ENCUENTROS
Gracias Papá, por tu herencia multicolor
Por:
Mu-Kien Adriana Sang
Eres
como la mar:
bueno de frente,
peligroso en día gris,
duro y valiente;
llevas en la cabeza
brisas ligeras,
temporal que aún contiene
tu compañera.
Eres como el cantar
de un campesino,
que al cantar va labrando
nuestro camino.
Eres como un dolor
mal repartido,
que se volvió canción
y no quejido.
Eres como la voz
que expende el aire;
eres como un poema
de Miguel Hernández;
y presumes de ser
puro paisano,
de haber sido y de ser
republicano.
Compañero del sol,
fiel compañero,
nunca te preocupó en nada
ser el primero;
eres como el sudor:
callado y quieto,
y nunca abriste el cajón
de tu propio respeto.
Y no quisiste jamás
salvarte solo,
porque no hay salvación - decías -
si no es con todos.
No sabes de venganzas
ni de desquites.
Gorrión que cantó siempre,
aún sin alpiste.
Eres como la sangre,
eres el aire,
la mar, la barca, el remo
y el navegante;
timonel de mi alma,
más que nadie…
y aún eres muchas cosas más
que me callo y me callan…
Padre, Patxi Andion
bueno de frente,
peligroso en día gris,
duro y valiente;
llevas en la cabeza
brisas ligeras,
temporal que aún contiene
tu compañera.
Eres como el cantar
de un campesino,
que al cantar va labrando
nuestro camino.
Eres como un dolor
mal repartido,
que se volvió canción
y no quejido.
Eres como la voz
que expende el aire;
eres como un poema
de Miguel Hernández;
y presumes de ser
puro paisano,
de haber sido y de ser
republicano.
Compañero del sol,
fiel compañero,
nunca te preocupó en nada
ser el primero;
eres como el sudor:
callado y quieto,
y nunca abriste el cajón
de tu propio respeto.
Y no quisiste jamás
salvarte solo,
porque no hay salvación - decías -
si no es con todos.
No sabes de venganzas
ni de desquites.
Gorrión que cantó siempre,
aún sin alpiste.
Eres como la sangre,
eres el aire,
la mar, la barca, el remo
y el navegante;
timonel de mi alma,
más que nadie…
y aún eres muchas cosas más
que me callo y me callan…
Padre, Patxi Andion
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Han pasado casi 25 años, 300 meses y 9,000
días desde que cerraste los ojos por última vez al lado de mamá y de tus hijos.
Las noticias aparecidas en la prensa de estos días ha avivado tu recuerdo en mi
corazón. Las guerras en el Medio Oriente,
fruto de la intolerancia religiosa y étnica; los mexicanos que arriesgan su
vida intentando atravesar la frontera de
los Estados; los dominicanos que zarpan en yola desafiando el terrible Canal de
La Mona en búsqueda de mejor vida; los
haitianos que cruzan la frontera huyendo del hambre; y los miles de africanos,
que llegan como pueden a Europa para que sus antiguos colonizadores le ofrezcan
pan y abrigo; todos esos acontecimientos
me han hecho recordarte y valorarte todavía más. Lo he dicho siempre, el mundo
se ha conformado de seres que parten, llegan y vuelven a partir de todas partes
a cualquier parte.
Al mirar las fotos de
los medios y ver los rostros de abandono y dolor de los que, como tú, buscan
escapar de la muerte; pensé en ti y en tu aventura marina, desde el Mar de
China, cruzando el inmenso Océano Pacífica, hasta llegar al Mar Caribe. Llegaste
solo, con un pobre equipaje cargado de sueños e ilusiones. Tomaste el
rumbo hacia la República Dominicana, llegaste a la capital, y al poco tiempo te
trasladaste a Santiago y lo convertiste en tu hogar.
Ahora que soy
historiadora, y me he dedicado a estudiar las migraciones, en especial la
migración china en El Caribe, y he podido palpar las terribles condiciones de
esa larga travesía, te amo y te recuerdo
con más fervor. Fuiste valiente.
Decidiste imponerte a tu destino. No te dejaste vencer por la miseria que
envolvía tu pequeña aldea de Ying Ping, y solo con una dirección y una carta
del Tío Tomás, emprendiste el largo viaje hacia lo desconocido.
