Encuentros
Crónica de una ciudad sin alma
Por: Mu-Kien Adriana sang
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los
Poema
Ciudad Sin Sueño de Federico García Lorca
Nací en el corazón del Cibao, en la ciudad que se preciaba de ser limpia y
hermosa, hoy convertida en una pequeña urbe desorganizada, sucia y llena de
basura. En los años 80, decidí seguir
mis sueños, llené mis maletas de utopías y tomé el rumbo hacia la ciudad
capital. Luego volví a hacer maletas hacia Europa. Quería satisfacer mis
necesidades y mis ansias de desarrollar mi intelecto. Han pasado ya 30 años de
esta aventura. Ya no sé quién soy. Mis
raíces, como mi origen étnico, tienen caminos diferentes. Con orgullo, sigo siendo santiaguera, pero preservo
en mi memoria el recuerdo del Santiago de mi infancia y adolescencia, que ya no
existe. No me siento capitaleña, a pesar
de que llevo viviendo en esta jungla de cemento, basura y desorden, más tiempo
que en la ciudad donde abrí mis ojos al mundo.
Dicen que con los años, el recuerdo se vuelve una necesidad vital. Cuando
llegué a Santo Domingo en los lejanos 80, me pareció una ciudad hermosa y
grande. Descubría, como buena y
orgullosa pueblerina, cada rincón como una novedad. Recorrí los museos y los lugares de
moda. Las presentaciones en el Teatro
Nacional eran la verdadera novedad. Las
descubría y en esa pequeña hazaña personal, me inicié en el mundo del urbanismo
desprovisto de alma. Con el tiempo, esta ciudad se ha convertido en un espejismo,
una ficción, una locura y sobre todo, una gran pesadilla, un territorio de
conquista de los nuevos dueños de la situación, como en el oeste americano del
siglo XIX, que todos viajaban a California en busca del oro. Esta ciudad capital, que todavía preserva
algunas, muy pocas, de sus bellezas es una gran preocupación.
El tránsito vehicular constituye la principal batalla cotidiana que debemos
librar. A pesar de las grandes
inversiones en las dos líneas del metro, no se ha podido mejorar el transporte
público. Los dueños de las calles, es decir, los moto conchistas, los conchos y
las voladoras, cruzan, atropellan, insultan y contaminan el ambiente. Las luces de los semáforos son referentes de lo que debiera ser. El rojo es un indicador
de reducción de velocidad, no de pare.
El verde indica atropello al que está delante. Y el amarillo induce al
písalo duro y sigue sin importar. He
decidido no sufrir con lo inevitable. Pensé que los cráteres existían en la
luna; pero no, están aquí, en esta cosa llamada ciudad capital Transitar por
las calles es un juego interminable de acelera y frena. Los constructores de
las torres improvisadas y no planificadas, destruyen las calles, las ocupan y
convierten las aceras en sus improvisados almacenes de aprovisionamiento. Yo me pregunto ¿El Ayuntamiento del DN es el
responsable de regular y de hacer cumplir una cosa que se llama desarrollo
urbano? ¿De quién es la responsabilidad del bacheo de las calles?
La lluvia, así como aligera la carga del calor veraniego, es una desgracia
para los transeúntes y los conductores.
La inexistencia de un alcantarillado adecuado, obliga al agua a posarse
y convertirse en improvisados lagos de aguas sucias que tardan en desaparecer.
¿De quién es la responsabilidad de limpiar las alcantarillas? ¿No tiene que ver
el síndico algo con esto también, porque la basura es una de las principales
causas de que se tapen los desagües?
Al transitar por la ciudad, constato que ha cambiado su configuración, pero
de forma desordenada. Los grandes edificios,
construidos por doquier, sin respetar las reglas mínimas de seguridad y
urbanismo. Los peatones no tienen las
aceras que establece la ley para transitar.
La ciudad ha crecido sin orden y sin criterio. Los responsables del planeamiento urbano del
Ayuntamiento del Distrito Nacional, han permitido el crecimiento sin criterio
ni control. Peor aún, como ya han
reportado ingenieros sanitarios y civiles, la ciudad ha crecido, pero no así
los servicios. Y es tan absurdo el
crecimiento, que las aguas negras comparten el espacio con el agua que dicen es
potable. ¿Hasta dónde va a crecer esta
ciudad? ¿Hasta que nos ahoguemos en aguas negras, mugre y estiércol?
Mi morada móvil que me transporta por los vericuetos de esta selva urbana, decidí
convertirlo en mi oasis musical. Mientras unos tocan bocinas e insultan, yo
escucho música clásica, o la voz maravillosa de la pequeña Jackie Evancho. Mientras observo las caras de hastío, yo
estoy pensando en los temas de los artículos o en los libros pendientes que
debo consultar.
Esta ciudad ha perdido su alma y su encanto. Las autoridades de la ciudad han otorgado los
permisos a constructores ambiciosos que han destruido patrimonios
arquitectónicos de la ciudad. Una
complicidad que la historia les va a cobrar, eso espero y no tengo dudas.
¡Qué triste vivir en una ciudad que no sueña! ¡Qué triste vivir en una
ciudad que las ambiciones y la complicidad pública y privada le han pisoteado
el alma!
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