ENCUENTROS
Ser joven
hoy. Dedicado a mi hijo del alma, Alejandro Peña
.
Por: Mu-Kien
Adriana Sang
Siempre ten presente que:
La piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años.
Pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tienen edad.
Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña, detrás de cada línea de llegada, hay una de partida; detrás de cada logro, hay otro desafío.
Mientras estés vivo, siéntete vivo; si extrañas lo bueno que hacías, vuelve a hacerlo.
No vivas de fotos amarillas, sigue aunque todos esperen que abandones.
No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
La piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años.
Pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tienen edad.
Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña, detrás de cada línea de llegada, hay una de partida; detrás de cada logro, hay otro desafío.
Mientras estés vivo, siéntete vivo; si extrañas lo bueno que hacías, vuelve a hacerlo.
No vivas de fotos amarillas, sigue aunque todos esperen que abandones.
No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Haz que en vez de lástima, te tengan respeto.
Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te detengas.
Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca te detengas.
Madre Teresa
de Calcuta
El artículo que salió publicado hace varias semanas titulado
"Fama de Pacotilla" tuvo mucho impacto. Recibí mensajes a través de las diferentes
redes sociales. Los comentarios fueron
muy interesantes. La mayoría apoyaba mi posición y se hacía eco de la crítica
hacia la banalización de la sociedad.
Alejandro Peña, ya es un joven abogado que se ha ido abriendo
su espacio en el nivel profesional. A
pesar de que lo conocí siendo un mozalbete de apenas 18 años, cuando entró a mi
clases de Historia Dominicana, nuestros vínculos se han fortalecido con el paso
de los años. Se considera mi verdadero
hijo, nacido del vínculo sagrado maestra-alumno. Siempre me llama. Conversa
conmigo de sus aventuras y desventuras, inquietudes sociales e
intelectuales. El sábado que salió
publicado el artículo me llamó por teléfono.
Me preguntó "¿Profe, ute ta quillá?" "¡No, claro que no!
¿Por qué?" le respondí. "!Oh,
por ese artículo de hoy!", fue su respuesta. "Bueno, le dije, estoy molesta con esta
sociedad tan banal y superficial, es todo". "Lo que pasa, me dijo, es que usted no
conoce cómo piensan los jóvenes. Para mí nada de lo que usted señala me
extraña. Así actúa y piensa la juventud
de hoy". No le respondí. Me quedé pensativa. Después cambiamos el tono de la conversación
y nos pusimos al día acerca de nuestras vidas.
La conversación con mi hijo del alma me puso a pensar. Y me entristecí. Alejandro es el producto de su tiempo. Cuando lo conocí, joven, impulsivo, con
muchas inquietudes intelectuales, me ponía a prueba en cada sesión de clases.
Leía de historia, de política y de economía.
Estaba al día de la vida política e intelectual. Buscaba la forma de
insertarse en la sociedad para transformarla.
Abogaba por una sociedad más justa, ética y solidaria. Decía que el cambio debía iniciarse en los
partidos políticos. De alguna manera se
acercó a uno de ellos, pero nunca optó por la militancia activa. Participaba
activamente en la "Tertulia del Patio de Mu-Kien", un espacio de
reflexión con jóvenes que duró varios años, y que servía de plataforma para
discutir sobre los grandes temas de la política, la economía y la sociedad. Cuando terminó su carrera. Siguió estudiando.
Primero con una especialidad, y luego con una maestría. Se insertó en el mundo laboral y cambiaron
sus prioridades. Le ocurrió como sucede
a la mayoría de los profesionales jóvenes, que trabajan activamente con el propósito
de ganar más dinero y adquirir nuevos bienes.
En ese proceso de reflexión recordé que hace casi 7 años,
cuando cumplí mis cincuenta, decidí regalarme una pequeña yipeta, para lo cual
tuve que vender mi carro Jetta.
Alejandro sirvió de intermediario para que un amigo suyo, que había sido
también mi alumno, lo comprara. Menos de
un año después, mi cliente vendió el carro y se compró un lujoso vehículo
nuevo, gracias a que había ganado un litigio en el que figuraba como abogado
defensor. La yipeta que coronó mi medio
siglo de vida está todavía en el uso de nuestra familia. Alejandro y su amigo
han cambiado varias veces de vehículos, cada vez más grandes y lujosos.
La conversación que inspiró este artículo ratifica una vieja
creencia: tenemos una juventud que no
sueña. La banalidad los ha arropado tanto, que sus vidas transcurren en la
expectativa de trabajar para tener y estar al día en el vehículo de moda, en
las marcas que dan distinción, en adquirir los últimos avances tecnológicos,
vivir el sexo fácil y sin trabas, e insertarse socialmente para poder ascender
y acumular.
Es difícil ser joven hoy.
Mi generación vivió con las ansias de libertad. Trujillo primero, Balaguer después,
convirtieron el secuestro de la palabra, en inspiración y motivos suficientes
para vivir y luchar. El mundo se debatía
entre los extremos del capitalismo y el socialismo. Muchos jóvenes vieron, vimos, en la sociedad
socialista la panacea de la justicia. El tiempo se ocupó de desenmascarar la
verdad. El socialismo real negó sus
propios principios y se auto destruyó.
El capitalismo salió triunfante. El dinero se hizo dueño del mundo. El
paradigma social fue el espejismo del progreso en occidente. El mimetismo
civilizador ha sido la herencia de nuestros jóvenes. ¡Qué pena!
Los Alejandro que querían en su tierna juventud conquistar al
mundo para transformarlo, han sido conquistados y transformados. Sus almas inexpertas no pudieron, ni tuvieron
el tiempo suficiente para construir un muro de resistencia capaz de detener la
embestida de la sociedad.
Como me decía un día, mi viejo amigo de juventud y de la
vida, Pedro Silverio, parecería que el tiempo no ha transcurrido en mí, pues a
pesar de los años, todavía sigo siendo la joven mujer soñadora.
No lo creo. Yo también
he sido y soy víctima de esta sociedad que quiere arrancarnos el pensar y el
sentir, para imponernos un estilo de vida hedonista, egoísta e irresponsable.
Quizás, a diferencia de los Alejandro he tenido tiempo para resistir. La resistencia es un arte tan viejo como la
vida. Mi armadura se ha diseñado con las
caricias de un corazón que se resiste a petrificarse.
Ojalá que estas palabras no caigan en el vacío. Ojalá que los jóvenes comprendan mi mensaje,
e inicien la tarea de construir sus propias escudos para resistir.
mu-kiensang@hotmail.com
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