ENCUENTROS
Una carta a mi amigo-hermano
Chez, el defensor de la ¿razón pura?
Por: Mu-Kien Adriana Sang
Tan moderna es la mente, como antiguo el corazón.
Se piensa entonces que quien hace caso al corazón se aproxima al mundo animal,
a la falta de control, mientras que quien hace caso a la razón se acerca a las
reflexiones más elevadas. ¿Y si no fuesen así las cosas, si fuese verdad
exactamente lo contrario? ¿Y si ese exceso de razón fuese lo que deja
desnutrida a la vida?..... El uso excesivo de la mente produce más o menos el
mismo efecto: de toda la realidad que nos rodea sólo logramos captar una parte
restringida. Y en esa parte frecuentemente impera la confusión, porque está
toda repleta de palabras, y las palabras, la mayor parte de las veces, en lugar
de conducirnos a un sitio más amplio nos hacen dar vueltas como un tiovivo....
En el rostro está todo. Está tu historia, están tu
padre, tu madre, tus abuelos y bisabuelos, tal vez incluso algún tío lejano del
que ya nadie se acuerda...
Entre nuestra alma y nuestro cuerpo hay muchas pequeñas ventanas, y a través de éstas, si están abiertas, pasan las emociones, si están entornadas se cuelan apenas; tan sólo el amor puede abrirlas de par en par a todas y de golpe, como una ráfaga de viento.... Susanna Tamaro: DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE
Entre nuestra alma y nuestro cuerpo hay muchas pequeñas ventanas, y a través de éstas, si están abiertas, pasan las emociones, si están entornadas se cuelan apenas; tan sólo el amor puede abrirlas de par en par a todas y de golpe, como una ráfaga de viento.... Susanna Tamaro: DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE
Querido hermano y amigo del alma:
Hace muchos años que nos llamamos "plimos" de
"caliño". Esta denominación mutua se inició cuando nos asumimos e
hicimos conciencia de que somos ciudadanos de este país que amamos, pero que
exhibimos en nuestros rostros el orgullo de la mezcla de razas. En nuestro caso, especialmente en el mío, se
expresan los encuentros, desencuentros a veces, de dos culturas y de dos
etnias. Un producto único y maravilloso,
que enrostra a la sociedad que las llegadas y partidas de muchos seres es lo
que ha engrandecido a la humanidad.
Como tú, hermano-amigo, decidí conocer y desentrañar el pasado, quizás
para encontrar las raíces de mi híbrida y bifurcada identidad. Pero también por la simple curiosidad
intelectual y por el inmenso placer que produce conocer y descubrir. ¡Cuántas horas hemos pasado juntos
discutiendo y trabajando, peleando a veces, en nuestra ya larga trayectoria
como historiadores!
Cuando llegué de Francia, fuiste, junto a nuestro común amigo, Juan
Daniel Balcácer, los primeros que me abrieron sus brazos y sus corazones. Me acogieron, me dieron pautas y me ayudaron
a insertarme de nuevo en la sociedad, en mi nuevo rol de historiadora. Ese
gesto no lo olvido. Permanecerá por
siempre en mi corazón.
Te escribo esta carta, después que en uno de nuestros tantos encuentros
cotidianos, me expresaste tu opinión sobre algunos artículos de mi columna Encuentros,
pero muy especialmente acerca de la escritura de lo que siento. Somos amigos y
hermanos, muy parecidos, casi iguales, como bien dice tu mujer, Esther, mi
"plimita" del alma. Pero también somos diferentes. A diferencia tuya, además de la escritura
histórica, he elegido, como opción fundamental, la escritura acerca de temas
humanos: problemas, preocupaciones, ansias, alegrías, desesperanzas, tragedias
y la importante, y no reconocida, cotidianidad.
Estoy consciente que cuando habla el corazón a través de la palabra
escrita, no es, ni pretende, ni puede en lo absoluto, ser una escritura
académica. La racionalidad intelectual
es solo una faceta de aquellos seres
humanos que emprendieron la aventura de desentrañar la sociedad del
presente y del pasado. Los historiadores nos ocupamos del ayer y los demás
cientistas sociales, como lo los sociólogos y economistas, del presente. Ninguno de ellos, ni nosotros los
historiadores, centramos nuestra atención en la razón humana, a menos que
optemos por la corriente histórica llamada la sicohistoria. La visión racional de las cosas es solo un
aspecto. Las grandes figuras históricas jugaron un papel en su tiempo. Vivían los dramas de sus épocas y, algunos,
los menos, decidieron transformar su herencia.
