ENCUENTRO
DESHUMANIZADA
Por: Mu-Kien Adriana Sang
Distorsión - El ser humano... ¿se ha deshumanizado?
( por Marga Mangione )
Puedo escribirle a la luna y las estrellas,
a ese mar que inconstante baja y sube;
al cielo refulgente y a las nubes,
o a las flores coloridas y tan bellas.
Puedo cantar con fe mis emociones,
a los mágicos paisajes de la tierra;
y olvidarme del hambre y de la guerra,
que cunde por doquier por sus rincones.
Puedo decir absurda e inconsciente,
que no existen la muerte y el dolor;
que el ser humano reina con honor,
en un mundo generoso y esplendente.
Puedo ocultar fríamente la verdad,
ignorando que el hombre en su pasión
provoca cataclismos y erosión,
destruyendo el planeta sin piedad.
Puedo engañar y engañarme cuanto quiera,
fingiendo que este plazo no termina;
que no es cierto que al mundo lo extermina
la búsqueda brutal de una quimera.
Puedo hacerlo... ¿y qué gano en el intento,
de mostrar oropeles y reflejos;
en la falsa distorsión de algún espejo,
que esconde lo fatal y lo violento?
La realidad supera a la ficción,
la hora del final está muy cerca;
si no termina con su ambición tan terca,
causará el hombre: ¡su propia destrucción! Marga Mangione
( por Marga Mangione )
Puedo escribirle a la luna y las estrellas,
a ese mar que inconstante baja y sube;
al cielo refulgente y a las nubes,
o a las flores coloridas y tan bellas.
Puedo cantar con fe mis emociones,
a los mágicos paisajes de la tierra;
y olvidarme del hambre y de la guerra,
que cunde por doquier por sus rincones.
Puedo decir absurda e inconsciente,
que no existen la muerte y el dolor;
que el ser humano reina con honor,
en un mundo generoso y esplendente.
Puedo ocultar fríamente la verdad,
ignorando que el hombre en su pasión
provoca cataclismos y erosión,
destruyendo el planeta sin piedad.
Puedo engañar y engañarme cuanto quiera,
fingiendo que este plazo no termina;
que no es cierto que al mundo lo extermina
la búsqueda brutal de una quimera.
Puedo hacerlo... ¿y qué gano en el intento,
de mostrar oropeles y reflejos;
en la falsa distorsión de algún espejo,
que esconde lo fatal y lo violento?
La realidad supera a la ficción,
la hora del final está muy cerca;
si no termina con su ambición tan terca,
causará el hombre: ¡su propia destrucción! Marga Mangione
Transitaba distraída
por las calles. Estaba protegida por mi
pequeña fortaleza rodante, ensimismada con la música de Alberto Cortés, cuando
de repente sentí de un golpe seco en mi
ventana. Era una mujer joven, de unos 30
años, quizás menos, que con insistencia solicitaba una limosna. La miré, me pregunté por qué pedía y no se ponía
a trabajar en lo que fuese para gastarse el sustento diario. De repente, como
meteoro que llegara desde la luna, una sucia esponja mojada aterrizó en el
cristal delantero. Un limpiador buscaba
una paga por obligarme a ensuciar mi cristal recién lavado. Molesta por el susto y la imposición, les
dije a ambos que no. Insistieron. Una
siguió golpeando mi ventana, El otro comenzó a limpiar/ensuciar el cristal, y, más
enojada, todavía, utilicé el
limpiavidrios y lo obligué a retirarse.
Para suerte mía el semáforo cambió de luz roja a verde y pude proseguir
mi camino. Este episodio tan frecuente, que estoy segura que a muchos les ha
ocurrido, me puso a reflexionar. En el
trayecto me pregunté: ¿Mu-Kien dónde quedó tu humanidad? Buscando respuesta a
esa pregunta, me quedé sin aliento, me sentí triste y me puse a llorar.
La calle está llena de mendigos
por necesidad unos y por oportunismo, otros. Nos encontramos con mujeres jóvenes con hijos alquilados que imploran
clemencia, intentado despertar en el transeúnte los sentimientos de solidaridad
y humanidad. Pasean por las esquinas las atrofias humanas, que, por no existir
una verdadera política social, no tienen
más remedio que mendigar para sobrevivir.
Mujeres con abscesos tan graves que le desfiguran el rostro, jóvenes
mutilados de los brazos y los pies y ancianos llenos de rasguños infectados;
todos ellos reflejan el deterioro de esta sociedad que margina y excluye a los
sin nombres.
Creo que no solo la
sociedad y la ciudad se han quedado sin almas, sino que nosotros también
estamos perdiendo las nuestras. ¿Qué sentido tiene la vida sin alma y sin
sentimientos? ¿Para qué sirve vivir si no puedo sentir? ¿Para qué sirve la vida
si el otro, el prójimo, el más cercano, no existe? ¿Para qué sirve el pensar,
si esta sociedad de la nueva civilización nos está mimetizando? ¿Para qué sirve decirnos humanos si la
sociedad del espectáculo nos está convirtiendo en autómatas, en robots
programados para hacer y comprar cosas y no para soñar?
La violencia social que
se ha generalizado en todos los estamentos y en toda la geografía nacional, ha
sido un factor que nos ha obligado a encerrarnos en nosotros mismos. La sicosis
generada por los múltiples asaltos cotidianos de mucha y poca monta, con saldos
dolorosos de muertes y atropellos físicos, nos deshumaniza, nos encierra y nos
aísla. ¡Qué realidad tan triste y tan dramática!
Yo me pregunto ¿Qué se
puede hacer? ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo lograr hoy el difícil equilibrio de
solidaridad versus atropello, de humanidad versus miedo a la violencia? No, no tengo respuestas. Solo alcanzo a formularme muchas preguntas, y
cuando reflexiono para contestarlas, me nacen otras nuevas. Quiero ser humana y solidaria, con el
prójimo, con los que me rodean, pero tengo medio a ser víctima del engaño, de
la violencia físico y del atraco.
Quisiera poder socorrer a los desconocidos que buscan a ayudan. Pero ya le temo a sus discursos, porque
muchos de ellos mienten. Tengo miedo de
abrir mi porta monedas, porque en un instante puedo yo convertirme en la víctima.
Ya me ha ocurrido, y me aterra volver a
vivir la experiencia. He tenido amigos y
familiares que han sido vejados, atracados y hasta golpeados.
¿Cómo recuperar la
confianza perdida? ¿Cómo volver a sentir y practicar el sentimiento hermoso de
la solidaridad? Necesitamos políticas
públicas eficientes. No queremos
dádivas. Esta práctica en vez de ayudar,
solo ha acrecentado el problema. Ayúdeme
a buscar respuestas. No las tengo. Ahora
solo me golpea de forma constante la
conciencia. Mi alma está adolorida y triste por la deshumanización que
forzosamente vivimos. Me siguen lastimando los espectáculos de dolor que hay en
las calles, mientras transito en mi pequeño carruaje protector. Sólo sé que
tengo mi pecho acongojado al ver y palpar mi disminuida humanidad.
mu-kiensang@hotmail.com
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