Llegaste a la ciudad de
Santiago sin saber el idioma, sin dinero, solo con voluntad y dos brazos
fuertes dispuesto a trabajar en lo que fuese y sin descanso. Aprendiste a leer y escribir el español.
Todavía me sorprendo de tu perfecta sintaxis, de tu buena ortografía y de la excelente
caligrafía, aprendida con el método Palmer, que tanto te enorgullecía. Lograste aprender a hablar, aunque tu simpático acento no te abandonó nunca. Decidiste
romper con el círculo vicioso del migrante excluido. Por eso definiste como objetivo vital tu
integración a la sociedad santiaguera y te convertiste en uno de sus
hijos. Tu esfuerzo se vio coronado
cuando toda la ciudad celebró con una gran fiesta los 50 años de tu llegada a
estas tierras del Caribe. Dios te mandó
a buscar un año después. Te fuiste con la alegría de haber dejado muchos,
muchos amigos, que todavía hoy, casi 25 años después, te valoran y recuerdan.
Cuando partiste, tus
nueve retoños, hoy hombres y mujeres de mediana edad, decidimos rescatar nuestra identidad bifurcada. Y al
abrirnos camino en los medios que nos ha tocado vivir, exhibimos orgullosos
nuestros rostros orientales, salpicados de herencia mulata. Si, somos dominicanos por el honor de haber
nacido en estas tierras, a excepción de nuestro hermano mayor, que nació en la
China continental. Tus hijos nos sentimos santiagueros, dominicanos, caribeños,
latinoamericanos y chinos. ¡Qué riqueza
tan grande! ¡Qué oportunidad más hermosa de sentirse producto de tantas mezclas
culturales!
¡Ay papá, papá querido,
cuánto me duele la exclusión, el maltrato y la intolerancia que se exhibe en el
mundo! ¡Cuán triste es saber que la
historia está plagada de verdugos que se creen superiores! La supuesta superioridad de los alemanes
sobre los judíos de principios del siglo XX, fue la responsable de uno de los exterminios
más vergonzosos de la historia. Lo peor
fue que esos miles de seres humanos, cuyo único crimen era pertenecer a una
raza mal llamada inferior, fueron objeto de los más atroces experimentos
científicos. Los turcos que aportaron
sangre y sudor al rescate de la Alemania de la post guerra, luego fueron rechazados
y excluidos de la sociedad que los llamó cuando los necesitaba. Los africanos que después de haber sido
objeto de venta como esclavos, como cosas, como cualquier cosa, por los
traficantes de seres humanos de Europa, hoy son rechazados y vejados. Los
nicaragüenses no son amados en Costa Rica.
Los dominicanos han sido objetos de violencia en España. Y nosotros hemos sido verdugos de los
haitianos. ¿Qué nos queda como
humanidad? La tolerancia parece ser una quimera.
Te digo algo, papá
amado. Agradezco profundamente a ti, a
mamá y a la vida por haberme hecho mujer de origen asiático. Dos realidades que indican a todas luces
exclusión. Esas dos condiciones me han
hecho más fuerte, y, trato como tú siempre nos aconsejabas, de ver la
adversidad solo como obstáculos a vencer.
Te recuerdo siempre cuando en tus largas charlas nos repetías una y otra
vez que cada ser humano debía construir su destino, para lo cual debía caminar
y caminar hacia donde aspiráramos llegar. Si en el trayecto ocurriese una
caída, solo debíamos levantarnos y proseguir.
¡Qué hermosa lección de vida que llevo en mi corazón como imperativo
vital! Cuando estoy triste, preocupada o con deseos de abandonar, pienso en ti,
entonces, busco las fuerzas para poder seguir.
Gracias papá por tu
ejemplo. Gracias por haber sido valiente, por no dejarte vencer por las
adversidades. Gracias por amar a tu
familia, por sobre todas las cosas.
Gracias por tus caricias, tus reproches y tus consejos. Gracias por haber dado a tus hijos esa
identidad híbrida, bifurcada a veces, pero siempre plena de riquezas, porque
así podemos entender mejor la necesidad de respetar la diferencia y clamar a
los cuatro vientos la urgente necesidad de que la humanidad sea más humana,
solidaria y tolerante. Gracias. Después
de casi 25 años, sin celebrar a tu lado el día del padre, te sigo adorando y
extrañando.
mu-kiensang@hotmail.com
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