ENCUENTROS
El silencio
como resistencia
Por: Mu-Kien Adriana Sang
En el
silencio mis pensamientos.
En el
silencio mis movimientos, mis sentimientos…en el silencio mi vida.
Respirar,
descansar, reír y llorar en el Silencio
En el
silencio mis ambiciones, mis temores, mis grandezas y mis miserias
Ser en el
Silencio... ).
Llueve
mansamente empapando el suelo.
Entre
gota y gota, un espacio seco. Entre ruido y ruido, un silencio.
Me
paro…observo….me lleno de gotas de lluvia y de espacios secos, de ruido de
agua….y de silencio. Matilde de Torres, Cuando el silencio habla .
Hace algunos años nació en Europa
una corriente de investigación que se llamaba la historia de la
cotidianidad. Es decir, hacer visible en
el relato de los sin nombres, y cómo esos que no aparecen en el relato de la
historia fueron tan importantes como los héroes y las heroínas que aparecen
destacados en la historia. Uno de los pioneros en América Latina fue Fernando
Picó, el gran historiador de Puerto Rico quien en los 80 y 90 impactó a la comunidad académica con libros
que relataban historias que se salían por completo de los cánones
establecidos. Sus historias sobre las
cárceles y los presos del siglo XIX fueron pioneras en la investigación de lo
cotidiano como sujeto del discurso histórico. En sus relatos aparecen los delincuentes, los
asesinos, las prostitutas, los hijos de la calle, en fin, los sujetos
históricos olvidados y marginados
Aunque no me he ocupado de esta
rama de la investigación histórica, conocer la existencia de esa corriente de
investigación me hizo aproximar de forma distinta a los sujetos sociales y su
entorno. He decidido observar la realidad cotidiana, el día a día, a la gente
del pueblo: a los que caminan presurosos
para llegar a sus lugares de trabajo; a
las jóvenes que se abren a la vida y cada hora es una fiesta; a los viejos que
caminan arrastrando sus recuerdos; a los
que se creen importante y de reojo esperan que los demás lo miren; a los que
van por la vida abrumados por la rutina; a los que salen a vender cualquier
mercancía para buscarse el sustento de la comida diaria; a los serenos mirando
ver el mundo mientras ellos dormitan el sueño que no los abandona... en fin, he
tratado de captar, aprehender y aprender de la realidad y de su gente.
En mi casa, en mi lugar de
trabajo y en los lugares donde transito, he observado el comportamiento de los
trabajadores. Todos ellos tienen un
denominador común: escuchan,
callan, tratan de ser invisibles y de
pasar inadvertidos.
Ese silencio, esa palabra pronunciada
solo en sus mentes y esa pasividad aparente, donde afirman lo que quieres
escuchar, es su forma de no perecer, de resistir ante su propia exclusión. A
veces me pregunto y de hecho, he formulado la pregunta a las de mi entorno ¿cómo
hacen para vivir la vida con tan poco?
Ana, la que me ayuda en la rutina hogareña, me dijo: "Con
paciencia, doña. He visto demasiado.
Confiando en que todo pasa, hasta el hambre pasa."
Después de escuchar sus palabras,
me puse a observar con más detenimiento el comportamiento de la gente que me
rodea. Observo que cuando solicitas un
servicio o corriges porque no te hicieron las cosas tal y como pediste o
criticas el sabor de una comida, ellas callan, te miran y asienten. Pero sus ojos no mienten, ni la comisura de
sus labios tampoco. ¿Están de acuerdo con lo que has dicho? ¡No! ¡Claro que no!
Pero necesitan el dinero, necesitan el albergue, el pan y el abrigo que le
ofreces, necesitan el pago mensual para llevar a su casa un poco de
tranquilidad, entonces no tienen más alternativa que callar y aceptar sin
palabras.
El silencio se ha convertido en
su escudo para resistir. Después, en la
soledad o en su entorno, abren sus labios y corazones para desahogar la ira y
las penas contenidas. El pequeño espacio retirado a la parte trasera de la
vivienda donde trabajan, se convierte en el santuario de sus sueños. Sueñan solas, sin pronunciar palabras. Sueñan con un día más luminoso, con menos
precariedades. Sueñan... se callan y vuelven a soñar.
Nosotros, los que vivimos de
nuestros trabajos, que pertenecemos a la clase media, que hemos logrado obtener
algunos bienes con sacrificios, no pensamos que para esta gente marginada de la
vida y excluidas de los pocos beneficios sociales, nuestro confort puede ser una bofetada.
Peor aún, a veces nos olvidamos
de sus orígenes. Las colocamos en
posición difícil cuando le solicitamos que manejen los electrodomésticos como
deben ser, sin explicaciones previas; les solicitamos el uso de modales
urbanos, cuando en su barrio o en su lejano rincón de un poblado del interior,
no existe ni existirá nunca. Nos
molestamos, les exigimos y no comprendemos.
¡Qué fácil es ser humana sólo
otorgando dádivas a desconocidos! Otorgando limosnas callamos nuestras
conciencias. Pero... ¿Cómo ser humano y
solidario con el prójimo más próximo? Es
difícil. Nuestra realidad nos obliga a
utilizar sus servicios. Ellas y ellos, por la falta de oportunidades de empleo,
no tienen más remedio que abandonar sus predios y alojarse con desconocidos. En definitiva, pienso que debemos hacer un
reconocimiento del otro, para reivindicar nuestra propia humanidad. Que así
sea. Amén.
Quiero
aprender a escuchar, a descubrir al otro en cada momento, a dedicar la atención
suficiente para distinguir en cada palabra la originalidad de quien la
pronuncia. Escuchar y descubrir qué
quiere decirme la expresión de una sonrisa o su ausencia cuando alguien me
habla.
Trascender
el lenguaje para descubrir la voz, tu voz y recibir el mensaje que me envía el
tono, el timbre, la modulación que adquiera cada momento,
Ir
más allá de los gestos para encontrar el movimiento, tu movimiento. Matilde de
Torres, Cuando el silencio habla .
mu-kiensang@hotmail.com
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