ENCUENTROS
CARTA A MAMA
Impregnada llevo en mi memoria
la nostalgia permanente de tu mirada.
Es ahora, adulta,
cuando extraño
más que nunca
tu ternura.
Añoro
mi miedo terrible a tu cólera.
Tus gestos y muecas
que objetaban
o aprobaban sin palabras.
Recuerdo
cuando,
a mi lado,
comunicabas
inquietudes y problemas.
Era entonces
inmensamente feliz
al sentirte
madre-amiga
y no
madre-juez implacable.
Recuerdo como ahogabas
penas y desilusiones
pedaleando sin cesar
tu vieja máquina singer.
Remendando,
cosiendo no se qué.
He querido ofrendarte,
mamá,
estas simples
-muy mías-
palabras de amor.
No sé,
si son tardías mis palabras,
quizás pronunciadas
un poco antes,
nos hubiésemos ahorrado
algunas lágrimas.
Mu-Kien, 1983.
Mi siempre querida y
adorada mamá:
Decidí
escribirte después de las fiestas de celebración de tu día, convertida por esta
sociedad de mercado, en una vulgar mercancía.
Es increíble, mamá, ver cómo la ley de la oferta y demanda ha llegado
tan lejos que ha mercantilizado los sentimientos, incluso el más bello y noble,
como es el que los hijos sentimos hacia las mujeres que nos regalaron la vida.
Han
transcurrido 13 largos años de tu súbita partida. Desde que te fuiste, la vida tuvo que seguir
su agitado curso. A pesar del dolor que nos dejó tu ausencia, tus nueve
extensiones de vida, tuvimos que levantarnos, como lo hiciste tú cuando algún
suceso te golpeaba. Seguimos caminando por los senderos de nuestras vidas,
llevando el peso de las ausencias tuya y de papá. Tus nietos han crecido y
algunos ya han procreado sus propios hijos.
Muchos ya son adultos y comienzan a construir sus vidas. Tus hijos, para emularlos a ustedes, a ti
y a papá, decidimos continuar con
la obra de la unidad. A pesar de lo
numerosa que se ha convertido tu descendencia (¿sabes que somos más de 50?),
intentamos sembrar en ellos el sentido de pertenencia al universo familiar,
como forma de forjar sus identidades sobre la base de valores tan importantes
como preciados: la comprensión de la diversidad y la presencia incondicional en
el dolor y la alegría.
Tus
hijas, las cinco mujeres que cubriste con tus alas protectoras, compartimos
nuestras preocupaciones y nos apoyamos, a pesar de nuestras diferencias
temperamentales. A veces nos preguntamos
¿Qué habría hecho mamá en esta situación?
Confieso que en mis momentos de
mayores dificultades, te llamo con mi corazón acongojado y te pregunto
insistentemente. ¿Mamá que hago? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué me aconsejarías? Y, después de atormentarme con las preguntas
que te formulo, encuentro la paz en el camino.
Tus nueve
hijos viven y vivirán eternamente agradecidos por tus desvelos, por tu
sabiduría de mujer pueblo, sabia por naturaleza y no por instrucción , por tus
abrazos, tus atenciones, por tu capacidad de cada uno se sintió especial e
importante en tu vida, por tu silencio
cómplice, por tu ejemplo de trabajo incansable, por tus consejos atinados y
hasta por tus errores. Te sabíamos con
orgullo que eras humana, producto de una sociedad que te excluía, y que sin
embargo, gracias a que luchaste por romper el círculo vicioso de la exclusión,
rompiste los moldes de una sociedad conservadoramente tirana.
Mucho ha
cambiado la sociedad que dejaste. Ya nuestro
Santiago natal no es tan pueblerino. Poco a poco va configurándose en una
pequeña urbe. Los santiagueros, sin
embargo, todavía conservan el orgullo ancestral de pertenecer a la ciudad más
importante del Cibao y se enorgullecen (nos enorgullecemos) de formar parte de
una región que ha crecido para contrarrestar el peso de la capital.
Mucho he
cambiado yo. Cuando te fuiste, aunque ya
me había abierto camino como
historiadora, ensayista y maestra; ya
hoy con más de medio siglo vivido, sigo en el mismo trayecto, pero sin la
aprehensión ni la presión de antes. He
comprendido que el verdadero motor de las cosas se sustenta en el amor, la pasión y el trabajo constante. Amar lo que deseamos ser y hacer, solo puede
lograrse con la constancia y la pasión que le pongamos a las cosas. He aprendido, a fuerza de desventuras,
tropiezos y reflexiones, que la vida es una oportunidad y un regalo y que el
secreto está en el equilibrio: la
familia, (nuclear y ampliada), la amistad sincera, el trabajo y el disfrute de
las pequeñas cosas.
Te cuento
que sigo amando la poesía. Todavía
recuerdo el momento difícil que pasé contigo, cuando descubriste mi vieja
mascota con poemas de adolescente enamorada.
Lo encontraste, me preguntaste y te respondí con mentiras piadosas,
porque no podía soportar que supieras que buscaba con ansias la materialización
del amor. Me preguntaste sobre los
libros que leía. Solo te enseñé los de poesía.
Te mostré los libros pequeños de la Editorial Lozada que había publicado
las obras de Neruda. Me preguntaste sobre los otros y te respondí con el
silencio. No tenía la fuerza para
decirte que leía libros que incentivaban mi deseo de luchar por una sociedad
mejor. Hoy recuerdo con nostalgia ese
episodio dramático de nuestra relación.
Mi vida adulta
a tu lado fue maravillosa. Te disfruté,
al igual que todos tus hijos, como compañera de aventuras. Al faltar papá, tu amor eterno, llenaste tus
días con los nuestros. Eras asiduas a
nuestras fiestas. Nuestros amigos fueron tuyos, y hasta nos sorprendiste con tu
sentido de libertad, de amplitud de pensamiento y tu tolerancia amorosa a la
diversidad.
Gracias
de nuevo mamá. No me alcanzarán los días de mi existencia para agradecerte todo
y cuanto hiciste por nosotros, tus hijos, nietos, yernos y nueras. De nueve hijos tuviste 17, porque nuestros
compañeros de vida, se sintieron bendecidos con tu bondad y con tu amor. Los
nietos que no te conocieron físicamente, te conocen bien porque nos hemos
encargado de hacerlo. Todos te
disfrutamos y todavía añoramos tu risa, tus llamadas, tu frase permanente de
"Hola Amore".
Así
quería celebrar tu día. En la declaración
de verdadero amor, sin regalos caros ni baratos, sin la premura del mercado. Me
hacía daño convertir en vulgar mercancía un amor tan puro, sincero y eterno.
mu-kiensang@hotmail.com
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