad se comienzan a reconocer lo que somos.  Dentro de diez años, si Dios me sigue bendiciendo, el derecho es mayor porque habré alcanzado el primer peldaño de la longevidad.

 

Doy gracias al Dios de la vida, por el regalo de permitirme alcanzar la cima de los 60 años. Comparto con ustedes la alegría de haber llegado hasta el pico de esa colina existencial.

 

Después de haber vivido 21,900 días, puedo decir a gritos que hay muchas cosas que no me importan.  No me importa lo que piensen de mí.  Me convencí, gracias a algunas maliciosas y dolorosas traiciones, que en el ser humano existe la envidia y la maldad. 

 

Ya no me importa no estar al día con la literatura universal. Leo lo que me plazca, lo que me interesa y lo que me gusta.  Ya no quiero llegar a ningún lado.  Llegó a donde quiero estar.  Soy la mujer que quise ser, y tengo la dicha de que no tengo que demostrar más nada.  Soy lo que construí y tengo la cesta conmigo para recolectar lo que pude cosechar. Ya no me importan muchas cosas. Tengo la dicha de poder decir que no compito con nadie. Solo busco SER y nada más. 

 

Sin embargo, me importan muchas cosas.  Me importa mi familia y mis amigos. Me importan mis proyectos de investigación. Me importa el futuro. Me importa la humanidad, especialmente la juventud.

 

He llegado a los 60 años, ya he vivido más de lo que me falta por vivir, y doy gracias a Dios por el regalo de mi existencia. 

 

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