Motivos pasionales, personales e ideológicos, los empujaron a entregarse
y luchar. Juan Pablo Duarte entregó
hasta sus bienes por sus ideales de libertad.
Minerva Mirabal, motivada por su propia rebeldía, entregó su vida a la
construcción de la democracia, mancillada por el sátrapa. Los hombres que
perpetraron el tiranicidio, arriesgaron todo por derrocar al dictador, el
hombre que había vejado a toda la sociedad dominicana. ¿Qué significan estos hechos históricos? Que los hombres y mujeres que han sido
actores esenciales en la transformación de la historia, vieron, analizaron y,
estos mismos hechos del que fueron testigos, llegaron a sus almas y a sus
conciencias. Sin ese ingrediente
personal de compromiso y motivación, no se hubiesen producidos esas grandes
epopeyas.
Nosotros, los historiadores y los demás cientistas sociales, somos una
especie de jueces que desde la distancia, en tiempo y espacio, analizamos las
acciones de los demás, y nos abrogamos el derecho de juzgar, desde la supuesta
óptica de la objetividad científica. Nos sentimos con el poder y la autoridad
de calificar y criticar. En
definitiva, como te he dicho otras veces, y que conste que me siento feliz de
desentrañar las intríngulis de la historia, la objetividad científica es una gran
aspiración, y, sobre todo una quimera.
Nosotros los investigadores, somos víctimas de nuestras propias
creencias y valores; de nuestros dramas y dolores, y a veces, resulta difícil,
muy difícil, tomar la distancia necesaria.
Somos seres compuestos de razón y alma.
Ninguna de las dos funciona de forma independiente, muy al pesar de los
que defienden la razón pura, y que solo reconocen al cerebro como la panacea
del conocimiento.
Esta carta es una perorata más. Llegará
a tus manos, la leerás y sonreirás. Te conozco lo suficiente. Aún así, decidí escribirte. Soy feliz de
reconocerme humana, mujer con dudas y aciertos, un ser con un alma que llora,
que ríe y que sueña. Soy feliz de ser historiadora, de pertenecer a nuestro
pequeño club de investigadores históricos, un oficio que atrae a pocos.
No pienso convencerte. Sería una misión imposible. Eres de ideas muy firmes, y pocas cosas te
hacen cambiar de parecer. Pero no podía quedarme callada, después que en esa
conversación personal me externaras tus duras críticas a mi escritura de lo que
siento, inspirada en los sentimientos profundos de mi alma. Uno de tus argumentos fue la
trascendencia. La escritura histórica,
es cierto, trasciende el tiempo y el espacio.
Hoy todavía hablamos de Braudel, Vilar, Romano, a pesar de que sus
trabajos fueron publicados hace varias décadas.
Pero, y vuelvo a lo mismo, Neruda trascendió porque convirtió en poesía
su travesía personal por la vida, con sus derrotas y triunfos, con sus amores y
desamores.
Lo que más me entristece es que eres una persona sensible, que vibra con
el deleite de la buena música.
Escuchando a Alberto Cortés, eres capaz de identificarte con él en la
sensibilidad de sus poemas hechos canciones. Pero te niegas a reconocer esa
dimensión de la escritura. Y no te culpo.
Tú como otros, han sido entrenados para ocultar sus sentimientos. De todas maneras, a pesar de nuestras
diferencias, sigues siendo mi amigo/hermano.
La
comprensión nace de la humildad, no del orgullo del saber.... Encontrar
escapatorias cuando no se quiere mirar dentro de uno mismo es la cosa más fácil
de este mundo. Siempre existe una culpa exterior, hace falta mucha valentía
para aceptar que la culpa -o mejor dicho, la responsabilidad- nos pertenece tan
sólo a nosotros... Susanna Tamaro:
DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE
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